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miércoles, 10 de julio de 2013

Una explicación razonable respecto de la gordura de los curas

Presiento que mi abstinencia sexual, así como el no consumo de tabaco, alcohol, drogas y el alejamiento en general de todos los vicios de la carne, ha empezado a fructificar en cuanto a conclusiones derivadas de mi propia experiencia. Por ejemplo, estoy ya en condiciones de dar una explicación razonable del porqué de la gordura de un gran porcentaje de los representantes de la Iglesia Católica.
La gula es un vicio asaz pernicioso, pero es a la vez, para mucha gente --entre la que se incluyen estos curas--, un vicio un tanto menor o escondido. Menor porque se supone que no altera la conducta humana en forma inmediata como sí lo hacen el alcohol o las drogas, los que resultan potencialmente nocivos no sólo para quien los consume sino también para quienes lo rodean. Y escondido porque se oculta bajo una necesidad indispensable del ser humano: su alimentación. Estas dos características hacen de la gula un vicio no del todo condenable por la sociedad. Podría decirse que, en cuanto al juicio social, la gula está en un escalafón cercano al del tabaquismo. Los dos son considerados anomalías artificiales que repercuten negativamente en el organismo humano, pero distan de ser expresamente condenados por la sociedad o por la justicia organizada. Nadie es encarcelado por vender cigarrillos o dulce de leche como sí lo sería por tráfico de drogas. Del mismo modo, un gordo[1] y un fumador son mejor aceptados socialmente que un mujeriego[2], un jugador, un alcohólico o un drogadicto.
Pero los límites de la gula son inciertos; eso es lo que la diferencia de la mayoría de los vicios y lo que hace que los eclesiásticos no la tomen tan en serio en cuanto a su propia conducta. Un cura fumador es un cura vicioso; un cura mujeriego es un cura vicioso; un cura jugador es un cura vicioso; un cura borracho es un cura vicioso. Un cura que come, ¿es un cura vicioso?
Los curas son humanos, y por lo tanto, imperfectos. Les es muy difícil --como a todos los que lo intentamos-- apegarse a la moral cristiana tal como Cristo lo hizo. Necesitan de vez en cuando un escape, una salida, que libere todos sus vicios reprimidos[3]. Resulta obvio pensar que la salida más razonable, la que los dejaría mejor parados ante la sociedad, ante Dios y ante su propia conciencia, está por el lado de la gula. Lo digo basado en mi propia experiencia. De un tiempo a esta parte vengo intentando "reprimir" todo lo que se me antoja como un vicio a extirpar del género humano, y de todos ellos, la gula --junto con el odio-- es la mayor responsable de mis escapes de imperfección cristiana.
Hasta aquí, la explicación. De aquí en adelante, divagues varios.
Yo no pretendo que los curas, así como cualquier creyente, practiquen un cristianismo perfecto; lo que sí me gustaría es que tiendan a acercarse a la perfección cristiana tanto como les sea posible. Para ello, es indispensable que tengan en claro cuáles son las conductas que los atraen al cristianismo y cuáles las que los alejan. Si no se toma real conciencia de lo que es bueno y lo que es malo, así como de los diferentes grados de bondad y maldad que hay en ciertas actitudes, será difícil que uno aspire a perfeccionarse, que uno aspire a parecerse a Jesucristo.
Comer mal y demasiado es malo tanto para la salud física de un hombre como para su salud espiritual; eso es algo que creo que la mayoría de los cristianos acepta. Sin embargo, no son muchos los que tienen una cabal idea de lo perverso del acto de desperdiciar la comida --sea ésta desperdiciada fuera o dentro de un estómago--, o del enorme grado de indisciplina moral que implica el malgastar recursos, que serían vitales para otros, en la compra de productos que no hacen otra cosa que satisfacer un descontrolado apetito.

Existe un barco que, por estar sus ocupantes enfermos y ser esta enfermedad contagiosa, deberá permanecer un año a la deriva. Sus bodegas están repletas de comida, por lo cual los navegantes no deberían sufrir problemas de inanición. Sin embargo, a los pocos meses de haber partido, la mayoría ya se ha muerto de hambre o padece un complicado cuadro de desnutrición. ¿Cómo se explica esto? Sencillo: los tripulantes de la nave, junto con algunos pasajeros acomodados, se dedicaron desde que comenzara el viaje a devorar todo el alimento que sus estómagos fuesen capaces de albergar. Asimismo, no conformes con ese proceder, y sabiendo que la duración del viaje no superaría el año, acapararon en sus camarotes tanta comida como para pasar un lustro sin problemas alimenticios. Cuando llegaron por fin a tocar tierra, quien se había encargado de aprovisionarlos les preguntó a los sobrevivientes por qué había ocurrido semejante atrocidad con el resto de los pasajeros. Pero ellos no tuvieron suficiente sinceridad como para responderles. Habían permanecido siempre de un mismo lado del barco, sin mezclarse con los de la parte de atrás, con los moribundos. Ni siquiera sabían que se estaban muriendo. Un par de veces les vinieron con esa noticia, pero nadie la tomó en serio. Recién se dieron cuenta del desastre que habían causado cuando llegaron al puerto y bajaron los cadáveres. Habían estado comiendo y guardando de más, es cierto. Habían estado comiendo y guardando un alimento que no les correspondía, el alimento de los otros. Pero nunca se enteraron, nunca supieron, nunca sintieron, que por culpa de su egoísta proceder los del otro lado del barco se estaban muriendo. Luego, al darse cuenta de la magnitud de su asesinato, los acomodados se apesadumbraron. Y más tarde, cuando se los juzgó por su conducta, exclamaron una verdad tan cierta como la vida, pero que ya no serviría para rescatar a "los otros" de la muerte: "No nos comportamos bien al actuar de ese modo", dijeron. "Pero si hubiésemos sabido que los demás se estaban muriendo, al menos habríamos intentado detener nuestra gula y nuestro egoísmo para darles a los hambrientos la ración que siempre les correspondió y que, sin saberlo, les usurpamos".
Nuestro barco está repleto de comida, pero también está lleno de hambrientos y acomodados. Lo que hace falta son noticias, alguien que les haga saber a los glotones que atrás la gente se muere, que atrás LOS NIÑOS SE MUEREN, por no comer los restos que los de adelante vienen tirando por la borda desde que se inició el viaje[4].




[1] No todos los gordos comen mal y demasiado, ni todos los que come mal y demasiado son gordos. Pero, hablando en general, el gordo es un producto creado por la gula.
[2]  El caso de los mujeriegos es singular: en algunos órdenes sociales se los deplora, mientras que en otros se los alaba.
[3] Los llamados "vicios carnales" pueden ser considerados naturales o artificiales. Esto depende mucho de las creencias de cada uno. En mi caso, creo que al hombre lo creó Dios, y Dios le dio vida. Por lo tanto, considero los vicios --los carnales y también los espirituales-- como cánceres no pertenecientes a la esencia humana que fueron luego anexados a ella por alguna otra fuerza.
[4]  La escritora Francine Prose, advirtiendo lo que yo advertí, a saber, que los curas son, en proporción, más gruesos que la mayoría de cualesquier otros grupos de ciudadanos, utiliza esta certera observación como punta de lanza de la hipótesis que defiende: “Sin duda –dice--, esos hombres de Dios nos muestran, con sus actos y con sus mismos cuerpos, que comer bien no es realmente un pecado” (Gula, cap. 2). Yo modificaría un poco este aserto: Sin duda, esos hombres nos muestran, con sus actos y con sus mismos cuerpos, que no son hombres de Dios.

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