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jueves, 18 de julio de 2013

La revancha de Berkeley (segunda parte)


CORNELIO CORNEJÍN. -- ¿Es usted Ramphastus Dicolorus?
RAMPHASTUS DICOLORUS. -- Eso dije.
CORNELIO. -- ¿El escritor?
RAMPHASTUS. -- Entre otras cosas.
CORNELIO. -- He leído su libro, Trabajo moral, y me ha fascinado. Soy un gran admirador suyo.
RAMPHASTUS. -- Pues no me hace usted ningún favor diciéndomelo. Tienta mis vanidades y mis soberbias. ¡Lo único que falta es que me pida un autógrafo! La notoriedad, estimado amigo, es como una gran campana fastidiosa que unos bromistas de mal género me hubieran colgado en la espalda, y que, en cuanto me muevo, se pusiera a sonar para hacer aullar a los imbéciles y a los perros.
CORNELIO. -- Bueno... No se ofusque. ¿Para qué publicó su libro en vida si tanto le teme a la fama?
RAMPHASTUS. -- No lo publiqué yo, la idea fue de mi esposa, maldita sea, que me quiso alegrar en una época en la que me hallaba deprimido y se le ocurrió que lo lograría con la sorpresa de que mis pensamientos estuvieran al alcance de cualquiera. La maldigo a ella, al editor, al jefe de Control (ese tal Abel Baker) que lo prologó y a todos los periodistas que me reconocen mientras paseo tranquilamente por la calle y que interrumpen mis meditaciones. Malditos sean de día y malditos sean de noche, malditos sean cuando se acuestan y malditos sean cuando se levantan, malditos sean cuando salen y malditos sean cuando regresan. Que el Señor no los perdone. Que la cólera y el enojo del Señor se desaten contra ellos y les arrojen todas las maldiciones escritas en el Libro de la Ley. Que el Señor borre sus nombres bajo los cielos y los abandone al Maligno con todas las maldiciones habidas y por haber, y una más también.
CORNELIO. -- Parece ser usted una persona mucho más odiosa y odiante que lo que muestra su libro...
RAMPHASTUS. -- No... No haga caso de mis imprecaciones. Las utilizo para descargarme y porque me agrada como suenan, pero no pienso ni siento realmente así, sobre todo respecto a mi esposa, que en paz descanse. Pero ¿qué es eso de odioso y odiante?, ¿cuál es la diferencia?
CORNELIO. -- La misma que hay entre amoroso y amante. No sabía que su mujer había muerto.
RAMPHASTUS. -- Ya lo sé, pero dígame una cosa: ¿por qué me tuteó, o mejor dicho me voseó cuando me preguntó si estaba lastimado y ahora me trata de usted?
CORNELIO. -- Bueno... Primero porque no lo había visto bien y pensé que sólo era un joven. Nunca me imaginé a un...
RAMPHASTUS. -- ¿Viejo?
CORNELIO. --... a un adulto trepando tan altamente a un árbol. Y segundo porque usted es Ramphastus Dicolorus, el prestigioso licenciado en ciencias escatológicas, y yo no estoy acostumbrado a tutear ni a vocear a personas tan elevadas intelectualmente.
RAMPHASTUS. -- Y siguen los piropos... ¿Qué soy yo, una dama de ocasión a la que quiere usted levantarse?
CORNELIO. -- Disculpe. De ahora en más procuraré no halagarlo tan zalameramente. ¿Y usted por qué me trata de ídem?
RAMPHASTUS. -- Yo no tuteo ni a mis hijos. ¡Ayyy, mi rodilla! Tengo herida la rodilla.
CORNELIO. -- ¿No le dije?
RAMPHASTUS. -- Ahora la tengo herida. Cuando usted me preguntó estaba sana.
CORNELIO. -- ¿Me va a decir que se hirió por ese movimiento que hizo recién y no por la caída?
RAMPHASTUS. -- En absoluto. La causa principal de la herida fue la caída, pero la herida no existió sino hasta recién que me dolió.
CORNELIO. -- ¿Qué, se fue madurando?
RAMPHASTUS. -- A ver si nos entendemos. Mientras yo no la perciba de una u otra manera, la herida no existe.
CORNELIO. -- Para usted.
RAMPHASTUS. -- Para mi conciencia.
CORNELIO. -- Perfecto. Pero existe objetivamente; yo podría haberla percibido antes que usted.
RAMPHASTUS. -- Si usted la hubiese percibido antes que yo, habría existido para usted, subjetivamente. No veo la objetividad en ninguna parte.
CORNELIO. -- ¿Está diciéndome que un suceso puede no existir y existir a la vez?
RAMPHASTUS. -- En absoluto. Eso es imposible.
CORNELIO. -- Pero si yo percibo su herida y usted no, según su razonamiento la herida no existe para usted y sí para mí y en el mismo instante.
RAMPHASTUS. -- Vea, jovencito. Yo no sé lo que opina usted, pero para mí usted no existe más que en mi conciencia, no existe objetivamente. Por lo tanto si usted percibe mi herida sin que yo tome conciencia ni de la herida misma ni de la percepción suya de ella, la herida sigue sin existir.
CORNELIO. -- ¿Y si yo la veo y le digo: "Oiga, don Ramphastus, tiene usted una herida en la rodilla"?
RAMPHASTUS. -- Pues en ese momento comenzaré a sospechar que la herida existe, o mejor dicho que existirá en cuanto dirija mi visión o mis dedos hacia mis rodillas.
CORNELIO. -- O sea que, según usted, yo no existo.
RAMPHASTUS. -- ¡Claro que existe, mi amigo! ¿Qué clase de tonterías son esas? Si no existiera no estaría dialogando conmigo.
CORNELIO. -- Pero ¿no dijo que existo sólo en su conciencia?
RAMPHASTUS. -- Sí.
CORNELIO. -- ¡Entonces no existo en el espacio!
RAMPHASTUS. -- Yo no dije tal cosa.
CORNELIO. -- ¡Qué! ¿Existo a la vez en su conciencia y en el espacio?
RAMPHASTUS. -- Lo que usted llama espacio no es más que una construcción mental que mi conciencia realiza para poder percibir las cosas.
CORNELIO. -- ¿Y el tiempo?
RAMPHASTUS. -- Despejado, aunque un poco fresco para mi gusto.
CORNELIO. -- Me refiero a los minutos, a las horas...
RAMPHASTUS. -- Ahh... También es una construcción mental.
CORNELIO. -- Un momento, Ramphastus. Cierre los ojos por unos cinco segundos. Muy bien; ahora dígame: ¿he dejado de existir en esos cinco segundos?
RAMPHASTUS. -- Para mi conciencia, sí.
CORNELIO. -- ¡Ya lo sé! Pero ¿he dejado de existir en sí?
RAMPHASTUS. -- ¿Qué es eso que llama "en sí"?
CORNELIO. -- No lo sé... Mi objetividad, supongo.
RAMPHASTUS. -- ¿Tiene su objetividad dimensiones en el espacio?
Cornejín. Digamos que sí.
RAMPHASTUS. -- Entonces ha cesado su existencia durante los antedichos segundos. Lo siento.
CORNELIO. -- Bueno; digamos que no tiene dimensiones espaciales.
RAMPHASTUS. -- ¿Y temporales?
CORNELIO. -- ¿Si existe o no en el tiempo? Voy a decir que no, porque me imagino lo que pasará si digo que sí.
RAMPHASTUS. -- La última: ¿su objetividad se mueve?
CORNELIO. -- ¿Cómo podría moverse si no existe ni en el espacio ni en el tiempo?
RAMPHASTUS. -- Buena deducción.
CORNELIO. -- Respóndame por favor si he dejado de existir o no.
RAMPHASTUS. --Si lo que llama usted su objetividad no existe ni en el espacio ni en el tiempo, es decir, si no es material (porque todo lo que existe en el espaciotiempo es material, incluidas las diferentes energías), entonces admito que su objetividad existe.
CORNELIO. -- Quiere decir que seguiría existiendo por más que usted se muriese...
RAMPHASTUS. -- No necesitaba del razonamiento anterior para afirmar eso.
CORNELIO. -- ¡Cómo que no! ¡Si usted insistía en que yo sólo existo en su conciencia!
RAMPHASTUS. -- ¡Para mí! Para mí usted existe sólo en mi conciencia, pero para usted usted existe sólo en su conciencia, de suerte que si todos nos muriésemos menos usted, para su conciencia usted seguiría existiendo.
CORNELIO. -- Pero si para usted yo sólo existo en su conciencia, supongo que para mí usted existe sólo en mi conciencia, ¿no?
RAMPHASTUS. -- Correcto, siempre y cuando nos olvidemos de esa objetividad que me obligó a consentir.
CORNEJÍN. -- Olvidémonos, pues, de esa rara objetividad por el momento, y respóndame, si puede: subjetivamente hablando, ¿es mi conciencia o es la suya la que existe?
RAMPHASTUS. -- ¿No se da cuenta de que su pregunta no tiene sentido?
CORNELIO. -- ¿Cómo así?
RAMPHASTUS. -- Usted mismo lo dijo: estamos en el territorio de la subjetividad, y por lo tanto cada cual responderá su pregunta de la misma siguiente manera: "Es mi conciencia la única existente; las demás conciencias están dentro de la mía junto con todos los sucesos del mundo fenomenológico".
CORNELIO. -- Creo que comienzo a entender esta universal subjetividad que usted postula, pero me asustan algunas de las consecuencias lógicas que se desprenden de ella.
RAMPHASTUS. -- Vea, don Este Hombre...
CORNELIO. -- Me llamo Cornelio Cornejín.
RAMPHASTUS. -- ¿Cornelio Cornequé?
CORNELIO. -- Jín. En realidad es un seudónimo.
RAMPHASTUS. -- Pues qué seudónimo tan feo, tan afeminado...
CORNELIO. -- Lamento no poder decir lo mismo del suyo.
RAMPHASTUS. -- Gracias. Pero no es un seudónimo, es mi nombre real.
 CORNELIO. -- ¿Acaso es usted europeo?
RAMPHASTUS. -- ¿Por qué lo dice? ¿En qué país europeo se habla latín últimamente?
CORNELIO. -- Llega, llega. Volvamos al punto.
RAMPHASTUS. -- Soy ecuatoriano. Mis padres eran pajarólogos...
CORNELIO. -- ¿Se dice así?
RAMPHASTUS. -- No lo creo.
CORNELIO. -- Los que estudian a los insectos se llaman entomólogos.
RAMPHASTUS. -- Si el lenguaje fuese una cosa lógica, los entomólogos serían los zoólogos encargados de estudiar a los entomos.
CORNELIO. -- ¿Qué son los entomos?
RAMPHASTUS. -- No sabría decirle.
CORNELIO. -- ¿Y los zoólogos?
RAMPHASTUS. -- Los que estudian a los animales en general.
CORNELIO. -- Deberían llamarse animalólogos...
RAMPHASTUS. -- Lo mismo que plantólogos o vegetalólogos los botánicos, pues estudian vegetales, no botas. Si yo asumiera el poder político en una nación implantaría la prohibición de utilizar vocablos que no se correspondiesen lógicamente con la palabra raíz de la que se desprende su significado. Pero sería utópico suponer que la gente respetaría mi prohibición en lugar de mandarme al manicomio...
CORNELIO. -- A la gente no le agrada que la saquen de lo ya estructurado. Pero me decía usted que a sus padres les gustaba observar a las aves...
RAMPHASTUS. -- No, yo dije que eran pajarólogos, no que les gustase observar pájaros. Pero adivinó, les gustaba mucho contemplarlos, y había uno en especial que los subyugaba...
CORNELIO. -- ¡El tucán!
RAMPHASTUS. -- ¿Cómo lo supo?
CORNELIO. -- Hace cuatro años viví una semana en el jardín botánico (o vegetálico) de la ciudad de Asunción, en Paraguay, y en ese lugar había un museo con un tucán embalsamado bajo el cual se leía: "Ramphastus dicolorus", haches más, haches menos.
RAMPHASTUS. -- ¿Y usted se acuerda de todas las nomenclaturas científicas de todas las especies que ve nomencladas en los museos?
CORNELIO. -- Ciertamente no, pero sí me acuerdo de esta. Y ¿cuál fue la principal causa eficiente que coadyuvó a que lo bautizaran así?
RAMPHASTUS. -- A mí nadie me bautizó, si entendemos por bautismo una mojadura de marote por parte de algún clérigo con la supuesta intención de hacerme integrante de su cofradía. Pero si usted se refiere a por qué me inscribieron en el registro nacional de las personas con este mi nombre, le comento que nací con un apéndice nasal desproporcionadamente grande, y como entonces en Guayaquil podía uno ponerle cualquier tipo de nombre a sus hijos, sin importar el mal gusto ni nada...
CORNELIO. -- ¡Nació usted en Guayaquil!
RAMPHASTUS. -- En efecto.
CORNELIO. -- ¡Yo sueño con conocer esa ciudad!
RAMPHASTUS. -- ¿Sus sueños son pesadillescos?
CORNELIO. -- ¿Por qué lo dice?
RAMPHASTUS. -- Por nada. Pero si no está dispuesto a soportar una humedad y un calor del infierno, mejor no vaya.
CORNELIO. -- El calor húmedo es mi elemento.
RAMPHASTUS. -- Entonces vaya.
CORNELIO. -- Tal vez usted me acompañe algún día.
RAMPHASTUS. -- Lo dudo.
CORNELIO. -- ¿No vuelve allí regularmente para visitar a sus antiguos amigos, a sus familiares, etc.?
RAMPHASTUS. -- Si el etcétera ése incluye a una ex novia medio atorranta que tuve, y si aparecer cada cinco años es volver regularmente, entonces sí.
CORNELIO. -- ¿Y por qué duda de ir conmigo?
RAMPHASTUS. -- Porque cuando voy a Guayaquil no lo hago en plan de diálogo.
CORNELIO. -- Entiendo, quiere desconectarse un poco del mundo de las ideas. ¿Cuantos años tiene su chica, si es que puede saberse?
RAMPHASTUS. -- En primer lugar, no la considero mía. Y en segundo lugar, sí, sí puede saberse su edad, pero no preguntándomelo a mí. A ella no le gusta que sus parejas delaten su edad ante cualquiera. Sin embargo haré una excepción con usted y le diré que no supera los treinta.
CORNELIO. -- Muy joven para un hombre de...
RAMPHASTUS. -- Cincuenta y seis. La conocí cuando tenía cuarenta.
CORNELIO. -- Y ella tenía...
RAMPHASTUS. -- Muy poca edad.
CORNELIO. -- ¿Le gustan las jovencitas?
RAMPHASTUS. -- La carne me gusta fresca y jugosa.
CORNELIO. -- Tenía entendido que usted era vegetariano.
RAMPHASTUS. -- Lo soy, digestivamente. ¿Su novia cuántos años tiene?
CORNELIO. -- No. Yo... carezco de novia.
RAMPHASTUS. -- ¿Y con quién vino aquí?
CORNELIO. -- Con tres amigos, además del perro.
RAMPHASTUS. -- ¿No será medio raro usted no? Acampa con tres amigos..., se hace llamar Cornejín...
CORNELIO. -- ¡Ni lo sueñe! Aunque mi refrán preferido es: "Nunca digas de esta agua no he de beber".
RAMPHASTUS. -- Y ese sabio refrán, ¿lo aplica también en terrenos epistemológicos?
CORNELIO. -- ¿Que si lo aplico? Yo era lo que se dice un materialista duro, del tipo de Büchner, ¡y acabo de admitir que casi estoy convencido de la subjetividad del mundo! Nunca pensé que bebería del arroyo del ideísmo...
RAMPHASTUS. -- ¿Qué es el ideísmo?
CORNELIO. -- Lo que los pensadores filosóficos llaman idealismo.
RAMPHASTUS. -- Muy acertada su corrección etimológica. Pero ¿cree usted por ventura que no son conciliables el materialismo duro y el duro ideísmo?
CORNELIO. -- Pueden conciliarse hasta cierto punto, pero si alguien se pregunta: "La realidad última, ¿es material o espiritual?", creo que sí o sí debe optar por uno de los dos.
RAMPHASTUS. -- Pregúntele a ese alguien a qué realidad última se refiere.
CORNELIO. -- Seguramente me dirá que a la realidad más evolucionada que pudiera existir.
RAMPHASTUS. -- Esa es material, no lo dude. La evolución se da en el espaciotiempo.
CORNELIO. -- ¿Entonces el materialismo es más verdadero que el ideísmo?
RAMPHASTUS. -- Más verdadero no, más científico. El científico, si quiere hacer bien su labor y carece de inquietudes metafísicas, bien hará en desdeñar todo lo que hablamos respecto del subjetivismo del mundo y tomar a éste como una simple colección de objetos y fuerzas materiales que puede desentrañar casi hasta el fondo mismo de sus mecanismos valiéndose sólo de inducciones y deducciones. Cuando un científico que no tiene pasta de pensador filosófico se pone a filosofar, suele mezclar los tantos y hacer del mundo una ensalada ideica-material completamente incoherente. Mentir nunca es bueno, pero si usted les mienten a los científicos afirmando que la materia existe fuera de sus mentes y que es la única realidad, la ciencia no perderá gran cosa, siempre y cuando no se crean esta patraña los epistemólogos, los filósofos de la ciencia.
CORNELIO. -- Entonces el ideísmo es más verdadero que el materialismo...
RAMPHASTUS. -- Más verdadero no, más metafísico. Todo el que anda estudiando la materia debe cargar consigo el espaciotiempo, y eso le impide ingresar en la metafísica. Si usted me pregunta si la metafísica es superior a la ciencia con la intención de deducir de mi respuesta que el ideísmo es superior al materialismo, debo confesar de que sí, que creo que la metafísica es infinitamente superior, pero eso no debería llevarlo a usted a menospreciar los postulados básicos de la ciencia materialista, a saber, la inexistencia del libre albedrío, la inexistencia de la inmortalidad de las conciencias individuales, la explicabilidad del mundo mediante leyes causales o estadístico-causales, etcétera. Si alguien con poco criterio se persuadiese de que la materia no existe fuera de nuestra conciencia, podría suponer que la materia no se comporta legalmente, que sigue los dictados de nuestra razón o de nuestra voluntad, ya que nosotros la creamos. La metafísica no es para cualquiera.

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