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lunes, 23 de julio de 2012

Respirando el sucio gas

Hay muchas razones, demasiadas y fuertes razones son que nos impelen, a los que amamos la vida, a convertirnos al vegetarianismo. He aquí algunas:

Aunque se deje de lado toda consideración ética sobre el trato que se da a seres que sienten, como si fuesen máquinas de producir cantidades de carne innecesarias, este tema constituye una clave de bóveda para abordar los problemas medioambientales que nos afectan. De acuerdo con los datos que maneja la F.A.O., las emisiones de gases de efecto invernadero derivados de la cría de ganado (dieciocho por ciento del total) superan a los que emite toda la industria del transporte (catorce por ciento del total). El número de animales producidos para consumo humano también representa un peligro para la biodiversidad de la Tierra. El ganado constituye un veinte por ciento del total de la biomasa animal terrestre, y la superficie que ocupa hoy en día fue antes hábitat de especies silvestres, aunque no podemos olvidar que un monocultivo no es una selva. Así como una selva se convierte en carne, así se destruye lo esencial para producir lo superfluo. Y estas son sólo muestras de la magnitud de la crisis (MIREYA IVANOVIC BARBEITO, "Un decálogo animalista", en Revista de bioética y derecho, Universidad de Barcelona, número 22, mayo del 2011, p. 60).

Nos quejamos de la contaminación producida por los vehículos automotores y no nos quejamos de los pedos de las vacas, siendo éstos mucho más nocivos que aquella. Que proliferen los caños de escape vehiculares no sería tan dañino para el medioambiente como la proliferación de los caños de escape vacunos. Lo mejor sería carecer de auto y no comer carne de vaca, pero si todo no se puede, la opción más ecológica recaerá del lado del automovilista vegetariano y no del peatón carnicero.

domingo, 22 de julio de 2012

Retomando el tema del antisemitismo (parte II)

El único de mis acreedores que conmigo se condujo […] como un usurero de Balzac; el único de mis acreedores que me ha tratado con una dureza balzaciana, y con la dureza y crueldad de un usurero de Balzac, no era judío. Era un francés y, siento vergüenza de decirlo, era un cristiano treinta veces millonario. ¡Qué no se habría dicho de él si hubiera sido judío!
Charles Péguy, Nuestra juventud

En torno de la cuestión judía, lo que hace falta hacer es razonar. Razonemos, pues.
Afirma el antisemita: "El judío fue y es odiado en todo el planeta. País en donde se instala, es país que los aborrece". ¿Es esto verdadero? Negativo. Existe una región en donde los judíos han convivido como comunidad independiente durante siglos y siglos sin haber despertado ningún tipo de odios ni resentimientos masivos; me refiero al Oriente, y en particular a los países de China y de la India. En otros términos, puede decirse que la comunidad judía despertó y despierta odios allí donde impera la religión cristiana o la religión musulmana, es decir, cuando se instala en el seno de una sociedad monoteísta. Los chinos y los hindúes nunca podrían odiar a los judíos por la sencilla razón de que no se los toman en serio, pues para ellos el monoteísmo es algo tan inconcebible como un círculo cuadrado. No sucede lo mismo, desde luego, en Occidente. El judío, teológicamente hablando, se mimetiza tanto con nosotros que, según la hipótesis que arriesga el historiador Léon Poliakov,

el antisemitismo no sería otra cosa que la proyección social de la particularísima tensión que resulta del parentesco existente entre el judaísmo y las religiones que originó (Historia del antisemitismo, tomo II, prólogo).

Recuérdese que no estamos investigando ahora las causas que producen el antisemitismo actual, sino las causas que produjeron los primeros antisemitismos, los antisemitismos originales. Esta "tensión de parentesco" habría originado el antisemitismo y luego, ya instalado éste, se cimentaría sobre otras bases cualesquiera, no necesariamente religiosas.
Ante la percepción de un valor o de un grupo de valores, la gente puede responder con amor (respuesta adecuada) o con odio (respuesta inadecuada). Las personas esencialmente inmorales, permanentemente ciegas al universo de los valores, tienden a responder con odio a la visión de un judío, que es, por cierto, un ente portador de grandes valores[1]. Pero el odio no es como el amor, que no necesita de "razones" para manifestársenos; la gente necesita saber "por qué" odia a alguien para poder odiarlo, y es ahí donde comienza la búsqueda de argumentos válidos o de racionalizaciones. Bien sabemos que los argumentos de los neoantisemitas no pasan hoy día por lo religioso, por el tema ese del judío deicida ni por nada que se le parezca, pero todo empezó con la religión, todo se originó con el fenómeno religioso. La gente perversa necesita odiar del mismo modo que cualquier hombre necesita agua y comida, y el odio masivo, el odio de masas, por desgracia para los judíos, recae desde hace siglos sobre ellos y sobre ellos permanecerá sin importar la condición religiosa, militar e incluso económica en que los judíos medren, porque cuando el odio ya está instalado en la gente y apunta hacia un determinado sector (en este caso, la comunidad judía internacional), no depende su eliminación del hecho de que la gente considerada disvaliosa "cambie", de que el judío "se convierta" y reniegue del dios Jehová y del dios Dinero; no es el judío quien tiene que cambiar para que el odio merme, sino el odiante[2]. Mientras el odiante siga siendo odiante, seguirá viendo a los judíos como sujetos odiosos, más allá de si los judíos, o algún judío en particular, son odiosos en el sentido objetivo de la palabra. Yo creo que sí --y perdóneseme la honestidad brutal--, creo que los judíos son actualmente, hasta cierto punto y hablando, por supuesto, en general, odiosos; pero también son valiosos. Está en mí, y no tanto en ellos, la posibilidad de dejar de odiarlos. Para que mi odio desaparezca, necesito una de dos cosas: que me vuelva más bueno yo o que se vuelvan más buenos ellos --y esto último, por el antedicho efecto "arrastre", tampoco es garantía de nada. Es mucho más factible --por una cuestión numérica, no de virtuosismos personales-- que suceda lo primero y no lo segundo; dediquémonos entonces a percibir valores y a enceguecernos ante los disvalores y el antisemitismo morirá... en nuestro espíritu. Que muera en el mundo... ¡eso ya es tarea ciclópea!


[1] "¿Grandes valores? ¿Qué grandes valores?" se preguntará el antisemita. “Los judíos –supo decir Pío Baroja-- han sentido siempre demasiado amor al poder para tener afición a la ciencia o al arte” (Comunistas, judíos y demás ralea, VI). Para responder a esto, basta con echar un vistazo a la lista de los ganadores del Premio Nobel: 172 de ellos son judíos, lo que representa casi el 30% del total.
[2] "En todo grupo humano –comenta Béla Székely-- existe a priori determinada cantidad de odio, en cuanto síntoma característico de la psicología de masas; un odio que en su origen no lleva ningún prefijo antijudío. Ahora bien, sería esta carga de odio preexistente, e incluso inconsciente en muchos casos, la que haría explosión en cada caso concreto, contra los judíos, como también contra todo otro grupo humano [...] que esté entregado sin defensa al ataque, a raíz de sus circunstancias" (El antisemitismo, cap. I, secc. 4).

sábado, 21 de julio de 2012

Retomando el tema del antisemitismo (parte I)

Era San Pablo de la opinión de que cuando el juicio final se acercase, los judíos todos se convertirían a la fe del cristianismo:

Ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo (Romanos 11. 25-26).

Y San Agustín, adhiriéndose a esta idea, la expresa con mayor claridad:

En aquel juicio, o por aquellos tiempos, sabemos que ha de haber todo esto: [la venida de] Elías Thesbite, la fe de los judíos, el Anticristo que ha de perseguir, Cristo que ha de juzgar, la resurrección de los muertos, la separación de los buenos y de los malos, la quema general del mundo y la renovación del mismo (La ciudad de Dios, libro XX, capítulo XXX).

No se sabe muy bien si los judíos se convertirán al ver a Cristo resucitado, o si es la total conversión del pueblo hebreo la que posibilitará este advenimiento, de modo que habría que poner todo nuestro empeño en convertirlos porque de ellos dependería que Jesús se presentase o no. Esto último era lo que opinaba León Bloy, y hasta llegó a escribir un libro en base a esta hipótesis: La salvación por los judíos. El título prometía; ¡por fin --supuse-- un cristiano apologizando al pueblo de Israel en medio del antisemitismo reinante en la Europa del siglo XIX! Pero me equivoqué de cabo a rabo. No es un libro apologético sino todo lo contrario, plagado de pasajes tan crudos como este:

No habiendo retenido de su patrimonio soberano otra cosa que el simulacro del poder, que es el oro, este metal infortunado, convertido entre sus garras de aves de presa en una inmundicia, fue obligado a trabajar a su servicio en el embrutecimiento del mundo. Y en el temor de que este servidor exclusivo se les escapara, lo condenaron ferozmente y se encadenaron a él con cadenas monstruosas que dan siete vueltas a sus corazones, empleando así su despotismo para convertir a su esclavo en instrumento de su propia esclavitud.
Y el alma de los pueblos se contaminó, a la larga, de su pestilencia.
[...] Los pueblos cristianos renegados se entregaron a él, contaminados de la lepra blanca de su sucio dinero, y los poderosos mercenarios, descendiendo humildemente de sus viejos tronos, se arrastraron a sus pies, entre deyecciones.
Así quedó cumplida literalmente, en lo absoluto de la irrisión y del sacrilegio, la profecía del Deuteronomio: "Prestarás entonces a muchas naciones, mas tú no tomarás prestado; tendrás dominio sobre muchas naciones, pero sobre ti no tendrán dominio" (15. 6).
Ese imperio del dinero, que hace parpadear de indignación al blanco vicario de Cristo [...], es aceptado a tal punto por los sublimes desinteresados de la Edad Media, que aquellos que sueñan con la humillación de los judíos están obligados a pedirla en nombre del propio fango, vencidos por la cloaca superior de esos verminosos forasteros.
Sólo los amantes de la Pobreza, los buenos menesterosos de la penitencia voluntaria, si alguno queda, tendrán acaso el derecho de execrarlos por haber oxidado con plata el viejo oro purísimo de los tabernáculos vivientes del Espíritu Santo [...].
Porque es innegable que en este siglo en que su poder de envilecimiento resplandece más que nunca, han hecho bajar diabólicamente el nivel del hombre.
A ellos se debe el triunfo de la moderna concepción del objeto de la vida y la exaltación del crapuloso entusiasmo por los Negocios.
A ellos se debe que esa álgebra de ignominias que se llama crédito haya reemplazado definitivamente al antiguo honor, que bastaba a las almas caballerescas para cumplirlo todo.
[...] Abierto el precipicio, las fuentes puras de la grandeza y del ideal se volcaron en él sollozando. La razón se exfolió como una vértebra enferma de necrosis, y cuando la peste judía llegó al fin al tenebroso valle de los escrofulosos, en el punto confluente donde el tifus masónico se lanzaba a su encuentro, un pujante cretinismo desbordó sobre los habitantes de la luz, condenados así a la más abyecta de las muertes.
Felizmente, los animales ponzoñosos no suelen soltar todo su veneno del que a veces ellos mismos son víctimas, y bien puede ocurrir que Israel se inocule el cretinismo con el cual gratificó al universo (La salvación por los judíos, cap. XXXII).

Hay odio en estos párrafos, odio a granel y exageraciones[1]. Pero también hay algunas verdades. La cuestión judía me deslumbra como pocas, ya lo he dicho, y es que su dilucidación podría coincidir también con la explicación sintética de lo que le anda ocurriendo al mundo en estos días, en estos aciagos días de valores trasmutados.
Confío en volver, a la brevedad y munido de una mayor información, a tocar este tema.


[1] Si aún se abrigan dudas respecto del antisemitismo de Bloy, adjunto este otro párrafo, extractado de su novela autobiográfica El desesperado, pp. 148-9: "El tal señor [...] era una de las tantas carroñas judaicas que se verán, al parecer, hasta la anulación del planeta. La Edad Media tuvo, por lo menos, el buen sentido de acantonar a sus congéneres en zahúrdas reservadas exclusivamente para ellos e imponerles una indumentaria especial que permitía evitarlos. Cuando alguien tenía imprescindiblemente que entenderse con ellos, lo ocultaba como una infamia y luego se purificaba como podía. Y puesto que Dios creía conveniente perpetuar semejante miseria, la vergüenza y el peligro de su contacto eran el antídoto cristiano contra su pestilencia".

jueves, 19 de julio de 2012

Eugenesia: Un paso en falso de Aldous Huxley

Dentro de cualquier nación cuyo promedio de nacimientos esté declinando, hay una tendencia a que la declinación sea más rápida entre los más dotados miembros de la población y más lenta entre aquellos cuya dote hereditaria y de instrucción es más baja. Cuanto más alto es el cociente de inteligencia, menor es la familia; y viceversa. La futura población de Europa occidental y América del Norte estará constituida, mayormente, por los descendientes de las personas menos inteligentes que viven ahora en esas regiones.
Aldous Huxley, Temas y variaciones, p. 208

Yo no sé lo que sea ese famoso "coeficiente de inteligencia", pero para mí, "los más dotados miembros de la población" no son los más inteligentes, sino los más buenos, y éstos sí se reproducen con mayor facilidad que los malos (las familias pobres son siempre más prolíficas que las ricas). Esto desvirtúa la idea que tenía mi amigo Huxley acerca de la posible canallización futura del Primer Mundo, idea falsa por basarse en la también falsa premisa que dice que cuanto mayor coeficiente de inteligencia ostente uno, más bueno es. La intención de aprobar un tipo así de eugenesia que se desliza en este poco feliz ensayo de Aldo es francamente despreciable y va en contra de los ideales de libertad que sé que el autor tenía. Porque del preocuparse por la baja performance sexual de los "instruidos" al preocuparse por la excesiva fertilidad de los "ignorantes" hay un solo paso, y si la eugenesia es, como en la China de hoy, el arte de prohibirles a las mujeres pobres que tengan tantos hijos como deseen, mutilándoles los genitales si no obedecen la orden del todopoderoso Estado, entonces la eugenesia, en vez de mejorar las sociedades, las putrifica. Huxley repara en esto varias páginas más adelante cuando dice, desde la 223, que

aquí un breve paréntesis se impone. En este asunto de la población estamos en medio de un dilema. Porque lo que es bueno para nosotros en un orden, es malo en el otro; y lo que es malo por un lado, por otro lado es bueno. Biológica e históricamente hablando, la familia grande es más normal que la pequeña. Una mujer que ha dado a luz 56 criaturas está "más cerca de la naturaleza" que una que ha restringido artificialmente el número a uno o dos. En los países en donde losnacimientos han declinado rápidamente, ha habido en los últimos cuarenta años un gran aumento en la neurosis y aun en la insania. En parte, este incremento se atribuye a la industrialización y a la urbanización, que, en los tiempos modernos, han estado invariablemente asociadas con una declinación en las nacimientos; en otra parte, aquel control en el nacimiento ha creado normas de vida sexual y familiar que son, en cierto modo, muy poco satisfactorias tanto para los adultos como para la criaturas. Dondequiera que la conducta biológicamente normal ha sido sacrificada en aras de la civilización moderna, tendemos a ajustarnos mal y también a desequilibrarnos. Pero donde las normas de conducta biológica no han sido sacrificadas a la civilización moderna, nos encontramos cada vez más hambrientos, menos libres y en un peligro mayor de estar envueltos en una guerra o en una revolución. ¿En cuál de estos dos cuernos deseamos ser clavados? Para mi manera de pensar, el primero es el menos malo.

¡No, no y no! El hambre, la esclavitud, las guerras y las revoluciones políticas pasan; la insania, en cambio, queda. En una civilización, el orate, y sobre todo el orate socialmente adaptado, típico del Primer Mundo, es un veneno con un efecto residual mucho mayor que cualquier otro tóxico, como el hambre y los demás citados, que se ocupan de perjudicar el exterior del hombre y no tanto su carácter.

domingo, 15 de julio de 2012

Ética de los valores versus ética de los principios

Según cuenta Hannah Arendt, Adolf Eichmann se jactaba de haber actuado "por principios", siguiendo el imperativo moral kantiano, al ordenar el exterminio a través del cual pasó a la historia. Dice que tuvo que reprimir los sentimientos de compasión que sentía por las víctimas para poder cumplimentar su tarea[1]. Sus sentimientos, su percepción sentimental del valor ontológico de las personas que mataba, le aconsejaban desistir, pero sus discernimientos racionales lo incitaban a cumplir con su "deber". Un claro ejemplo --y no menor-- de los desastres que podrían cernerse sobre la tierra si todos guiásemos nuestra conducta por principios y normas y no por sentimientos[2].


[1] Cf. Arendt, H.: Eichmann en Jerusalén, p. 206-209.
[2] Por supuesto que el sentimiento, "ceguera axiológica" mediante, también puede equivocarse y aconsejarnos la crueldad, pero nunca a una escala similar a la equivocación nazi, que necesita de una logística planificada fríamente para plasmarse.




lunes, 2 de julio de 2012

Soy sucio y a mucha honra

 Entre los defectos sociales que se me achacan está el de ser sucio, o, para decirlo con mayor rigorismo, el de no ser lo suficientemente limpio como lo son las personas "civilizadas". Hay que decir, sin embargo, respecto a esto algunas cosas a mi favor. Yo no llego ni por asomo a despreciar el aseo personal como lo despreciaba, por ejemplo, mi admirado conde Tolstoi, cuya esposa debía soportar estoicamente sus despiadados olores porque para él era motivo de orgullo el no bañarse. Yo me baño y me lavo el cabello con bastante asiduidad, pero lo que no se me perdona es el hecho de no hacer de la limpieza personal un culto, de no perder más tiempo limpiando mi epidermis que limpiando mi conciencia; eso es lo que no toleran quienes limpian su alfombra y meten la tierra debajo. Y además hay ocasiones en las que la limpieza entra en conflicto con la moral, es decir, en que hay que optar entre permanecer aseado o zambullirse en la mugre de otros, que eventualmente podría pegársenos. Y aquí voy a citar a Gilbert Chesterton, un pensador que ha comprendido que la impolutez exterior no es necesariamente una virtud, y en ciertos casos hasta puede tomarse como señal de dejadez:

Creo que lavarse es una cosa muy importante que debe ser enseñada a los pobres como a los ricos. No ataco el valor positivo sino el valor relativo del jabón. [...] los modernos [...] transforman al jabón en algo más importante que el alma; rechazan la divinidad cada vez que no equivale a limpieza. Si nos molesta esto tratándose de remotos héroes y santos, lo sentiremos mucho más tratándose de los muchos santos y héroes de los tugurios, cuyas manos sucias limpian el mundo. La suciedad es mala principalmente como prueba de pereza, pero el hecho es que las clases que se lavan más, son las que trabajan menos. En lo concerniente a éstas, la actitud práctica es sencilla; el jabón debería ser recomendado y anunciado como lo que es: como un lujo. Con respecto a los pobres, la actitud práctica tampoco es difícil de armonizar con nuestra tesis. Si queremos dar jabón a los pobres, debemos proponernos deliberadamente darles lujos. Si no los hacemos bastante ricos para que sean limpios, entonces debemos categóricamente hacer con ellos lo que hacíamos con los santos. Debemos reverenciarlos por ser sucios (Gilbert Chesterton, El mundo al revés, nota II).

domingo, 1 de julio de 2012

De ajedrecistas y traductores virtuales

¿Existe un programa de computación tal que, compitiendo frente a frente contra eximios ajedrecistas, frecuentemente los derrote? Esta pregunta, formulada décadas atrás, se respondería en forma negativa; hoy sabemos que tales programas existen y que produjeron un cambio en el paradigma ajedrecístico.
¿Existe un programa de traducciones tal que supere, en fidelidad al texto original y en estilo, al trabajo realizado por eximios traductores de carne y hueso? Hoy respondemos a esta pregunta con un rotundo "no"; pero dentro de algunos años tal vez debamos quitarnos el sombrero ante los ahora detestables traductores electrónicos. Y si este cambio del paradigma traductoril se produjese antes de que mi cabeza deje de funcionar con soltura, mi yo investigativo, que no ha podido ni querido invertir su tiempo en el aprendizaje de otros idiomas, ¡saltará de alegría por haberles ganado una cruenta batalla ideológica a los poliglotistas!