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martes, 18 de junio de 2013

Mi amigo Miyazono, el budista carnívoro

Volví a ver el mes pasado al "Puma" Miyazono. Estuvo en el Japón, metido en un monasterio budista durante más de dos años, regresando a Buenos Aires por causa --o con la excusa-- del fallecimiento de su padre[1]. Pero ¿qué aprendió en ese sacro retiro? Viéndolo comer los sánguches de miga que Ángel Russo, nuestro anfitrión, nos prodigaba, concluyo con liviana rapidez que no aprendió gran cosa, pues yo, un humilde laico, perdía tiempo y paciencia retirando prolijamente las fetas de jamón adheridas como con pegamento a los delgados panes mientras que Joaquín devoraba como si nada los restos de lo que alguna vez supo ser un honorable porcino. Me intrigó su conducta y entonces le comenté algo así: "Yo tenía entendido que los budistas eran vegetarianos..." Lo somos --me replicó--. Pero si alguien nos ofrece un plato de comida que incluye restos de animales, no lo despreciamos por respeto al ofrendador". O sea que yo, lejos de ser lógico y consecuente con mis convicciones, soy un irrespetuoso. ¿Y al chancho? ¿Al chancho quien lo respeta? No me atreví a retrucarle lo siguiente, pero lo pensé para mis adentros: "¿Y si te ofreciesen un canapé untado con excremento, lo comerías igual por puro respeto?" "No --concluiría el aprendiz de monje--, porque ahí sería el ofrendador quien me estaría faltando el respeto a mí". Pues a mí ya me lo falta rebanando a un pobre animal y pretendiendo que lo devore; eso es más irrespetuoso que la mierda. Pero mi amigo el Puma, conocedor de la psicología humana, arremetería con un argumento poco convincente: "El ofrendador no sabe que al ponerte un animal muerto sobre la mesa te ofende; distinto es el caso de quien te unta una galleta con caca y pretende que te la comas". "¿O sería que todo es cuestión de intenciones? Si así fuera, podría estar el jamón bien podrido y tú deberías comértelo si es que tu ofrendador no lo ha notado". "En ese caso --diría el Puma--, lo apartaría de mi boca y se lo haría saber". "Pues bien --remataría yo--, eso es lo que hago cuando le saco, a la vista de todos, la feta de jamón al sánguche: le doy a entender que el alimento que me prodiga está podrido, espiritualmente podrido, por más que sea tan fresco que el grito del chancho aún retumbe en el ambiente". Pero en esas alturas del debate ya me lo imagino al ponja mirándome con gesto compasivo y pensando para sí: "Demasiada lógica puede destruirte". ¡Que me destruya, que me destruya!... Yo de nada me ofendo, pero mi tarea en este mundo es ofender. Quien escupe al cielo le cae en la cara. ¿Le cae qué? Su escupitajo, claro está, pero mientras los líderes espirituales continúen imitando a Miyazono, los escupidores seguirán pensando que lo que impactó en su rostro es agua bendita[2].




[1] (Nota añadida el 12/2/11.) Joaquín Miyazono es hoy día un reputado monje budista que se hace llamar Senpo Oshiro.
[2] (Nota añadida el 11/5/9.) Cuenta la tradición que el Buda, invitado por el herrero Chunda (o Cunda) a comer unos pasteles de arroz y carne de cerdo, aceptó el convite, pese a sus convicciones vegetarianas, para que no se sintiese despreciado. El Puma seguramente se aferró a este famoso pasaje a la hora de masticar el jamón. Pero cuidado, porque también cuenta la tradición que el Buda, luego de aquella ingesta, pereció intoxicado. Yo no quiero que me intoxiquen; el Puma Miyazono, no sé. Y además ¿no fue el Buda quien aconsejó a sus discípulos seguir sus propias luces (“sed lámparas para vosotros mismos, sed vuestro propio refugio”) en lugar de obedecer ciegamente a la palabra escrita?

2 comentarios:

  1. Hola. De dónde lo conocés a Joaquín? Del Krause? Fui compañero de él...

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  2. del Krause precisamente. También fui su compañero. ¿Quién sos, Jorgito el metalero?

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