Páginas

viernes, 14 de septiembre de 2012

La conversión de Oscar Wilde (parte I)


Oscar Wilde, respondiéndole a un amigo (André Gide) sobre el porqué de su viaje hacia Argelia:

¡Oh!, es que ahora huyo de la obra artística. No quiero adorar más que el sol... ¿Se ha fijado como el sol detesta el pensamiento, lo rechaza siempre, y hace que se refugié en la sombra? Vivía al principio en Egipto: el sol ha conquistado el Egipto. Mucho tiempo vivió en Grecia: el sol ha conquistado la Grecia, después la Italia, luego la Francia. Ahora el pensamiento se haya repelido a Noruega y Rusia, que no son tierras solares. El sol tiene celos de la obra de arte.

No es que tenga celos, es que el sol está más allá de toda ciencia y arte, y por eso es incompatible con ellas. Pero el verdadero científico y el verdadero artista necesitan, sin embargo, adorar al sol: él es el recreo del espíritu, y como buen recreo, es también su inspiración.
Sigue la conversación citada por Gide en De Profundis, pp. 25-6:

Los escritores rusos son extraordinarios. Lo que hace tan grandes sus libros, es la piedad que en ellos han puesto. [...] la piedad es el lado por donde una obra se halla abierta, por donde parece infinita... ¿no sabe, dear, que es la piedad la que me ha vedado matarme? ¡Oh! En los seis primeros meses [de presidio] fui terriblemente desgraciado; tan desgraciado que quería matarme; pero lo que me impidió hacerlo fue la vista de los otros, ver que eran tan desdichados como yo, y tener piedad. [...] la piedad es una cosa admirable; ¡y yo no la conocía! [...] ¿Acaso usted ha comprendido bien cuán admirable cosa es la piedad? En cuanto a mí, todas las noches le doy gracias a Dios --sí, de rodillas, le doy gracias a Dios por habérmela revelado. Pues yo entré a la cárcel con un corazón de piedra y sin pensar más que en el propio deleite, pero ahora mi corazón está destrozado enteramente; ha entrado la piedad en mi corazón; ahora he comprendido que la piedad es lo más grande, lo más hermoso que hay en el mundo... Y de ahí que puedo no malquerer a los que me han condenado, ni a nadie, pues, sin ellos, no habría conocido todo esto. --B... me escribe unas cartas terribles; me dice que no me comprende; que no se explica que yo no malquiera a todos; que todos no sean odiosos para mí... No, que no me comprende, no puede comprenderme. Pero yo le repito en todas las cartas: no podemos seguir por el mismo camino; él tiene el suyo muy brillante; yo, el mío. El suyo es el de Alcibíades; el mío ahora es el de San Francisco de Asís... ¿Conoce a San Francisco de Asís? ¡Aoh! ¡Admirable! ¡Admirable! ¿Quiere hacerme un gran servicio? Mándeme la mejor vida de San Francisco que conozca...

La vida prepresidiaria de Wilde fue un calco de la vida prepresidiaria de San Francisco. Y como el joven Francisco, Wilde comenzó a ver claro el mundo desde la soledad de su encierro. La diferencia está en que Wilde murió poco tiempo después de recobrar la libertad. ¡Triste reconocimiento el que se le tributa hoy! ¡Sólo se lo tiene por un escritor talentoso, cuando su destino era el de ser un santo!

No hay comentarios:

Publicar un comentario