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martes, 26 de marzo de 2013

El nuevo papa y la política


 


Continuando con esta papamanía que se ha desatado en mi país y en menor medida en todo el orbe católico, me permito darle un consejo a Francisco: no te metas en política. Esperar de un papa el apolitismo absoluto sería condenarlo a la inacción, pero tampoco es cuestión de tentarse con esas menudencias que a nada conducen si de espiritualidad se trata. Si el Papa es el continuador del mensaje de Jesús, está claro que debería rehuir de la política tal como él lo hizo. El propio Jesús conminó a uno de los predecesores de Francisco, a Juan Pablo II, a que abandonara esa politiquería barata (barata o cara, da lo mismo) que tanto le atraía; al menos eso es lo que cuenta Fernando Sánchez dragó:

Quede [...] meridianamente clara la evidencia, para todo aquel que no tenga gafas de ciego en los ojos ni ruedas de molino en los oídos, de que la política no me interesó ni --por definición, por congruencia, por lógica de mi doctrina-- podía interesarme nunca y de que, por consiguiente, jamás intervine en ella. Creo haberte dicho [...] que la salvación es siempre individual, nunca gregaria, y no digamos la iluminación, que era, en definitiva, lo único que yo buscaba, proponía y me interesaba (Jesús de Nazaret, citado por Fernando Sánchez Dragó en Carta de Jesús al Papa, p. 139).


Es así: la política y la espiritualidad se repelen como dos imanes con el mismo polo. Entiéndase que hablo de política en tanto militancia, porque ya me veo venir a los que dirán que todo es política, que cualquier relación de un ser humano con otro ser humano viene atravesada, quiérase o no, por la política, lo cual no niego, pero esto nada tiene que ver con el activismo dentro de un comité o partido y con el dedicar nuestros mayores afanes a la tarea del proselitismo. El excesivo celo proselitista nos evade de nuestra obligación primera, que es la del automejoramiento[1].
              Pero si este desmadrado celo proselitista es nefasto aplicado a la política, ¿no será también nefasto aplicado a la filosofía o a la religión? Posiblemente, y entonces yo también corro peligro. No digo que esté mal intentar convencer a los otros de nuestros propios convencimientos, pero no debe ser ésa, ni por asomo, la tarea principal del pensador filosófico. Lo mejor sería que la gente se convenciese de que nuestras razones son valederas como de rebote, sin que nos lo propongamos deliberadamente. Y el Papa Francisco debería dedicarse (como presiento que en buena medida se dedicará) no tanto a dar sermones u homilías, sino a poner en práctica las enseñanzas de Jesús. De este modo, sin siquiera levantar la voz en público, me imagino que se granjearía una buena masa crítica de prosélitos.

[1] Dice Vaz Ferreira "El ciudadano a quien la política no interesa --en lo cual ven algunos, muy erróneamente, una especie de superioridad-- es culpable de una clase de inmoralidad que no es necesario que yo les demuestre. Interesarse por los asuntos públicos, vivir en su país y en su época, no elevarse tanto sobre su medio y sobre su momento histórico que se deje prestar todo servicio práctico y positivo, es un deber absolutamente elemental" (Moral para intelectuales, p. 128). Pero en esta inmoralidad no cae mi apolitismo, que de ningún modo niega las prestaciones de servicios prácticos y positivos; sólo niega la militancia y el encuadramiento partidista, nunca el servicio por sí mismo, que podría realizarse a través de una ONG, o a través de cualquier otra entidad sin fines de lucro que quiera servir a la comunidad, o incluso por propia iniciativa y sin aparato ninguno en que apoyarse.

lunes, 25 de marzo de 2013

Una Iglesia pobre y para los pobres


Me quejaba de que las señales promisorias no habían estado acompañadas de palabras también promisorias; pues bien, las palabras promisorias aparecieron: "¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!", dijo Francisco el próximo pasado 16 de marzo en una audiencia que se celebró en el aula Pablo VI del Vaticano. Ya tengo entonces los gestos promisorios y las promisorias palabras; faltan tan sólo, ni más ni menos, los hechos.

Pero no pequemos de impaciencia. Dijo hace pocas horas el padre Mamerto Menapace: "Si queremos invertir la dirección de una bicicleta, todo lo que tenemos que hacer es girarla. Si queremos invertir la dirección de un trasatlántico, tenemos que realizar delicadas maniobras, llevarlo mar adentro y, muy lentamente, modificar el rumbo". La Iglesia Católica es hoy día un enorme y lujoso trasatlántico, un pesado armatoste que costará frenar, y mucho más costará su viraje. ¡Meditar, ayunar y esperar, recomendaba Siddharta! Esperemos pues. Y tengámosle fe a este gran papa que vino a revolucionar la curia. Recemos por él.

viernes, 15 de marzo de 2013

El nuevo papa y el reparto de la torta vaticana


Hace seis años y medio, en la entrada del día 4/9/6, cité un extracto de una carta de Antonio Machado a Miguel de Unamuno. Allí se quejaba Machado de la declinación que el fervor religioso estaba experimentando en España, fundamentalmente dentro de las capas ilustradas:
                                   
Empiezo a creer que la cuestión religiosa sólo preocupa en España a usted y a los pocos que sentimos con usted. Ya oiría usted al doctor Simarro [...] felicitarse de que el sentimiento religioso estuviera muerto en España. Si esto es verdad, medrados estamos, porque ¿cómo vamos a sacudir el lazo de hierro de la Iglesia Católica que nos asfixia? Esta iglesia espiritualmente huera, pero de organización formidable, sólo puede ceder al embate de un impulso realmente religioso. El clericalismo español sólo puede indignar seriamente al que tenga un fondo cristiano. [...] A las señoras puede parecerles de buen tono no disgustar al Santo Padre y esto se puede llamar vaticanismo; y la religión del pueblo es un estado de superstición milagrera que no conocerán nunca esos pedantones incapaces de estudiar nada vivo. Es evidente que el Evangelio no vive hoy en el alma española, al menos no se le ve en ninguna parte.

Y entonces, sucedió lo inesperado: "Tres horas después de citar estas palabras de Machado, empiezo a ver nuevamente Las sandalias del pescador (1968). La última vez que vi esta película fue hace cinco años, y le digo a quien quiera creerme que yo no sabía que la transmitirían mientras copiaba la precedente cita. Tal vez el Evangelio ya no viva en el alma española, pero aún respira en el alma de Kiril Lakota, aquel papa ficticio que algún día se hará real". ¡El papa ficticio que algún día se hará real! ¿Y es que se ha hecho ya real, que ya tenemos un papa como la gente, es decir, pobre como la gente, como cualquier hijo de vecino, y que recomendará esta pobreza no sólo a sus súbditos en general y de manera abstracta, sino a sus prelados más cercanos y a los banqueros todos que custodian la fortuna de ese pequeño imperio? ¿Será que no sólo Francisco de Asís, sino también Kiril Lakota encarnó en Bergoglio, y se viene ahora una reestructuración total no sé si de los dogmas, pero sí de las finanzas del Vaticano? Esperemos a ver qué pasa; no pequemos de excesiva ingenuidad.
En la película, Anthony Quinn, consagrado Papa, se asoma por primera vez al balcón que da a la plaza de San Pedro y le espeta a los fieles, a boca de jarro, el siguiente discurso:

Estamos en una época de crisis. Yo no puedo cambiar al mundo, no puedo cambiar lo que la historia ya ha escrito. Yo... sólo puedo cambiarme a mí mismo. Y empezar a escribir, con manos inseguras, un capítulo nuevo. Yo... soy el custodio de la riqueza de la Iglesia. La ofrezco ahora, toda nuestra fortuna, nuestras posesiones en tierras, edificios, y grandes obras de arte, para el alivio de nuestros hambrientos hermanos. Y si para honrar esta oferta, la Iglesia debe despojarse hasta la pobreza, celébrese; no alteraré este ofrecimiento. Y tampoco quiero reducirlo. Ahora bien; suplico a los grandes del mundo, y a los pequeños del mundo, que compartan y repartan la abundancia con aquellos que no la tienen.

Leo esto y se me pone la piel de gallina; imagínate tú lector mío cómo se me habría puesto la piel y la cabeza y el corazón si este nuevo papa jesuita-franciscano hubiese dicho algo parecido hace dos días, cuando fue nombrado papa y aceptó serlo. Pero no dijo nada. Hubo, ciertamente, algunas señales promisorias, pero palabras ninguna. ¡Vamos, Cornelio, a no desanimarse! Esto no es una película; y en la vida real, las revoluciones, digo, las revoluciones verdaderas, piden tiempo, no empiezan y terminan en un abrir y cerrar de balcón.
Pero ¡de qué colores me habría puesto si nuestro papa argentino hubiese dicho algo parecido a lo que dijo Lakota!

jueves, 14 de marzo de 2013

¡Un papa argentino! ¡Y se llama Francisco! Esto es demasiado.


Justo ahora, que me vengo reconciliando con el rezo a este Dios panenteísta que maneja mi destino, justo ahora es elegido Papa el cardenal Bergoglio, "el cura que reza", como popularmente se lo conoce debido a su devoción por las plegarias. Y justo ahora, que me encuentro en medio de un trance decisivo, de una disyuntiva que puede cambiar mi vida para siempre: si vender el departamento en donde ahora vivo para mudarme a una casa más amplia y lujosa, con piscina incluso, o si regalar el dinero de la venta a los pobres y quedarme sin casa ninguna, como es lo que debe hacer cualquier cristiano consecuente; justo ahora, digo, aparece Francisco en mi vida, mi santo favorito, mi guía espiritual por antonomasia, reencarnado en este hombre austero que viene a decirme, como le dijo Jesús al joven rico que pretendía seguirlo: "Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes y dáselos a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos". Una persona que cree en las señales, como yo creo, no puede albergar ya ninguna duda acerca de lo que tiene que hacer. Tolstoi no tuvo un papa que lo apoyara en su locura, en su locura de querer seguir la lógica de Jesús hasta sus últimas consecuencias; yo parece que lo voy a tener, y entonces mi locura ya no sería tan locura para los ojos de aquellos que no querían ver. ¡Rezo por vos, bienaventurado Francisco! ¡Que tengas la fuerza y los huevos necesarios para transformar al anticristo desde adentro y convertirlo en la iglesia de todos, en la iglesia de todos los pueblos! Rezo por vos, y a cambio te pido que reces por mí, que intercedas ante Dios para que me otorgue una dotación extra de coraje que me impida marcharme, como el joven rico, cabizbajo y entristecido hacia mi mundo de riquezas en lugar de continuar orgulloso y beato por la senda que Jesús y el Papa, ¡ahora al unísono!, me vienen señalando.

miércoles, 13 de marzo de 2013

El derecho penal y su mayor contraindicación


Podemos individualizar con rapidez la clase de males que nos gustaría reducir a un mínimo; tenemos motivos para suponer que si se prohíben las causas y se refuerza la prohibición mediante sanciones, disminuirá seguramente la frecuencia de esos males en nuestra sociedad (Daniel Dennett, La libertad de acción, p. 181).

Sí, es muy probable que si les prohibiésemos a las personas realizar determinado acto indecoroso valiéndonos de una ley y las amenazásemos con sanciones si no la cumplieren, estas personas cumplan esa ley y se comporten bien en esa circunstancia; pero se habrán comportado bien por obligación, no por deseo, y por lo tanto su deseo de comportarse mal, habiendo encontrado cerrada esa válvula específica, se canalizará mediante otra faceta de su comportamiento, que nadie garantiza que será menos dañina que la que acabamos de clausurar mediante amenazas. Ejemplo: un ladrón de autos se topa con la desagradable novedad de que se ha inventado un dispositivo infalible que electrocuta sin miramientos a todo aquel que maneje un auto sin su correspondiente chip antielectrocución, que es un módulo que se inserta en el cerebro del conductor ni bien compra legalmente su auto. El ladrón de autos, figurándosele ya imposible continuar con su trabajo habitual, ¿se volverá sólo por eso una buena persona y dejará de sentir deseos de robar? Creo que no. Más bien, se dedicará de ahí en adelante a robarles la jubilación a las viejas que salen del banco, delito que a lo sumo le propiciará un carterazo pero nunca una descarga de cinco mil voltios. Ahora bien; ¿qué era mejor, o, para decirlo con mayor propiedad, qué era menos malo: que el ladrón se dedicase a robar a quienes disponen de un cierto poder adquisitivo, como los propietarios de un automóvil, o que se dedicase a sacarles a las viejas el único sustento de que disponían para comprar su comida? Eso, ni más ni menos, es lo que hace todo sistema legislativo coercitivo: protege del crimen al poderoso a costa de canalizar el accionar criminal hacia las capas sociales menos influyentes. Los crímenes contra las propiedades automotrices habrán mermado, pero el crimen, en el sentido lato de la palabra, no habrá decrecido (probablemente habrá aumentado), y se habrá vuelto más insensible socialmente. Y lo más importante: el carácter del criminal no habrá mejorado; todo indica que la coacción de la ley lo habrá empeorado.

lunes, 4 de marzo de 2013

Vigilar y castigar


Toquemos ahora el punto central de la ética de Tolstoi: la irresistencia al mal y la ineticidad implícita en el castigo a los criminales.
Dice Vaz Ferreira:

Cree Tolstoi, sin dejar por esto de execrar el mal, que las penas no sólo no lo remedian sino que lo agravan: que nuestras cárceles están organizadas de tal manera que convierten en habitual lo incidental e intensifican el mal natural: algo así como estufas de crimen. Posiblemente en una buena parte de lo que afirma ha de tener mucha razón; pero padece la ilusión de que si no existieran las leyes, de que si no existieran los gobiernos, de que si no existieran, en el caso especial, las instituciones penales, los códigos, los castigos, las cárceles o lo que pueda sustituirlas, el crimen tendería a disminuir, casi a desaparecer (Moral para intelectuales, p. 69).

¿Eso pensaba Tolstoi? ¿Que sin cárceles el crimen disminuiría? Sin duda abogaba por la eliminación de los presidios, pero no me consta que creyera que sin presidios, la criminalidad disminuiría. Antes al contrario: no habiendo nadie que los controle y los meta presos, los criminales tenderían a reproducirse como moscas o como conejos, y el crimen aumentaría. Pone Vaz Ferreira en boca de Tolstoi el siguiente razonamiento: "Las penas existen, los castigos se aplican, se aprisiona, hasta se mata, y, sin embargo, el crimen sigue existiendo; por consiguiente, la pena no influye sobre el crimen". Y luego, como corresponde, lo critica:

Se comprende que este es un paralogismo. Habría que resolver [...], qué sucedería si no hubiera absolutamente penas; puesto que sería posible y probable, que el crimen en ese caso se multiplicara. Aun en el caso de que sean solamente algunos hombres los que estén destinados a ser criminales, esos mismos hombres, sin penas, es posible que repitiesen indefinidamente sus crímenes; la pena lo impide (ibíd., p. 70).

Correcto: La justicia penal impide que el crimen prolifere.  Pero ¿y los criminales?, ¿la justicia penal impide su proliferación? Pareciera que no; pareciera que la justicia penal, más que hacer disminuir la cantidad de criminales, coadyuva con su  proliferación (las cárceles como "estufas" del crimen). Tenemos entonces el siguiente cuadro: el crimen, merced a la justicia penal, disminuye; pero también, y también merced a la justicia penal y a los presidios que tal justicia recomienda, aumenta la criminalidad, es decir, la cantidad de criminales en potencia. Se van constituyendo, en las diversas sociedades, ejércitos de criminales, sólo que no cometen crímenes, a no ser que estén seguros de que la pena no los alcanzará. Y cuanto más dura, cruel y contundente sea la pena, menos crímenes veremos por las calles (como en las sociedades musulmanas por ejemplo), pero mayor deseo de criminalidad habrá en el corazón de la gente. No se verá el crimen, ni se verán, en rigor, los criminales, pero se sentirán... En el aire se percibirá el hedor psicológico de tales represiones, y lo que se reprime por demasiado tiempo... Por eso digo --independientemente de lo que opinaba Tolstoi en este asunto-- que la cárcel cumple su función a las mil maravillas: elimina buena parte de las acciones criminales al mantener encerrados a todos aquellos que son adictos al crimen y no saben contenerse. Pero cumple su función en el corto y, a lo sumo, en el mediano plazo, mas no en el plazo largo. La represa se llena, el nivel del agua sube, la presión aumenta... y a la menor fisura, toda la aldea se inunda. Guardémonos entonces de seguir atajando el crimen sin atajar las causas de la criminalidad, no sea que terminemos siendo todos potenciales criminales, todos gotas de esa catarata que se asoma por sobre la represa.