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jueves, 5 de febrero de 2015

La filosofía universitaria según Schopenhauer


Ingenios sórdidos y mercenarios, poco o nada solícitos con relación a la verdad, se contentan con saber según sea estimado comúnmente el saber, poco amigos de la verdadera sabiduría, ansiosos de fama y su reputación, ávidos de aparentar, poco preocupados de ser.
Giordano Bruno, Del infinito, universo y mundo

Lo primero que hago, luego de que los dos gruesos volúmenes de los Parerga y Paralipomena de Schopenhauer cayeran en mis manos (o mejor dicho en mi computadora, puesto que son ediciones virtuales), lo primero que hago es leer el ensayo titulado "Sobre la filosofía de la Universidad" que hace rato venía buscando infructuosamente, porque sé que Schopenhauer es de mi grupo, del grupo de los que entendemos que no es correcto lucrar con la filosofía, entre otras aberraciones más o menos importantes que cometen la mayoría de los profesores de filosofía universitarios. Y me doy de inmediato a la tarea de citar los pasajes que considero más relevantes; por ejemplo este, con el que me siento plenamente identificado, siendo como soy --o como era-- un ratón de biblioteca:

Los que se aman y han nacido el uno para el otro se encuentran fácilmente: las almas afines se saludan ya de lejos. En efecto, a un individuo tal le estimulará más poderosa y eficazmente cualquier libro de un filósofo auténtico que caiga en sus manos de lo que pueda hacerlo la exposición de un filósofo de cátedra (Parerga y Paralipomena, tomo I, 149[1]).

Nuestra sana curiosidad, nuestros ojos ávidos de saber, serán siempre mejores guías que los profesores. Dice también a continuación que "en los institutos se debería leer aplicadamente a Platón, que es el más eficaz medio de estimular el espíritu filosófico", algo que también suscribo, pues a mí me ha sucedido exactamente así. Leer los diálogos platónicos y enamorarme de la filosofía ha sido en mí todo un mismo proceso.
No duda Schopenhauer de que la filosofía universitaria tenga sus ventajas, pero entiende que éstas son superadas

por el perjuicio que ocasiona la filosofía como profesión a la filosofía como libre investigación de la verdad, o la filosofía por encargo del gobierno a la filosofía por encargo de la naturaleza y la humanidad (149).

Tal filosofía por encargo era dirigida, en el siglo XIX, por la Iglesia:

Mientras se mantenga la Iglesia solo se podrá enseñar en las universidades una filosofía de esa clase que, concebida con continua atención a la religión nacional, en lo esencial corra paralela a esta; y por lo tanto —en todo caso con figura enrevesada, extrañamente adornada y así difícil de comprender— en el fondo y en lo principal no sea más que una paráfrasis y apología de la religión nacional (150-1).

Hoy en día esta crítica no corresponde o corresponde poco, puesto que los contenidos universitarios, a excepción de las universidades que dependen de la Iglesia, no son interceptados en forma directa por ella. Pero no por eso cae el comentario de Schopenhauer en saco roto; otras fuerzas ideológicas han llegado en el siglo XX para remplazar aquella influencia: la corriente posmoderna en Europa continental y la analítica del lenguaje en Inglaterra y los Estados Unidos. El dogma cambia, la orientación unívoca permanece.
Un nuevo palo para los profesores a sueldo:

Por lo regular, que sea posible un ahínco tan verdadero y puro en la filosofía ningún hombre puede soñarlo menos que un docente de la misma; al igual que el Papa suele ser el cristiano más incrédulo. Por eso es sumamente infrecuente que un auténtico filósofo haya sido a la vez un docente de la filosofía (151).

Dice "sumamente infrecuente", pero no imposible. Una de las magnas excepciones a esta regla es, para Schopenhauer, Immanuel Kant.
En la época en que Schopenhauer escribía la filosofía universitaria alemana respondía, además de al interés de la Iglesia ya mencionado, también al interés del Estado. Y el mayor apologista del Estado alemán (e, indirectamente, también de la Iglesia alemana según Schopenhauer) era Hegel:

A quien [...] le quede aún alguna duda acerca del espíritu y finalidad de la filosofía universitaria, que contemple el destino de la pseudofilosofía hegeliana. ¿Acaso le ha perjudicado que su pensamiento fundamental fuera la ocurrencia más absurda, un mundo establecido en la cabeza, una bufonada filosófica, que su contenido fuera la más estéril y vacía palabrería que jamás haya satisfecho a las cabezas huecas, y que su exposición en las obras del propio autor sea el galimatías más enojoso y disparatado, y hasta recuerde los delirios de los manicomios? ¡Oh, no, ni en lo mínimo! Antes bien, durante veinte años ha prosperado y se ha hecho lucrativa como la más brillante filosofía de cátedra que alguna vez devengó sueldos y honorarios, y de hecho se ha proclamado en toda Alemania, a través de cientos de libros, como la cumbre de la sabiduría humana finalmente alcanzada (154-5).

Oír cantar a los roncos o ver bailar a los paralíticos es penoso; pero oír a una mente limitada filosofando es insoportable. Para ocultar la carencia de pensamientos reales algunos se montan un imponente aparato de largas palabras compuestas, intrincadas retóricas, periodos interminables, expresiones nuevas e inauditas, todo lo cual junto presenta una jerga todo lo difícil que sea posible y que suene erudita. Sin embargo, con todo eso no dicen nada: uno no recibe ningún pensamiento, no siente incrementado su conocimiento sino que ha de suspirar: «el traqueteo del molino lo oigo, pero no veo la harina»; o también se ve con demasiada claridad qué pobres, vulgares, triviales y burdas opiniones se esconden tras la grandilocuente ampulosidad (169).

Casi todos los jóvenes contemporáneos están tan infectados de hegelianismo como de sífilis; y así como este mal envenena todos los humores, aquel ha echado a perder todas sus capacidades espirituales; de ahí que hoy en día los eruditos más jóvenes sean en su mayoría incapaces de ningún pensamiento sano ni de ninguna expresión natural. En sus cabezas no existe un solo concepto de nada, no ya correcto, sino ni siquiera claro y definido: la confusa y vacía verborrea ha disuelto y confundido su capacidad de pensar (178).

Ya no existe (ni existirá ya nunca más, creo y espero), ni en Alemania ni en ningún otro país, una autoridad filosófica tan indiscutida como lo fue Hegel en su momento. Sin embargo, existen otras pequeñas autoridades, aquí y allá, no totalmente indiscutidas pero sí muy veneradas y a cuya veneración los profesores de filosofía en general contribuyen. Aquí en la Argentina por ejemplo (y creo que en toda Latinoamérica ocurre lo mismo), el gurú filosófico de moda es Nietzsche. Buena cantidad de profesores universitarios se arrodillan ante su altar, y la prosternación, en filosofía, nunca es aconsejable. Porque nadie acepta de buena gana que se destrone a su Dios; y entonces, cuando algún pensador se acerca con una buena nueva que contradice parcial o totalmente los designios de su antecesor, se trata por todos los medios de ocultarlo para que no interrumpa el sagrado ejercicio de la diaria genuflexión:

¡Oh, qué será de ti, mi pobre Juan del desierto, cuando, como es de esperar, lo que tú ofreces no esté concebido conforme a la tácita convención de los señores de la filosofía lucrativa! Te verán como a uno que no ha comprendido el espíritu del juego y amenaza así con estropeárselo a todos; por lo tanto, como su enemigo y adversario común. Aunque lo que tú trajeras fuera la mayor obra maestra del espíritu humano, nunca podría caer en gracia a sus ojos. Pues no estaría concebido ad normam conventionis y por lo tanto no sería de tal clase que pudieran convertirlo en objeto de su exposición de cátedra para también vivir de ello (159).

Sí, vivir de ello, vivir de la filosofía, eso es lo que realmente molesta, pues "las más altas aspiraciones del espíritu humano nunca son compatibles con el lucro: su noble naturaleza no se puede amalgamar con él" (167). Estamos en presencia de "la antigua lucha de los que viven para un asunto con los que viven de él" (160). No se puede amar a Dios y a las riquezas, decía Jesús; análogamente, nosotros decimos que si se vive para la filosofía no se puede vivir de la filosofía (y viceversa).
Dios y las riquezas se oponen; la verdad y el mundo, también:

¿Cómo podría el que busca un honrado sustento para sí, su mujer e hijos, consagrarse al mismo tiempo a la verdad? Una verdad que en todas las épocas ha sido una peligrosa compañera, un huésped mal recibido en todas partes, —y que, probablemente, por eso se la representa desnuda, porque no lleva nada consigo, no tiene nada que repartir sino que quiere ser buscada solo por sí misma. A dos señores tan distintos como el mundo [Welt] y la verdad [Wahrheit], que no tienen nada en común más que las iniciales, no se les puede servir al mismo tiempo: el intento conduce a la hipocresía, al disimulo, a la doblez (163-4).

 Por eso es que

 desde siempre muy pocos filósofos han sido profesores de filosofía y, proporcionalmente, aún menos profesores de filosofía han sido filósofos; por eso se podría decir que, así como los cuerpos idioeléctricos no son conductores de la electricidad, tampoco los filósofos son profesores de filosofía (161).

¿Por qué? Porque el filósofo escapa de la vanidad, mientras que al profesor de filosofía, en la mayoría de los casos, la vanidad es lo que lo mueve a dictar cátedra:

Casi nada obstaculiza más el logro real de conocimientos fundados o profundos, es decir, llegar a ser verdaderamente sabio, que la continua necesidad de parecerlo, el alarde de aparentes conocimientos ante los discípulos ávidos de aprender y el hecho de tener siempre una respuesta preparada para todas las preguntas imaginables (161).

El motivo por el cual Immanuel Kant escapó a este destino, digo, el de no poder ser filósofo siendo profesor, radicó en que "muy sabiamente, mantuvo separados en lo posible el filósofo y el profesor, al no exponer en su cátedra su propia teoría" (162). Y es claro que "la filosofía de Kant habría sido más grandiosa, resuelta, pura y hermosa si no hubiera estado revestida de aquel carácter profesoral" (162). Me permito aquí discrepar con Schopenhauer, y es que no creo que Kant haya sido un filósofo en el sentido en que yo defino esta palabra. Pensador filosófico sí, y de los más insignes, pero no filósofo.
Define Schopenhauer al verdadero filósofo (por ejemplo Platón, Aristóteles, Descartes, Hume, Malebranche, Locke, Spinoza y Kant, según su opinión) como aquel que piensa para sí mismo, en contraposición al profesor, que piensa para otros. Cito el párrafo en su contexto; es un poco extenso, pero de gran vuelo intelectual y poético:

La primera condición de los logros reales y auténticos en la filosofía, como en la poesía y las bellas artes, es una tendencia anómala que, contra la regla de la naturaleza humana, en lugar del afán subjetivo por el bienestar de la propia persona establece uno totalmente objetivo dirigido a una producción ajena a la persona y que, precisamente por eso, con gran acierto es denominado excéntrico y de vez en cuando es también caricaturizado como quijotesco. [...] Tal orientación espiritual es, desde luego, una anomalía sumamente infrecuente pero, precisamente por eso, sus frutos redundan en beneficio de la humanidad en el curso del tiempo; porque, afortunadamente, son de una especie que se puede conservar. Más en concreto: los pensadores se pueden dividir entre los que piensan para sí mismos y los que piensan para otros: estos son la regla; aquellos, la excepción. Los primeros son, por lo tanto, pensadores autónomos por partida doble y egoístas en el más noble sentido de la palabra: solo de ellos recibe enseñanza el mundo. Pues solo la luz que uno mismo se ha encendido ilumina después a los demás; de modo que lo que dice Séneca en sentido moral: "Es preciso que vivas para otro si quieres vivir para ti mismo", vale de él a la inversa en sentido intelectual: "Es preciso que pienses para ti si quieres haber pensado para todos" (162-3).

Reporta el profesor de filosofía cierta utilidad, pero los perjuicios que acarrea a los alumnos pesan más en la balanza, y

hasta me inclino cada vez más a opinar que sería más provechoso para la filosofía que dejara de ser un oficio y no volviera a aparecer en la vida civil representada por profesores. Es una planta que, como la rosa de los Alpes y las flores de los despeñaderos, solo crece al aire libre de la montaña y, por el contrario, degenera con los cuidados artificiales (167).

El profesor universitario, lo sepa o no lo sepa su conciencia ordinaria, ha perdido, debido a las fuerzas externas que operan sobre su pensamiento, la imparcialidad propia del librepensador, y

para rendir tributo incondicional a la verdad, para filosofar realmente, a las muchas condiciones se añade inexcusablemente la de ser independiente y no conocer ningún señor [...]. Al menos, la mayoría de aquellos que produjeron algo grande en la filosofía se hallaron en ese caso. Spinoza fue tan claramente consciente del tema, que precisamente por ello rehusó la plaza de profesor que le ofrecieron (206).

Protestan los catedráticos afirmando que si no se cobrase dinero por impartir conocimientos, la filosofía sería enseñada, y los libros de filosofía escritos, solamente por personas económicamente acomodadas, como era el caso del propio Schopenhauer. Sin embargo, "el auténtico filósofo es por naturaleza un ser frugal y no necesita mucho para vivir con independencia" (207); este filósofo austero podría obsequiar sus conocimientos gratuitamente y luego mendigar su sustento diario, tal como lo hacía Sócrates, o tener otra actividad remunerativa paralela y escribir sus libros sin intención de lucro, tal como lo hacía Spinoza. No hay, pues, excusas honorables que le permitan al pensador filosófico lucrar alegremente con sus conocimientos:

Yo sería partidario de que la filosofía dejara de ser una profesión: el carácter sublime de su afán no es compatible con eso, como lo supieron ya los antiguos. No es en absoluto necesario que en cada universidad se mantengan unos cuantos charlatanes triviales para quitar a los jóvenes de por vida las ganas de toda filosofía (207).

Y cita en su apoyo a Voltaire:

Las personas letradas que mayor servicio han prestado al escaso número de seres pensantes repartidos por el mundo son los eruditos aislados, los verdaderos sabios, encerrados en sus gabinetes, que no han argumentado en las bancas de la universidad ni han dicho cosas en mitad de las academias: y esos han sido casi siempre perseguidos (Diccionario filosófico, artículo "letras, gentes de letras").

Concluye Schopenhauer que

toda ayuda que se ofrece a la filosofía desde fuera es por naturaleza sospechosa. Pues el interés de aquella es de clase demasiado elevada como para que pudiera entablar una franca relación con este mundo de bajos sentimientos. En cambio, ella tiene su propio norte que nunca se oculta. Por eso, dejémosla en libertad sin ayudas pero también sin obstáculos; y no demos al serio peregrino consagrado y dotado por la naturaleza, en su camino al elevado templo de la verdad, un compañero al que en realidad no le importa más que un buen alojamiento y una buena cena: pues es de preocupar que, a fin de desviarse en dirección a estos, ponga a aquel un obstáculo en el camino (208).

Esto no significa que tengan que cerrar las universidades. Lo ideal sería que se siguiese dictando cátedra, pero bajo los siguientes lineamientos:

Teniendo en cuenta únicamente el interés de la filosofía, considero deseable que toda la enseñanza de esta en las universidades se limite estrictamente a la exposición de la lógica en cuanto ciencia cerrada y estrictamente demostrable, y a una historia de la filosofía desde Tales hasta Kant, que se explique completamente succincte y se curse en un semestre, a fin de que, debido a su brevedad y carácter sinóptico, deje el menor lugar posible a las opiniones propias del señor profesor y se presente simplemente como guía de un futuro estudio personal (208).

Así, los futuros pensadores egresarían prestamente de la universidad, y no saturados de dudosos conocimientos, sino ávidos de los esenciales a la naturaleza de un filósofo y munidos de las herramientas apropiadas para su disección. El autodidacta ya no disparataría tanto, y el profesor ganaría en humildad. ¿Que hay alumnos que necesitan más de un semestre para comprender la lógica y asimilar la historia de la filosofía? No, no los hay. Ese semestre constituirá un filtro que decantará a las personas que nacieron para la filosofía de aquellas otras que no están capacitadas para la empresa. No se puede pedir a la universidad que forme como filósofo a una persona que no tiene pasta para ello. El objetivo actual de la universidad --cuyo deseo es que desborden las aulas-- es propagandear la tabula rasa y afirmar con toda soltura que cualquiera puede llegar a ser un buen filósofo si estudia, se lo propone con convicción y sus profesores lo auxilian. ¡Craso error! No se puede sacar aceite de las piedras. Muchos son llamados, pero pocos son escogidos.

Los señores tienen, desde luego, buenas razones para atribuir lo máximo posible a la educación y la instrucción; e incluso, como realmente hacen algunos, para negar por completo los talentos innatos y atrincherarse por todos los medios contra la verdad de que todo depende de cómo uno haya salido de las manos de la naturaleza, qué padre le ha engendrado y qué madre lo ha concebido, y hasta a qué hora; por eso uno no escribirá ninguna Ilíada si ha tenido por madre una gansa y por padre un pasmarote; tampoco aunque estudie en seis universidades. Sin embargo, no es de otro modo: la naturaleza es aristocrática (209).

Siempre se ha dicho, y creo que con justa razón en la mayoría de los casos, que los críticos literarios son escritores frustrados, escritores sin talento. Resta decir ahora que los profesores de filosofía suelen ser filósofos frustrados, personas que creían poder llegar a comprender el entramado del mundo de manera más o menos competente y, al no darles la cabeza para tanto, se han tragado como pudieron los seis años de la licenciatura y se han conformado con ser profesores, vale decir, críticos filosóficos. El que nace para pito...
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[1] La numeración corresponde a la nomenclatura erudita de los Parerga y Paralipomena.