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domingo, 26 de mayo de 2013

Diez años con los Kirchners


Perdón por el vuelo bajo, pero aquí viene una nueva reflexión de orden político, y encima sólo atinente los argentinos.
Hoy se cumplen diez años del comienzo de la era Kirchner en la Argentina, los cuatro primeros de la mano de Néstor y los últimos seis a través de Cristina. ¿Qué decir de este gobierno? En principio, que me ha confirmado algunos pensamientos que yo siempre levantaba, por ejemplo el que dice que lo que interesa no es el sistema político que nos toque en suerte sino los valores que ostenten las personas que están a cargo de plasmarlo. Fracasó el librecambismo de Menem en los 90 lo mismo que fracasará el proteccionismo de los Kirchner en estos actuales tiempos, pero no porque el librecambismo o el proteccionismo sean intrínsecamente incorrectos, sino porque quienes los implementan no son personas de bien sino meros oportunistas que buscan tan sólo el lucro personal, o bien poseen ideales, tal vez elevados, pero quedan éstos subsumidos en su afán de lucro. Lo que hizo Menem con nuestro país me causa repugnancia, pero más repugnancia me causa lo que hizo Néstor y lo que está siendo Cristina; porque Menem, debido a sus manejos, terminó desprestigiando al capitalismo, terminó desnudando las falencias de este antipático sistema, mientras que Néstor y Cristina, debido sus manejos, terminarán desprestigiando al populismo, que parecía por fin querer imponerse en América Latina, pero la oportunidad histórica se nos va escapando debido a la codicia de quienes se jactan de beneficiar al pueblo pero evidentemente no se codean con él. Bien miradas las cosas, tanto el capitalismo como el populismo (no coercitivo) son, al cabo, meros síntomas de lo que acontece con el cuerpo social en el que prosperan: si prospera el capitalismo, el cuerpo social está seriamente dañado; si prospera el populismo no coercitivo, el cuerpo social está robusto. El capitalismo no daña a la sociedad, tan sólo indica que la sociedad ya está dañada; el  populismo no coercitivo no coadyuva al bienestar social, tan sólo indica que la sociedad que lo prohíja va bien encaminada en el sentido de beneficiar económicamente a la mayoría de sus integrantes. Cuando el capitalismo fracasa, como fracasó con Menem, me alegro, porque puede ser un signo de que aún no somos tan egoístas; cuando fracasa el populismo me entristezco, porque caigo en la cuenta de que aún no estamos preparados para pertenecer a una sociedad solidaria.
Pero si este gobierno es tan malo, ¿cómo es que ha perdurado durante una década? La explicación de este fenómeno consta de una sola palabra: soja. Si no fuera por la exportación de soja, estaríamos fregados desde hace tiempo; pero este no es un mérito del gobierno, sino una simple coyuntura internacional. ¿Méritos? Los tiene, pero están siendo eclipsados por los deméritos, mucho más numerosos y contundentes que los primeros.
Dos palabras definirán a este periodo Kirchner en lo futuro: demagogia y corrupción. Superaron a Perón en demagogia y a Menem en corrupción, lo cual es decir ya mucho, demasiado.

Ahora, o el año que viene, o el otro, vendrá, inexorable, la crisis. Pero nos recuperaremos con relativa prontitud. Siempre lo hacemos.

martes, 14 de mayo de 2013

Vaz Ferreira y la metafísica

Colocan muchos a Vaz Ferreira, debido a su constante priorización de las fundamentaciones empíricas por sobre las racionales, dentro de la categoría de los pensadores filopositivistas. Yo no lo creo así, porque el denominador común de todo positivismo es el desprecio de la metafísica en el sentido popperiano del término, es decir, de lo que no puede ser probado ni desprobado de manera más o menos contundente, y Vaz Ferreira tenía un profundo respeto por este tipo de interrogantes carentes de respuesta obvia. La metafísica, decía, es "la manifestación más elevada y más noble de la actividad del pensamiento y del sentimiento humanos" (Moral para intelectuales, p. 201). Ahora bien; esta entronización de la metafísica no le obstaba para criticarla cuando se presentaba, incólume y solemne, a través de un sistema cerrado de ideas, y especialmente cuando se arrogaba el derecho de acaparar la teorización de la ética de manera exclusiva, sin acudir en auxilio de los dictámenes positivos. La ética metafísica, librada a sus propias fuerzas, no tiene sustento, y algo parecido sucede cuando la ética se teoriza pura y exclusivamente a través de la experiencia. Pero ya no hablo más; te dejo otra vez en manos del mayor --pues otro no conozco-- pensador filosófico uruguayo:

La moral metafísica tiene un carácter riguroso, claro, preciso; pero, en cambio, sus bases son débiles y conjeturales; los sistemas positivos son mucho mejor cimentados, se basan sobre hechos; en cambio, nunca han alcanzado ni podrán probablemente alcanzar el rigor absoluto y el carácter definido de los metafísicos; ¿qué vale el rigor de los sistemas metafísicos, (hablo de sistemas), si la solidez de los cimientos de esos magníficos edificios es una ilusión?. . . Y es que la metafísica [...] ha cometido el error de tomarse por lo que no es; de tomarse por una descripción o por una explicación precisa.
En el conocimiento humano hay planos cada vez más profundos: nuestra vista puede penetrar más o menos hondo en esos planos; pero, naturalmente, mientras más hondo penetra, más confuso ve. Si representáramos esos planos por una masa de agua, diríamos que es fácil describir y reproducir claramente lo que ocurre en la superficie del agua, y que, entre tanto, allá en lo hondo, ya no se ve: se entrevé, se percibe de una manera confusa, vaga; son sombras que pasan. Si nosotros procuráramos describir lo que pasa allá en el fondo, con la misma claridad y con la misma precisión que lo que pasa en la superficie, daríamos por fuerza una descripción falsa.
Entre tanto, la metafísica debe contribuir ampliamente para la moral ideológica y para la moral afectiva; pero no tanto con teorías y con definiciones, sino con sugestiones y con la inmensa visión de las posibilidades (ibíd., pp. 200-1).

Si esto es correcto, mi teoría ética queda muy bien parada, puesto que el lugar que yo le asigno a la metafísica está recostado en lo práctico, en las decisiones que hemos de tomar en determinado momento, y no tanto en el descubrimiento de las normas, preceptos y valores que aparecen en escena en el momento del comportamiento éticamente deseable, asunto que dejo más bien en manos de la experiencia.

Y con esta nueva, delicada y sugerente hipótesis vazferreiriana me despido de él y de este libro suyo que vengo citando y analizando desde hace unos cuantos días.

lunes, 13 de mayo de 2013

El antirracionalismo ético de Vaz Ferreira

Un nuevo ejemplo del antirracionalismo ético (por llamarlo de alguna manera) de Vaz Ferreira: el peligro de intentar probar, a través de nuestro razonamiento, una proposición que a todas luces nos parece absurda:

...noten la actitud diferente de las dos religiones [la católica y la protestante] hacia el absurdo. La católica, podría decirse que recomienda tragarse el absurdo de una vez y sin sentir su gusto, como los niños los remedios [...]. Pero, una vez que está en el absurdo, como no examina, como no reflexiona, como justamente impone por regla el no examinar ese absurdo, no procurar conciliarlo con la razón, no procurar que el absurdo deje de parecer absurdo, por eso mismo, el resto de la inteligencia puede quedar intacto. ¿Comprenden? Entretanto, en las religiones de libre examen, es necesario probar que el absurdo no es absurdo; no creer el absurdo porque lo es, o aunque lo sea, sino probar, y probarse, que no lo es, y aquí viene la gimnástica intelectual y moral más peligrosa de todas (Moral para intelectuales, p. 199).

Lo absurdo molesta al pensador filosófico, pero lo molesta mucho más si pretende, valiéndose de las luces de la razón, desabsurdizarlo. "Creo, porque es absurdo", tiende a decir (la mayor parte de las veces, solo para sus adentros) el pensador filosófico de orientación católica; el pensador filosófico de orientación protestante, en cambio, niega que el absurdo sea tan absurdo como parece, y entonces ya no razona, sino que racionaliza, y en estas racionalizaciones queda atrapada su razón toda, perdiendo así su independencia, su carácter de libre-pensador. Lleva, pues, las de perder aquel pensador filosófico que sitúa a la razón por encima de cualquier otro mecanismo capaz de hacernos descubrir o entrever determinado cuerpo de verdades, o que directamente niega la existencia de estos otros mecanismos que acompañan a (o disputan con) la razón en estos trances. Todo tiene su por qué, y el principio de razón suficiente se me impone como verdadero en todos sus sentidos y en todo contexto; pero que todo tenga su por qué no implica que estemos capacitados para descubrir este por qué, ni que sea meritorio descubrirlo cuando el punto de partida es un enunciado de miras elevadas, vale decir, metafísicas. Como dice Vaz Ferreira,

el ideal del hombre debe ser sentir, no ya solo por el razonamiento, sino por algo más delicado aún, por una especie de instinto, lo bueno y lo verdadero; hacer, diremos, que nuestra alma sea como un aparato sensible, que sienta y revele lo bueno y lo verdadero como un delicado receptor. Pues bien: con aquella clase de ejercicios, el espíritu tiende a embotarse; pierde su sensibilidad para lo verdadero y lo bueno (ibíd., p. 200).


Así como el exceso de ejercicio físico termina perjudicando al físico ejercitado, también el exceso de racionalismo, o el racionalismo exclusivista, termina perjudicando a la razón. Y así la gnoseología vive --y vivirá por mucho tiempo, me temo-- supeditada a la epistemología, y por lo tanto embotada.

martes, 7 de mayo de 2013

El patriotismo de Vaz Ferreira



Según Vaz Ferreira, el patriotismo es "una substancia muy pura y preciosa, pero muy putrescible". Brillante. Pongo la frase en su contexto:

¿Qué sentimiento más natural y humano que el afecto a seres más semejantes a nosotros o más próximos al idioma que nos es común; a las leyes, tradiciones y costumbres que nos son comunes [...]?
Sin duda, ese sentimiento se puede exacerbar o corromper, y, habitualmente, pasa eso (yo he comparado al patriotismo a una substancia muy pura y preciosa, pero muy putrescible).
Pero, como no es incompatible --en sí-- con la mayor extensión de la fraternidad, no hay por qué [...] imaginar su desaparición aun el más ideal de los progresos...
Nótese que esto de la incompatibilidad de un sentimiento de radio limitado con un sentimiento general humano no se le ha ocurrido a nadie, por ejemplo, en cuanto a los sentimientos de familia, pero podría ser porque en la práctica, mucho más que en los sentimientos de familia, el patriotismo se presenta generalmente como sentimiento exclusivo y hostil; sentimiento de oposición o de lucha...
[...]
Pero esta, no obstante, no es su esencia [...]. En esencia, el sentimiento patriótico no es más que un grado de extensión del sentimiento de simpatía humana perfectamente compatible con los grados, diversos, de menor y mayor radio.
Esto de las radios, da esquema para pensar aquí...
En efecto: hay sentimientos personales; sentimientos de familia; sentimientos de amistad; sentimientos de patria (que en parte se contraen a localidades, a divisiones de la patria misma, y que en parte también se extienden, por ejemplo, a continentes), y hay los sentimientos de solidaridad humana, con los cuales ningún sentimiento de radio menor es incompatible (sin prejuicio de las interferencias entre todas esas ondas de sentimiento) (Moral para intelectuales, pp. 226-7).

La esencia del patriotismo, afirma Vaz Ferreira, no tiene nada que ver con hostilidades ni con xenofobias, sino con el amor al prójimo; y este amor al prójimo, a su vez, no es incompatible con el amor al lejano, o con el amor a la humanidad en tanto que entidad abstracta e idealizada. Comparto plenamente tales postulados y pido que se los compare con unas viejas anotaciones mías que se remontan al 20 de julio del 1997, especialmente la primera nota al pie de aquella entrada (teoría de la "pizza mágica"). En fin, luego de esta apología del patriotismo bien entendido, no me sentiré ya tan inconsecuente con mis ideales cosmopolitas al gritar los goles del seleccionado argentino de fútbol en el próximo mundial del año entrante.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Socialismo, individualismo y derecho de herencia según Vaz Ferreira


Dentro del campo ético-social existen dos tendencias antagónicas: el individualismo y el socialismo. El individualismo considera el esfuerzo individual de cada persona para la consecución de sus objetivos como el factor fundamental del progreso de las sociedades, mientras que el socialismo se recuesta, para esto mismo, en el esfuerzo en conjunto. ¿Y cuál será, entre estas dos, la tendencia que la ética recomienda? Ninguna, o un poco de ambas. Esto lo explica Carlos Vaz Ferreira con su acostumbrada claridad:

Saben ustedes que existen dos grandes tendencias que esquemáticamente se denominan el socialismo y el individualismo. El individualismo es la doctrina que preconiza una repartición de beneficios «natural», proporcionada a los méritos del individuo, de modo que el que vale más, recibe más; el que tiene más actividad, más energía, más inteligencia, el que está dotado de una superioridad cualquiera, recibe las consecuencias naturales de sus actos.
Tal es, justamente, la «fórmula de la justicia» de Spencer: que cada uno reciba «las consecuencias naturales de sus actos»: proporción entre las aptitudes y los beneficios.
Tiende, por ejemplo, el individualismo, a dejar a los hombres la mayor libertad, y a suprimir o a atenuar en lo posible todo lo que sea restricción ó intervención artificial en los fenómenos sociales; entre esta intervención artificial, el individualismo coloca en primera línea la intervención del Estado.
La teoría opuesta, el socialismo, considera en primera línea no al individuo sino a la sociedad; en la práctica, tiende sobre todo a recurrir al Estado para intervenir más ó menos artificialmente en el arreglo natural (ó tenido por natural) de las cosas: a dictar, por ejemplo, leyes, disposiciones que tiendan a producir una repartición de los beneficios diferente, y, según los socialistas, mejor que la que tiende a producirse dejando los fenómenos librados a si mismos.
De estas dos grandes tendencias, cada una tiene una faz que es notablemente simpática y una faz que es notablemente antipática.
La tendencia individualista tiene de profundamente simpático su respeto por la libertad; es tendencia enemiga de restricciones, de intervenciones de todo género. Y tiene de antipático cierta dureza, cierta falta de piedad para los que, en esa lucha por la existencia, sea por falta de méritos ó sea por otras circunstancias cualesquiera, son vencidos. Adolece de una especie de optimismo que no siempre se mantiene en un grado justo ó defendible; y [...] tiende sin duda a presentar atenuados los males sociales y a exagerar la eficacia de los remedios naturales. El socialismo, al contrario, tiene de simpático, para cualquier alma bien hecha, el ser profundamente humano, el satisfacer ó el procurar satisfacer (bien ó mal prácticamente, poco importa) los sentimientos de solidaridad, los sentimientos de humanidad, la compasión, y en cambio tiene de profundamente antipática esa intervención continua de la autoridad, recurso que aparece como necesario para obtener una repartición diferente de la que naturalmente tiende a producirse. En la práctica, el socialismo parece tender fatalmente a la tiranía del Estado que impone, prohíbe, ordena, dicta leyes, llena de restricciones la vida de los hombres, distribuye los beneficios, por ejemplo, apoderándose de ellos y repartiéndolos después con un criterio diferente...
Ahora bien: un alma sincera siente [...] lo que hay de bueno y de elevado en las dos tendencias,  cree [...] que tal vez los hombres no han logrado todavía sacar todo el partido posible de las dos ideas: que posiblemente es realizable una síntesis de ellas, aun cuando todavía no se haya encontrado la manera de hacerla de un modo satisfactorio; y, para el caso de que esa síntesis no fuera realizable, por lo menos esa alma se mantiene en un estado de sinceridad consigo misma y admite lo que hay de bueno en las dos tendencias opuestas (Moral para intelectuales, pp. 175-7).

 Una acotación: si bien es cierto que en la teoría individualista se tiende a suprimir o atenuar la intervención del Estado, se ensalza la intervención de éste en lo que respecta a su tarea de policía o seguridad, de suerte que se viola, según mi criterio, con esta postura el ideal intrínseco del individualismo, el no intervencionismo estatal. Un individualismo consecuente, pues, debería librar al individuo a sus propias fuerzas defensivas, sin esperar nada del Estado en este sentido --y en ningún sentido.
Ahora bien; dentro del individualismo así concebido aparece la doctrina político-económica de los merecimientos individuales, la cual se basa en el siguiente axioma: "A cada quien según sus merecimientos". Según esta corriente, es perfectamente lícito, para el hombre que ha sabido amasarse una cuantiosa fortuna debido a sus propios merecimientos, disfrutarla como se le antoje, y si se le antoja disfrutarla solo y sin repartirla con nadie, estaría en su perfecto derecho, por mucho que a su alrededor se esté la gente muriendo de hambre. Pero existe aquí también otro problema, y es el que se relaciona con el derecho de herencia. En efecto, las teorías individualistas tienden a apoyarse en el derecho de herencia, pero entonces ¿cómo se justifica el traspaso de las fortunas de un padre hacia sus hijos valiéndose del axioma de los merecimientos, siendo que los hijos aún no han hecho nada por merecer estos dineros? Parecería este axioma incompatible con el derecho de herencia; pero por otro lado, el que amasó la fortuna, el padre, ¿no tiene derecho a emplear esta fortuna como se le antoje? Según esta teoría sí, y entonces tendría derecho a legársela a sus descendientes. Todo esto es pura teoría, sin nada de sentimiento. Agreguémosle un poco de sentimentalismo y ya nos daremos cuenta cuál es la solución correcta, esa que la teoría fría y racionalizada no sabe descubrir, o aparenta que no sabe. Y aquí doy paso nuevamente a Vaz Ferreira:

No sería extraño que lo que se llama individualismo, lo que hasta ahora se defiende con el nombre de individualismo, no fuera tal individualismo; dentro del «individualismo», ha sido englobada, por ejemplo, la institución de la herencia; como caso de la herencia, la de la propiedad territorial. Pues bien: cuando dos hombres nacen iguales, y uno de ellos recibe la fortuna de su padre, ¿recibe ese hombre «las consecuencias naturales de sus propios actos»? Un espíritu que esté en estado sencillo y sincero, responde: «No: no recibe las consecuencias naturales de sus propios actos: recibe las consecuencias de los actos de otros». Y es que podría ser que hubiera una tercera doctrina, que podríamos llamar familismo: que cada familia reciba las consecuencias naturales de los actos de sus miembros; y que este sistema, y no el verdaderamente individualista, fuera el representado por nuestras instituciones actuales. Y ello no tendría nada de extraño, si se tiene en cuenta que nuestras instituciones actuales --propiedad territorial, herencia, etc.-- que es lo que el individualismo tiende a defender, nos vienen del derecho romano, que era esencialmente familista. Estas cosas puede tal vez pensarlas ó sentirlas un espíritu libre, pero no las piensa, no las siente un espíritu academizado. Y aquí vienen mis dos ejemplos: Recuerdo que un día, en una mesa examinadora de Derecho, y habiéndome expuesto un estudiante la teoría de Spencer, llegó a justificar muy fácilmente la herencia con la fórmula de la justicia individualista. Efectivamente, si se empieza a razonar por los padres, la herencia queda claramente justificada: cada persona recibe las consecuencias naturales de sus actos, y, una vez que ha acumulado esas consecuencias, en la forma de dinero, por ejemplo, es perfectamente dueña de disponer de esa fortuna, destruyéndola, dándola, ó como sea su voluntad… Pero si, en vez de empezar a razonar por los padres, empezamos por los hijos, ¡entonces resulta algo formidable! Empiecen ustedes a razonar por los hijos: nacen dos hombres, y, al nacer, el que vale más, quizá, recibe las consecuencias naturales de los actos de su padre, que fue, por ejemplo, malo ó inepto, y que lo privó de todo; otro, el que vale menos tal vez, recibe las consecuencias naturales de los actos de otro ú otros individuos (no hay «individualismo», por consiguiente): de los actos de su padre ú otros ascendientes; y queda toda esa generación, diremos, desarreglada: cada uno ha recibido consecuencias que no son las naturales de sus propios actos. Después se produce la lucha, y tiende a producirse la adaptación de las consecuencias a los actos; una vez que ya está a punto de producirse, los individuos son viejos: mueren, y entonces la nueva generación empieza otra vez, nuevamente desarreglada, la repartición desde el punto de vista verdaderamente individualista... Hago, pues, esa objeción al estudiante, que, naturalmente, no me puede contestar: --eso no se contesta; y entonces un distinguido examinador, que estaba a mi lado, me dice: «No hay nada más fácil que responder a su objeción: fíjese usted en que quien ejerce el derecho no es el que recibe el legado, sino el que lega». Y se acabó: ¡queda contestado! Traten ustedes de ir a fondo en este momento; se trata, no de teorías, ni de palabras, ni de sistemas: se trata de hechos, brutales; se trata de algo que será evitable ó inevitable, no sé, pero que es espantoso. El hecho de que un ser nazca igual a todos los demás seres, y no pueda ni habitar en su planeta, es un hecho que debe hacernos sentir; y, lo que debe hacernos sentir, es horror (ibíd., pp. 177-9).

Conclusión provisoria: La teoría individualista --que aun siendo imperfecta, me cae mucho más simpática que la teoría del socialismo coercitivo--, la teoría individualista, si ha de ser consecuente con sus propios principios, debe renegar de la protección policiaca y del derecho de herencia.