Me quejaba de que las señales
promisorias no habían estado acompañadas de palabras también promisorias; pues
bien, las palabras promisorias aparecieron: "¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!",
dijo Francisco el próximo pasado 16 de marzo en una
audiencia que se celebró en el aula Pablo VI del Vaticano. Ya tengo entonces los gestos promisorios y
las promisorias palabras; faltan tan sólo, ni más ni menos, los hechos.
Pero no pequemos de impaciencia. Dijo hace pocas horas el
padre Mamerto Menapace: "Si queremos invertir la dirección de una
bicicleta, todo lo que tenemos que hacer es girarla. Si queremos invertir la
dirección de un trasatlántico, tenemos que realizar delicadas maniobras,
llevarlo mar adentro y, muy lentamente, modificar el rumbo". La Iglesia
Católica es hoy día un enorme y lujoso trasatlántico, un pesado armatoste que
costará frenar, y mucho más costará su viraje. ¡Meditar, ayunar y esperar, recomendaba
Siddharta! Esperemos pues. Y tengámosle fe a este gran papa que vino a
revolucionar la curia. Recemos por él.
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