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jueves, 28 de febrero de 2013

Puntos de contacto entre mi personalidad y la de Tolstoi



Otros tres puntos de contacto entre la personalidad de León Tolstoi y la de quien esto escribe.
1) La emotividad soterrada y 2) el "efecto imán" hacia los niños. Afirma Derrick Leon: "Al igual que muchos hombres de poco común sensibilidad y excepcional capacidad emotiva, Tolstoi era muy poco expresivo. Sin embargo, los niños sentíanse inmediatamente arrastrados hacia él de manera instintiva" (Tolstoi, p. 243). Idéntica situación la mía: un témpano por fuera; por dentro, un volcán (aunque a este témpano exterior se le humedecen los ojos cada vez con mayor asiduidad). Y lo mismo con los niños, para quienes soy algo así como un bufón lúcido del cual no quieren despegarse por nada del mundo. Junto a ellos, me transformo en un niño más (con la condición de estar solo con ellos, sin ningún mayor que interfiera y eche a perder mi metamorfosis).
3) La puntillosidad en cuestiones literarias. La publicación de los seis volúmenes de Guerra y paz, por ejemplo, fue
motivo de iguales atenciones, esmeros y cuidados minuciosos que su composición. [...] las pruebas de imprenta fueron corregidas una y otra vez y se les hizo numerosas inserciones de frases perfectamente construidas. De acuerdo siempre con el insaciable deseo de perfección que animaba a Tolstoi en todas sus actividades, las supresiones, paráfrasis y modificaciones se sucedieron con miras de no acabar nunca. Más aún, cuando las últimas pruebas salieron rumbo al taller donde se procedía a la impresión de la obra, algunos telegramas que contenían correcciones adicionales acerca del lenguaje y el estilo fueron remitidos a los impresores (Derrick Leon, Tolstoi, p. 201).

Maniático del pulido era Tolstoi y maniático de pulido soy yo. Pero ¿será esta manía un buen signo indicador de la grandeza literaria o, antes al contrario, no es más que un escondrijo en donde se ocultan ciertas carencias elementales? El norteamericano John Nef parecería inclinarse por esto último. Analizando los motivos de la escasa producción literaria de alto nivel engendrada por los Estados Unidos en el siglo XX, comenta:

Nunca se publicaron con anterioridad tantas novelas prolijamente elaboradas y pulidas. Algunas son tersas y pulidas en grado sumo. La dificultad consiste en que las grandes obras de arte no son tersas ni pulidas. Son auténticas. Como la mayoría de las cosas auténticas, están a menudo llenas de aspereza. Como las verdaderas esmeraldas, tienen fallas. Pocas personas que luchen en forma auténtica y profunda con los problemas de la vida --como le toca hacerlo al verdadero artista-- pueden evitar las fallas. Nada que sea meramente suave y bonito puede inspirar un afecto profundo y duradero (Estados Unidos y la civilización, pp. 264-5).

¿Será cuestión entonces que dejar a la obra literaria sin lijado ninguno, en estado salvaje, fallada de pies a cabeza, porque tales fallas constituirían algo así como pruebas de autenticidad ? Siempre no. La grandeza está en la obra, no en el refinamiento; pero si la obra es grande, el refinamiento la termina de engrandecer. Distinto es el caso de los novelistas norteamericanos, que según Nef serían expertos en el arte de refinar, pero sin contar con las letras salvajes y contundentes que a tal refinamiento puedan someterse. Es un refinamiento "en el vacío", y así nada digno de leerse puede salir. Pulir sí, siempre que tengamos materia prima viva en donde aplicar el pulimento. Tolstoi la tenía y de sobra; ¿la tendré yo?[1]



[1] Aclaro que mis pulimentos, a diferencia de los de Tolstoi, se aplican inmediatamente después de concebir los párrafos, los cuales, una vez cristalizados, endurecidos, ya quedan así y no los modifico sino en contadísimas excepciones. "Yo añado siempre, pero no enmiendo nunca", decía Montaigne. "Y no retoco jamás, si no es de mala gana, lo que ya antaño consignara" (Ensayos, III, IX). Y estos añadidos aparecen en mis escritos, o bien bajo la forma de nota al pie, o bien en una nueva entrada de mi diario que remite a la entrada que se quiere comentar, ratificar o rectificar.

lunes, 25 de febrero de 2013

León Tolstoi y la ética de la no justicia


Según Ricardo Maliandi, en la medida en que damos cumplimiento pleno a un valor o a un principio ético de gran jerarquía, tendemos a lesionar a otro valor o a otro principio ético que se les contrapone. Ejemplo de ello es el amor o la bondad, que si los extendemos en forma omniabarcativa, tienden a dañar a otro principio o valor supremo: el de la justicia. Esto es lo que dice mi amigo Maliandi; a lo que yo digo que yerra, que no existe tal contraposición de valores, que un valor ético cardinal no puede bajo ningún punto de vista cruzarse a campo traviesa por la senda de otro valor cardinal y eclipsarlo. Y entonces tenemos la conclusión de que la bondad no puede, está impedida de opacar a la justicia, a no ser que la justicia no sea un valor, en cuyo caso puede opacarla perfectamente, y hasta podría suceder que opacarla resultara ser su primordial objetivo, su deber. Así lo entiendo yo, y así lo entendió Tolstoi, que comprendió cabalmente, con la cabeza y con el corazón, que lo que los hombres llaman justicia es un amasijo de conceptos mal acrisolados utilizado en provecho de los diferentes gobiernos y que de ningún modo puede considerarse una virtud, justamente porque tiende a lesionar a la bondad, que es la virtud primera. Lo comprendió durante un viaje que realizara a París a finales de la década de 1850. Allí tuvo la oportunidad de observar, por primera vez en su vida, una ejecución pública. "La guillotina --comenta desde su diario-- me mantuvo largo tiempo despierto, obligándome a reflexionar". Sí, reflexionó y reflexionó durante toda la noche, y al cabo, como fruto maduro de tales reflexiones, emergió el principio rector que lo caracterizaría: “Desde hoy en adelante no serviré a ningún gobierno. Todos los gobiernos de este mundo son iguales en la medida del mal y del bien que hacen. El único ideal es la anarquía”. La anarquía cristiana, se entiende. Y aquí es donde aparece la reflexión axiológica --que es reflexión y sentimiento al mismo tiempo-- que le sugiere que la llamada "justicia" nada de justa tiene, y que el pensador interesado en la ética debería descartarla como un trasto viejo en lugar de colmarla de laureles y encaramarla en lo más alto del podio de las virtudes supremas. He aquí su reflexión profunda, tal vez la más profunda y sabia de sus reflexiones morales:

Cuando vi la cabeza separada del cuerpo y escuché el ruido que hizo al caer dentro de la cesta, comprendí, no con mi mente, sino con todo mi ser, que ninguna teoría razonable del progreso podría justificar esa muerte, y, no obstante que todos, desde los principios del mundo, no sé de acuerdo con qué teoría, la consideran necesaria y justa, sé perfectamente que es inútil y nociva (citado por Derrick Leon en Tolstoi, p. 123).

Perfectamente, mi estimado León, inútil y nociva. Y no estamos hablando de esa ejecución o del instrumento --la guillotina-- que la posibilitara, sino de la justicia misma y de su injerencia dentro del aparato teórico de la ética[1].


[1] (Nota añadida el 1/4/13.) Otro que opina parecidamente a nosotros, respecto del puntual asunto de la pena de muerte y respecto también del asunto general de la captación emotiva de las normas éticas y de los valores que las sustentan, es el uruguayo Carlos Vaz Ferreira: "Se discute sobre la pena de muerte: hay argumentos teóricos, aparentemente buenos, en favor, y argumentos teóricos, aparentemente buenos, en contra; y estadísticas que parecen probatorias en favor, y estadísticas que parecen probatorias en contra. Mientras ustedes se mantengan en ese terreno puramente lógico o escolástico, podrán no resolver. Pues en esos casos, tengan confianza en los sentimientos de humanidad y de piedad. Hay una solución que se impone, que se impondrá tarde o temprano: los hombres no pueden matar a otros hombres. Cuando sientan esto, dejen de argumentar y de preocuparse demasiado de que les argumenten: ¡no se mata!" (Moral para intelectuales, pp. 172-3).

domingo, 17 de febrero de 2013

Nietzsche vegetariano


Parece ser que Nietzsche tuvo un período vegetariano, que se extendió hasta principios de su década del ’70. Cuando Wagner lo invitaba a comer a su casa, Nietzsche le despreciaba sus alimentos cárnicos, y el gran compositor se desesperaba y lo increpaba. Temió por fin Nietzsche que la relación se resintiese por este contrapunto y abandonó su vegetarianismo, con lo cual dejó contento a su por entonces mejor amigo.

A quien no dejó contento con esta decisión fue a su pobre cuerpecito. A partir de 1873, sufrirá una enfermedad tras otra: parálisis, migrañas, problemas visuales… Un sinnúmero de patologías que se habría evitado, seguramente, de haber continuado con su antiguo régimen alimenticio.

El pensador de los martillazos, el pensador renegado, renegó de Schopenhauer y del vegetarianismo a favor de una filosofía de la vida, y como consecuencia de su abjuración… terminó completamente desvitalizado. A eso llamo yo errar el criterio.

miércoles, 6 de febrero de 2013

¿Es posible la ética en un mundo determinista?

Dijo un eminente parasicólogo:

Sin libre volición no puede haber moralidad, ni verdadera democracia, ni siquiera la ciencia misma como libre investigación. […] Todo sistema moral reposa sobre la libertad del individuo, vale decir, sobre el libre albedrío .

Poco importa si el lector está al tanto de quién fue este sujeto; no interesa, porque la gran mayoría de los pensadores modernos habrían dicho lo mismo: sin libre albedrío no es posible la ética. ¿Es esto cierto?
Leamos ahora el siguiente párrafo escrito por Bertrand Russell:

La parte de la ética que se ocupa, no ya de la conducta, sino del significado de bien y mal y de las cosas que son intrínsecamente buenas o malas es absolutamente independiente de la libertad de la voluntad. La causalidad pertenece a la descripción del mundo existente; y sabemos que no es posible inferir lo que es bueno de lo que existe. Consiguientemente, el que la causalidad rija siempre, a veces o nunca es algo totalmente irrelevante en la consideración de bienes y males intrínsecos .

Sabias palabras: al estudio de la ética, a la investigación de lo que es bueno y lo que es malo, no le interesa en absoluto el hecho de que la conducta humana esté o no fatalmente determinada. Pero continuemos con el párrafo de Russell en donde lo dejamos:

Sin embargo, cuando llegamos a la conducta y a la noción de deber, no podemos estar seguros de que el determinismo no introduzca diferencia alguna. Vimos ya que la acción objetivamente justa puede ser definida como la que, entre todas las que son posibles en las circunstancias dadas, en conjunto producirá probablemente las mejores consecuencias. Consiguientemente, la acción objetivamente justa ha de ser, en cierto sentido, posible. Pero si el determinismo es cierto, hay un sentido en el cual ninguna acción es posible, salvo la realmente realizada. De ahí que, si los dos sentidos de posibilidad son lo mismo, la acción realmente realizada es siempre objetivamente justa, pues es la única acción posible y, por tanto, no hay ninguna otra acción posible que pueda tener mejores resultados. Surge aquí, me parece, una dificultad real.

Se impone entonces una separación entre el estudio de la ética y su aplicación práctica, entre lo que pensamos que es bueno y lo que pensamos que es malo, por un lado, y lo que hacemos, de acuerdo a esos conocimientos, por el otro. En esta última parte de la ética, en su parte práctica, es en donde las nociones de determinismo y de libre albedrío intervienen. Si creemos en el libre albedrío, podremos actuar en sentido ético suponiendo que lo hacemos por deber y con justicia; la creencia en el determinismo, en cambio, desarticula estos dos conceptos y los vuelve ilusorios, pero no por eso desarticula la noción misma de comportamiento ético como generalmente se supone. Simplemente sucede que el determinista cree actuar no en base a imperativos categóricos deducidos racionalmente, ni tampoco suponiendo que su accionar es “justo”, sino atraído por la fuerza de los valores que, con su acción, intenta cumplimentar. Su supuesta “autonomía” se desvanece, pero no su eticidad . El hombre, lo mismo que cualquier otra criatura, es necesariamente heterónomo. La autonomía pertenece a los valores, que arrastran al hombre a comportarse bien (si los ha sabido captar correctamente) o a comportarse mal (si no pudo superar la ceguera axiológica). Este punto es controvertido, pues ninguno de los dos grandes axiólogos del siglo XX, ni Max Scheler ni Nicolai Hartmann, entendieron así las cosas. El que sí las entendió de esta manera fue nuestro compatriota Carlos Astrada:

En la ética material de los valores, en la que la esencia de la moralidad se define por la realización de los mismos, es decir, de su contenido moralmente valioso, el acento tiene que recaer necesariamente en el valor, esfumándose la iniciativa moral de la persona .

Vio muy bien Astrada la incoherencia, pero ¿qué hizo al respecto? ¿Criticó a esos axiólogos por su condición de albedristas? ¡No!: criticó a esos albedristas por su condición de axiólogos:

Sin autonomía de la persona, o sea, sin la absoluta espontaneidad que es la libertad como poder ser, no hay principio moral con plenitud de validez, no hay fundamento inconcuso para una ética que pueda y deba imponerse como tal a la conciencia de los hombres (ibíd., p.133).

El deseo de ser metafísicamente libres puede llevarnos a incoherencias lógicas o, lo que es peor, a enceguecernos frente al valor de una teoría inmarcesible.
      "El concepto de libertad --nos dice Astrada-- constituye el corazón mismo del problema de la ética" (p. 112). Concuerdo con él en el sentido de que lo primero que hay que hacer antes de comenzar una investigación de este tipo es fijar una clara hipótesis de trabajo: hay libertad o no hay libertad. No quiero decir que no podamos nunca dudar sobre si en verdad la libertad existe o no, sino que la teoría ética debe quedar estructurada sobre uno u otro presupuesto y no zigzaguear entre ambos como sí puede hacerlo el pensador que la desarrolla. Pues bien: esta fijación fundamental no aparece nunca en la Ética de Scheler, y está muy bien que Astrada (p.112) le critiqué la omisión . Y lo mismo es atinente su crítica del valor que Scheler adjudica a las personas como supuestos entes autónomos:

Scheler intenta, en vano, fundar el concepto de la autonomía de la persona sobre el valor y los actos personales en función de éste, y dirigidos al mismo. [...] Nos dice que sólo la persona autónoma y sus actos pueden poseer el valor de un ser y un querer moralmente relevantes. [...] Ahora bien, si los valores morales se imponen a la persona con independencia de ella y desde un plano (el «mundo de los valores») de absoluta objetividad, los actos personales dirigidos al valor no pueden ser autónomos. La aceptación de los valores morales por parte de la persona --cuya función se reduce a reconocerlos, aprehenderlos y realizarlos-- le arrebata necesariamente su supuesta autonomía; esa aceptación implica, en lo que respecta a la realidad moral, una relación de dependencia y hasta una sumisión de la persona. La ética de los valores se resuelve fatalmente en una ética heterónoma. [...] para la ética material axiológica, lo esencial no es el acto personal autónomo, sino el reconocimiento y realización de lo valioso objetivo, la sumisión al valor, mediante los cuales es sustraída a la persona su autonomía [...]. Si la persona tiene que adherir a valores morales y someterse a la absoluta objetividad de los mismos, el acto que tal adhesión implica no puede llamarse autónomo. La ética material de los valores, al reconocer a éstos plena y absoluta autonomía, es, pues, una ética heterónoma carente de verdadero fundamento desde que desconoce la autonomía de la persona (pp.113-4, el subrayado es mío).

Brillante todo el desarrollo de la crítica excepto en la conclusión final. ¿Por qué una ética que desconoce la autonomía de la persona tiene necesariamente que carecer de verdadero fundamento? A mis ojos aparece nuevamente, como resucitado desde los tiempos de Galileo, como redivivo luego de la paliza que Darwin le propinara, el inmortal prejuicio antropocentrista que quiere hacer del hombre un ente más importante aún de lo que ya lo es indiscutiblemente. Si la persona humana no es el fundamento último de la ética, dice Astrada, dicha ética es errónea. Gira la ética en derredor del hombre y no el hombre alrededor de la ética. El existencialismo parece llevar las de ganar, pero no festejen anticipadamente, que ya está llegando el nuevo Copérnico que pondrá al sentido común y a las sensaciones "evidentes" en el lugar filosófico que les corresponde[1].


[1] Es el sentido común el que sugiere que los humanos somos autónomos, puesto que autónomos nos sentimos. Pero ¿quién autorizó al sentido común a opinar en cuestión tan intrincada? Según el Diccionario filosófico de Voltaire, el sentido común es un "estado intermedio entre la estupidez y el ingenio", y decirle a un hombre que tiene sentido común es más una injuria que un halago, "porque es significar que no es completamente estúpido, pero que carece de inteligencia”. Utilizar el sentido común en el ámbito de la filosofía es tan peligroso como intentar el cruce del océano Pacífico valiéndose de un kayak.

Textos citados

Astrada, Carlos: La ética formal y los valores; La Plata, Universidad de la Plata, 1938.
Llambías de Azevedo, Juan: Max Scheler (1965); Bs. As., Nova, 1966.
Rhine, Joseph: El alcance de la mente (1947); Buenos Aires, Paidós, 1974 (3ª).
Russell, Bertrand: Ensayos filosóficos (1910); Madrid, Alianza, 1985 (7ª).
Voltaire: Diccionario filosófico (seis tomos, 1764); Valencia, F. Sempere, s/f.

viernes, 1 de febrero de 2013

SPONG, EL ANTIDOGMA




Desde mi punto de vista, afirmar que la Biblia constituye en todo su detalle literal la palabra de Dios, libre de todo error, no es más que una ignorancia bíblica.
John Shelby Spong, Jesús, hijo de mujer, p. 17

Bueno sería que mi amigo Bertrand Russell tomara en cuenta esta sentencia.

Conozco a miles de personas que permanecen en el seno de la Iglesia por costumbre o por esperanza, pero lo hacen a costa de desconectar sus mentes.
Ibíd., p. 18

Yo era una de ellas.

No creo que María fuera literalmente una virgen, en ningún sentido biológico. No creo que a los hombres y mujeres contemporáneos se les pueda presentar con credibilidad a alguien a quien se conoce como una madre virgen, calificándola como una mujer ideal. No creo que la historia de la virginidad de María haya realzado la imagen de la madre de Jesús. Antes al contrario, estoy convencido de que la historia ha desvirtuado la humanidad de María, y se ha convertido en un arma en manos de aquellos cuyos prejuicios patriarcales distorsionan la humanidad de todos, en general, y de las mujeres en particular.
Ibíd., pp. 24-5

Coincido; pero ese "no creo que la historia de la virginidad de María haya realzado la imagen de la madre de Jesús", ¿no podría extenderse hacia un "no creo que la historia de la divinidad de Jesús haya realzado la imagen de Jesús como filósofo"?

Nada menos que una persona como el Papa Juan Pablo II ha apoyado un documento y una actitud que proclama: "Las mujeres no serán nunca sacerdotes en la Iglesia Católica romana porque Jesús no eligió a ninguna mujer como discípulo". Presento esto como un abuso literal de las Sagradas Escrituras. En el orden y las costumbres sociales del siglo primero de nuestra era, resulta inconcebible tener a una mujer como miembro de un grupo de discípulos de un rabino o maestro itinerante. El papel de la mujer se hallaba circunscrito con demasiada claridad como para atreverse siquiera a imaginar algo así. Aquí, sin embargo, el literalismo bíblico es ecléctico antes que minucioso. Quizás al obispo de Roma todavía no se le ha ocurrido pensar que Jesús tampoco eligió a ningún discípulo polaco, a pesar de lo cual eso no excluyó del sacerdocio a un muchacho polaco llamado Karol Josef Wojtila, que más tarde se convertiría en Juan Pablo II.
Ibíd., p. 28

¡Brillante, Yon! ¡Péguele duro al machismo eclesiástico!

En las mitologías del mundo hay muchas historias que cuentan con partes paralelas y familiares de la tradición cristiana. Las figuras divinas nacen de madres vírgenes, los héroes míticos mueren, resucitan y regresan a los cielos en ascensiones cósmicas. Cuando leemos estas tradiciones en el contexto de los escritos egipcios sagrados, no se nos ocurre literalizar las historias de Isis y Osiris. Sabemos que, en este caso, nos encontramos ante mitos antiguos. Y, sin embargo, evitamos hacer lo mismo cuando se trata de nuestra propia fe.
Ibíd., p. 31

Ha llegado el momento de que la Iglesia reconozca la certidumbre como un vicio, que aprenda a desecharlo y abrace la incertidumbre como una virtud. Ha llegado el momento de que la Iglesia abandone su actitud neurótica de traficar con un débil sistema de seguridad religiosa tras otro, y permita a sus fieles sentir el viento vigorizador de la inseguridad, para que los cristianos puedan comprender realmente lo que significa caminar por la fe.
Ibíd., p. 34

¿Puede escapar la Iglesia del hábito de controlar el comportamiento, y pasar a convocar a la gente para que sean los seres santos y completos, tal como Dios los ha creado?
Ibíd., p. 34

No hubo nacimiento virginal biológicamente literal, ni superación milagrosa de la esterilidad en el nacimiento de Juan el Bautista, ni ángel Gabriel que se le apareciera a Zacarías o María, ni Zacarías se quedó sordomudo, ni coros angélicos que poblaran los cielos para anunciar el nacimiento de Jesús a los pastores de las montañas, ni viaje a Belén, ni presentación o purificación en Jerusalén, ni historia del templo durante la infancia de Jesús. De hecho, y con toda probabilidad, Jesús nació en Nazaret de una forma muy normal, como hijo de María y José, o bien fue un hijo ilegítimo que José justificó al reconocerlo como hijo propio.
Ibíd., pp. 166-7

¡Por fin alguien que estudia las Escrituras sin el corpiño del dogma en los ojos!

No, no estamos solos. No somos un simple accidente del proceso físico y estúpido de la evolución.
Ibíd., p. 167

No, no estamos solos. Dios existe. Y sin embargo, Dios no está con nosotros. Esta en nosotros, que no es lo mismo. Y el proceso de la evolución, de estúpido no tiene absolutamente nada.

Los verdaderos enemigos de un sistema de fe no son quienes hacen doblar la rodilla a la tradición, sino quienes la congelan, los cuales, al no ser capaces de cambiar y crecer, transforman los símbolos en momias y hacen imposible que quienes viven en un mundo cambiante permanezcan con integridad en el seno de ese hogar de fe.
Ibíd., p. 180

¡Clap, clap, clap, clap..!

Resulta a un tiempo divertido y triste observar cómo los líderes eclesiásticos actuales se mueven cautelosamente alrededor de la pregunta de cómo comprender la afirmación eclesiástica tradicional de que la Biblia es la palabra de Dios, pues en el fondo de sus corazones saben muy bien que esa afirmación ya no es sostenible de ninguna forma literal. La legitimidad de la esclavitud, el estatus de objeto de la mujer, el concepto de la Tierra plana, la comprensión de la epilepsia como posesión por el demonio, todo ello afirmado en la Biblia, son ideas que, simplemente, no se aceptan en el siglo XX. Lo que sucede es que la mayoría de los líderes religiosos no tienen la honestidad para decirlo públicamente. En consecuencia, lo que exponen no es más que retórica que utiliza las palabras tradicionales, pero sugieren que significan algo muy diferente a lo que significaron en el pasado. Es una estrategia comprensible, pero así nunca se conseguirá nada. Esas prácticas nos hacen pensar en batallas de retaguardia en las que se liberan escaramuzas dentro de un inevitable movimiento de retirada.
Ibíd., p. 181

El corazón no puede rendir culto a lo que ha rechazado la mente.
Ibíd., de. 182

La frase: "Sufrió bajo Poncio Pilatos, fue crucificado, murió y fue enterrado" es la única que ata el cristianismo a la historia. Todo lo demás que existe en los credos no constituye sino un intento por poner en palabras una experiencia de Dios que estaba más allá de la historia, y por explicar teológicamente quién fue el que sufrió y murió, por qué tuvo importancia y por qué tuvo su vida un significado que va mucho más allá de sus límites históricos y finitos.
Ibíd., p. 183

Y hasta existe gente, como yo por ejemplo, que admite que duda incluso de la existencia histórica de Jesús --aunque ciertamente, hay que aclararlo, mi duda es mínima[1].


[1]  Y las dudas de los siguientes historiadores y escritores parece que también eran mínimas:
·                                  Flavio Josefo, historiador judío:

Por aquel tiempo existió un hombre sabio, llamado Jesús, porque realizó grandes milagros y fue maestro de aquellos hombres que aceptan con placer la verdad. Atrajo a muchos judíos y a muchos gentiles. Delatado por los principales de los judíos, Pilatos lo condenó a la crucifixión. Aquellos que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo. Desde entonces hasta la actualidad existe la agrupación de los cristianos”. (Antigüedades Judías 18,3,3)
·                                  
Tácito 
Historiador y consul romano 

Por lo tanto, aboliendo los rumores, Nerón subyugó a los reos y los sometió a penas e investigaciones; por sus ofensas, el pueblo, que los odiaba, los llamaba “cristianos”, nombre que toman de un tal Cristo, que en época de Tiberio fue ajusticiado por Poncio Pilato; reprimida por el momento, la fatal superstición irrumpió de nuevo, no sólo en Judea, de donde proviene el mal, sino también en la metrópoli , donde todas las atrocidades y vergüenzas del mundo confluyen y se celebran”. (Anales, 15:44:2-3)
·                                  
 Suetonio 
Historiador romano 

A los judíos, instigados por Chrestus, los expulsó de Roma por sus hábitos escandalosos”. (De Vita Caésarum. Divus Claudius, 25.)
 Luciano de Samosata 
Escritor satírico romano, habla despectivamente de los cristianos en su obra La muerte del Peregrino: 

...lo utilizaban como legislador y le daban el título de jefe. Después, por cierto, de aquel a quien el hombre sigue adorando, que fue crucificado en Palestina por haber introducido esta nueva religión en la vida de los hombres.
 Julio Africano recoge la mención que un tal Talo, que parece ser un historiador romano o samaritano del s. 1 dC., hace de las tinieblas que sobrevinieron a la muerte de Jesús explicándolas como un fenómeno natural: "En su tercer libro de historias, Talo llama a estas tinieblas un eclipse de sol. Contra la sana razón, a mi juicio".

Justino Mártir hace referencia a los Hechos de Poncio Pilatos: “Y después que fue crucificado echaron suertes sobre su vestidura, y los que le crucificaron se repartía entre ellos. Y que estas cosas ocurrieron, podéis comprobarlo a partir de los Hechos de Poncio Pilatos”. (La Primera Apología, cap. 35)