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lunes, 14 de enero de 2013

LA CIENCIA SOCIAL DE SPENCER



La historia no confirma la opinión bastante generalizada de que el calor es un obstáculo para el progreso.
Herbert Spencer, La ciencia social, p. 19

El calor no sólo no es obstáculo sino que es una condición necesaria para el progreso moral, que poco tiene que ver con el progreso tecnológico que sí se hace fuerte hoy en las zonas frías más que en las cálidas. Pero este es un tema complejo del cual tal vez hable otro día, pues hoy no tengo ganas.

Los pueblos que viven en una atmósfera húmeda son menos enérgicos y menos vigorosos. Todas las razas conquistadoras del mundo antiguo, arianos, semitas, mongoles, han salido de la "región si lluvia", que partiendo del Egipto se extiende a través de la Arabia, Persia y Tíbet hasta Mongolia; aquellas razas tan distintas tenían un carácter común, la energía, que debían indudablemente a su larga permanencia en una comarca caliente y seca, puesto que la perdieron después de haberse establecido en países más húmedos y fueron a su vez conquistados por una nueva ola de invasores que venían también de la "región si lluvia".
Ibíd., pp. 19-20

¿No estarás confundiendo, Heriberto, la energía con la crueldad? Quienes viven en zonas desérticas llevan una existencia dura y arisca; eso condiciona el temperamento social (los individuos sutiles y románticos tienden a no sobrevivir), y en consecuencia estas sociedades se tornan duras, sádicas y guerreras.

La vanidad del salvaje es mucho mayor que la del hombre civilizado. Se ocupa de su adorno más que una de nuestras elegantes contemporáneas: sufre para hermosearse el cruel martirio de las picaduras con que embadurnan su cuerpo de groseras imágenes, o bien cuelga de su labio inferior un pesado trozo de madera. Para merecer la aprobación de sus vecinos, sigue la moda, no sólo en las picaduras, que hasta la invención de los vestidos era el único adorno posible, sino de sus costumbres y en sus opiniones. La opinión [de los demás] es tiránica entre los salvajes; nadie trata de sustraerse a su yugo.
Ibíd., p. 28

La conclusión es terminante: quien sigue los dictados de la moda y la opinión ajena en lugar de atenerse a lo que su propio yo le aconseja, es un primitivo salvaje. Sigue Spencer:

De aquí una gran fijeza en las costumbres: "Queremos hacer lo que han hecho nuestros padres", dicen ellos. Este mismo carácter se encuentra, aunque menos pronunciado, en nuestras clases inferiores; aborrecen también las innovaciones; un alimento nuevo les desagrada.

Y una idea nueva, ni te cuento.

... De tan diversas pruebas puede decirse que el hombre primitivo no era en realidad ni bueno ni malo; que se dejaba dominar por la emoción del momento, y que las explosiones de cólera se sucedían en él rápidamente a los más benévolos sentimientos.
Ibíd., p. 30

¡Exacto!: el hombre primitivo no era ni bueno ni malo. Le agradezco a Spencer esta posibilidad que me da de rectificar el juicio que anteriormente yo tenía respecto de los primeros humanos, a saber, que eran buenos por naturaleza. La condición humana no partió ni de un punto positivo ni de uno negativo moralmente hablando. Partió de un punto neutro, para comenzar luego a desarrollarse, por medio de la selección natural, sus códigos de conducta, los cuales han puesto al hombre a la vanguardia de toda especie animal en lo que a sus balanzas éticas y hedonistas (relación dolor-placer) se refiere.

El niño es imprevisor como el salvaje; obra por el primer impulso y busca la aprobación de otros; esta es una nueva prueba en apoyo de la teoría de la evolución, según la cual el hombre civilizado, en su desarrollo individual, pasa por todas las fases que ha presentado su raza.
Ibíd., pp. 30-1

Pero nuestra raza de "hombres civilizados", ¿no está todavía en la niñez? La mayoría de nosotros sigue, como los habitantes de las tribus salvajes, obrando por el primer impulso y buscando la aprobación de los otros. Y si bien somos más previsores, nuestros recaudos abarcan solamente los objetos materiales, dejando siempre a nuestro espíritu navegando a la deriva en el mar del futuro.

El salvaje ve las cosas tales como se le presentan; no raciocina ni sobre sus causas ni sobre sus consecuencias; así, no se forma ideas nuevas; hace lo que ha visto hacer; imita, no inventa. La actividad de la reflexión se haya en él en razón inversa de la actividad de la percepción.
Ibíd., pp. 32-3

El hombre del futuro tendrá el poder de percepción del antiguo salvaje y a la vez el poder de reflexión del pensador moderno.

La teoría del progreso continuo admitida sin restricción, es casi tan insostenible como la decadencia continua, y frecuentemente el progreso de ciertos tipos determina la degradación de otros. Tal es el caso en que una raza superior empuja a una raza inferior a localidades desfavorables, lo que motiva que ésta retroceda visiblemente en el camino de su progreso.
Ibíd., p. 38

Según intuyo, la teoría del progreso continuo es verdadera, porque me late que en el futuro las razas no necesitarán empujarse unas a otras, y entonces evolucionarán coordinada y ascendentemente todos los individuos en su conjunto. Y cuando hablo de individuos no me refiero exclusivamente a los hombres, sino también a todas las demás especies.

Si el miedo a los vivos es el origen de la autoridad política, el miedo a los muertos es la raíz de la autoridad religiosa.
Ibíd., p. 91

Pero todo miedo indica que algo no está bien. Luego, las autoridades políticas y religiosas no están bien.

El curso futuro de la evolución suprimirá el adulterio.
Ibíd., p. 182

Porque el curso futuro de la evolución es el Amor, y quien ama a su complemento no se aburre de acostarse con él.

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