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domingo, 27 de mayo de 2012

LA TORTURA DEL SEÑOR CHOTAPIRI

El señor Chotapirí se jactaba de cumplir al pie de la letra ese sabio precepto ético que dice que no hay que hacerles a otros lo que no deseamos que otros nos hagan. En eso pensaba cuando se fue a dormir a su habitación en esa noche que amenazaba tormenta. Y soñó. Soñó que se hallaba en un bosque inmenso y agradable, rodeado de una tranquilidad enaltecedora que aplacaba cualquier espíritu. Buscando qué comer, se internó en la vegetación y avistó una brillosa manzana que parecía pender de la nada. La tomó con sus manos y procedió a hincarle el diente, pero en ese preciso momento la manzana se transformó en un clavo grueso y puntiagudo que fue a incrustársele justo en medio de las amígdalas. (La señora de Chotapirí recuerda muy bien ese día porque su marido, dormido como estaba junto a ella, ensayó un alarido ensordecedor que "salió de su alma misma, no de su garganta".) De la cabeza del clavo nació una larga cadena. El señor Chotapirí se sirvió de ella para intentar deshacerse de su dolor, jalando la con fuerza y rogando a Dios que la cadena le arrancase la razón de su tormento. Pero no lo logró; el clavo estaba muy arraigado. Decepcionado, y atemorizado tanto por el sufrimiento como por la ignorancia de no saber qué ocurría, se dejó caer sobre la hierba del bosque. Parecía que el dolor lo abandonaba, o como que ya se había acostumbrado y no lo sentía, cuando de repente la cadena se tensó y comenzó a querer llevárselo. Al principio se resistió, pero cuanto más se oponía más se agudizaba el suplicio, y además llegó un momento en que la cadena se tensaba con tanta fuerza que ni siquiera rodeando a los árboles con sus brazos lograba impedir el éxodo.
El arrastre duró unos pocos segundos, pero al señor Chotapirí le parecieron lustros. Cuando comprendió que era inútil luchar, simplemente caminó hacia donde la cadena lo llevaba. Pero los tirones dejaron de ser lentos y uniformes y se hicieron despiadadamente convulsivos, y a partir de ahí ya no pudo incorporarse.
La cadena continuó con los sacudimientos hasta llevar al señor Chotapirí hasta los confines del bosque. Más allá de la vegetación estaba la playa, y más allá de la playa, el mar.
El señor Chotapirí iba tragando arena mientras se arrastraba zigzagueante por los médanos, abierta su boca cual draga que hace huella en tierras secas. Pero la ingesta de arena no era su mayor inquietud: la cadena se perdía en el mar, y hacia el mar lo llevaba.
Desesperado, el señor Chotapirí logró ponerse de rodillas y avanzar unos metros en dirección opuesta a la marea. Pero sólo gracias a un respiro que se tomó la cadena. Instantes después, su cuerpo ya estaba en el agua.
Chapoteó y chapoteó sin parar para evitar ahogarse, pero la cadena lo llevaba cada vez más hacia la hondura, hasta que sintió que no hacía pie. Nadando un poco en la superficie, lograba respirar, pero enseguida la cadena lo lanzaba aguas adentro, y se ahogaba. Sin importarle los desgarramientos de su garganta, braceaba en contra de la fuerza que lo sojuzgaba buscando las burbujas de aire que llegaban detrás de las olas, pero al fin todo fue profundidad y agua salada.
Contuvo la respiración todo el tiempo que pudo. Luego comenzó a inflamarse, a llenarse de agua los pulmones.
En eso estaba cuando divisó quién era el causante de la sucia maniobra. La cadena era jalada por un horrible y gigantesco monstruo que vivía en las profundidades marinas. La expresión de la inhumana bestia era terrorífica, pero también se adivinaba en ella una cierta insipidez: ojos enormes, redondos y sin párpados que miraban fijamente a ninguna parte; boca también redonda que abría y cerraba sin cesar como si todo el tiempo quisiese pronunciar una "o" que nunca salía de sus labios; cabeza descomunal pero finita... Chotapirí se dio tiempo para suponer, en medio de su agonía, que aquella criatura era mucho más estúpida que él, a pesar de que era él quien estaba en la trampa.
Así murió, ahogado ante la vista de su asesino. Un asesino frío, tonto y malo. Sus últimos pensamientos tuvieron que ver precisamente con eso: ¿es una casualidad que todos los tontos y feos sean malos?, se preguntó antes de tragar el último sorbo de agua.
Pero al tiempo que moría, despertaba. Se alivió hasta el infinito al comprender que todo había sido una pesadilla, y que lo que había él vivido no podría vivirlo ningún hombre sino en sueños. Después le contó a su esposa lo soñado, y ésta le comentó que hacía escasos instantes había él gritado de un modo escandaloso. El señor Chotapirí le dijo a su amada que seguramente el mal sueño había sido causado por la comida ingerida esa noche. "Nunca más cocines pescado para la cena", le dijo. Luego se volvió a tapar con la sábana, giró hacia la pared y se posicionó para seguir durmiendo. Pero al rato se volvió sobre su esposa, y, con gesto serio, abrevió y a la vez extendió el mandato: "Nunca más cocines pescado". Y entonces sí se durmió tranquilo.

martes, 22 de mayo de 2012

Teoría de la inversibilidad digestiva


Si cuando ingresamos alimentos por el primer eslabón del aparato digestivo (la cavidad bucal), éstos, mediante un proceso químico, salen por el eslabón terminal de dicho aparato (el ano) convertidos en excremento, de la misma forma, si introducimos por nuestra boca una cantidad apreciable de excremento, éste saldrá por el ano transformado en alimento.

Revolucionaria teoría que terminará de una vez por todas con el problema del hambre y la desnutrición infantil.
La hipótesis está siendo estudiada desde tiempos muy remotos en nuestros laboratorios. Ya son tantos los ensayos y experimentos acerca del tema que no dudamos ni un instante en la veracidad de nuestra afirmación. Sin embargo, aún no pudimos demostrar nada a la sociedad por carecer de voluntarios que accedan a ejemplificar la teoría.
Pero vayamos por partes; no es tan sencillo como parece. Cuando ingerimos un alimento, éste sufre la extracción de sus elementos nutritivos por parte del organismo para luego transformarlos en sangre. Entonces, lo que llamamos excremento, que sale después al exterior, es el alimento sin sus nutrientes.
Cualquier persona que haya leído la teoría sin ponerse a razonarla hubiese pensado que bastaba con ingerir un poco de caca para que se convirtiera en comida, pero no es así. Si degustáramos un sorete proveniente de un bife de chorizo, por ejemplo, luego de esperar el proceso de digestión inversa observaríamos que por nuestro ano salen pedazos de grasa, nervios y algún que otro trozo de carne en dudoso estado, pertenecientes todos al bife anteriormente citado. Todo lo que se rescató del churrasco fueron sus partes carentes de sustancias nutritivas, ya que lo demás había sido asimilado por el organismo.
Eso mismo sucederá con excrementos de cualquier otro tipo (clase). Lo que necesita la fecal materia para ser ingerida con resultados positivos es que se le devuelvan las vitaminas, minerales y proteínas que el proceso digestivo normal le ha quitado. Será entonces todo muy fácil, pues actualmente se conocen de cualquier alimento todos los nutrientes que lleva y en qué cantidad.
Pongamos ahora el ejemplo de materia fecal proveniente de un pastel de naranja. Si la comemos tal como la hemos defecado sucederá algo similar que con el churrasco. Nuestras investigaciones revelaron que para que el proceso tenga un exitoso resultado deberá incorporársele al excremento una cantidad de vitamina C semejante a la del pastel, más pequeñas dosis de otros nutrientes provenientes de los demás ingredientes (azúcar, crema, etc.). Si los nutrientes se agregan en la proporción justa, no tendremos más que comerlo y esperar la digestión inversa para que, al evacuar, veamos no sin asombro que de nuestro ano asoman porciones completamente desparramadas del pastel antedicho. El alimento estará destrozado, pero mantendrá todas las propiedades nutricionales de cuando fue creado por primera vez. Esto sucede debido a que, cuando comemos el excremento con nutrientes, éste se dirige al estómago como si fuera un alimento común y los elementos químicos de nuestro organismo se preparan para extraer sus productos nutritivos, pero al ingresar la caca a la cavidad estomacal los nutrientes que lleva consigo no pueden ser extraídos por los jugos gástricos debido a que están protegidos por los complejos elementos químicos pasivos que tiene la mierda. Lo que resulta de la conjunción de los elementos químicos activos del estómago y pasivos del excremento es la naturalización de los nutrientes, conjuntamente con la transformación del resto del sorete en alimento.
Seguramente el proceso interno es de difícil entendimiento para cualquier ser de razonamiento normal, pero no para nuestros químicos, quienes merecen todo el crédito por descubrir este juego de transformaciones que además de combatir la desnutrición creará nuevas fuentes de trabajo, como seguramente lo serán las PVE (plantas vitaminizadoras de excrementos), complejas industrias en donde ingresarán toda clase de desperdicios humanos, y por qué no animales, para que luego manualmente con maquinaria especializada se les agreguen sus correspondientes compuestos nutricionales.
Es necesario que quede perfectamente claro que el ingerir excrementos vitaminizados no alimenta; lo que nutre es la comida que nacerá por nuestros cantos y que volveremos a saborear.
Muchos afirman que el costo de un sorete vitaminizado de espinacas, por ejemplo, será equivalente al costo de la propia espinaca. Puede ser que esto suceda al principio, pero cuando la idea se masifique los precios serán insignificantes debido a que la materia prima (la caca) es gratis y las vitaminas son de un costo mucho menor al de los alimentos, ya que se agregarán en muy pequeñas cantidades.
Se verá cómo en un futuro no muy cercano, cuando comiencen a escasear los alimentos en la Tierra, los sanitarios tendrán cloacas que desagoten directamente en las plantas vitaminizadoras de excrementos, con lo que además de combatir el hambre este proyecto hará mermar la contaminación de ríos y mares.
Es sabido que para el año 2000 y pico, época en la que se calcula comenzará a escasear el alimento, se fabricarán pequeñas cápsulas con vitaminas comprimidas que bastarán para alimentar el organismo de las personas. Esto está muy bien, pero si nuestra teoría es aceptada, el placer de saborear un suculento puchero o un sabroso pollo al horno permanecerá hasta esa época. No queremos pastillas químicamente tratadas ni vitaminas comprimidas, queremos en el futuro continuar deglutiendo manjares verdaderos. Y lo vamos a lograr, así tengamos que comer mierda por el resto de nuestros días...

Grupo Prosaico Mancomunado, diciembre de 1987

lunes, 21 de mayo de 2012

Teoría de la sobreocupación de neuronas

Nuestro cerebro posee una cantidad innumerable de neuronas. Son realmente muchísimas, pero no son infinitas. En su vida, una persona adquiere conocimientos todos los días, los cuales se van alojando en las diferentes neuronas que no están ocupadas por conocimientos anteriores. En la mayoría de los casos, las neuronas de un ser humano promedio bastan y sobran tranquilamente para acumular los conocimientos que dichos seres reciben en toda su vida, pero si alguna persona llegara a asimilar una cantidad de experiencias extrañas a su ser mayor que la cantidad de neuronas de que dispone, a partir de ese momento al mencionado sujeto se le borrarán de su mente todos los conocimientos anteriores al que rebasó el cerebro.

Esta es una de las teorías que ha sido comprobada y que los hombres de ciencia en realidad aceptan, pero temen difundirla en público por el siguiente motivo, ¡a saber!: estos señores están aterrados con la idea de que, si la hipótesis saliera a la luz, las personas, atemorizadas por la misma, dejen de adquirir conocimientos y este mundo se llene de ignorantes. Pero sucede que, en lo que no reparan, es en que esto se podría evitar, ya que hubo síntomas que se reiteraron en los pocos casos que se conocen en toda la historia del humanidad, y si esas desafortunadas personas hubieran estado enteradas de esta teoría y de los síntomas que la preceden, habrían detectado la “enfermedad” y alejádose de ella, cosa que podría suceder con futuras víctimas.
Los síntomas de que una persona está a punto de llegar al momento crítico se manifiestan de la siguiente manera: el sujeto en cuestión se mostrará extraño, distraído, pero el detalle que lo delatará se producirá cuando duerma, que es el único momento del día en el cual una persona no es proclive a adquirir conocimientos. En dichos momentos, las personas que se encuentren cerca de la futura víctima podrán percibir claramente cómo la misma vocifera y hasta grita frases o cualquier otro tipo de concepto incorporado no hace mucho tiempo a su cerebro, como ser, de tratarse de un científico, fórmulas matemáticas, o si el desdichado es un artista, filósofo o similar, se escucharán frases o narraciones de imágenes asimiladas últimamente. Estos síntomas tan claros no son más que un impulso del cerebro que pugna por desalojar los últimos conocimientos adquiridos, previendo lo que en definitiva le está por suceder: su saturación.
Los “sueños hablados” se repiten aproximadamente durante diez o quince días antes de que el proceso de sobreocupación llegue a su culminación.
Otro síntoma que, a diferencia del anterior, será notado por el enfermo, radica en que esta persona sentirá que ya no tiene la misma velocidad mental para razonar y asimilar los conocimientos. Será así que, faltando uno o dos días para el desenlace fatal, a la víctima le tomará aproximadamente cinco horas interpretar un chiste de Quino en la revista de Clarín y no las dos horas que lo tenía acostumbrado. Pero no se deberá llegar a ese extremo, porque faltando pocas horas para la saturación sería prácticamente imposible salvarlo.
Y porque no sólo somos genios, sino que también somos humanos, no nos quedamos en la fácil. Podríamos, tranquilamente, enunciar esta extraordinaria teoría y esperar que la fama y el dinero nos caían desde arriba mientras los afectados por la misma se retuercen de impotencia. No sólo no buscamos fama ni honores, ya que no nos damos a conocer ni lo haremos nunca, sino que además de ser humildes buscamos el mejor destino para la humanidad, a la que odiamos, pero no por eso queremos destruir.
Por lo antedicho, y para que nadie se aterre de Nuestra revolucionaria hipótesis, hemos trabajado también en la solución para que nunca más una persona vuelva a ser víctima de esta extraña patología. Y lo hemos logrado!!!
Cuando a una persona que conozcamos comiencen a sucedérsele los síntomas nombrados, sobre todo el de los “sueños hablados”, procederemos de inmediato con los siguientes pasos, siempre lo más rápido posible y tratando de convencer a la víctima de que lo que se le hará será por su bien, tratando de no explicarle más nada para que no siga acumulando cosas en su marote. Luego de las breves explicaciones, el sujeto será llevado a un cuarto pequeño y sin ventanas y se lo colocará en posición horizontal sobre una cama, sillón o similar, siempre buscando su comodidad. Se le vendarán los ojos y se le colocarán tapones en los oídos, así como también cintas o sogas que lo sujeten contra la cama.
Deberá permanecer en esas condiciones como mínimo por un mes y durante ese tiempo nunca deberá estar solo. Siempre habrá alguien con él para alimentarlo y para atenderlo en sus necesidades fisiológicas, así como para auxiliarlo si intentara alguna medida drástica víctima de la incómoda situación que atravesaría.
Se dijo que el tratamiento sobrepasa los treinta días, pero en realidad el tiempo exacto para terminarlo llega cuando el hombre deja de hablar de sus conocimientos durante la noche. Esto por lo general ocurrirá al mes, pero es probable que ese periodo se extienda incluso hasta los seis meses.
Es preciso que durante toda la convalecencia no se le hable ni una sola palabra. Sí se recomienda hacerlo hablar al individuo y demostrarle que no está solo.
No se hizo hincapié en la primera parte del tratamiento, pero sin duda es primordial que el paciente comprenda que lo que se le está haciendo es por su bien. Para ello es necesario que quienes inicien el tratamiento sean personas apreciadas y si es posible queridas por el enfermo, pues de lo contrario podría pensar que todo eso forma parte de una especie de tortura, y al no encontrar los porqué de ella se llenará de dudas y terminará por volverse loco.
Cuando el individuo no hable dormido durante tres o cuatro días consecutivos será la señal que dará término al denominado “PDC” (proceso de desaturación cerebral). A partir de ese momento el individuo podrá situarse nuevamente en contacto con el mundo exterior, pero una nueva vida comenzará para él, ya que deberá alejarse terminantemente de la actividad que lo absorbía en el pasado para dedicarse a una etapa de descanso y diversión, en lo posible sin preocupaciones laborales.
Se le prohibirá leer cualquier tipo de libro y evitará tener charlas prolongadas y discusiones.
Se ha dicho que, de concretarse la sobreocupación de neuronas, el cerebro de la persona afectada queda en blanco, o sea, se prepara para empezar de nuevo, como nacer otra vez. Sin embargo, existen ciertas ocasiones en las que el órgano pensante no se desocupa totalmente, quedando algunas neuronas con conocimientos en su interior. Estos casos son los peores, ya que al chocar los viejos conocimientos ya elaborados con los que ingresan, sin elaborar y extremadamente primitivos por ser los primeros de una nueva vida, se produce una lucha interna que desemboca en la locura. Pero esta es la locura más peligrosa que pueda existir, ya que por momentos el cerebro coordina de una manera increíble debido a los antiguos conocimientos que no lograron salir. Es así que su inteligencia tiene picos de genialidad y de delirio.
Estos extrañísimos de locura se dan cuando los conocimientos que rebalsaron el cerebro (¿extrañísimos de locura?) son demasiados y extremadamente complejos, al punto que una vez asimilados se aferran al cerebro de manera tal que se hacen difíciles de eliminar. Generalmente, los datos que perduran por siempre son los del tipo matemático y no los filosóficos, que tienden a borrarse con mayor facilidad.
Con todo lo antedicho se explica, y es una forma de verificar que esta teoría es cierta, el comportamiento de algunos genios físicos y matemáticos que, pasada una etapa de cordura en sus investigaciones y descubrimientos en beneficio de la humanidad, dedicaron sus vidas a la concepción de maquiavélicos experimentos de muy extraña calaña. Estos personajes fueron llamados “genios locos” y abundaron en la época en que la ciencia daba sus primeros grandes pasos.
Ahora sabemos que esas personas fueron víctimas desafortunadas de la sobreocupación de neuronas y que tenemos en las manos el arma para evitar que hechos similares se repitan. Bastarale al que le toque disparar saber que tiene un arma y que funciona.

Grupo Prosaico Mancomunado, septiembre de 1988

domingo, 20 de mayo de 2012

Teoría de la propagación del sonido en relación con la vida animal

Las ondas auditivas son consumibles por los seres vivos animales.

Es una teoría similar a la segunda ya mencionada. Se comenzó a investigar una vez concluido el proyecto que, de no ser por un tecnicismo de la corte, hubiera condenado al grupo prosaico a cadena perpetua.
Las escasas situaciones experimentales que se han sucedido dejaron en su haber resultados muy satisfactorios, como por ejemplo nuestra investigación en un conocido salón bailable de nombre "Aengó” situado en Las Toninas, ciudad balnearia de la provincia de Buenos Aires.
En el verano pasado se alquiló dicho local por una noche, con todo y gente. Se le comunicó al disc jockey que situara el volumen de la música a un nivel alto, pero no ensordecedor. Luego se procedió a retirar a las personas hacia el exterior del recinto. Conforme salía la gente se notaba un fuerte incremento en la potencia del sonido. Esto significaba claramente que cada ser humano allí instalado consumía una parte del sonido, al igual que ocurriera con la luz.
La prueba final dejó al grupo más que atónito. Se les solicitó a los presentes que, al ritmo de la música, se tapasen y destapasen los oídos sincronizadamente. Nosotros --con los oídos destapados por supuesto-- apreciamos cómo subía y bajaba el volumen a medida que los presentes cubrían o dejaban libres sus orejas.
Las conclusiones fueron claras:

A) La teoría de la consumibilidad del sonido está marginalmente comprobada.
B) La gente se presta a cualquier pavada.

Grupo Prosaico Mancomunado, abril de 1989

sábado, 19 de mayo de 2012

Descartes y el sufrimiento de los animales


Contrariamente a lo que pensaba Descartes, obviamente los animales sufren.
Luc Ferry, Vencer los miedos


Parece que fuera erróneo el dato que yo tenía, y que tienen gran parte de los pensadores filosóficos, respecto de que Descartes no creía que los animales pudiesen sufrir. Si no, cómo explicar el siguiente pasaje:

De la descripción de los cuerpos inanimados y de las plantas, pasé a la de los animales y particularmente a la de los hombres. Mas no teniendo aún bastante conocimiento para hablar de ellos con el mismo estilo que de los demás seres, es decir, demostrando los efectos por las causas y haciendo ver de qué semillas y en qué manera debe producirlos la naturaleza, me limité a suponer que Dios formó el cuerpo de un hombre enteramente igual a uno de los nuestros, tanto en la figura exterior de sus miembros como en la interior conformación de sus órganos, sin componerlo de otra materia que la que yo había descrito anteriormente y sin darle al principio alma alguna razonable, ni otra cosa que sirviera de alma vegetativa o sensitiva, sino excitando en su corazón uno de esos fuegos sin luz, ya explicados por mí y que yo concebía de igual naturaleza que el que calienta el heno encerrado antes de estar seco o el que hace que los vinos nuevos hiervan cuando se dejan fermentar con su hollejo; pues examinando las funciones que, a consecuencia de ello, podía haber en ese cuerpo, hallaba que eran exactamente las mismas que pueden realizarse en nosotros, sin que pensemos en ellas y, por consiguiente, sin que contribuya en nada nuestra alma, es decir, esa parte distinta del cuerpo, de la que se ha dicho anteriormente que su naturaleza es sólo pensar; y siendo esas funciones las mismas todas, puede decirse que los animales desprovistos de razón son semejantes a nosotros (Discurso del método, quinta parte).

Por ahora, me quedo con este punto de vista, pero continuaré investigando para ver si en algún otro pasaje Descartes se contradice[1].


[1] En un artículo de Benjamín García Hernández intitulado "El mecanicismo animal de Gómez Pereira y el dualismo cartesiano", se afirma que el error parte de la polisemia que genera la palabra anima, y atribuye García Hernández a Descartes el mérito de haber desdoblado este concepto: "El uso de mens en relación con cogito es un gran acierto terminológico de Descartes, que le permite evitar la ambigüedad de anima [...]. Reducir la noción de anima al alma del ser racional supone negar a la palabra su sentido básico de «aliento y respiración» del que participan los demás animales y las plantas. [...] Descartes, al introducir el concepto monosémico de mens, es aquí mucho más original y coherente [que Gómez Pereira], de suerte que lo que él sostiene no es que los animales carezcan de alma, sino de mente. Por eso, quienes traducen este preciso término cartesiano por espíritu o alma, siendo así que el español dispone de mente, caen en la vieja trampa polisémica que el filósofo francés supo evitar". Lo que afirma Descartes, en definitiva, es que "la percepción de los animales se parece a la de un hombre cuando su mente se halla abstraída” (Humanismo y pervivencia del mundo clásico: Homenaje al profesor Antonio Fontán, autores varios, pp. 2304-5). Un hombre, por más abstraído que se hallare, sentirá dolor si lo patean o lo queman; ergo, según Descartes, los animales, pese a que no piensan, sufren.

viernes, 18 de mayo de 2012

Teoría de la compensación climatológica



La lluvia y el viento son factores fundamentales y desencadenantes de la climatología terrestre. Dichos factores varían o son constantes en los diferentes lugares del planeta, pero si analizamos uno por uno todos los rincones del globo terráqueo al mismo tiempo, todas las veces que lo creamos necesario, veremos que la cantidad de viento y lluvia que hay sobre la Tierra no ha variado desde que se tienen noticias de la misma.

Esta teoría podría ser, si los hombres de ciencia la admitieran como tal, una de las más relevantes de la historia debido a los beneficios que podría acarrear en materia de desastres climatológicos.
Para quien ha sido superado por nuestra hipótesis, simplificaremos su contenido con un ejemplo, que es la forma más rápida de asimilar una idea: Supongamos que --para hacerlo sencillo -- en todo el hemisferio sur está lloviendo. Sabiendo esto, y suponiendo cierta nuestra teoría, sabremos que en el hemisferio norte no hay lluvias en ese momento, o las hay en forma escasa. Supongamos ahora que en el norte del planeta están desatándose fuertes ráfagas de viento; con ese único dato podremos deducir que en ese instante el sur goza de una que otra brisa o directamente carece de viento. Por supuesto que nunca va a suceder algo parecido a los ejemplos antedichos, pero estas suposiciones valen para clarificar la hipótesis.
¿Qué es el viento? Para los creyentes, el viento fue creado por Dios junto con la Tierra y todo lo demás. Desde el punto de vista de esta teoría no importa demasiado qué es el viento o cómo fue creado. El viento existe y punto, y está dando vueltas hace siglos por donde se le canta. ¿Nunca se preguntó por qué de repente hay viento y de repente ya no? El "aire ligero" está esparcido por la Tierra y deambula por ella a su antojo, entonces hete aquí que nos basamos en esto último al afirmar que se pueden prever y prevenir los temporales. Ojo, no confundir: podemos prevenirlos, pero no controlarlos. Porque en definitiva, ¿qué es el viento huracanado, eh? Es una acumulación masiva de viento. Entonces, si se aceptase nuestra teoría, se construiría una central climatológica a la que llegarían informaciones del estado del viento en todos los sitios del planeta; y cuando se sepa que en gran parte del mismo el viento tiende a calmarse, se dará por cierto que en las otras porciones de la Tierra habrá grandes posibilidades de que se acerque furioso a asecharlas.
Asimismo, en el caso de los huracanes y tornados, se necesita tanto viento para provocarlos el 90% del planeta deberá resignar su porción de viento para que ésta se sume al huracán que lentamente se va formando. Entonces, cuando la central climatológica reciba informes de todas las latitudes que aduzcan que el viento se aliviana cada vez más, deducirá de qué lugar no le han suministrado esa información y alertará a la central de ese sitio sobre un futuro temporal, que no podrá ser evitado, pero no tomará a la gente desprevenida.
El viento es aire a gran velocidad. Cuanto más viento se junta más velocidad toma. Y es en este preciso momento y no antes que nos damos cuenta de que nuestra idea sobre que el viento fue creado sólo una vez tiene mucho de mentira. Claro, es mentira, porque si a esa masa de aire a gran velocidad la aislamos de su entorno perderá su energía cinética y se convertirá en aire común, o sea, habremos eliminado parte del viento. Si esto no fuera así, cuando nos entrara viento en la casa nos volveríamos locos tratando de echarlo por el quilombo que haría.
Sabemos entonces, con este vuelco en nuestra teoría, que el viento se esfuma si lo arrinconamos. Y si se esfuma, ya no vuelve a ser viento. Los atolondrados de siempre refutarán esto aduciendo que, siendo así las cosas, la Tierra se quedaría tarde o temprano sin ese preciado regalo de la naturaleza, pero en lo que no reparan ellos es en que, si bien el viento desaparece continuamente, también se crea en forma continua. Se crea, por ejemplo, cuando respiramos en la calle. La respiración es un viento muy pequeño que si lo largamos entre cuatro paredes perderá velocidad y morirá, pero si esa misma respiración la exhalamos en un lugar abierto, con un mínimo de viento, ésta se unirá a la brisa, asimilará su velocidad y se confundirá con ella. Millones de seres repiten a diario esta operación, por eso el viento nunca desaparecerá.
También provocan viento los ventiladores (siempre en lugares abiertos si queremos que perdure), los automóviles que circulan por el tejido urbano e incluso un simple pedo al aire libre puede ser parte de un futuro tornado una vez que sus impurezas se decanten.
Es sabido que todos odian el viento en invierno y lo reclaman en verano, pero nadie había hecho nada para remediar estas situaciones. El día que se acepte nuestra teoría, la solución, por ejemplo, para terminar con el viento en invierno, estará al alcance de nuestras manos. Bastará con que la ciudad acosada por el molesto y frío viento adopte las siguientes actitudes, a saber: cuando el viento esté en su apogeo, pululando por las calles cual ráfagas asesinas de ametralladora, la gente abrirá las puertas de sus hogares en clara invitación para que ingrese en éstos, y cuando el ventarrón haya penetrado en gran medida en las casas, cerraremos las puertas y el viento, al verse encerrado, perderá velocidad y desaparecerá. Esta operación, si se quiere terminar con una buena parte del viento, deben repetirla todos los habitantes de la ciudad (que posean una puerta el exterior, por supuesto) durante más o menos dos minutos para obtener los primeros resultados satisfactorios. Se verá cómo, después de ese lapso de tiempo, habrá desaparecido gran parte del molesto viento que acosaba la tranquilidad de la urbe. Sin embargo, de nada serviría realizar la operación antedicha si luego de ella todo el mundo saliese la calle y se pusiese a respirar como si nada, creando nuevamente una masa de aire veloz similar a la que disgregaron; por lo tanto, además de lo de hacer entrar al viento, se completará la labor saliendo a la calle siempre con tanques de oxígeno o, si se estima un procedimiento más casero, bastará con que se camine por el exterior con las manos en la boca para que las respiraciones que se exhalen se diluyan en las propias palmas de quien las ejecute.
Será así que entonces, si queremos disfrutar de un verano con brisas refrescantes, saldremos a la calle a soplar con todas nuestras fuerzas durante cinco o diez minutos, todos al mismo tiempo. Es recomendable para el éxito del intento que previamente se indique a los habitantes hacia qué dirección o punto cardinal deberán dirigir sus soplidos. Si todos se orientan para el mismo sector el viento se unificará rápidamente. Esta modalidad produce fuertes vientos, pero los induce a retirarse hacia la dirección elegida. Para que las ráfagas perduren un poco más, aunque no sean tan rápidas, un buen sistema es el de apuntar los soplidos hacia un punto de la ciudad, preferentemente situado en el centro geométrico del conglomerado; de esta manera, los vientos se unirán en ese sitio y de allí saldrán desperdigados en varias direcciones. Para los más perezosos, los soplidos pueden ser reemplazados por ráfagas de aire de algún matafuegos que les sobre. Con este método, necesitaremos sólo diez minutos de soplidos y una perfecta sincronización horaria para provocar brisas refrescantes durante todo el día.

Recomendación: Si se desea provocar vientos realmente refrescantes es aconsejable colocarse un cubo de hielo en la cavidad bucal antes de comenzar con la tarea de soplado.

Advertencia: Será necesario manejarse con mucho cuidado y organización cuando se desee modificar el desarrollo climatológico del viento en algún punto del planeta. Siempre que se quiera proceder de alguna de las formas mencionadas anteriormente, deberá avisarse a la central climatológica mundial para que ésta coordine los horarios con otra ciudad que desee hacer el proceso inverso. De esta manera no se alterará la compensación climática que posee el planeta: desaparecerá el viento en una ciudad, pero se creará en otra.

Grupo Prosaico Mancomunado, julio de 1988

jueves, 17 de mayo de 2012

Teoría de la propagación de la luz en relación con la vida animal

La luminosidad que existe endeterminado lugar es inversamente proporcional a la cantidad de miradas queexista en ese momento en el sitio.

Todo lo que pretende insinuar esta teoría, que en verdad es muysencilla, quedará gráficamente explicado con un ejemplo: Supongamos que en uncuarto de 3 × 3 metros se ha colocado una lámpara de 75 watts justo en elcentro. La lamparita llegará con una luzpotente a todos los rincones del recinto. Ahora imaginemos la misma situaciónanterior, sólo que en este caso una persona ingresa a la sala. Seráimperceptible para el ojo humano, pero la luminosidad habrá bajado. Asimismo,si metiésemos veinte personas en dicho cuarto quizá lograríamos apreciar ladisminución del caudal lumínico que ofrecía la ya mencionada fuente. Estudiosrealizados en laboratorios no oficiales comprobaron que no sólo los sereshumanos consumen luz, sino que también los animales e insectos lo hacen. Heaquí unos datos interesantes que han sido comprobados por nuestros científicosque, como dijimos, son marginales. Estos números son el resultado de díasenteros de pruebas e innumerables gastos de equipos profesionales.
Nuestros genios afirman que un hombre normal, de 40 años de edad y unos70 kilos de peso, consume un total de 0,07 W de luz, siempre y cuando mire fijoa la fuente lumínica y no se aleje más de 3 m de la misma. Si no se mira fijo ala luz y con los ojos bien abiertos, el 0,07 que enunciamos se reduce a lamitad, y si nos alejamos más de 3,5 m de la fuente esta cifra baja mucho másprecipitadamente.
Dijimos que para el hombre el coeficiente de reducción lumínica--que de esa forma ha sido bautizado por nuestro personal-- es de 0,07 W, perotenemos calculados también los coeficientes de reducción lumínica de diferentesespecies:

Gato: 0,08 W
Perro: 0,04 W
Vaca: 0,2 W
Elefante africano: 0,5 W
Mosca: 0,000001 W
Cuis: 0,006 W

Todos estos datos severifican según la distancia ya mencionada y siempre y cuando los bichos estén mirandofijo a la luz y con sus ojos bien abiertos. Pero volvamos a los estudios conpersonas, que son menos dificultosos.
Cierto día, uno de nuestros investigadores planteó el siguienteobjetivo: "Vamos a intentar apagar una lamparita con la mirada. Si lologramos, por fin nuestra teoría será aceptada por el mundo entero". Y fueentonces que nos abocamos a dicho objetivo de lleno.
Primero pensamos apagar la lamparita con vacas y elefantes, pero se ibaa complicar el tener que hacerlos mirar a todos fijamente hacia la fuentelumínica. Pensábamos en estos dos animales porque eran los de mayorcoeficiente, pero al fin nos inclinamos por el hombre, que por lo menos es más manejable.De ahí en más, los que tuvieron que trabajar fueron nuestros matemáticos.
Para que resultara menos trabajoso, la lamparita que se intentaría apagarsería de poca potencia (25 W).
Una de las condiciones era que la gente no se alejara más de 3,5 m de lafuente de luz, por lo tanto buscamos una sala de 7 × 7 m. Lo más lógico hubierasido hacer la investigación en una habitación circular de 3,5 m de radio, pero¿sabe lo difícil que se nos hizo encontrar una? Nos inclinamos entonces, como quedó dicho, por la de 7 × 7. Había un error, ya que las personas que sealojaran en las esquinas estarían a casi 5 m de la lámpara, con lo que perderían un buen porcentaje de coeficiente dereducción lumínica. Se procedió entonces a clausurar las esquinas de la formaen que se muestra en el siguiente gráfico:


El problema del lugar estaba resuelto. Ahora vendría el tema de la genteque sería necesaria para llevar a cabo la idea.
Después de muchas idas y venidas y luego de haber realizado innumerablesy complejos cálculos, se llegó a la conclusión que continuación se detalla:
Si para apagar 0,07 W se necesita una persona, para apagar 25 W senecesitarán equis personas.

X = 25 W × 1 persona = 357 personas
0,07W

Estaban hechos todos los cálculos y entonces el gran día llegó. Pusimosen la puerta del salón un cartel que rezaba: "Sea partícipe de un hechohistórico en los anales de la ciencia y la regalaremos un pancho y una coca".Como era de esperarse, se formó una larga fila de personas. Desechamos a losgordos, flacos, viejos y jóvenes y nos quedamos con 357 personas de un promediode 40 años y 70 kilos de peso. Todo el grupo estaba formado por hombres, porquedentro de la sala podrían sucederse algunos apretujones y no queríamoscomprometer a nadie.
Empezó así a ingresar la gente, y cuando ésta se contaba en un númeroque se aproxima al centenar, comenzaron a escucharse desde el interior delrecinto algunos tejidos y gritos que no tardaron en aumentar conforme avanzabala fila. Cuando entró el número 357 la gritería era infernal ahí dentro. Es quese había calculado todo menos el espacio a ocupar por esos desdichados...
Teniendo en cuenta que la habitación era de 7 × 7, pero tenía sus puntasrecortadas, la superficie a ocupar rondaba los 40 m². Si las personas habíaningresado en número de 357, teníamos la conclusión de que había aproximadamentenueve personas por metro cuadrado. Inmediatamente comprendimos el porqué de losgritos. Nos asomamos a la sala por una claraboya que había en el techo ycomprobamos que el espectáculo que el lugar ofrecía era dantesco: estaban unosarriba de otros, y los que quedaban abajo pugnaban por ascender para poderrespirar mejor. Sólo se ven espectáculos semejantes cuando Boca juega de localen Vélez. Dejamos transcurrir un poco de tiempo, y cuando los gritos menguarony cesaron las avalanchas, encendimos la lamparita y por un parlante colocado enla claraboya del techo (yo) se le dijo a la gente que mire fijo hacia la luz ala cuenta de tres. Cuando concluyó la cuenta, quien esto relata miró tambiénhace la lámpara y observó cómo ésta reducía visiblemente su potencia, perolejos estuvo de apagarse. Luego de ese acontecimiento dirigí mi vista hacia lamasa de gente y observé que sólo unos pocos miraban el foco lumínico, los demásyacían desmayados o muertos y los que quedaban sanos dirigían hacia mí no sólosu mirada, sino también insultos, escupitajos y cualquier objeto contundenteque tuvieran a mano. Fue entonces que decidimos abrir las puertas y, alinstante, este desaforado grupejo ganó la calle gritando y empujando cual barrabrava de San Lorenzo. Los que no salieron, los que no saldrían nunca, fueronapilados en un rincón. Terminado este trabajo nos dimos a la fugainmediatamente.
La mayoría de nuestros científicos pensó que habíamos fracasado, pero yono. Este modesto interlocutor vio cómo la intensidad lumínica de la lámparahabía bajado de un momento a otro. No se logró apagarla, pero íbamos por buencamino. Quisimos organizar algo similar nuevamente, pero la policía, aduciendono sé qué cosa, nos lo impidió.
Tenemos fe en la veracidad de esta teoría. Algunos muchachos del grupoestán abocados ahora en la tarea de demostrar que la parcial oscuridad que seproduce durante un eclipse solar es aumentada, en gran parte, por los millonesde seres humanos que posan su mirada en el astro rey durante esos segundos.Personalmente no comparto esta teoría, ni la que dice que en un cine, a medidaque se va llenando de gente, se van consumiendo las luces. En mi opinión son éstasteorías oportunistas e inmaduras que no han sido estudiadas seriamente como laque mencionamos con lujo de detalles en primera instancia.
Seguiremos entonces con las investigaciones acerca de la consumibilidadde la luz, siempre y cuando salgamos airosos del juicio en el cual se nosimputa la muerte de 32 inocentes.

Grupo Prosaico Mancomunado, marzo de 1988

miércoles, 16 de mayo de 2012

Teoría de la vulnerabilidad mental por falta de sueño


Las personas acumulan durante todo el día en su cerebro una serie indefinida de imágenes, pensamientos, vivencias y etcéteras. No estamos hablando de conocimientos sino de la parte imaginativa de la mente. Esa imaginación trabaja coherentemente durante todo el día, excepto cuando uno duerme. En ese momento el cerebro libera todas las tensiones acumuladas durante el día en forma de sueños sin ningún tipo de sentido; por eso, aunque nos olvidamos de la mayoría, desde el preciso momento en que nos dormimos ya comenzamos a soñar con diferentes e irreales situaciones. Cuando una persona no duerme lo suficiente durante un determinado período de tiempo, esas tensiones no encuentran su natural vía de escape, y si esa situación se torna constante, el cerebro del desdichado asimilará para sí mismo esas tensiones y entrará en un estado de locura por tensión cerebral.

Gran teoría, estudiada desde hace muchísimo tiempo por nuestros hombres y refutada desde siempre por una sociedad que todavía cree que los sueños tienen algún significado coherente.
Los sueños son los escapes de la locura que todos llevamos dentro, nada más. Si no dormimos, no soñamos, y si no soñamos nos volvemos locos.
Clarito es el ejemplo de Bernardo Neustadt, que duerme tres horas por día; así está el pobre...
Según estudios realizados hace tiempo por alguien que no sé muy bien quién fue, para que el físico tenga tiempo de reponerse completamente luego de una jornada de actividad es necesario dormir unas ocho horas aproximadamente. Según nuestras investigaciones, la mente humana sólo necesita de tres a cuatro horas diarias de sueño para liberar sus tensiones. Si se acorta este tiempo durante un par de meses, estaremos entrando en una etapa previa a la locura, en la cual se cometerán todo tipo de desmanes y canalladas, pero sin llegar a la locura todavía. A estos sujetos se los denomina atorrantes, palabra que deriva del prefijo a (negación) y del verbo torrar (dormir profundamente), con lo que se quiere significar que los atorrantes son aquellas personas que no duermen lo suficiente como para darle tiempo a su cerebro a que descargue sus tensiones, y por esa causa se comportan de esa manera.

                                           Grupo Prosaico Mancomunado, febrero de 1988

miércoles, 9 de mayo de 2012

Mecanicismo y teleología

¿Qué significa ser un pensador metafísico lógico? Un pensador metafísico lógico es aquel que no reniega de las proposiciones metafísicas (indemostrables a partir de la experiencia), pero que las elige cuidadosamente para que no se contradigan las unas con las otras. En mi caso, cuento con una gran variedad de proposiciones metafísicas a las que adhiero fervorosamente, como podría ser la recientemente mentada hipótesis panpsiquista, o la infaltable hipótesis determinista, o, más polémicas, las hipótesis mecanicista y finalista. Respecto de estas dos últimas, se da muchas veces por supuesto que un pensador metafísico lógico debe decidirse por una o desechar ambas, pero nunca adoptarlas al unísono. ¿Y por qué no? Yo no creo que sean hipótesis incompatibles; es más, creo que se complementan a la perfección, y a la vez dan lugar, y lugar de privilegio, a otra teoría metafísica que reivindico: la irrealidad del tiempo como entidad objetiva por ser solamente, tal como afirmara Kant en la primera edición de su Crítica de la razón pura, un marco de referencia que nuestra conciencia proyecta para comprender de algún modo la realidad que la circunda. No creo, pues, estar pecando de ilógico cuando afirmo ser mecanicista, finalista y "atemporalista". Y si no pregúntenle a Henri Bergson, el único pensador (al menos de los que yo conozco) que razonó con exactitud en este campo:

  Dijo Du Bois-Reymond: "Podemos imaginar el conocimiento de la naturaleza llegado a un punto en el que el proceso universal del mundo fuese representado por una fórmula matemática única, por un solo inmenso sistema de ecuaciones diferenciales simultáneas, de donde se extrajesen, en cada momento, la posición, la dirección y la velocidad de cada átomo del mundo". Huxley, por su parte, ha expresado, en una forma más concreta, la misma idea: "Si la proposición fundamental de la evolución es verdadera, a saber: que el mundo entero, animado e inanimado, es el resultado de la interacción mutua, según leyes definidas y fuerzas poseídas por las moléculas de que estaba compuesta la nebulosidad primitiva del universo, entonces no es menos cierto que el mundo actual descansa potencialmente en el vapor cósmico y que una inteligencia suficiente hubiese podido, conociendo las propiedades de las moléculas de este vapor, predecir, por ejemplo, el estado de la fauna de la Gran Bretaña en 1868, con tanta certidumbre como cuando se dice lo que ocurrirá al vapor de la respiración durante un frío día de invierno". En una doctrina tal, se habla aún del tiempo, se pronuncia esta palabra, pero apenas se piensa en ella. Porque el tiempo está ahí desprovisto de eficacia y, desde el momento que no hace nada, no es nada. El mecanicismo radical implica una metafísica en la que la totalidad de lo real es poseída en bloque, en la eternidad, y en la que la duración aparente de las cosas expresa simplemente la debilidad de un espíritu que no puede conocerlo todo a la vez. Pero la duración es para nuestra conciencia cosa muy distinta, es decir, para lo que hay de más indiscutible en nuestra experiencia. Percibimos la duración como una corriente que no sabríamos remontar. Es el fondo de nuestro ser y, de ello nos damos perfecta cuenta, la sustancia misma de las cosas con las que estamos en comunicación. En vano se hace brillar ante nuestros ojos la perspectiva de una matemática universal; no podemos sacrificar la experiencia a las exigencias de un sistema. Por lo cual rechazamos el mecanicismo radical. Pero el finalismo radical nos parece también inaceptable, y por la misma razón. La doctrina de la finalidad, en su forma extrema, tal como la encontramos en Leibniz por ejemplo, implica que las cosas y los seres no hacen más que realizar un programa ya trazado. Pero si no hay nada de imprevisto, ni invención ni creación en el universo, el tiempo se convierte en algo inútil. Como en la hipótesis mecanicista, se supone también aquí que todo está dado. El finalismo así entendido no es más que un mecanicismo al revés. Se inspira en el mismo postulado, con la sola diferencia de que, en la carrera de nuestras inteligencias finitas a lo largo de la sucesión completamente aparente de las cosas, pone delante de nosotros la luz con la que pretende guiarnos, en lugar de colocarla detrás. La atracción del futuro sustituye al impulso del pasado. Pero la sucesión no queda menos como una pura apariencia, como, por lo demás, la carrera misma. En la doctrina de Leibniz, el tiempo se reduce a una percepción confusa, relativa al punto de vista humano, y que se desvanecería, semejante a la niebla, para un espíritu colocado en el centro de las cosas. [...] Para actuar, comenzamos por proponernos un fin; hacemos un plan, luego pasamos al detalle del mecanismo que lo realizará. Esta última operación sólo es posible si sabemos con qué podemos contar. Es preciso que hayamos extraído, de la naturaleza, similitudes que permiten anticipar el porvenir. Es preciso, pues, que hayamos aplicado, consciente o inconscientemente, la ley de causalidad. Por lo demás, cuanto mejor se dibuja en nuestro espíritu la idea de la causalidad eficiente, más toma ésta la forma de una causalidad mecánica. Esta última relación, a su vez, es tanto más matemática cuanto que expresa una más rigurosa necesidad. Por lo cual, no tenemos sino que seguir la pendiente de nuestro espíritu para devenir matemáticos. Pero, por otra parte, esta matemática natural no es más que el apoyo inconsciente de nuestro hábito consciente de encadenar las mismas causas a los mismos efectos; y este hábito mismo tiene por objeto ordinariamente guiar acciones inspiradas por intenciones o, lo que equivale a lo mismo, dirigir movimientos combinados a la vista de la ejecución de un modelo: nacemos artesanos lo mismo que podemos nacer geómetras, e incluso no somos geómetras porque somos artesanos. Así, la inteligencia humana, en tanto que habituada a las exigencias de la acción humana, es una inteligencia que procede a la vez por intención y por cálculo, por la coordinación de medios a un fin y por la representación de mecanismos en formas cada vez más geométricas. Ya nos figuremos la naturaleza como una inmensa máquina regida por leyes matemáticas, ya se vea en ella la realización de un plan, no se hace, en los dos casos, más que seguir hasta el fin dos tendencias del espíritu que se complementan la una a la otra y que tienen su origen en las mismas necesidades vitales. Por ello, el finalismo radical está muy cerca del mecanicismo radical en la mayor parte de los puntos (Henri Bergson, La evolución creadora, pp. 44, 45 y 49).

 Rechaza Bergson, todo dentro de un mismo paquete, al mecanicismo, al finalismo, al atemporalismo y al determinismo (concepto este último que viene a ser como el ordenador de todos los anteriores), y los rechaza en bloque porque así, en bloque, es como se presentan cuando se analizan estas ideas de manera exhaustiva. El gran acierto de Bergson fue descubrir y explicar esta abroquelación de ideas; el gran acierto mío es el de rotularlas como verdaderas.

jueves, 3 de mayo de 2012

Ser panpsiquista hoy


De todos los resultados absurdos que se pueden encontrar en el libro de Chalmers [La mente consciente], el panpsiquismo es el más absurdo de todos, y nos hace pensar que hay algo de radicalmente erróneo en la tesis que lo implica.

John Searle, El misterio de la conciencia 


Doy a continuación a publicidad un fragmento de un ensayo del doctor (doctor en filosofía) José Luis San Miguel de Pablos, incluido en su libro Filosofía de la naturaleza, y lo publicito porque aún sigo siendo panpsiquista... y me interesa que no se me tome por un loco, o por alguien que, admitiendo el panpsiquismo, se está suicidando filosóficamente. Helo aquí:

[...] “panpsiquismo” ha sido y es todavía un término que provoca rechazo. Los motivos de ello son variados, pero a mi entender podrían resumirse en que la idea en cuestión choca tanto con la tradición del materialismo científico (“el sustrato último de todo es una materia absolutamente aconsciente”) como con el estricto dualismo sustancial de una cierta dogmática. Está  también la confusión de panpsiquismo con antropomorfismo: el “todo está lleno de dioses” de Tales, tomado al pie de la letra. Pero no es eso. No es en absoluto verosímil que, por ejemplo, un electrón sea un pequeño elfo danzante, pero sí podría serlo que “algo” elementalísimamente interior esté presente incluso en el electrón, sin –por supuesto– el más mínimo atributo antropomorfo. Pienso que un argumento de cierto peso puede ser el siguiente: hace tiempo que quedó obsoleta la concepción cartesiana del “animal autómata”  y, en el ámbito cristiano, Francisco de Asís ha ido ganando cada vez más terreno frente a la tradicional dogmática del “sólo nosotros tenemos alma y conciencia”, con lo cual quiero decir que la inmensa mayoría de los hombres y mujeres de hoy en día admitimos que los animales superiores poseen conciencia al menos sintiente, siendo no pocos los que               --abiertamente en privado y más comedidamente en el ámbito académico-- sostienen con convicción que algunos la tienen también afectiva y comunicante. Ahora bien, si los animales superiores no son máquinas sino entes conscientes, que no deben, por eso mismo, ser torturados ni maltratados... ¿en qué punto se acaba –o empieza– esa cualidad, yendo hacia atrás en la escala evolutiva? Dicho de otro modo, ¿cuál es el primer ser vivo con conciencia sintiente rudimentaria? ¿Es posible acaso fijar un inicio absoluto de la conciencia animal o, más generalmente, orgánica?  La obvia dificultad de concebir o evocar una conciencia elementalísima no es argumento en contra suficiente, ya que todo el mundo reconoce que la capacidad humana de representación intuitiva tiene sus límites. Pienso que en este caso, como en otros, la coherencia es lo que importa.
         Quizás convenga recordar algunas de las cartas de nobleza de la tradición panpsiquista. No es simplemente una concepción “arcaica” (y se puede, por lo demás, cuestionar que todo lo arcaico tenga que ser necesariamente falso). El pensamiento griego alimentó mayoritariamente una visión panpsíquica del universo de gran profundidad y sutileza que adelantaba a veces la concepción sistémica de la naturaleza, como sucedía con el cosmo-organicismo estoico. El alma neoplatónica del mundo contiene multitud de pequeñas almas que recuerdan las mónadas que, siglos después, postuló Leibniz. El pilar helénico de nuestra cultura no puede entenderse despojado de esa metafísica panpsíquica, no siempre ingenua o supersticiosa, que es una de sus componentes fundamentales.
Diga lo que diga Searle, la posibilidad de un tejido panpsíquico del universo no es absurda. Desde la perspectiva que proporciona tal noción, lo evolucionariamente emergente no sería la esencia silenciosa e indefinible de la  conciencia sino su organización en mónadas –exigida por un cosmos “sistémico”, de estructura compleja y múltiple dentro de su unidad global– junto con el surgimiento de las propiedades superiores de sentimiento, pensamiento y reflexividad (o autoconciencia). Es muy cierto que algunas de las formas más afinadas del emergentismo llegan a sugerir esta misma concepción, pero la mayoría o no lo hace o bien sólo implícitamente y de forma bastante temerosa. Teilhard constituye por cierto un caso aparte, ya que él sí defiende con toda claridad este punto de vista, en textos como el siguiente:

El cosmos no podría ser interpretado como un polvo de elementos inconscientes sobre los que afloraría, incomprensiblemente, la Vida, como un accidente o un moho. Sino que es, fundamental y primeramente, vivo, y toda su historia no es, en el fondo, más que un inmenso proceso psíquico; la lenta pero  progresiva unión de una conciencia difusa, escapando gradualmente a las condiciones “materiales” con que la oculta secundariamente un estado inicial de extrema pluralidad. Desde este punto de vista, el Hombre, en la Naturaleza, no es más que una zona de emersión en la que culmina y se revela, precisamente, esta evolución cósmica profunda (Pierre Teilhard de Chardin, La energía humana, Taurus, Madrid, 1963,  p. 25).

La visión del mundo teilhardiana, próxima, en mi opinión, a la de Bergson –un pensador que se daba prematuramente por “olvidado” y que vuelve hoy con fuerza--, abre un espacio adecuadísimo para debatir el apasionante tema de la relación entre psiquismo y materia, entre universo y conciencia (San Miguel de Pablos, Filosofía de naturaleza, cap. 18 [pp. 282 a 284]).

martes, 1 de mayo de 2012

La tristeza de los trabajadores (en el día del trabajador)

… una envidia negra de la vida dulce de los ricos, avidez de las moscas que se reúnen alrededor de las deyecciones.

León Tolstoi, citado por Romain Rolland en Tolstoi, pp. 126-7

Charles Péguy se quejaba, o más bien se entristecía, constatando una realidad que para él era evidente: el pueblo francés, a principios del siglo XX, vivía sumergido en la indignación y en la tristeza y no, como antaño, en la alegría:

Aunque no se crea, hemos sido nutridos en un pueblo alegre. En ese tiempo una obra era un lugar de la tierra donde los hombres eran felices. Hoy una obra es un lugar de la tierra donde los hombres recriminan, se detestan, se golpean, se matan. En mi tiempo todo el mundo cantaba […]. En la mayor parte de las corporaciones de oficios se cantaba. Hoy se protesta (El dinero, pp. 15 ss).

Han pasado casi 100 años desde que Péguy escribiera esto y a mí me parece haber sucedido lo mismo con mi pueblo, sobre todo con eso de la gente que cantaba mientras marchaba hacia su trabajo o en el trabajo mismo. Cantar es sinónimo de estar contento. ¿Y por qué la gente ya no está contenta? Porque el dinero no le alcanza. Pero antes, en la época del niño Péguy, ¿el dinero alcanzaba? Sí, alcanzaba:

En ese tiempo se ganaba, por así decir, nada. Los salarios eran tan bajos como uno no puede darse idea. Y sin embargo todos comían. En las casas más humildes había una especie de bienestar cuyo recuerdo se ha perdido. […] Y uno podía criar a los hijos. Y se los criaba. No existía esta especie de espantosa estrangulación económica que hoy cada año nos ajusta con una vuelta más; no se ganaba nada, no se gastaba nada; y todos vivían (ibíd., pp. 17-8).

No existía, en aquellos tiempos gloriosos,

este estrangulamiento económico de hoy, esta estrangulación científica, fría, rectangular, regular, limpia, nítida, sin desperdicio, implacable, juiciosa, común, constante y cómoda, como una virtud en la cual no hay nada que objetar y en la que el estrangulado es quien evidentemente no tiene razón.

No, las leyes del mercado no nos estrangulaban todavía tanto, por eso se cantaba, se vivía cantando, se trabajaba con orgullo y con placer…

Iban, cantaban. Trabajar era toda su alegría y la raíz profunda de su ser. Había un increíble honor del trabajo, el más bello de todos los honores, el más cristiano, el único quizá que permanezca de pie.

Pero sucedió algo verdaderamente revolucionario. El obrero, el pobre, el proletario, comenzó a renegar de su condición, comenzó a querer parecerse al burgués, a querer poseer los bienes que el burgués poseía.

Porque nunca se lo repetirá demasiado. Todo el mal ha venido de la burguesía. Toda la aberración, todo el crimen. La burguesía capitalista es la que ha infectado al pueblo. Y lo ha precisamente infectado de espíritu burgués y capitalista.

El pobre se avergonzó de sí mismo. Por primera vez en la historia del hombre, quiso ser lo que no era, y esto porque la burguesía lo infectó.

La burguesía capitalista […] ha contaminado todo. Se ha infectado a sí misma y ha infectado el pueblo de la misma infección.

Ella fue, la burguesía, la que modificó la concepción histórica del trabajo:

La burguesía es quien comenzó a sabotear y todo sabotaje tuvo nacimiento en la burguesía. Porque la burguesía se puso a tratar como un valor de bolsa el trabajo del hombre, el trabajador se puso, él también, a tratar como un valor de bolsa su propio trabajo.

Y se acabó de una vez y para siempre el paraíso del trabajador, la felicidad del trabajador…

Todo ese antiguo mundo era esencialmente el mundo de ganarse la vida.
Para hablar con más precisión, ellos creían que el hombre que se acantona en la pobreza y que tiene aunque medianamente, las virtudes de la pobreza, encuentra en ella una pequeña seguridad total. O para hablar más profundamente creían que el pan cotidiano está asegurado, por medios puramente temporales, por el juego mismo de las oscilaciones económicas, para todo hombre que, teniendo las virtudes de la pobreza, consiente […] a limitarse en la pobreza. (Lo que por otra parte era para ellos, al mismo tiempo y en sí mismo no solamente la felicidad mayor, sino hasta la única felicidad que se pueda imaginar.) Alojarse bien en una pequeña casa de pobreza.

Había, lógicamente, gente que quería egresar de la pobreza. Pero eran los menos, y sabían a lo que se exponían:

Nosotros hemos conocido, hemos tocado un mundo (siendo niño hemos participado en él), en el que un hombre que se limitaba a la pobreza estaba al menos garantido en la pobreza. Era una especie de contrato sordo entre el hombre y el azar y a este contrato el azar no había jamás faltado, antes de la inauguración de los tiempos modernos. Se sobrentendía que quien fantaseaba, hacía arbitrariedades, que quien introducía un juego, que quien quería evadirse de la pobreza arriesgaba todo. Puesto que introducía el juego, él podía perder. Pero quien no jugaba, no podía perder. Ellos no podían sospechar que vendría un tiempo, que ya estaba allí y es precisamente el tiempo moderno, en el que quien no jugase perdería continuamente, y seguramente aún más que el que juega.

Las leyes del mercado, que otrora no se metían con el pobre, se meten ahora, y pretende reducir al pobre a la indigencia.

Quien intentaba, quien quería evadirse de la pobreza […] corría el riesgo evidentemente de volver a caer en las miserias más extremas. Pero quien no jugaba, quien se limitaba a la pobreza, […] no corría tampoco ningún riesgo de caer en ninguna miseria. […] La pobreza era un reducto. Era un asilo. Y él era sagrado. Nuestros maestros no preveían y cómo hubiesen sospechado, cómo hubiesen imaginado este purgatorio, por no decir, este infierno del mundo moderno en el que quien no juega pierde y pierde siempre, en el que quien se acantona en la pobreza es incesantemente perseguido hasta en el mismo retiro de la pobreza.

¡Ah!... Esos tiempos en que la pobreza, en que quien se desposaba con la pobreza, tenía garantías de fidelidad…

A nosotros nos estaba reservado que hasta la pobreza fuese infiel. Nos estaba reservado que hasta el matrimonio de la pobreza fuese un matrimonio adúltero.

Y es que el imperio del capital no soporta los tonos grises: o hay gente que tiene todo el dinero, o hay gente que no lo tiene en absoluto.

Siempre ha habido ricos y pobres y habrá siempre pobres entre vosotros y la guerra de los ricos y los pobres ocupa la mitad más importante de la historia griega y de muchas otras historias y el dinero no ha cesado nunca ejercer su poder y no ha esperado el comienzo de los tiempos modernos para efectuar sus crímenes. No es menos cierto que la alianza del hombre con la pobreza no había sido jamás rota. Y en el comienzo de los tiempos modernos no fue solamente rota sino que el hombre y la pobreza entraron en una infidelidad eterna.

Pero ¿qué fue lo que sucedió? ¿Por qué los pobres comenzaron a caer, por el solo hecho de ser pobres, en la indigencia? Ya lo dijimos: por los fatales engranajes del capitalismo, pero por sobre todas las cosas por esa realidad psicológica que el capitalismo se encargó de incrustar en el cerebro del trabajador: el inconformismo económico. Ya no eran “algunos” quienes querían egresar de la pobreza, sino la gran mayoría, y ese factor hundió a la gran mayoría en la indigencia. “En cuanto a los obreros, no tienen sino una idea, hacerse burgueses”. He ahí el meollo, el quid de la cuestión: nadie quiere ser pobre, todos quieren ser burgueses. ¡Asco debía de darle a Charles Péguy el vivir rodeado de burgueses o de aspirantes a burgueses y no de pobres felices de su condición, felices de su pobreza, trabajando y cantando, cantando y trabajando, y asco me da también a mí que las personas que quiero y que me rodean también pretendan hacerse burgueses o afirmarse en su burguesismo, renegando de aquella feliz pobreza de los viejos buenos tiempos!
Pero así estamos, y quienes pretendemos ser pobres, quienes pretendemos ser felices en la pobreza, somos tratados de orates, y a fin de cuentas, somos desechados.
Ya no cantamos. ¡La tristeza no tiene fin!