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sábado, 17 de agosto de 2013

La revancha de Berkeley (sexta y última parte)

CORNELIO. -- Hace un par de años, el 27 agosto del '98 para ser más exacto, escribí en mi diario lo siguiente: "No se tomen como pruebas de mis ideas los razonamientos que hago para defenderlas. Yo creo en lo que creo porque sí, no porque haya llegado a esa creencia razonando. Mis razones no son más que firuletes trazados en el aire cuyo principal propósito es darle un marco de referencia a la idea que van rodeando, pero nunca son los firuletes los que crean esa idea. Y si alguna vez sucediese que mis argumentos fuesen totalmente correctos, de suerte que constituyan una prueba inapelable de la veracidad de la idea central, entonces me reprocharé a mí mismo el haber perdido el tiempo pensando en una idea tan poco trascendente como para dejarse demostrar así nomás mediante unos cuantos silogismos y experiencias". Y un poco más abajo: "... Por eso digo que mis ideas deben estudiarse con independencia de los argumentos que levanto para defenderlas, y que de la ridiculez o sensatez de los unos no debe inferirse ciegamente la negación o afirmación de las otras". ¿Qué tiene que agregar a esto?
RAMPHASTUS. -- Que usted se engañaba si pensaba que creía en determinadas proposiciones independientemente de los argumentos lógicos que poseía para defenderlas. En lo que no se engañaba es en que la proposición central intuida puede perfectamente sobrevivir, puede ser verdadera, aunque los argumentos que usted levante para defenderla sean falsos y por ende refutables en el futuro. La intuición, inconcientemente, nos lleva de inducción en inducción y de deducción en deducción hacia donde descansa la proposición central, pero esta lógica primera, que voy a llamar "lógica basal" y que es la que despierta en usted ese sentimiento de convicción interior que juzgaba como independiente de toda su lógica, esta lógica basal es tan sutil que muchas veces, cuando alguien quiere participarla con terceros, no acierta a discurrir tan eficazmente como lo hace consigo mismo, y entonces se desdibujan las inducciones y las deducciones a tal punto que podrían no corresponderse o corresponderse mal con la lógica basal, que por cierto es correcta (al menos parcialmente) puesto que la guía la infalible intuición. Cuando nosotros discurrimos ya no basalmente sino buscando demostrar mediante un proceso lógico bien limpio y "objetivo" la proposición derivada de la lógica basal, y al caer en la cuenta de que cuanto más queremos clarificar nuestras conjeturas más conjeturales se tornan para los demás e incluso para nosotros mismos, tendemos a incluir en el discurrimiento elementos que no estaban presentes en la lógica basal o estaban en carácter provisorio, problemático, y es posible que hasta olvidemos el discurrimiento basal medular y lo remplacemos por estos elementos más inciertos pero tal vez más creíbles o explicables que los de la lógica primitiva, y así podríamos llegar, en un caso extremo que rara vez se da, a deducir una conclusión totalmente verdadera partiendo de premisas totalmente falsas. Esto, y sólo esto, es lo que sucede cuando se refutan bien refutadas proposiciones sostenedoras de una convicción verdadera. Los refutadores, si son personas inteligentes y no meras grúas demoledoras, tal vez se den cuenta de que en realidad no era ahí en donde se apoyaba la convicción, de que la destrucción no la conmueve en lo más mínimo, y quizá la comprensión de este "milagro" en el que la cúpula no cae pese a la caída de los pilares reputados como cimiento de la misma los convierta de opositores a prosélitos, que es en lo que yo me convertiría si viese que mis ataques a una idea cualquiera destruyen y destruyen todo lo que parece cimiento y sin embargo la idea no se inmuta.
CORNELIO. -- ¿Podría citarse como ejemplo de una convicción central verdadera derivada de premisas falsas la proposición que afirma que los seres vivos pueden surgir de la materia muerta, tal como la explicaban los pensadores anteriores a Pasteur?
RAMPHASTUS. -- Podría ser. Gente intuitiva existió siempre. Pero a mí me late que lo único que hicieron estos tipos fue observar cómo surgían "mágicamente" los gusanos desde la podredumbre y a partir de eso conjeturaron, sin estar imbuidos de intuición alguna. Había uno, si mal no recuerdo, que sostenía que las camisas y los calcetines sucios y olorosos eran especialmente proclives a transformarse ratones...
CORNELIO. -- Seguro que fue uno de los Van Helmont. ¡Qué personajes![1]
RAMPHASTUS. -- ¿Tiene alguna otra pregunta, o ya me puedo ir a pescar? Estas son las mejores horas.
CORNELIO. -- ¿Pesca usted? No lo habría creído...
RAMPHASTUS. -- Pesco pescadores, como hacía Jesús, y los convenzo de que no es bueno pescar peces. Y si no puedo convencerlos y dispongo de algún dinero, les pago para que devuelvan sus peces al río, como hacía Pitágoras, siempre y cuando todavía estén vivos, por supuesto. Si ya murieron los convenzo de que no se los coman, y esgrimo por lo general el argumento de que si comen pescado se tornarán enanos y megatecnológicos como los japoneses. Eso siempre los disuade.
CORNELIO. -- Hablando de Pitágoras, ¿qué opina de su creencia en la realidad material de los entes numéricos?
RAMPHASTUS. -- Creo que ese disparate lo inventaron sus discípulos, no puedo creer que al maestro se le ocurriese semejante cosa. En este sentido sabrá usted que concuerdo con Platón: existen tres mundos: el de las apariencias o fenomenológico, que conocemos conciencia mediante, el de las ecuaciones aritméticas o intuitivo, que mora en nuestro subconciente, y el de los números abstractos o divino, que reposa en el inconciente colectivo. ¿Cómo podrían los números ser entes materiales? La confusión es clarísima.
CORNELIO. -- Otra: ¿Existe mi cerebro?
RAMPHASTUS. -- En el espaciotiempo sí, toda vez que tenga noticias de él.
CORNELIO. -- ¿Y fuera del espaciotiempo?
RAMPHASTUS. -- No.
CORNELIO. -- Pero mi mente, ¿no consta de conciencia, subconciencia e inconciencia?
RAMPHASTUS. -- Sí.
CORNELIO. -- ¿Y en dónde se asientan el subconciente y el inconciente si no es en el cerebro que usted afirma que no existe fuera de mi mundo conciente?
RAMPHASTUS. -- Veo que le cuesta un poco abandonar sus ideas panmaterialistas. Me pregunta en dónde se asientan el subconciente y el inconciente porque cree saber muy bien que la conciencia se asienta en el sistema nervioso, ¿no? Pues le aviso que la conciencia no se asienta en el sistema nervioso sino el sistema nervioso en la conciencia. Creí que ya lo tenía claro.
CORNELIO. -- Déme tiempo para asimilar este solipsismo, no es fácil abonar la idea de que lo que veo y toco no existe...
RAMPHASTUS. -- Si se lo plantea así se irá a dormir y cuando despierte, con la cabeza más fresca, concluirá que todo este coloquio no fue más que un delirante sueño y que el único que no existe soy yo. No diga que ese sol que ya casi asoma no existe, o que existe sólo en su conciencia, diga que existe sólo en el espaciotiempo, lo cual es la pura verdad manifestada de una forma que a nadie asusta.
CORNELIO. -- Y eso de que cuando me doy vuelta desaparece mi casa, mis objetos más preciados, ¡incluso la mujer que amo! ¿Cómo me consuelo de ese pensamiento?
RAMPHASTUS. -- Si quiere consuelo vaya a la iglesia. La filosofía no es para los débiles.
CORNELIO. -- ¡No sea cruel! La filosofía no es para los crueles.
RAMPHASTUS. -- Lo único que le puedo decir, y que usted ya lo sabe, es que las cosas no desaparecen cuando dejamos de percibirlas, simplemente se tornan numéricas. ¿Le gusta la serie de dibujos animados intitulada Los Simpsons?
CORNELIO. -- ¿Que si me gusta? ¡Es una de mis series favoritas!, sólo superada por el genial Maxwell Smart, el extraterrestre Alf y quizá los Tres Chiflados.
RAMPHASTUS. -- Recordará entonces el capítulo en el que Bart se coloca unos anteojos que tienen la virtud de hacerle ver el mundo con ojos de borracho...
CORNELIO. -- Lo recuerdo, y ahí es cuando enfoca para el lado de una de sus grotescas tías, la cual se le antoja como una dama hermosa e insinuante[2].
RAMPHASTUS. -- Memorable pasaje, como muchos de la serie y como pocos en la televisión de nuestros días. ¿Ha visto el filme Loco por Mary?
CORNELIO. -- Sí, y me reí con él casi tanto como con Dr. Dolittle[3]. Pero ¡por favor, vaya al grano!
RAMPHASTUS. -- Hacerle un piquete de ojos a un perro... ¿Quién es el autor de semejante poesía?
CORNELIO. -- ¡Al grano! ¿Qué es lo que pasa con los anteojos?
RAMPHASTUS. -- Imagínese unos lentes que le hagan ver el mundo no como lo ve un borracho, sino como lo vería Dios si Dios fuese una criatura con ojos como nosotros.
CORNELIO. -- Continúe.
RAMPHASTUS. -- Si usted se pusiera esos lentes, y mirara con ellos, por ejemplo, a un florido jardín, ¿qué vería?
CORNELIO. -- Algo bello y bueno seguramente, como todo lo que vería Dios si pudiese ver.
RAMPHASTUS. -- No, porque usted tiene puestos, por así decir, los ojos de Dios, pero no su espíritu, y entonces lo que verá será un entrecruzamiento infinito de números y ecuaciones numéricas que van y vienen y se chocan y se superponen en un aparente caos que sin embargo esconde una simplicidad absoluta. Si usted, en ese momento, levantase un poco sus anteojos y mirase sin su intermediación, vería que cada conjunto de números correspondería a un determinado objeto del jardín, o a un determinado fenómeno que en el jardín sucede. Esto lo visualizaría mejor levantando y bajando sus anteojos rápidamente una y otra vez; comprendería entonces que lo que usted deja de percibir no desaparece, porque continúa siendo percibido por Dios, que todo lo percibe, sólo que lo percibe numéricamente, algo que a usted le parecerá frío y carente de belleza porque se lo está imaginando concientemente, y una danza de números difícilmente le agradará más que los besos de su amada. Ahora le propongo que además de colocarse los anteojos que nos hacen ver lo que ve Dios, se coloque también un casco que le haga pensar el mundo tal como lo pensaría Dios si fuese una criatura pensante. Mire ahora el jardín florido con los anteojos y el casco puestos y dígame si sigue opinando que el universo de los números es frío y aburrido...
CORNELIO. -- ¿Será más bello que este amanecer en el río que ahora percibimos?
RAMPHASTUS. -- A mí se me hace que sí.
CORNELIO. -- ¡Por Júpiter que me gustaría estar en ese mundo!
RAMPHASTUS. -- Lo estará, cuando su conciencia crepe.
CORNELIO. -- ¿No podré volver para contárselo a mis amigos, ni los veré allí tal como los veo acá?
RAMPHASTUS. -- Lo dudo.
CORNELIO. -- ¿Y entonces qué gracia tiene? Todo lo que hacen de mejor los hombres, incluida la conquista de mujeres, lo hacen para poder contarlo después frente a sus amigos.
RAMPHASTUS. -- Ese no es mi caso, ni el suyo tampoco. ¿Qué otra duda le cabe?
CORNELIO. -- ¡Me caben tantas!... La capacidad de mis duderas no se colma nunca.
RAMPHASTUS. -- ¿Qué son las duderas?
CORNELIO. -- Los órganos en que se nos depositan las dudas.
RAMPHASTUS. -- Veo que hace del escepticismo una religión.
CORNELIO. -- La duda no es un método, como decía Descartes, la duda es un ídolo, el único ante el cual al pensador filosófico le es dado arrodillarse[4].
RAMPHASTUS. -- ¿Está seguro de que la duda es la mejor amiga de la filosofía?
CORNELIO. -- No me cabe la menor duda. Quiero recitarle un párrafo escrito por Godofredo Leibniz para ver si usted considera posible la utopía racional que aquí se plantea:

Todo nuestro razonamiento no es otra cosa que la unión y sustitución de caracteres, ya sean estos caracteres palabras o símbolos o imágenes. [...] si pudiéramos encontrar caracteres o signos apropiados para expresar todos nuestros pensamientos de forma tan precisa y exacta como la aritmética expresa los números o el análisis geométrico expresa las líneas, podríamos llegar en todas las materias susceptibles de razonamiento tan lejos como en aritmética y geometría. Pues todas las investigaciones que dependieran de la razón serían realizadas mediante la transposición de caracteres y por un tipo de cálculo [...]. Y si alguien dudara de mis resultados, yo le diría: «calculemos, Señor», y así, tomando pluma y tintero, podríamos al momento dirimir la cuestión.

RAMPHASTUS. -- ¿Cómo se acuerda de tan largo pasaje?
CORNELIO. -- No me lo acuerdo, lo tengo anotado en la mano.
RAMPHASTUS. -- ¡Qué oportunismo!
CORNELIO. -- ¿Qué opinión le merece?
RAMPHASTUS. -- Si los humanos fuesen lo suficientemente intuitivos podrían calcular con rigor aritmético en qué país se producirá la siguiente revolución, en qué momento del día final asumirá el poder político, quienes serán sus cabecillas, cuántos muertos habrá como consecuencia de los combates (si es que los hay: las futuras revoluciones tenderán a la no violencia) y cuánto durará el nuevo gobierno. Sin ir más lejos, podrían calcular, con una probabilidad del 99%, cómo será el clima de esa misma fecha, si hará frío o calor, si lloverá o habrá sol, y esto incluyendo en la ecuación no sólo factores puramente naturales sino también los que dependen del hombre, como la polución o el desarrollo de políticas forestales, que incidirán indirectamente en el resultado final. Esto puede parecer imposible, y ciertamente creo que lo es si empezamos a contar de aquí hasta dentro de 100 o 200 millones de años, pero nadie puede imaginarse la capacidad intuitiva que podrán llegar a tener los seres humanos si es que superan esa fecha. Así y todo, el ideal completo con el que soñaba Leibniz, una total aritmetización de las proposiciones lógicas, difícilmente pudiese llegar a darse cuando de resolver las cuestiones éticas más complejas se tratare.
CORNELIO. -- ¿Cuestiones como cuáles?
RAMPHASTUS. -- Tendría que precisarle primero qué entiendo yo por ética, y eso nos llevaría demasiado tiempo y nos desviaría del tema. Si quiere nos encontramos mañana y hablamos del asunto.
CORNELIO. -- Mañana es mi último día en este paraje, y me agradaría sobremanera culminar mi estancia con un diálogo ameno y reparador como el que ahora estamos esbozando. Pero volvamos al tema que nos ocupa. ¿Puede darme un ejemplo que clarifique cómo es eso de que la intuición nos habla extrasensorialmente a través de deducciones e inducciones que parten de la experiencia?
RAMPHASTUS. -- No le voy a dar un ejemplo, le voy a dar dos. Tomemos el caso del famoso Sherlock Holmes, el rey de la lógica detectivesca. Cierta vez Holmes se topó con el siguiente cuadro: se comete un crimen en cierta mansión protegida o al menos vigilada por escandalosos perros que le ladraban a todo individuo al que no conocieran. Sin embargo, los vecinos negaron que hubiesen escuchado ladridos la noche del delito. Ergo, dedujo el policía, el criminal era un conocido de la familia o un familiar mismo. Esto nos parece una pura y simple deducción hiperlógica, sin ningún aditamento intuitivo, pero nos parece así porque ya le despejamos el camino, dejando de lado una infinidad de indicios que a un detective que basase su lógica en simples inducciones ciegas lo extraviarían hasta llevarlo por senderos tortuosos que nada le harían descubrir. Supongamos ahora que la proposición "el criminal era un conocido de la familia" es verdadera y por lo tanto susceptible de ser intuida, y supongamos que Holmes era un hombre altamente intuitivo dentro del campo de los razonamientos policiales. Holmes no podría percibir esta proposición independientemente de la experiencia, pues dijimos que todo conocimiento proviene de ella; lo que hará la proposición será abrirle o cerrarle los ojos y el cerebro conforme los datos empíricos con los que se topase pudiesen contribuir o no al esclarecimiento de la verdad, y es así que otro policía menos intuitivo, al escuchar la perorata de los vecinos, hubiera pasado por alto el detalle de que no escucharon ningún ruido, o hubiera pasado por alto el detalle de que, según el dueño de casa, los perros suelen darse cuenta de la presencia de cualquier extraño y ladrar desenfrenadamente por ello. Sólo Holmes, guiado por su intuición, abrió los ojos (o mejor dicho las orejas) en su máximo nivel de percepción justo cuando se le daban los datos relevantes, entrecerrando sus sentidos automáticamente, para no perderse en una marea de conjeturas, cuando los datos no eran apropiados al sustento de la proposición intuida. Y una vez que las premisas básicas se graban a fuego en el intelecto, ahí, y sólo ahí, la conclusión se torna evidente. Este es un caso que, después de todo, no es tan complejo como para descartar una simple conjetura lógica, carente de intuiciones, por parte de una persona ducha en el descifrado de cadenas silogísticas como lo era este personaje, pero quizá se convenza usted mejor de la realidad de las "intuiciones guías" cuando le hable del médico francés Charles Nicolle, el descubridor de que el tifus exantemático que asolaba a principios de este siglo a los tunecinos era causado por piojos. Este hombre ya tenía esa intuición desde antes de llegar a ese país en el que abundaban los tifúsicos, pero la experiencia no le había sugerido nada, y por eso la intuición no podía manifestársele. Una vez llegado al hospital en el que se desempeñaría, los datos empíricos relacionados con la enfermedad se le cruzaron en todas direcciones, pero él "abrió los ojos" sólo a uno: los médicos rara vez se contagiaban de los pacientes. Esta premisa suena interesante de por sí, y es posible que alguien carente de intuición también reparara en ella con mayor énfasis que en cualquier otra, pero ¿a qué investigador no intuitivo se le ocurriría prestarle toda su atención al dato de que todos los pacientes, inmediatamente después de ser hospitalizados, eran rasurados y rapados pulcramente? Me imagino a los demás médicos, no intuitivos, tratando de hilvanar hipótesis valiéndose de una miríada de premisas, tal vez verdaderas, pero que a nada conducirían, mientras que a nuestro Carlitos Nicolle dos proposiciones, tan sólo dos, le saltaban de un lado a otro de su impiojosa cabeza. Era de preverse que sólo a él se le impondría la deducción reveladora. ¿Le gustaron mis dos historias?
CORNELIO. -- Me habrían gustado más si no las hubiese ya leído, bastante parecidamente a como usted las contó, en el libro intitulado La dimensión intuitiva, de un tal Philip Goldberg.
RAMPHASTUS. -- ¡Qué!, ¿ya me las plagiaron? ¡Que lo parió! Uno no gana para sustos, ni para derechos de autor...
CORNELIO. -- De todos modos la explicación de usted es más didáctica. Y ¿qué opina de lo que dice su plagiador respecto de que la intuición, a diferencia de los procesos lógicos, no es secuencial?
RAMPHASTUS. -- Todo nuestro conocimiento es secuencial, puesto que no podemos eliminar el factor tiempo de nuestra conciencia. Nuestras intuiciones también son secuenciales puesto que dependen de inducciones y deducciones para concienciarse, aunque su secuencialidad no era tal cuando la intuición era tan sólo una ecuación en nuestro subconciente. En ese sentido tiene razón este hombre.
CORNELIO. -- Pero si la intuición "el tifus exantemático es causado por piojos" está en nuestro subconciente bajo la forma de una ecuación aritmética, ¿por qué no se nos presenta como tal en la conciencia, como sucede con las ecuaciones de la física?
RAMPHASTUS. -- Porque la ecuación, o mejor dicho el sistema de ecuaciones requerido para expresar esa proposición sería tan monstruosamente aparatoso que nadie con un cerebro como el nuestro podría encontrarle sentido. En las ciencias blandas, y la medicina es una de ellas, el lenguaje matemático es, al menos en estos tiempos, contraproducente por lo inextricable. Conviene utilizar entonces el lenguaje literario, que si bien es menos preciso, es más comprensible para gentes poco inteligentes como nosotros. Pero como la medicina no es después de todo tan blanda como la sociología o la ética, no hay que ser adivino para predecir un futuro en el que las operaciones quirúrgicas se resolverán con puros algoritmos, algo así como una partida de ajedrez entre el médico y la dolencia.
CORNELIO. -- Y hablando de adivinos, obvio es decir que usted no acepta su existencia, ¿verdad?
RAMPHASTUS. -- Mi simpatía por el estoicismo me llevó en un principio a creer en la adivinación, pero mi simpatía por el determinismo, que por cierto es algo en lo que creían los estoicos, me llevó luego a negar la existencia de todo tipo de conocimiento que no provenga de interacciones fenomenológicas, pues la existencia de metaconocimientos contrariaría la invulnerabilidad de la hipótesis determinista, y esto es algo que los estoicos no comprendieron al admitir el determinismo y la precognición como hipótesis compatibles.
CORNELIO. -- Pero ¿no dijo usted que la intuición es un metaconocimiento que nos subyace?
RAMPHASTUS. -- Es un metaconocimiento, pero utiliza las percepciones sensitivas para manifestársenos concientemente.
CORNELIO. -- ¡Y qué!, ¿acaso los adivinos adivinan sin percibir su adivinación mediante imágenes sensitivas?
RAMPHASTUS. -- Adivinan, según se dice, percibiendo imágenes sensitivas en su imaginación, no a través de los sentidos como es el caso de la intuición.
CORNELIO. -- ¿Y por qué cree usted que la adivinación contradice la hipótesis determinista?
RAMPHASTUS. -- Porque si yo, ejemplo, me dispongo a viajar mañana en avión, pero justo antes de partir se me presenta en la conciencia la imagen adivinativa de mi avión cayéndose, y modifico mi decisión de viajar por causa de este metaconocimiento, estoy alterando las cadenas causales al introducir un factor metafísico en ellas, con lo cual introduzco peligrosamente la posibilidad de la existencia del libre albedrío al menos en los individuos capaces de adivinar sucesos. Si, en cambio, supongo, como realidad supongo, que mi "predicción" no es más que en invento de mi imaginación, que no hay ningún metaconocimiento allí, independientemente de si el avión se cae verdaderamente, entonces el determinismo queda incólume, pues la decisión de no viajar tuvo como causa detonante mi mera imaginación, y todos sabemos que la imaginación trabaja de manera completamente natural y fenomenológica.
CORNELIO. -- Usted me hace acordar a Joseph Rhine, un eminente parasicólogo que razonaba justamente como usted lo hizo recién, sólo que creía en la adivinación, y creía que demostrando su existencia demostraría la existencia del libre albedrío. Pero esto es completamente falso según mi modesto entender, de ningún modo la comprobación de la existencia del poder adivinativo comprobaría la existencia del libre albedrío. Por cierto tampoco la refuta, pero mucho menos la prueba.
RAMPHASTUS. -- Explíqueme entonces cómo evita que se quiebren las cadenas causales al introducir un factor metafísico en ellas.
CORNELIO. -- Se lo voy a explicar, pero antes voy a citar al propio Rhine dando un ejemplo de cómo se puede "burlar" al determinismo a través del poder de las premoniciones. Afortunadamente traje escrito en mi antebrazo este pasaje de su libro intitulado El alcance de la mente, página 108 para más datos:

... Tal combinación de posibilidades puede ilustrarse concretamente con la siguiente historia, que me fue relatada por un señor de edad madura, el doctor L., y certificada por su hermana, una maestra a quien conocí hace años: «Tuve, en mi juventud, un sueño que salvó mi vida. Había proyectado un viaje a Burlington en tren, y la noche anterior a mi viaje soñé que el tren chocaba y que la estufa --en esa época los coches de pasajeros iban provistos de una estufa de carbón-- caía sobre mí, hiriéndome. Este sueño me impresionó tanto, que sorprendí mi viaje y conversé sobre ello con mi familia. Bien, señor, ese mismo día el tren, efectivamente, chocó, y la estufa cayó sobre un hombre y lo mató».
El doctor L. admitía que ese sueño había sido una verdadera premonición. Sin embargo, creía también que había dispuesto de cierta libertad de acción sobre la base del conocimiento profético que le había sido dado. En realidad, pudo actuar libremente. Podría preguntarse si, como lo suponía, hubiera sido él realmente la víctima de la caída de la estufa, en caso de no haber modificado su plan. Pero no hay respuesta para esa pregunta. Sabemos que a veces se producen sueños verídicos de accidentes que no muestran una relación lógica con el soñador, o por lo menos alguna razón para haberse producido. El sueño del doctor L. puede haber tenido o no alguna relación con la salvación de su vida; pero de cualquier modo, según el relato, fue una precognición y al mismo tiempo le hizo cambiar el curso de sus planes.

Y en la página siguiente, concluye: "Una facultad de precognición limitada sería realmente un argumento en favor del libre albedrío".
RAMPHASTUS. -- Es una historia similar a la mía del avión, y no me queda más que decir que este buen señor soñó eso como cualquiera de nosotros podría haberlo soñado, de un modo completamente natural, y luego el sueño se concretizó debido a una mera cuestión de probabilidades. Hay 6000 millones de personas soñando cada noche; es completamente lógico que dos o tres de esos sueños se conviertan luego en realidad, haciéndoles creer a los soñadores que son adivinos y a los parapsicólogos que su ciencia tiene fundamentación empírica, pero nadie se acuerda de los 5.999.999.997 sueños que no predijeron nada. Es como cuando un curandero te cura la culebrilla o alguna otra misteriosa enfermedad: de las 200 personas que trata sólo una se restablece inmediatamente después de la imposición de manos, y esa es la que luego propaga la noticia de los grandes poderes del manochanta, dándose al anonimato las 199 restantes.
CORNELIO. -- Le sugiero que no meta la teoría de las probabilidades como prueba de la inexistencia de los fenómenos paranormales, porque en ella justamente basó sus trabajos el señor Rhine, y el azar probabilístico en muchos casos no bastó como explicación natural de sus experimentos parasicológicos.
RAMPHASTUS. -- Supongamos entonces, y sólo supongamos, que el tal doctor L. tuvo una auténtica premonición; ¿cómo evita usted la consecuencia que sacó de esto Rhine, el afirmar que el doctor actuó por libre albedrío al negarse a subir al tren?
CORNELIO. -- La evito, aunque usted no alcance a comprenderlo, gracias a una idea que usted mismo sostiene, y es la de la ya mencionada trascendencia metafísica de las cadenas causales. Yo creo en la adivinación, y creo que el doctor L. se negó a subir al tren por causa de una premonición, lo que significa que si esa premonición no se le hubiera presentado, el doctor L. habría viajado en ese tren, independientemente de si después se matase o no en el accidente, pues como bien decía Rhine, la premonición nos muestra un suceso básico al que luego la imaginación puede adosarle particularidades que no tienen por qué cumplirse. El doctor L. se abstuvo de viajar por causa de una premonición, en esto estoy de acuerdo con Rhine, pero lo que yo sostengo, independientemente de él, es que el hecho de que el doctor L. tuviese la tal premonición ya estaba fatalmente predeterminado desde el inicio mismo de los tiempos, desde mucho antes de que la abuela del doctor L. concibiese a la madre del doctor L. y ésta al doctor L., quien nacería ya con (o a quien su ámbito cultural lo proveería de) cierto poder adivinativo que utilizaría cierto día para predecir la caída de una estufa en un tren que se dirigía a Burlington. Si el doctor L. se hubiese negado a subir al tren sin ninguna causa o motivo, conciente o subconciente, que lo intimase a dejar de lado su idea de viajar, ahí sí tendría yo que admitir que algo así como el libre albedrío existe, pero que se haya negado a subir por causa de un conocimiento metafísico es algo que no interfiere ni un céntimo en la maquinaria causal toda vez que admitamos, como usted y yo hemos admitido, la trascendencia metafísica del principio de causalidad. Esto vale también para el caso de los conocimientos intuitivos, que mal que le pese a usted también son conocimientos metafísicos por más que se nos revelen a través de las percepciones sensitivas, pues si yo poseo una verdad independientemente de los procesos lógicos y de las percepciones concientes, esa verdad no deja de ser un metaconocimiento por el hecho de que dependa del conocimiento ortodoxo para concienciarse. Si yo soy carnívoro, pero llega hacia mí una intuición que me dice que comer carne no es éticamente correcto, dejaré de comerla por causa de este metaconocimiento, o sea que habré introducido en el mundo físico un sinnúmero de nuevos sucesos derivados de algo no físico, pero esto no me habilita para decir que yo podría haber optado por no ser vegetariano, pues la intuición se me impone fatalmente, no puedo elegir no tenerla.
RAMPHASTUS. -- Ha discurrido usted con envidiable aplomo, y no puedo menos que reflexionar sobre mi tendenciosa terquedad hacia la parapsicología. Me ha despertado el interés hacia estas extrañas cuestiones esotéricas, como por ejemplo la telepatía. ¿Cree usted en ella?, y si es así, ¿cree que sea, al igual que la adivinación, una especie de metaconocimiento?
CORNELIO. -- Existen, según creo, dos tipos de telepatía: la física y la metafísica. La primera opera en el espaciotiempo y es un caso especial de aplicación de la energía conciencial que todos poseemos, o sea que es completamente fenomenológica, mientras que la segunda trabaja por fuera del mundo perceptible y no conoce barreras espaciales y temporales, aunque podemos colegir que estamos en presencia de ella, o mejor dicho en presencia de una consecuencia de ella, cuando percibimos dentro del mundo físico algún conocimiento telepático que no podría explicarse valiéndonos tan sólo de hipótesis concernientes a este mundo.
RAMPHASTUS. -- ¿Podría darme un ejemplo de telepatía física y otro de telepatía metafísica?
CORNELIO. -- Si yo pudiese penetrar en su conciencia y enterarme de lo que usted está pensando o sintiendo en este momento, no dudaría en calificar esta capacidad mía como telepatía física o natural, porque me enteraría de algo que sucede dentro de su conciencia en este momento, no de algo que pensó o sintió ayer o que pensará o sentirá mañana, y ese algo me lo transmitió usted a mí a través del espacio que nos separa mediante ondas telepáticas, que probablemente viajan a la velocidad de la luz y por eso mi conocimiento telepático resulta casi instantáneo. Distinto sería si yo percibiese, en este momento, lo que usted pensó o sintió a las cinco de la tarde de ayer: ¿por qué habrían las ondas tepáticas de demorar un día entero en llegar hasta mi cerebro? Y lo más inverosímil: ¿cómo explicar mediante ondas espaciotemporales una percepción tepática cuyo agente aún no pensó o sintió lo que el percipiente percibe? Tendrían que viajar las ondas desde el futuro hacia el pasado, lo que no es posible dentro del mundo físico. Asimismo, si yo pudiese percibir en este instante lo que piensa o siente en este instante un potencial individuo perteneciente a una lejana galaxia, estaría con este mismo hecho contradiciendo cualquier explicación fenomenológica de mi telepatía, pues de ser fenomenológicas las ondas telepáticas habrían debido llegarme años después de que las emitiera el agente.
RAMPHASTUS. -- Ya que nos metimos de lleno en la paranormalidad, y visto y considerando que ya se me fueron las ganas de pescar, ¿puede detallarme algo de lo que a su juicio son la clarividencia y la telequinesis?
CORNELIO. -- Con mucho gusto lo instruiré respecto de estos fenómenos, comenzando por la clarividencia, la cual es siempre metafísica por más que se desarrolle en el presente, pues no existe ley fenomenológica ninguna que nos permita percibir un suceso por otro medio que no sea estrictamente sensitivo. Esta clarividencia instantánea es la clarividencia propiamente dicha, que es la que utiliza el mentalista cuando, por ejemplo, conoce la carta que acaba de separar del mazo sin percibirla visualmente. Después están las clarividencias intertemporales, una de las cuales se da en llamar adivinación o predicción adivinativa, que ya hemos mencionado, mientras que la otra, mucho más frecuente que las primeras, ocurre cuando alguien percibe un suceso que ya ocurrió, pero del cual no tenía noticias que hubiese ocurrido, y la llamo clarividencia retroactiva. Es por demás revelador el hecho de que todas estas clarividencias ocurren generalmente cuando el individuo sueña, o sea cuando su conciencia está por completo desconectada del mundo físico. Este detalle viene a respaldar una teoría mía que afirma que la visión mística por excelencia, esa que nos conecta con Dios sin intermediación de instituciones o de supuestos representantes suyos en una monumental mancomunión a la que usted llama inconciente colectivo, nos sorprende siempre dormidos y ni cuenta que nos damos.
RAMPHASTUS. -- ¿Y de la telequinesis qué me dice?
CORNELIO. -- En primer lugar, que no es un metaconocimiento como la clarividencia, la intuición o la telepatía metafísica, pues se ocupa de mover o de alterar la forma de los objetos, no de acrecentar nuestra sapiencia. Se parece sí a la telepatía en que también aquí existen paralelamente dos procesos, uno físico y otro metafísico, uno que moviliza o altera objetos valiéndose de la energía conciencial, completamente fenomenológica, y otro que los mueve por detrás o por fuera del espaciotiempo. Ejemplo de telequinesis física es el faquir que dobla un tenedor con el solo deseo de doblarlo; la telequinesis metafísica se da en los casos en que A) un objeto es movido o alterado por el solo deseo de una persona o grupo de personas, pero habiéndose producido el deseo con evidente anterioridad al momento de concretarse y estando el deseador, en el instante del deseo, no muy distante del objeto que deseaba mover; B) un objeto es movido o alterado por el solo deseo de una persona o grupo de personas, pero habiéndose producido el deseo con evidente posterioridad al momento de concretarse; C) un objeto es movido o alterado por el solo deseo de una persona o grupo de personas, pero estando este objeto demasiado distante como para que las ondas telequinéticas le lleguen con anterioridad al movimiento; y D) un objeto es movido o alterado por el solo deseo de una persona o grupo de personas, pero estando este objeto protegido contra todo tipo de radiaciones. La masa, densidad, forma y demás propiedades del objeto que, inesperadamente para casi todos, se ha vuelto semoviente, sólo tienen incidencia cuando de telequinesis física se trata, siendo así que los telequinéticos físicos tienden a mover o alterar sólo utensilios pequeños o dúctiles o que ya de por sí se estén moviendo o alterando por causa de otras fuerzas, modificando así, por lo general levemente, la interacción mecánica ortodoxa. Distinto es el caso de los telequinéticos metafísicos, que podrían mover montañas si realmente lo deseasen. Y la última: lo que llamamos autosugestión, la influencia de nuestra mente sobre nuestro cuerpo, es por cierto una forma encubierta de telequinesis. Y no sigo porque si no tendría que hablar de hipnosis y esto se haría muy largo[5].
RAMPHASTUS. -- Volviendo a los metaconocimientos, ¿cuál es la diferencia sustancial entre intuición y adivinación, amén de que la primera se nos muestra mediante percepciones sensitivas y la segunda mediante percepciones imaginativas o ensoñaciones?
CORNELIO. -- La diferencia sustancial consiste en que la intuición nos revela una verdad trascendente o una decisión éticamente correcta y trascendente, mientras que la adivinación se limita a decirnos cosas que ni son verdades trascendentes, ni contribuyen a que tomemos decisiones éticamente trascendentes.
RAMPHASTUS. -- ¿Le parece que la proposición "el criminal era un conocido de la familia", que yo le adjudiqué a Sherlock Holmes a modo de intuición, tiene algo de verdad trascendente, lo mismo que la de que "el tifus exantemático es causado por piojos"?
CORNELIO. -- Ciertamente no, pero no se lo advertí en aquel momento porque su explicación acerca del surgimiento de la intuición en la conciencia era tremendamente clarificadora y cumplía fielmente su cometido, siendo irrelevante el hecho de que las proposiciones analizadas entrasen o no en la categoría de verdaderas intuiciones. Para ser estricto, tengo que admitir que no creo en la intuición detectivesca ni en la intuición médica, pues las verdades referentes a su profesión que pueden llegar a conocer tanto los médicos como los detectives, son intrascendentes. Estrictamente hablando, sólo existen la intuición filosófica y la intuición religiosa.
RAMPHASTUS. -- ¿Sabe en lo que me quedé pensando? Si no puede conocerlo telepáticamente, se lo diré con la palabra: pensaba en que todo esto de los metaconocimientos y de los movimientos telequinéticos debe de ser bien difícil de creer para cualquier persona científicamente conservadora y educada dentro de una cultura filosófica materialísticamente cerrada, pero pensando las cosas desde una perspectiva ideísta, tal como la nuestra,  veo ahora que toda la parapsicología casi que se cae de madura del árbol del solipsismo. Si todo está dentro de mi mente, ¿cómo no sospechar que soy capaz de conocer directamente a través de ella?, ¿cómo no ver con la mente lo que no veo con los ojos?, ¿cómo no leer otras mentes que son parte de la mía?, ¿cómo no mover con ella los objetos que ella misma proyecta en mi conciencia?... Sí señor: el solipsismo fenomenológico y los fenómenos parasicológicos caminan juntos del bracete, y no van a comprar soretes como dice aquella vieja cansoneta.
CORNELIO. -- ¡Otra vez le surgió el alma escatológica!...
RAMPHASTUS. -- Es que yo ingresé a la Facultad de Ciencias Escatológicas pensando que me adoctrinarían sobre cuestiones de ultratumba y resultó ser que de lo único que se hablaba era de inmundicias excrementales. Me desilusioné mucho al principio, pero no abandoné la carrera, y poco a poco me acostumbré a pensar sobre la mierda (que no es lo mismo que pensar como la mierda). Hoy agradezco a mis profesores el haberme orientado hacia la Escatología con mayúscula y no hacia la escatología supersticiosa, que tanto daño hace.
CORNELIO. -- Quiero volver a plantearle algunas preguntas relacionadas con su doctrina subjetivista. Por ejemplo, muchas personas que creen en la realidad objetiva del mundo físico se solazan diciendo que la similitud entre lo que ellos perciben sensitivamente y lo que perciben los demás cuando miran un mismo objeto es una prueba contundente a favor de la objetividad del objeto percibido.
RAMPHASTUS. -- Que yo vea, cuando miro este árbol, algo bastante parecido a lo que ve usted, es algo inherente a nuestra convivencia sin lo cual ninguna sociedad, humana o animal, podría surgir. No es que haya un objeto fuera de nuestra mente llamado árbol que se nos muestra a todos por igual, lo que ocurre es que todos los seres humanos, por convención, llamamos árbol a tal o cual objeto con tales o cuales características, y si surgiese alguna persona que viese una mesa justo en el lugar en donde la gran mayoría dice que hay un árbol, la selección natural se encargaría de eliminar este individuo o de volverlo loco, y por eso estos personajes casi no existen sino en el manicomio. Además, la esencia de las cosas está en su belleza, no en su tamaño, color, formato y demás características "objetivas". A muchas personas este árbol les parecerá feo y a tantas otras les parecerá bello, incluso al mismo individuo le parecerá una u otra cosa según el momento y el estado de ánimo con que lo mire; he ahí una prueba contundente de la subjetividad esencial del objeto físico llamado árbol.
CORNELIO. -- ¿Puede suponerse, puesto que la única objetividad existente radica en los números enteros y en las ecuaciones aritméticas, que los matemáticos son los seres que mejor conocen a Dios?
RAMPHASTUS. -- De ningún modo. Quienes mejor conocen a Dios, o mejor dicho a las relaciones fenomenológicas que Dios nos ofrece (puesto que Dios en sí mismo es inconocible), son los santos y los filósofos, o sea las personas buenas y sabias. Los matemáticos conocen la matemática elemental, que ciertamente participa de la objetividad y por ende de la divinidad, pero pregúntele a uno cuáles son las ecuaciones necesarias para despejar la incógnita de la felicidad humana; si no la sabe, vaya donde un filósofo o un santo, que ellos sí le responderán su pregunta, tal vez no con ecuaciones, sino de un modo que le resultará más poético y por cierto más placentero a su conciencia.
CORNELIO. -- Nombró usted a las personas buenas y a las sabias, pero se olvidó de las bellas: los revolucionarios. Pero sigamos con los interrogantes relacionados con las matemáticas: está demostrado que la mayoría de las personas no puede distinguir un peso de 10 g de uno de 11 g al sopesarlos, ni uno de 11 de otro de 12, y sin embargo distinguen bastante bien entre un peso de 10 g y otro de 12. Representando esta realidad sensitiva en lenguaje matemático, tenemos que A = B y que B = C, ¡y sin embargo A es menor que C! ¿Cómo explica esta incoherencia teniendo en cuenta que su sistema (que ya casi también es el mío) sostiene que nuestras percepciones nunca nos engañan?
RAMPHASTUS. -- Acuérdese de la frase completa: nuestras percepciones nunca nos engañan excepto si los utilizamos como base de nuestros razonamientos. Decir que 10 g es igual a 11 g y que 11 g es igual a 12 g es totalmente correcto en el plano sensitivo, pero incorrecto en el plano racional. Para mí, el Sol gira alrededor de la tierra; para el logos fenomenológico, la tierra gira alrededor del Sol. ¿Quien está en lo cierto? Los dos, cada uno en su ámbito pertinente.
CORNELIO. -- ¿Entonces tenía razón Leibniz cuando decía que las mónadas no son entes materiales?
RAMPHASTUS. -- ¿Por qué?
CORNELIO. -- Porque no las percibimos, y si no las percibimos no pueden existir en el mundo fenomenológico.
RAMPHASTUS. -- No las percibimos individualmente pero las percibimos en bloque, formando lo que se da llamar materia o energía. Tomándolas como verdades independientes tal vez sí sea correcto afirmar su inmaterialidad, pero podría crearse una gran confusión si se propaga esta idea sin más, sin todo su correspondiente aditamento.
CORNELIO. -- Ya que mencionó los aditamentos, ¿dónde actúan esos aditamentos cerebrales llamados alucinógenos, en nuestra conciencia sensitiva o en nuestra conciencia imaginativa?
RAMPHASTUS. -- Los alucinógenos fuerzan nuestra imaginación de tal modo que nos sugieren imágenes perceptivas tan reales como las de cualquier percepción normal, pero siguen siendo imaginaciones, de ningún modo pertenecen a nuestra conciencia sensitiva.
CORNELIO. -- ¿Y cuando nosotros mismos no las distinguimos de las percepciones ordinarias? ¿No pasarían a ser percepciones ordinarias desde el preciso momento en que creemos que lo son?
RAMPHASTUS. -- Para nosotros son lo que creemos que son, pero para el logos fenomenológico son imaginaciones. Y perdóneme lo de "logos fenomenológico", no se me ocurrió ninguna otra cosa. ¡Next!
CORNELIO. -- ¿Qué papel juegan las emociones, los instintos y la voluntad en general?
RAMPHASTUS. -- La voluntad, o sea el deseo en acción, es el motor básico del mundo físico; hasta los entes mal llamados inanimados pueden moverse por voluntad propia cuando se lo permiten las demás fuerzas naturales. Lógicamente, cuanto más evolucionado es un ente más voluntad propia posee, lo que significa que el hombre es el ente conocido que más posibilidades tiene de quebrar voluntades ajenas (animales, vegetales y minerales), y en eso radica su grandeza por más que suene autoritario. Claro que los más evolucionados de los hombres tratan en todo momento de acomodar su voluntad para que coincida lo más posible con la de los demás, y en ello radica su moral. Los instintos son como acomodamientos inconcientes a la voluntad ya no individual sino grupal, y las emociones son productos derivados de la satisfacción o insatisfacción de los deseos, siendo más complejas (más placenteras o más dolorosas) cuanto más complejos son los deseos, pero sin estar nunca completamente ausentes, ni en el más inorgánico de los procesos. La voluntad, los instintos y las emociones son la materia prima de todo suceso, no así la conciencia lógica, que tan sólo es el común denominador de un reducido puñado de seres.
CORNELIO. -- Pero digo, ¿cómo se explican estos procesos en el marco del ideísmo?
RAMPHASTUS. -- Del mismo modo que los explicaría cualquier competente materialista: mediante ondas y corpúsculos que se atraen y se repelen.
CORNELIO. -- ¿No le causa repulsión esta idea?
RAMPHASTUS. -- No, me atrae.
CORNELIO. -- ¿De qué modo perciben el mundo los vegetales y los minerales?
RAMPHASTUS. -- No tengo la menor idea, pero que lo perciben, lo perciben.
CORNELIO. -- ¿Mediante qué órganos?
RAMPHASTUS. -- No tengo la menor idea. ¿Las plantas tienen estómago? Y sin embargo se alimentan. ¿Las plantas tienen pulmones o branquias? Y sin embargo respiran. ¿Las plantas tienen huesos? Y sin embargo se mantienen erigidas. ¿Las plantas tienen músculos? ¡Eppur si muove! Si pueden hacer todas estas cosas mediante otros dispositivos que los utilizados por el reino animal, ¿por qué no podrían percibir sin el auxilio de ojos, oídos, narices, dedos y papilas gustativas? Y lo mismo para los minerales. Lo que no significa que todos estos seres perciban el mundo a partir de los mismos datos con que lo percibimos nosotros. Tal vez perciban solamente, o además, sucesos imperceptibles para nosotros, como los sonidos demasiado agudos, la luminosidad infrarroja o ultravioleta, la intensidad de los campos magnéticos, etc. No confundamos nuestra ignorancia sobre estos procesos con la inexistencia de los mismos.
CORNELIO. -- Usted dijo que la cantidad de materia es infinita, supongo que para que podamos suministrarle a cada número entero, que son infinitos, su correspondiente mónada. Pero ¿cómo puede ser infinita la cantidad de materia si toda ella partió de un solo átomo primitivo que al estallar produjo el Big Bang y el universo todo?
RAMPHASTUS. -- En primer lugar, yo no hago coincidir cada número entero con una mónada. Todas las mónadas son exactamente iguales y todas ellas representan a la unidad, al número uno (excepto claro está las antimónadas, que serían el menos uno según lo que usted mismo propuso). Los demás números enteros son producidos por la combinación de estas mónadas unitarias, y efectivamente necesitaré de infinitas unidades para representar a los infinitos números, problema que resuelvo con el sencillo expediente de afirmar que el universo no está circunscrito sólo a nuestro Big bang, sino que hay infinitos sistemas materiales en expansión como el que nosotros percibimos, y por eso hay infinita materia.
CORNELIO. -- Yo había escuchado algunas hipótesis que dicen que el Big bang puede tender a detenerse, e incluso transformarse en Big Crunch, o sea en contracción, pero es la primera vez que alguien me dice que hay en el espacio, y en este mismo momento, infinidad de bigs bangs expandiéndose por doquier...
RAMPHASTUS. -- ¿No me cree?
CORNELIO. -- Yo le creo al aparato científico.
RAMPHASTUS. -- Yo soy científico... y soy un aparato.
CORNELIO. -- Voy a hacerle una última pregunta y después se podrá ir a pescar o a donde le plazca: ¿cómo puedo reconocer una verdad a priori, o sea una verdad intuitiva, para diferenciarla del conocimiento a posteriori, puramente lógico-empírico, que puede no ser verdadero?
RAMPHASTUS. -- No tengo la menor idea. Usted dedíquese a imitar a los santos, a los filósofos y a los revolucionarios y ya está: las verdades intuitivas comenzarán a brotarle por los poros. O si no siga el método de Unamuno, que diferenciaba entre dos tipos de verdades, la objetiva y la subjetiva, siendo la primera la verdad propiamente dicha y la segunda lo que cada uno de nosotros cree verdadero, y afirmando que las personas que en todo momento dicen sus verdades, sin esconderlas nunca e incluso diciéndolas por decirlas nomás, sin que nadie pregunte nada y hasta en las situaciones más inoportunas, esas personas, que sostienen sin cesar con la boca, con la pluma o con la carne lo que otros piensan sólo para sí mismos, son las más proclives a transmutar esas sus verdades subjetivas en verdades objetivas, en verdades metafísicas. Para este gran pensador la hipocresía es el mayor estorbo en la búsqueda del conocimiento absoluto, y yo estoy muy cerca de coincidir con él.
CORNELIO. -- ¡Eso es muy difícil!... Decir lo que uno piensa y siente con toda sequedad y a cada instante, incluso ante las personas que sabemos se sentirán heridas y que no queremos herir... ¡es muy difícil!
RAMPHASTUS. -- Tan difícil como el conocimiento absoluto. ¿No me regala su perro?
CORNELIO. -- Me haría un favor si se lo queda, pues ya tengo uno en casa y uno en el negocio, y ni a mi señora madre ni a mi señor padre les agrada la idea de incrementar la población canina en sus respectivas haciendas.
RAMPHASTUS. -- ¿Y para qué lo compró?
CORNELIO. -- No lo compré, simplemente apareció y se aquerenció. Las mejores cosas no se compran: aparecen de gratis y se aquerencian. Lo llamamos Chamigo Pérez, pero si quiere puede apodarlo de otra manera.
RAMPHASTUS. -- Así lo llamaré; me gusta que los animales tengan nombre y apellido como los humanos. ¡Mire con qué gráciles movimientos manotea el agua! ¡Lo que hacen estos bichos por rescatar un palito!
CORNELIO. -- El palito es la excusa, lo hacen por diversión, por placer. Igual que casi todo lo que hacemos nosotros. Y hablando de apellidos, ¡qué coincidencia que sus padres hayan sido pajarólogos y que se apellide usted como los tucanes!
RAMPHASTUS. -- Yo no me apellido Dicolorus, Dicolorus es mi segundo nombre. Me llamo Ramphastus Dicolorus de la Serna Lynch, quien lo invita a concurrir a este mismo lugar hoy por la noche a los efectos de continuar con esta instructiva plática, que me ha servido como pocas para clarificar algunas ideas que me rondaban y para dar cabida a otras más lejanas pero que con su ayuda tal vez se me terminen incorporando por completo.
CORNELIO. -- Lo mismo digo. Vayamos, pues, donde la civilización, y meditemos lo que aquí hemos establecido, para poder luego corregir o amplificar las teorías esbozadas aquí sumariamente.
RAMPHASTUS. -- ¡Ea, que no puedo retener al perro! Lleveseló, si tanto asco me ha tomado.
CORNELIO. -- No es asco hacia usted, es amor hacia mí. Los perros me aman, no sé debido a qué. Si lo supiera utilizaría esa misma carnada con las mujeres.
RAMPHASTUS. -- Lleveseló y tráigalo a la noche. Le voy a susurrar unas cuantas tonterías al oído y va a ver cómo se encariña conmigo. Al menos con las mujeres funciona...
CORNELIO. -- Hasta la noche, amigo. Ah, me olvidaba que recordé cómo es que se les dice a los que estudian a las aves. Se les dice ornitólogos.
RAMPHASTUS. -- Vaya, vaya con sus compañeros y dejesé de hablar pavadas. Todo el mundo sabe que los ornitólogos son los que se ocupan de estudiar a los ornitos...




[1] (Nota añadida el 3/9/9.) En el siglo XVII, Johannes B. van Helmont, médico flamenco, propuso una receta que permitía la generación espontánea de ratones: "Las  criaturas tales como los piojos, garrapatas, pulgas y gusanos, son nuestros huéspedes y vecinos, pero nacen de nuestras entrañas y excrementos. Porque si colocamos ropa interior llena de sudor junto con trigo en un recipiente de boca ancha, al cabo de 21 días el olor cambia y penetra a través de las cáscaras del trigo, cambiando el trigo en ratones. Pero lo más notable es que estos ratones son de ambos sexos y pueden cruzarse con ratones que hayan surgido de manera normal..."
[2] El título de este capítulo se tradujo como "La elección de Selma" (1993).

[3] (Nota añadida el 5/2/2002.) Para disfrutar a pleno de estas dos películas es preciso verlas en su idioma original, subtituladas. Dr. Dolittle (1998) está protagonizada por Eddie Murphy, y Loco por Mary (There's something about Mary, 1998) por Ben Stiller y Cameron Díaz.
[4] "Para los débiles, dudar es desplomarse; para los fuertes, dudar es crecer. Sólo nos acercamos a la verdad mientras dudamos; sólo mientras dudamos somos religiosos. La duda al desgarrar ensancha. La certidumbre es una falsedad y un sacrilegio" (Rafael Barrett, "La ciencia", ensayo incluido en sus Obras completas, p. 77).
[5] (Nota añadida el 20/9/3.) He hablado de objetos movidos o alterados por el deseo de las personas, pero parece ser que los fenómenos telequinéticos no se limitan a verificarse únicamente a través de la conciencia humana. "Los polluelos que acaban de romper el cascarón --comenta el biólogo inglés Rupert Sheldrake-- son troquelados por el primer objeto móvil que encuentran y lo siguen por doquier. [...] si se incuban los huevos en una incubadora y lo primero que encuentran las aves jóvenes es una persona, seguirán por doquier a esa persona. [...]" "[René] Peoc'h utilizó pequeños robots que se desplazaban sobre ruedas en una serie de direcciones al azar. [...] estos movimientos aleatorios eran determinados por un generador de números al azar, colocado en el interior del robot. El trayecto que recorría el robot quedaba registrado. [...]" "Peoc'h exponía a ese robot los polluelos recién salidos del huevo y los animales se unían [...] a la máquina como si fuese su madre. En consecuencia, deseaban seguirla a todas partes, pero Peoc'h se lo impedía poniéndolos en una jaula desde la cual, no obstante, podían ver el robot. No se podían mover hacia él, pero los polluelos hacían que el robot fuera hacia ellos. Su deseo de estar cerca del robot influía de alguna manera sobre el generador de números al azar, de tal modo que el robot permanecía junto a la jaula". [...] "Peoc'h también realizó experimentos en los que ponía conejos en una jaula desde donde podían ver el robot. Al comienzo le temían y el robot se alejaba de ellos: los repelían. Pero, expuestos al robot diariamente durante varias semanas, los conejos dejaron de temerle y tendieron a atraerlo hacia ellos". "Así, pues, el deseo o el temor de estos animales influía en los acontecimientos «aleatorios» a distancia, al punto de atraer o repeler al robot. Esto, como es obvio, resultaría imposible si los deseos de los animales estuvieran confinados en su cerebro. En cambio, sus intenciones se prolongaban para afectar el comportamiento de la máquina" (Rupert Sheldrake, De perros que saben que sus amos están camino de casa, cap. 16). Los polluelos y los conejos de los experimentos de Peoc'h estarían valiéndose de lo que yo denominé telequinesis física, la cual se manifestaría, según mi opinión, con mayor diligencia en los animales no humanos (en el hombre se hallaría semiatrofiada). La telequinesis metafísica, por el contrario, podría ser utilizada tan sólo por individuos autoconcientes.

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