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jueves, 14 de marzo de 2013

¡Un papa argentino! ¡Y se llama Francisco! Esto es demasiado.


Justo ahora, que me vengo reconciliando con el rezo a este Dios panenteísta que maneja mi destino, justo ahora es elegido Papa el cardenal Bergoglio, "el cura que reza", como popularmente se lo conoce debido a su devoción por las plegarias. Y justo ahora, que me encuentro en medio de un trance decisivo, de una disyuntiva que puede cambiar mi vida para siempre: si vender el departamento en donde ahora vivo para mudarme a una casa más amplia y lujosa, con piscina incluso, o si regalar el dinero de la venta a los pobres y quedarme sin casa ninguna, como es lo que debe hacer cualquier cristiano consecuente; justo ahora, digo, aparece Francisco en mi vida, mi santo favorito, mi guía espiritual por antonomasia, reencarnado en este hombre austero que viene a decirme, como le dijo Jesús al joven rico que pretendía seguirlo: "Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes y dáselos a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos". Una persona que cree en las señales, como yo creo, no puede albergar ya ninguna duda acerca de lo que tiene que hacer. Tolstoi no tuvo un papa que lo apoyara en su locura, en su locura de querer seguir la lógica de Jesús hasta sus últimas consecuencias; yo parece que lo voy a tener, y entonces mi locura ya no sería tan locura para los ojos de aquellos que no querían ver. ¡Rezo por vos, bienaventurado Francisco! ¡Que tengas la fuerza y los huevos necesarios para transformar al anticristo desde adentro y convertirlo en la iglesia de todos, en la iglesia de todos los pueblos! Rezo por vos, y a cambio te pido que reces por mí, que intercedas ante Dios para que me otorgue una dotación extra de coraje que me impida marcharme, como el joven rico, cabizbajo y entristecido hacia mi mundo de riquezas en lugar de continuar orgulloso y beato por la senda que Jesús y el Papa, ¡ahora al unísono!, me vienen señalando.

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