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sábado, 26 de diciembre de 2015

El gusto literario de los alemanes

El pueblo alemán, dice Camba, carece de discernimiento, se deja llevar por las narices, respeta a rajatabla el edicto de cada una de las autoridades supuestamente competentes en cada rubro:

El pueblo alemán come lo que le dicen los médicos que es más sano y lee lo que le aseguran los críticos que es mejor. En todas las casas alemanas donde yo he vivido he observado que la servidumbre leía a Goethe y a Schiller. ¿Cultura? No. Es que la portera española que lee a Ponson du Terrail en vez de leer el Quijote tiene un gusto literario, un gusto, malo o bueno, cultivado o no, pero un gusto al fin, y la servidumbre alemana, como carece de gusto, lee lo que le dicen los críticos (“El pueblo alemán”, artículo incluido en el compendio Alemania).



Lo mismo que yo, que cuando carecía de gusto literario leía El castillo de Kafka, no porque me causara placer el leerlo sino porque los críticos decían que era bueno. Ahora, en vez de a Kafka, leo a Camba; mi gusto literario se ha formado y ha evolucionado.

viernes, 25 de diciembre de 2015

Estudiar para sabio

A punto estuvo Julio Camba de tornarse filósofo en su paso por Alemania, pero se asustó de las consecuencias y se marchó:

Si yo no me he vuelto completamente sabio en Alemania, mi trabajo me ha costado. Últimamente, me noté síntomas así como de ir adquiriendo un criterio científico para todas las cosas. Entonces me entró una gran aprensión y me fui. Me fui a reponerme de ligereza y de trivialidad, así como los médicos y los catedráticos vienen a reponerse de pesadez y de ciencia, porque es preciso cuidarse (“Kultur”, artículo incluido en el compendio Alemania).

Yo también intenté, en el 2011, estudiar para sabio, esto es, para profesor de filosofía, pero comprendí a tiempo que tal “criterio científico” y tal solemnidad en la escritura, que es lo que pretenden inculcarle a los alumnos en esos foros, no es algo que la filosofía, per se, necesite, y a mí en particular me dificultaba notablemente mis disquisiciones. Aborté a tiempo y acá estoy, carente de cientificismos, de solemnidades y de sabidurías.

jueves, 24 de diciembre de 2015

El idioma alemán

Las consecuencias del estudio del idioma alemán:

No hace aún mucho tiempo, un muchacho español se volvió loco estudiando alemán. Parece que quiso aprenderlo en tres meses. Cada día se encerraba en su cuarto, durante dieciocho horas, con unas gramáticas enormes y unos diccionarios formidables. Apenas comía y casi no dormía. Sus pocas horas de sueño estaban pobladas de dativos, de acusativos y de verbos irregulares. Los vecinos le oían soñar en alemán. A los dos meses, en esta lucha del hombre con el alemán, el alemán vencía. Nuestro pobre compatriota se volvió loco. Otros se vuelven idiotas, que es peor, y, sobre todo, pedantes. Si yo llego a saber bien alemán sin volverme muy pedante y sin ponerme completamente insoportable, mi mérito será realmente extraordinario (“El insano alemán”, artículo incluido en el compendio Alemania).


Por fortuna, los intentos de mi amigo y profesor Ricardo Maliandi —que Dios lo tenga en la gloria— por enseñarme alemán con un método que, aseguraba, me haría comprender lo básico del idioma en pocos meses (para escribirlo y leerlo, no para hablarlo), por fortuna, considerando las palabras de Camba, dichos intentos cayeron en saco roto.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

La "profundidad" alemana y posmoderna

Un merecido palo al estilo literario de los pensadores alemanes (Schopenhauer y Nietzsche, exceptuados):

Yo no sé si las cosas muy profundas pueden decirse de una manera clara y amena; tal vez tengan alguna razón los que creen que no. Lo indudable es que no son profundas todas las cosas escritas en un estilo bárbaro, y que el hecho de no saber escribir no basta para convertir a un hombre en filósofo. No lo digo por los filósofos alemanes, que, sin duda, tenían grandes razones para escribir de un modo confuso, y entre ellas la de no saber escribir de un modo claro, sino por los que de estos filósofos se limitan a imitar el modo confuso (“Bergson en Alemania”, artículo incluido en el compendio Alemania).


Los pensadores franceses posmodernos, que Julio Camba no llegó a leer (Lacan, Foucault, Derrida, Lyotard, Deleuze), caen, conforme a la última oración, también en la volteada.

martes, 22 de diciembre de 2015

El amor de los alemanes de principios de siglo por el almidón

La civilización alemana, toda de orden y de disciplina, podía representarse en una camisa muy almidonada, con un cuello casi férreo. Nada de espontaneidad en los movimientos, nada de gracia natural. Disciplina y almidón. Recién llegado a Alemania, cuando uno recibe las primeras camisas que le devuelve la lavandera, uno siente de golpe toda la rigidez, toda la inflexibilidad, toda la dureza de esta civilización. Las blandas pecheras y los puños blandos, que le permitían antes a uno toda libertad de acción, han adquirido de pronto una solidez inquebrantable. Uno se mete en la camisa como pudiera meterse en una armadura. Poco a poco va uno perdiendo sus actitudes características, su soltura, su personalidad. Se entabla una lucha terrible entre el extranjero y la camisa. La camisa, tan enérgica y poderosa, la irreductible camisa, es Alemania y el almidón es su espíritu. El cuello postizo desaparecerá de Francia, de España, de Italia; pero los alemanes seguirán usándolo (“El cuello postizo”, artículo incluido en el compendio Alemania).


Cien años después de haber sido escrito este artículo, ya no vemos cuellos postizos tampoco en Alemania. ¿Será que no los vemos porque se les enrigideció a los alemanes el cuello verdadero y el postizo ya queda de más? Esperemos que no.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Características del pie alemán


La planta del pie alemán no tiene curva ninguna. ¡Admirables bases de sustentación! ¡Instrumentos excelentes para pisotear al extranjero! Detrás de un batallón alemán que marca el paso en una carretera, la carretera va quedando perfectamente apisonada. ¡Y qué bien están los alemanes sobre sus pies! Esta gente, lenta y reposada, que no quiere dar brincos, que no quiere hacer cabriolas, que quiere pisar siempre sobre seguro y fijar en la tierra un pie que va a levantar en seguida con tanta solidez como si lo fijase para la eternidad; esta gente, ¡cómo se complementa con estos pies anchos, enormes, planos, definitivos!… (“El pie alemán se transforma”, artículo incluido en el compendio Alemania).


Pero este pie, tecnología mediante, ya no pisotea con tanta prolijidad como en las épocas bárbaras. Ahora se pisotea de otra manera, como bien lo aprendieron los japoneses en Hiroshima. Pie y cabeza mancomunados, solo así se ganan las guerras modernas. Los alemanes, desterrando a Einstein y a tantos otros científicos judíos mucho más inteligentes que todos los alemanes no judíos juntos, demostraron tener muy buen pie y muy poca cabeza.

domingo, 20 de diciembre de 2015

El militarismo alemán

Que el alemán es un pueblo militarista —y, en consecuencia, nietzscheano-- ya lo pensaba Camba en 1914, que es la fecha de redacción de este artículo:

Yo no comprendo completamente a un alemán más que vestido de militar. Es entonces cuando tiene verdaderamente tipo alemán. Sus movimientos, sus actitudes, su mirada, todo armoniza con su traje. Se dijera que ha nacido con el casco adherido a la cabeza, y que por las noches deja la cabeza y el casco a la puerta de su dormitorio para que el asistente se lo bruña todo con la misma pasta y con el mismo cepillo. Un civil alemán es como un militar vestido de paisano. Sus saludos más atentos tienen algo de militar. Sus pasos son perfectamente militares. Es civil toda la vida, como podría serlo por un par de horas. Cuando se saca el sombrero, parece que va a mostrar la cabeza cubierta, de un casco imperial. A veces los alemanes son calvos, y, al descubrirse, estas calvas esféricas y casi metálicas, brillan como cascos. Los movimientos del alemán no son nunca esos movimientos fáciles y espontáneos del hombre civil. Cada alemán parece obedecer siempre a una disciplina invisible, y, en realidad, los alemanes no hacen con verdadera soltura y con verdadera espontaneidad nada más que esos movimientos rígidos y uniformes de los militares. Yo hablaba el otro día de la civilización alemana. Aquí no hay civilización. Todo es militarismo. […] Toda la población alemana es ejército. Unos alemanes van vestidos de militares y otros van vestidos de paisanos; pero todos son militares. (“Carnaval perpetuo”, artículo incluido en el compendio Alemania).


¿Por qué no vieron esto los sociólogos y los políticos europeos de entreguerras para así poder atajarse convenientemente?

sábado, 19 de diciembre de 2015

Otra vuelta de tuerca sobre Nietzsche y el nazismo

Se dice por ahí —y yo escribí varios artículos al respecto— que la filosofía de Nietzsche es bastante compatible con la filosofía del nacionalsocialismo alemán. Julio Camba es más osado todavía. Para él, el nacionalsocialismo alemán es perfectamente compatible con la idiosincrasia del alemán medio, y la filosofía de Nietzsche no hace más que adular a esta idiosincrasia. El nacionalsocialismo era la justa consecuencia de esta idiosincrasia que el alemán medio ostentaba allá por principios del siglo xx (y que esperemos que ya no la ostente, pero estas cosas no sé si desaparecen tan fácilmente). Nietzsche solamente hizo de partera, de comadrona. El pueblo alemán abrió las piernas … y salió Hitler.

¡Nietzsche! Su genio es considerado por muchos un genio latino, mediterráneo. A mí ningún escritor me da una impresión más grande de lo que pudiéramos llamar alemanismo. Su filosofía es la filosofía de este pueblo fuerte, grande, sano, joven y lleno de apetitos. Cada alemán es un nietzscheano, aunque nunca haya leído a Nietzsche. Lo es orgánicamente, por el peso, por la estatura, por los músculos, por el estómago. Cuando un alemán va por la calle –un alemán típico–, parece como si fuera repitiendo la máxima de Nietzsche: «Perezcan los débiles». Y si los débiles no se apartan, pues perecen. «Perezcan los débiles: he aquí el principio de nuestro amor al hombre…» Yo no puedo leer esto sin representarme un batallón alemán en marcha. Todo ejército es un poco nietzscheano, como todo ejército es un poco alemán; pero el ejército alemán es nietzscheano especialmente. […] El alemán es nietzscheano orgánicamente, como lo es el gato con respecto a la rata. La moral de sus músculos, su moral orgánica, es nietzscheana pura, y el genio de Nietzsche es un producto alemán auténtico. Made in Germany (“Nietzsche el solitario”, artículo incluido en el compendio intitulado Alemania. Impresiones de un español).


Y lo más revelador de todo es que este artículo fue escrito antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial, cuando Hitler era apenas un pobre pintor fracasado. Además de un gran articulista, Julio Camba fue un estupendo sicólogo social.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Las musas y la naturaleza

Dispongo ahora (durante los fines de semana) de una hermosa casa emplazada en un barrio cerrado, en donde las aves, las luciérnagas, la vegetación y el aire puro me invitan a vivir de un modo inédito respecto de mi anterior domicilio, situado a metros de una ruidosa autopista. Este contacto con lo natural, ¿facilitará, cuando me dedique a escribir allí, mi labor, o será un factor neutro, que ni atraerá a las musas ni las expulsará de mi presencia? Preguntémosle a Camba si ha podido inspirarse con mayor esmero cuando se encontró rodeado de naturaleza no artificiosa:

Si yo tuviera una casita a orillas del mar, o bien en la falda de una montaña, ante un paisaje de esta y esta manera, ¡qué bien trabajaría allí! Esto nos decimos todos, y, sin embargo, yo, por mi parte, nunca he trabajado más a gusto que en plena redacción, ante un compañero que hace chistes y pide pitillos, o que en un antrillo sórdido, debajo de una teja, en el quinto piso de una calle de mucho tráfico, llena de bocinazos, de pregones y de toda clase de ruidos. En plena Naturaleza soy hombre muerto. […] ¡Dios bendiga a esos hombres que ante el espectáculo de la Naturaleza sienten el deseo irresistible de escribir […] y que, para confeccionar un artículo de tres cuartos de columna, creen necesaria la colaboración del mar, del cielo, de los árboles y de los pájaros! A mí la Naturaleza me produce una sola inspiración: la de dormir, la de no escribir artículo ninguno. […] Yo no comprendo que la Naturaleza inspire a los escritores y que no inspire, por ejemplo, a los cerrajeros. Es decir: eso de que frente a la Naturaleza un escritor sienta el deseo irresistible de hacer un artículo, me parece igual que si un cerrajero sintiera en el mismo caso el deseo irresistible de hacer una cerradura. Porque los artículos y los dramas, los versos y las novelas tienen generalmente con la Naturaleza una relación semejante a la que pueda tener la cerrajería. No nos hagamos ilusiones. La literatura no es, como creen muchos literatos, una cosa tan grande y tan bella como el mar o como el cielo; a lo menos, la literatura que hace todo el mundo. (“Un sitio para escribir artículos”, incluido en el compendio Maneras de ser periodista).


Demoledor. No esperemos, pues, que las entradas de este diario mejoren en cantidad y calidad a medida que comiencen a redactarse desde San Matías.

jueves, 17 de diciembre de 2015

El periodismo que no perece

Siempre consideré al periodismo como un género menor dentro del mundo literario, primero por su carácter mercenario, por necesitar el periodista de una paga como incentivo para mover su pluma, y segundo porque tiende a ocuparse de lo actual, en desmedro de lo importante. En relación con lo primero Julio Camba no fue la excepción, pero sí lo fue muchísimas veces para lo segundo con su sana costumbre de olvidarse de la diosa Actualidad para detenerse en otros considerandos no perecederos. Sus mejores trabajos, los que hoy perduran y perdurarán por siempre gracias a las varias compilaciones que se han hecho y se siguen haciendo, son aquellos que no se detienen en el ahora sino que investigan lo universal y lo eterno, o sin llegar a tanto, se ocupan de cosas más universales y más eternas que la condecoración del mariscal Nosecuánto.

He adquirido la facultad de convertir todas las cosas en artículos de periódicos. Ya pueden ustedes darme las cosas más absurdas: un gabán viejo, un par de gemelos de teatro, una máquina de afeitar, un pollo asado, una mujer bonita… De cada una de esas cosas yo les haré a ustedes una columna de prosa periodística, o, si ustedes lo prefieren, les haré la columna de todas esas cosas juntas. El articulista es algo así como el avestruz. El avestruz lo convierte todo en cosa de comer y lo digiere todo: el articulista lo reduce todo a un artículo de periódico (“Cómo escribo los artículos”, incluido en el compendio titulado Maneras de ser periodista).

Sí, un pollo asado y un gabán viejo son conceptos más eternos y más universales que una circunstancial condecoración o un paquete de medidas económicas, y en los artículos de Camba, para nuestro deleite, hay más pollos y más gabanes que en el resto de los artículos periodísticos que yo haya sabido leer. Por eso este periodista y su manera de hacer periodismo perduran, mientras que los demás articulistas se hunden junto con sus artículos en el oscuro anonimato ni bien transcurren tres o cuatro meses de aparecida la publicación. Hay que consumirlos frescos, porque si no se pudren. Con Camba sucede muy otra cosa[1].




[1]  “Hubo un tiempo —decía— en que lo más semejante al periodismo era la industria piscícola. Usted podía ponerse indistintamente a pescar noticias o a pescar sardinas y, cualquiera de las dos cosas que pescase, tenía que negociarla, forzosamente, en un término de veinticuatro horas. Transcurrido ese plazo, en efecto, las sardinas empezaban a dar demasiado olor y las noticias se pasaban del todo. Había que buscar un procedimiento que permitiese conservar indefinidamente en buen estado ambas mercancías y, por doloroso que ello resulte para nuestro orgullo profesional, debemos reconocer que, mientras los piscícolas encontraron varios, nosotros, los periodistas, todavía no hemos encontrado ninguno. No sabemos salar, prensar ni siquiera ahumar nuestras noticias; no hemos dado con el modo de ponerlas en aceite o en salmuera y, como no podemos, tampoco, llevarlas a ninguna cámara frigorífica, de ahí el que nuestro negocio dé tan poco de sí. […] Yo, sin embargo, no renuncio a la idea de que alguien, en nuestra profesión, encuentre un día el modo de deshidratar las noticias, o de someterlas a cualquier otro tratamiento que, de efímero y transitorio, las transforme en permanentes y duraderas” (“El periodismo y la pesca”, artículo publicado en el diario ABC del 21/11/1942, citado en el compendio Maneras de ser periodista). Y él mismo lo encontró, encontró el modo de ahumar, de deshidratar, si no las noticias mismas, al menos los artículos periodísticos, para que lleguen hasta nosotros, sabrosos y nutritivos, después años y años de haber sido concebidos. ¡Felicitaciones!

lunes, 14 de diciembre de 2015

Literato pobre, literato rico

Preguntábanle a Julio Camba — famoso periodista español de la primera mitad del siglo xx — por qué, en determinado momento, había dejado de escribir y desaparecido de las redacciones, si tenía tanto dinero como para darse el lujo de evitar el trabajo literario por diez meses sin que su economía se resintiera, a lo que Camba respondió:

En general, mis compañeros suponen que no escribo porque tengo mucho dinero, y yo quisiera salir al paso de esta hipótesis al reanudar mis tareas de escritor […]. No, queridos compañeros. Si yo me he pasado diez meses sin escribir, no ha sido porque la Fortuna me haya hecho objeto de su predilección, sino, al revés, porque, no habiéndose dignado acordarme sus favores, yo no podía invertir mi tiempo en una ocupación tan ruinosa como la de cultivar las letras. Para cultivar las letras yo creo que hace falta tener tanto dinero como para cultivar el yachting o para coleccionar cuadros antiguos […]. La literatura no debe producir, sino costar. Debe ser un entretenimiento de ricos, y yo no abandono la esperanza de poder muy pronto, en unión de ustedes, dedicarme enteramente a ella (“Hace diez meses”, artículo publicado en el diario El Sol el 16/9/1925, incluido en el compendio titulado Maneras de ser periodista).

Me gustaría no coincidir con este punto de vista. No con eso de que la literatura no debe producir sino costar, porque siempre me pareció correcta esa postura, sino con lo que viene después, con lo de que para poder escribir a pata suelta es necesario disponer de un colchón de morlacos; pero la realidad es que poco a poco me voy olvidando de mi época de escritor pobre y ya voy necesitando, imperativamente, tornarme rico para volver a escribir con fluidez y gallardía.
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