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miércoles, 18 de mayo de 2011
¿Es éticamente deseable el aumento del poder adquisitivo de la clase baja no indigente?
Según Zygmunt Bauman, “la riqueza total de los primeros 358 millonarios globales, equivale a la suma de ingresos de los 2300 millones de personas más pobres, es decir, el 45% de la población mundial”. De aquí concluye que “si los 358 decidieran quedarse con cinco millones de dólares cada uno para poder mantenerse y regalaran el resto, casi duplicarían los ingresos anuales de la mitad de la población de la tierra. Y los cerdos volarían" (La globalización, cap. 3). Pero supongamos, sólo supongamos, que el milagro de los cerdos voladores acaeciese ; ¿sería éste un suceso éticamente deseable? Así como está planteado el paradigma sociológico actual, este suceso sería catastrófico, pues los ex indigentes se lanzarían a un desenfrenado consumo que haría del planeta, ecológicamente hablando, un nido de ratas. Lo único que mantiene a la tierra más o menos habitable hoy en día es la desigualdad social, el mantener a los pobres alejados de aquellos bienes que las clases medias y altas disfrutan. Si queremos, pues, evitar que la basura y el cáncer nos arrinconen y a la vez evitar el espectáculo siempre triste de la marginalidad extrema, no nos queda otra que modificar el paradigma de la sociedad de consumo y habituarnos a pensar en una sociedad de ascetismo y restricciones materiales, al modo, más o menos, de las comunidades rurales de la edad media. A pesar de la aparente retrogradación, el progreso entero de una cultura de avanzada que pretendiese incluir en sus filas a los elementos hoy marginales a ella depende casi exclusivamente de que se concretice, dentro del inconciente colectivo, este tipo de pensamiento a contrapelo del vulgar hedonismo que ahora nos gobierna.
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