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domingo, 21 de agosto de 2011

La supervivencia de la especie humana dependería de las mujeres

Nuestra felicidad y nuestra independencia perderánse, si la mujer no admira en lo sucesivo sino el oro de la fortuna y el esplendor del poder.
Juan José Virey., La mujer bajo los puntos de vista fisiológico, moral y literario, p. 200.

Muchos comprenden que la sociedad actual va camino a desintegrarse, pero pocos aciertan a ver las razones de este fenómeno, una de las cuales es la que acabo de transcribir. Como ya dije en alguna otra ocasión, el perfeccionamiento de la especie humana depende de que los hombres logren aparearse con la mujer de la cual están enamorados, y viceversa. Esto es lo ideal, y como todo lo ideal, rara vez se da en este momento y en este planeta. Bajemos entonces un escalón y metámonos en el mundo animal propiamente dicho, en el cual las especies no eligen a su pareja por amor sino por el atractivo físico o espiritual que les despierta. Pero ¿quién elige a quién? Se dice que es el macho quien decide, pero mí me parece que la mayoría de las veces es al revés. Cuando dos mamíferos luchan por el derecho al apareamiento, ¿el que gana elige a la hembra o más bien la hembra elige aparearse con el más fuerte y valiente y desprecia al más débil y cobarde? Por más lucha que haya ganado, si la hembra no quisiese aparearse con él, sencillamente iría en busca del derrotado, pues rara vez los mamíferos someten a sus hembras en contra de su voluntad. La lucha la propone la hembra, no los machos, pues aunque no la presencie sabe que quien se le acerca es el ganador, el más valiente, y con él es con quien ella decidió aparearse: la hembra es la que decide. Ora por la valentía demostrada, ora por la fortaleza, una que otra vez por la belleza, a veces por saber cortejarla y seducirla correctamente... y unas pocas veces, sólo en contadas especies, como sucede con determinados tipos de arañas, la hembra no accede al coito si no le traen un obsequio material, en este caso un apetitoso insecto al que licuará y succionará con gula mientras el macho hace lo suyo. Ahora bien; en este mundo de hoy en el que resulta poco menos que utópico ver a un matrimonio enamorado, al menos se podría esperar de las mujeres que se inclinasen ante los machos más fuertes o más valientes, o ante los más bellos, o ante los más seductores... La recombinación genética no sería en estos casos tan generosa como lo es con un hijo cuyos padres se aman, pero bue..., algo es algo. La fortaleza, la valentía, la belleza, el poder de seducción..., todas éstas han de ser virtudes no dignas de desprecio que serían heredadas por las nuevas generaciones. Y sin embargo... ¿eligen las mujeres de hoy al hombre más fuerte, o más valiente, o más hermoso, o más seductor a la hora de aparearse? No hablo de aparearse sólo por el placer de hacerlo, porque ahí sí seguramente optan por hombres de características similares a las descritas; hablo de la elección que realizan las mujeres a la hora de formar una familia y procrear, que es lo que importa con vistas al futuro de la especie. Aquí es donde las mujeres gritan al unísono: ¡necesito un hombre con mucho dinero!, poniendo en evidencia que a veces la intuición no es suficiente para ocultar la idiotez. Y así tendrán hijos que no heredarán de su padre ni fortaleza, ni valentía, ni belleza ni poder de seducción. Sólo heredarán monedas, monedas que a su vez utilizarán ellos, cuando crezcan, para conquistar a sus mujeres, o mejor dicho a sus arañas.
Repito las palabras de Virey: "Nuestra felicidad y nuestra independencia perderánse, si la mujer no admira en lo sucesivo sino el oro de la fortuna y el esplendor del poder"[1]. Y será así nomás. La especie humana va en camino de perder su felicidad y su independencia. O más que perderlas, las cambiará. Entregará la felicidad a cambio del oro; entregará la independencia a cambio del poder. Pero no seamos pesimistas: esto no podrá durar demasiado. Las mujeres son las que deciden, y con un poco de suerte algún día se les pasará la fiebre y comenzarán a elegir a favor del amor y la naturaleza y en contra de los débiles, de los cobardes, de los feos y de los frígidos representados fielmente por los ricos y los poderosos[2].


[1] (Nota añadida el 7/2/3.) El admirable Jean Jacques Rousseau ya se había percatado de este peligro un siglo antes que Virey: "No vemos bien las ventajas que nacerían en la sociedad de una mejor educación prodigada a la mitad del género humano que gobierna a la otra. Los hombres harán siempre lo que guste a las mujeres: si queréis que lleguen a ser grandes y virtuosos, pues enseñad a las mujeres lo que es la magnanimidad y la virtud" (Discurso sobre las ciencias y las artes, nota 3 de la segunda parte).
[2] El 10/1/98 el diario Clarín publicó en su página 56 una nota intitulada "Para qué sirven los machos de todas las especies", en la cual se resume una teoría del señor William Hamilton acerca del paso evolutivo que llevó a los seres vivos a reproducirse sexualmente mediante dos individuos diferenciados. Hamilton afirma que a medida que un ser se hace más complejo estructuralmente, otros seres más sencillos se parasitan en su interior y conspiran contra su salud. Si el individuo parasitado se reproduce por partenogénesis, o sea sin el concurso de un gameto masculino, la nueva generación no presentará grandes mutaciones con respecto al individuo madre, y a su vez los parásitos, que se reproducen con mayor rapidez, pudiendo existir varias generaciones de ellos en el mismo período en que el parasitado tuvo una sola, tendrán más chances de mutar su estructura genética y hacerse más virulentos, lo que llevaría al individuo complejo a enfermarse o morir. La única forma de sostener la batalla es mutar constantemente aumentando la resistencia inmunológica, y la mejor forma de garantizar mutaciones constantes es la reproducción sexual diferenciada, o sea la que necesitan de la unión del gameto masculino con el femenino de dos individuos diferentes. Considerando las cosas así, se podría decir que en un principio sólo existían individuos de sexo femenino, y que el sexo masculino fue "inventado" por el femenino sólo como una herramienta de desparasitación necesaria para las especies cuya estructura se había hecho muy compleja. Esta función de desparasitación regiría también en la actualidad y en las especies más evolucionadas. Así, la hembra que se aparea con el vencedor de una batalla entre los machos lo elige porque ha demostrado ser más fuerte y es probable que sus anticuerpos sean mejores que los del macho derrotado; o si lo elige por algún rasgo estético, como un colorido plumaje o una enorme cornamenta, lo hace sospechando que quien se ve saludable y bello por fuera es también saludable por dentro, y la hembra opta por ellos para favorecer mutaciones de resistencia en su progenie. La lucha por mutar más rápido que el adversario se mantendría entonces equilibrada: los parásitos se generan con mayor rapidez, pero como son asexuados no mutan con facilidad de generación en generación, mientras que los individuos complejos se reproducen más lentamente, pero al provenir de dos individuos y no de uno, la recombinación genética les da grandes chances de poder mutar hacia una forma más resistente valiéndose para esto de un número relativamente pequeño de generaciones.
Todo esto está muy bien compensado mientras las hembras se adapten a su papel de electoras del macho más resistente, pero ¿cuál sería el destino de una especie cuyas hembras, lejos de aparearse con los machos mejor dotados inmunológicamente, deciden masivamente ofrecer sus favores a los machos mejor dotados... económicamente? Si estos últimos resultan ser a su vez portadores de genes estoicamente resistentes a las invasiones parásitas, salvada está la humanidad, pero lamentablemente no tenemos ninguna prueba que relacione directamente la riqueza de los hombres con su capacidad inmunológica. Por el momento, esta singular malformación del instinto sexual femenino no ha llegado a masificarse al punto de poner en peligro la salud de la especie toda, pero no hay que descartar para el futuro un aluvión mundial de epidemias relacionadas con inmunodeficiencias congénitas si es que esta tendencia que hoy sólo impera en las mujeres de las clases económicamente media y alta logra ganar adeptas en las clases baja e indigente, que son las que más influyen a la hora de procrear nuevas generaciones.

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