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martes, 28 de abril de 2020

Los sucesores de Heidegger


Si ya no existe un centro y se reconoce que existen tantas formas de entender, interpretar, concebir y escribir la(s) historia(s) como pueblos, grupos, tendencias, comunidades o naciones haya, [...] entonces se puede decir que es válido y correcto interpretar que la muerte de millones de judíos, gitanos, comunistas, etc. en los hornos de la muerte alemanes del Tercer Reich fueron fruto de una casualidad mal calculada […]. Por encima de interpretaciones o sobreinterpretaciones está la existencia humana, y esta, a mi modesto modo de ver, no es relativa: un asesinato es un crimen de lesa humanidad, lo cometa Hitler, Stalin, Obama o el Papa de Roma.
Jesús Turiso, El ser genuflexo como condición posmoderna

Alguien que comprendió cabalmente lo que implica levantar la sospecha de que la filosofía de Heidegger es nazi, comenta con tono de preocupación:

Al poner el dedo en la llaga de la innegable fundamentación en el pensamiento de Heidegger del posmodernismo, y del “desconstruccionismo” como su más deslumbrante modelo, resultó irresistible atacar a la base fundamentadora, es decir, a Heidegger, como intrínsecamente nazi con el propósito de desacreditar, no tan solo al pensamiento heideggeriano en su conjunto, sino también a toda la dependiente filosofía francesa de vanguardia contemporánea como políticamente peligrosa. De esta manera, la demonización de Heidegger prometía convertirse en un genial golpe propagandístico con profundas implicaciones ideológicas en la lucha por el control y dominio de los centros mundiales de producción cultural. Desprestigiar a Heidegger significaba mucho más que un mero ajuste de cuentas con la historia de las ideas, significaba también, y de manera mucho más importante, socavar los cimientos más sólidos de la vanguardista filosofía francesa contemporánea (Francisco Gil Villegas, "Heidegger y el nazismo de Farías, o la agenda oculta por desacreditar un pensamiento superior", artículo fechado en el 2001, en línea).

Yo no sé si Farías se sentía más molesto con la filosofía de Heidegger o con la de sus seguidores, pero en lo que a mí respecta, tanto la una como las otras me aparecen como gigantescos (en el caso de Heidegger) o pequeños (en el resto) castillos en el aire, que pueden estar bien o mal fundamentados pero que al estar en el aire, indefectiblemente quedan a merced del empuje de los vientos de la verdad, que terminarán sacándolos del centro de la escena y arrumbándolos en el más oscuro rincón de los futuros libros de historia de la filosofía. Cuando uno ve personajes indeseables por las aceras, y se pregunta quién es el padre, y le responden que el padre es más indeseable todavía, uno tiende a emprender la batalla contra el padre más que contra los hijos, porque seguramente los hijos no serían lo que son si no fuera por el padre que así los educó. Tal vez los posmodernos, quién sabe, de no haber existido Heidegger habrían sido pensadores bastante interesantes. Heidegger es el padre de la criatura, y la criatura se llama filosofía latina del siglo XX. Quien quiera darle batalla a esta filosofía y correrla de escena no tendrá que batallar uno a uno contra todos los referentes de la misma: solo con noquear a Heidegger, el resto caerá detrás como piezas de dominó. Así de sencilla es la cosa y hay que aprovecharlo: el atacante no tiene la culpa de que todas aquellas corrientes de pensamiento provengan de una única y podrida raíz.

8:49 P.M.
En la misma línea que Gil Villegas, escribe Alain Badiou (o Barbara Cassin, o alguna otra persona, es un libro confuso):

Toda la creación filosófica francesa de las décadas de 1930 a 1970, una creación de la cual puede decirse, sin exagerar, que fue mundialmente reconocida y a veces dominante, mantuvo una relación esencial, aunque fuera crítica, con la empresa de Heidegger. Basta con mencionar a Sartre, Merleau-Ponty, Lautman, Derrida, Foucault, Lacan, Nancy, Lacoue-Labarthe [...] para entender de qué se trata. Acometer con la más extrema violencia contra Heidegger también es —es sobre todo— arreglar cuentas con esta gloriosa secuencia filosófica, que fue el momento de una relación fuerte entre el trabajo conceptual y la política revolucionaria bajo todas sus formas. Hay un mediocre aspecto revanchista —aliado, como suele suceder, a una pulsión reaccionaría— en el deleite que encuentran algunos en descubrir las bajezas del pensador (Heidegger. El nazismo, las mujeres, la filosofía, pp. 18-9).

Coincido con lo que aquí se afirma desde el comienzo de la cita y hasta que aparece la palabra “gloriosa”; ahí salgo corriendo despavorido. Después se afirma que todos aquellos pensadores adictos a Heidegger realizaron un “trabajo conceptual” que contribuyó a la “política revolucionaria”. Si contribuyó, no se notó: Francia es uno de los países más capitalistas de occidente. Y es que esta gente, bajo las apariencias de un izquierdismo radical, con sus imprecisiones lingüísticas y sus engañifas historicistas le hicieron y le siguen haciendo el caldo gordo al sistema que, por fuera, pretenden atacar, como bien lo denunciaron hace ya tiempo Alan Sokal y Jean Bricmont en sus Imposturas intelectuales[1]. La izquierda necesita gente que hable claro, no emborronadores pirueteros[2]. Y por supuesto que hay deleite cuando se demuestra lo que uno viene presintiendo desde hace tiempo: el desabrimiento de un barco que hace agua por todos los rincones y cuyos marineros (barco alemán, marineros franceses) intentan tapar los agujeros con goma de mascar. Pero no es un deleite egoísta lo que uno siente, sino el goce de quien sospecha un mejor futuro para el pensamiento académico de aquí en adelante a partir del mutis por el foro de todos estos personajes. Por último, que quede claro que yo no pido (como parece que pidió Emmanuel Faye ante un periodista) que retiren los libros de Heidegger de las bibliotecas de filosofía. ¡No, quemar los libros de Heidegger jamás! Primero, porque sería una actitud nazi, y estaríamos cayendo en lo mismo que Heidegger aprobaba, y segundo y principal, porque si desaparecen los libros de Heidegger ¿cómo vamos a demostrarles a los aspirantes a filósofos del futuro lo bajo que cayó el siglo XX en esta materia?


[1] (Nota posterior.) Véase, sobre este libro, la entrada del 1/5/20.
[2] El mensaje fino de los posmodernos, por las características del lenguaje que utiliza, lo asimilan solamente los alumnos y los profesores especializados, pero la idea central que protege, la de la relatividad de los valores y la necesidad, debido a esta relatividad, de disfrutar de un hedonismo sin culpa del aquí y el ahora, esta idea sí que ha calado hondo en el pueblo y ya es parte de la idiosincrasia de las mayorías. De ahí que la filosofía posmoderna no sea tan inofensiva como podría serlo cualquier otra que limite la difusión de sus contenidos a un grupo selecto de intérpretes.

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