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lunes, 2 de julio de 2012

Soy sucio y a mucha honra

 Entre los defectos sociales que se me achacan está el de ser sucio, o, para decirlo con mayor rigorismo, el de no ser lo suficientemente limpio como lo son las personas "civilizadas". Hay que decir, sin embargo, respecto a esto algunas cosas a mi favor. Yo no llego ni por asomo a despreciar el aseo personal como lo despreciaba, por ejemplo, mi admirado conde Tolstoi, cuya esposa debía soportar estoicamente sus despiadados olores porque para él era motivo de orgullo el no bañarse. Yo me baño y me lavo el cabello con bastante asiduidad, pero lo que no se me perdona es el hecho de no hacer de la limpieza personal un culto, de no perder más tiempo limpiando mi epidermis que limpiando mi conciencia; eso es lo que no toleran quienes limpian su alfombra y meten la tierra debajo. Y además hay ocasiones en las que la limpieza entra en conflicto con la moral, es decir, en que hay que optar entre permanecer aseado o zambullirse en la mugre de otros, que eventualmente podría pegársenos. Y aquí voy a citar a Gilbert Chesterton, un pensador que ha comprendido que la impolutez exterior no es necesariamente una virtud, y en ciertos casos hasta puede tomarse como señal de dejadez:

Creo que lavarse es una cosa muy importante que debe ser enseñada a los pobres como a los ricos. No ataco el valor positivo sino el valor relativo del jabón. [...] los modernos [...] transforman al jabón en algo más importante que el alma; rechazan la divinidad cada vez que no equivale a limpieza. Si nos molesta esto tratándose de remotos héroes y santos, lo sentiremos mucho más tratándose de los muchos santos y héroes de los tugurios, cuyas manos sucias limpian el mundo. La suciedad es mala principalmente como prueba de pereza, pero el hecho es que las clases que se lavan más, son las que trabajan menos. En lo concerniente a éstas, la actitud práctica es sencilla; el jabón debería ser recomendado y anunciado como lo que es: como un lujo. Con respecto a los pobres, la actitud práctica tampoco es difícil de armonizar con nuestra tesis. Si queremos dar jabón a los pobres, debemos proponernos deliberadamente darles lujos. Si no los hacemos bastante ricos para que sean limpios, entonces debemos categóricamente hacer con ellos lo que hacíamos con los santos. Debemos reverenciarlos por ser sucios (Gilbert Chesterton, El mundo al revés, nota II).

2 comentarios:

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  2. Aunque Süskind no especifíca a qué orden corresponde el clérigo apestosito que refiere, imagino que debió ser un noble franciscano, y que en su momento, supongo era difícil distinguir (por su olor), entre un pobre leproso y un hermano de dicha orden. Intentando darle una escala al hedor filosófico, pienso que los hermanos benedectinos y los agustinos eran algo más aseados

    https://www.facebook.com/notes/rob-gab/el-perfume-p-s%C3%BCskind-frag/10151103955217275

    https://www.facebook.com/notes/rob-gab/el-perfume-p-s%C3%BCskind-frag/10151103955217275

    "En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata, las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre, las curtiduras, a lejías cáusticas, los mataderos, a sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban las plazas, apestaban las iglesias y el hedor se respiraba igual bajo los puentes y en los palacios. El campesino apestaba como el clérigo, el oficial de artesano, como la esposa del maestro; apestaba la nobleza entera y, sí, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el siglo XVIII aún no se había atajado la actividad corrosiva de las bacterias y por consiguiente no había ninguna acción humana, ni creadora ni destructora, ninguna manifestación de vida incipiente o en decadencia que no fuera acompañada de algún hedor."

    -Patrick Süskind, El Perfume, historia de un asesino, Seix Barral, 2004, p. 9

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