Páginas

sábado, 15 de febrero de 2014

Teleología y mecanicismo bajo la mirada de dos disímiles científicos

Conocida es la definición que de la filosofía daba Cicerón llamándola «ciencia de lo divino y de lo humano y de las causas en que ellos se contienen»; pero en realidad, esas causas son para nosotros, fines. Y la Causa Suprema, Dios, ¿qué es sino el Supremo Fin? Sólo nos interesa el por qué en vista del para qué; sólo queremos saber de dónde venimos para mejor poder averiguar adónde vamos.
Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida

Pero no todos los científicos devenidos en pensadores piensan cientificistamente. El mismo doctor Russell citado  en la anterior entrada poco tiene de cientificista. Su libro es un alegato en favor del teleologismo del mundo viviente, algo que sin duda no pasa por la cabeza de la mayoría de los cientificistas. La obra es bastante pesada por estar atiborrada de datos experimentales y observacionales, pero hay en ella ciertas conclusiones que me gustaría discutir o tan sólo difundir.
Citaré en primer lugar la más categórica:

No hago hipótesis alguna con respecto a la naturaleza o fundamento filosófico de la finalidad; la acepto como un hecho (La finalidad de las actividades orgánicas, p. 131).

Y es por eso, por no conjeturar acerca del fundamento filosófico de la finalidad, que el doctor Russell no la ve, no la concibe, más allá del mundo de los fenómenos orgánicos. No puede dirigirse, finalidad en mano, hacia el mundo de lo inorgánico, ni mucho menos hacia las puertas de la metafísica:

La «teleología» de los procesos vitales --si es que puede usarse esta expresión-- constituye [...] un proceso limitado; en él no hay nada «místico» o milagroso; es un fenómeno natural y sujeto a las restricciones naturales (ibíd., p. 164).

 Decir que un suceso causado por un órgano o un organismo es un suceso teleológico es algo bien científico para Russell, pero decir lo mismo de una tormenta o de un desplazamiento geológico entraría ya en lo místico, por no decir en lo supersticioso. Sin embargo, Russell atisba por un momento la realidad de la teleología inorgánica (pp. 224-5):

El llegar a un fin o término definido, per se no es carácter distintivo de la actividad dirigida, pues los procesos inorgánicos también se mueven hacia un término natural; la piedra en movimiento desciende por la colina hasta que llega al valle, o es detenida por algún obstáculo; el sistema inestable se mueve hacia un equilibrio estable; aun el mismo equilibrio estable puede alcanzarse desde muy distintos puntos de partida. La que es distintiva, es la activa persistencia de la actividad dirigida hacia su objetivo, el uso de medios alternantes dirigidos hacia el mismo fin, la obtención de los resultados a pesar de todas las dificultades. La actividad dirigida hacia un objetivo no es el simple resultado de las condiciones materiales como acontece con los sistemas inorgánicos; en ella hay en elemento impulsor o esfuerzo que, a veces, como nuestra propia conducta intencional, se hace conciente de sí y de sus tendencias, aunque más a menudo es inconsciente y ciega. No está dominada por las condiciones ni por las situaciones, pero lucha por sobrepasarlas o utilizarlas en su movimiento hacia su objetivo. Un impulso puede dominar a otro.

Y en el párrafo siguiente concluye que

este elemento de estímulo, de esfuerzo o impulso (que en su forma más altamente desarrollada experimentamos como impulso mental) es un factor de toda actividad vital, de comportamiento, fisiológica y morfogenética, la que esencialmente, la distingue de la actividad inorgánica. Por lo menos, esta es la concepción a la que he llegado.

Y admito que has llegado, amigo Russell, bastante más allá que la mayoría de tus colegas al admitir que los procesos inorgánicos "se mueven hacia un término natural", pero no pudiste continuar por esa senda porque no sospechaste que lo inorgánico también desea, o si lo sospechaste no sabías cómo demostrarlo, y me parece que fue esto último lo que sucedió en tu cabeza, me parece que el afamado y molesto prurito de las demostraciones empíricas te obligó a desdeñar ese hilozoísmo que hubiera cerrado el cuadro y lo hubiera hecho del todo coherente. "Coherente pero indemostrable" me dirás; lo admito. Siempre me atrajo más la coherencia que la evidencia.

Entraña dificultades el pensar que las actividades dirigidas hacia fines están completamente determinadas por sus orígenes. Si bien no sabemos cómo, de alguna manera el fin u objetivo interviene en la determinación de estas actividades; es decir, son dirigidas (ibíd., p. 220).

Esta es una de las diferencias entre la teleología orgánica y la inorgánica: en la primera, el objetivo se alcanza plásticamente; en la segunda, rígidamente. Una piedra que baja por una ladera para satisfacer su deseo de atracción gravitatoria tiene más posibilidades de quedar varada sin poder llegar al valle que aquella pantera que desciende por la misma pendiente para satisfacer su deseo de atracción sexual a través de la pantera hembra que ha divisado desde su atalaya. Si la piedra se topa en su descenso con una piedra mayor que la detiene, allí se quedará, pero si es la pantera la que choca con el obstáculo, rodeará la piedra y seguirá su camino sin mayores inconvenientes. Los movimientos de la pantera están tan determinados desde el origen del deseo como los de la piedra, sólo que a ésta las leyes físicas macromecánicas la determinan casi por completo, mientras que en la pantera son las leyes biológicas las que toman la voz de mando (aunque podría suceder que las leyes macromecánicas sometiesen a las biológicas; por ejemplo, si la pantera tropieza y rueda). Y digo que el descenso de la piedra está determinado casi por completo por leyes macromecánicas porque ese impulso, estímulo o esfuerzo (yo lo llamo conato) que Russell considera distintivo de la vida, opera también en lo inorgánico, sólo que con tan menguada potencia que nos es imposible percibirlo batallando contra una fuerza macromecánica y superándola. El ejemplo de la piedra que detiene su caída por chocar con otra mayor no viene aquí al caso, pues el deseo de la piedra, estrictamente hablando, no se ve contrariado por el choque: si se detuvo es porque la energía potencial adquirida en esas circunstancias le procuraba mayores satisfacciones que la energía cinética del desplazamiento1. La gravedad, con sus diferentes manifestaciones, es siempre placentera para lo inorgánico, y entonces el conato la sigue, nunca se le opone. Distinto sería si arrojásemos la piedra por los aires, desafiando a la gravedad; en ese caso el conato de la piedra sí se opondría a su movimiento, aunque cabe aclarar que nada (o casi nada) tiene que ver este miserable conatillo con el posterior descenso del proyectil.
El esfuerzo realizado en vistas a la consecución de un objetivo ya he afirmado que no es algo distintivo de la materia orgánica. Tampoco es distintiva de ella la persistencia en la actividad finalista: ¿hay algo más persistente, por ejemplo, que un río tormentoso esforzándose por llegar al nivel del mar? Sólo acierta Russell cuando hace la distinción a través de "el uso de medios alternantes dirigidos hacia el mismo fin" (aunque esto no implique, según me parece, el libre albedrío de la materia viva, el poder optar entre hacer tal cosa o tal otra, sino sólo la impredictibilidad práctica por parte del observador o incluso del actor). Pero al punto vuelve a equivocarse, pues "la obtención de los resultados a pesar de todas las dificultades" es más propio de lo inorgánico que de lo viviente (con la sola dificultad de que le cierre yo la puerta, mi perra no podrá satisfacer su deseo de salir al balcón; con el aire no sucede lo mismo)2. Un tal Grainger citado por Russell en las pp. 225-6 nos dice, con bastante criterio, que es "el movimiento autónomo o movimiento gobernado por el organismo mismo, lo que nos proporciona la primera pista real acerca de la cualidad de la vida. Los seres vivientes no están completamente a merced de su ambiente mientras que los no vivientes están sujetos en forma absoluta al medio externo. Una masa de proteína no viviente siempre desciende a lo largo de una ladera, obedeciendo indiscutiblemente a la acción de la ley de la gravedad; en determinadas formas, la proteína viviente puede ascender por la ladera, siguiendo su elección interna... La bacteria movible puede moverse en dirección contraria a la seguida por una débil corriente de líquido". No es que lo inorgánico no sea potencialmente capaz de movimiento autónomo; lo es, pero como esta capacidad es de una magnitud ínfima en comparación con la capacidad de efectuar movimientos que poseen los objetos merced a las fuerzas físicas que actúan por fuera de ellos, rara vez logra imponérseles, y cuando lo hace no nos damos por enterados debido a que nuestros órganos sensoriales no son lo suficientemente finos como para captar tan minúsculos movimientos --lo mismo que cualquier instrumento de observación inventado o por inventar (la observación alteraría los resultados, tal como sucede en la física cuántica). Por eso es que la capacidad de movimiento autónomo perceptible puede ser considerada como algo distintivo de los seres vivos, lo cual no habla en ningún momento en contra del carácter teleológico de los fenómenos inorgánicos que yo postulo. "No formulo hipótesis --insiste Russell desde el último párrafo de su libro-- con respecto a las bases filosóficas o «fundamentos» de la finalidad [...]. Simplemente acepto la evidencia patente de que son características de las cosas vivientes y sólo de ellas". La evidencia "patente" de que la finalidad existe dentro de los reinos animal y vegetal es bastante abrumadora, pero ¿dónde está la evidencia patente que demuestra que el reino mineral no se guía de acuerdo a fines?3 No hay evidencia, es cierto, de que la teleología inorgánica exista, pero esta falta de evidencia de ningún modo es a su vez evidencia de que no existe.
Esto en cuanto a la teleología. En cuanto al mecanicismo, ya sospecharán ustedes lo que opina Russell: lo considera incompatible con los procesos finalísticos reinantes en los seres vivos.

Aunque más no fuera por la razón de que un organismo es una unidad que se mantiene, reproduce y desarrolla por sí misma, debería resultar evidente que la analogía entre un organismo y una máquina es superficial y remota: ninguna máquina hace o puede desempeñar las funciones citadas. Sin embargo, el pensamiento humano se halla particularmente inclinado hacia la concepción mecanicista (p. 13).

En lo que no repara Russell es en que el mecanicismo, estrictamente hablando, no afirma que los organismos son máquinas, simplemente dice que los organismos se rigen por principios mecánicos, que no es lo mismo. (Entiéndase aquí por "mecánica" la ciencia que trata del movimiento en su totalidad, tanto el de las grandes masas como el de los más pequeños corpúsculos subatómicos.) Y aunque es verdad que muchos mecanicistas, tal vez la mayoría, suponen efectivamente que los seres vivos son máquinas, el aducir contra esto que tales seres se mantienen, reproducen y desarrollan por sí mismos no es un argumento válido, porque así como existe una máquina denominada "de coser", cuya función es privativa de ella (no podemos coser valiéndonos de una licuadora o de un ascensor), así también el mecanicista puede decir que el ser vivo es una máquina cuyas funciones privativas son (entre otras) las de mantenerse, reproducirse y desarrollarse por sí misma. Si definimos la palabra "máquina" como "un conjunto de partes o elementos que apuntan hacia el mismo fin" (Juan Carlos Goldar, Biología de la memoria, p. 38), no veo ningún despropósito en considerar como máquinas a los seres vivos siempre que se pruebe, o al menos se justifique, la idea de que los organismos están constituidos por una estructura susceptible (en teoría) de ser dividida en partes, y que la mera sumatoria de estas partes constituye la totalidad del organismo. Esto es precisamente lo que niegan los llamados holistas, para quienes la totalidad del ser vivo es algo más que la suma de sus elementos. El doctor Russell reniega del mecanicismo maquinista desde su holismo no vitalista; el antecitado doctor Goldar es su antítesis, y yo me inclino mucho más hacia este último que hacia el primero --siempre que nos limitemos, como en estos momentos, al mundo de los fenómenos, al mundo "científico", excluyendo de nuestra perspectiva toda idea o connotación metafísica.
Dice goldar:

Cuando no se quieren admitir elementos y asociaciones entre elementos, no queda otra solución que buscar las explicaciones en totalidades que, siempre, son tan difíciles de demostrar como lo son las entelequias o fuerzas «ocultas» de los epigenetistas. Por su misma naturaleza, el pensamiento holista es francamente animista. Nunca han logrado, los holistas, definir con precisión y mostrar objetivamente su «es más que». Digamos que introducen un nuevo «factor general», pero no lo pueden objetivar. Sus pretendidas «totalidades» suelen ser, a la corta o a la larga, tan ambiguas como la «vis essentialis» o la «vis plastica»(ibíd., pp. 37-8).

Goldar incluye a las asociaciones entre las partes como una nueva parte que necesariamente debe sumarse si deseamos abarcar al organismo íntegro:

Si las partes o elementos de la máquina o mecanismo orgánico forman una estructura, estas partes deben asociarse o relacionarse de alguna manera, para coincidir teleonómicamente. De este modo, cuando explicamos una estructura debemos tener presente no sólo sus elementos o partes, sino también las relaciones entre los elementos (es decir las asociaciones, que también son, por su parte, elementos). Una estructura es la suma de sus elementos más la suma de las relaciones entre esos mismos elementos. Pero siempre es una suma y, por lo tanto, puede analizarse y volver a sintetizarse sin adjuntar o anexar un «factor general». Para la ciencia, sus objetos siempre deben ser sumas. De lo contrario no podrían entenderse, o sea analizarse y volver a sintetizarse. [...] Cuando el científico analiza separa elementos y cuando sintetiza agrupa elementos. No hay que acudir a «factores generales» o entidades holísticas, siempre misteriosas. Es verdad que el organismo [...] es más que la suma de sus elementos, pues además es la suma de las relaciones entre los elementos (como las relaciones forman parte de la suma, también son elementos) (p. 39).

Goldar habla de coincidencia "teleonómica" y no teleológica porque reserva esta última palabra para los sistemas cuyas diferentes partes apuntan hacia un mismo fin valiéndose de una conciencia o psique reguladora que opera a tal efecto; y como para él ningún organismo, ni siquiera el humano, constituye un sistema teleológico, concluimos que el mecanicismo al que suscribe Goldar es de carácter epifenomenalista, es decir, considera a la conciencia y a las vivencias en general como fenómenos derivados de los movimientos del cerebro y demás órganos, no pudiendo estas vivencias influir causalmente sobre ningún desplazamiento corporal, tanto interno (secreciones, movimientos de las células) como externo (caminata, risa, dicción, etc.). El epifenomenalismo es un concepto que se aviene tan de lleno con mi sistema filosófico que no sé cómo pude desdeñarlo, sobre todo después de haber leído a ese gran epifenomenalista llamado Le Dantec. El doctor Goldar me abrió grandemente los ojos a este respecto. Dejaré para una próxima oportunidad la explicación y apología del epifenomenalismo tal como yo lo concibo; ahora, terminemos con Goldar:

Considerando que los progresos [científicos] más importantes y de mayor utilidad han sido inspirados por la ideología [...] mecanicista, y teniendo en cuenta que la ideología [...] holista permanece en la cotidianidad, resulta evidente que la primera es una ideología científica o reflexiva mientras que la segunda es una ideología ingenua popular (p. 229);

 y

las estructuras orgánicas son iguales a las máquinas, pues las máquinas tienen elementos, relaciones entre elementos y niveles de integración. Para el mecanicismo que aquí defendemos y presentamos como principio filosófico, el cerebro es una máquina o estructura, o sea un conjunto de partes que apuntan hacia el mismo fin o meta [...]. El cerebro es una máquina porque: 1) tiene un programa, 2) posee elementos, 3) estos elementos se relacionan por medio de niveles de integración y 4) todos los elementos apuntan hacia el mismo fin (pp. 239-40).

Esto es evidente, sostiene Goldar, para cualquiera que posea un cerebro reflexivo y adiestrado en el método científico, pero el hombre que conserva "una visión más o menos primitiva, vulgar e irreflexiva, no quiere (o, mejor dicho, no puede) reconocer lo asombrosamente mecánico de su naturaleza" (p. 240).



1 (Nota añadida el 30/5/3.) Error. La piedra se detiene debido a fuerzas mecánicas exteriores a su ser y no influenciables (apreciablemente) por sus deseos. El conato de la piedra no se contraría con su detención, pero esto no significa que sea la causa de la misma.

2 Es verdad que la mayoría de las moléculas de aire rebotarán contra la puerta y no podrán trasponerla, pero esto no las frustrará como frustrada estará mi perra, porque el resultado que se proponían alcanzar estas moléculas no era "salir al balcón", sino balancearse al son de la gravedad, y esto lo podrán hacer muy bien dentro de mi casa en cuanto se recuperen del dolor que la inercia del choque contra la puerta les provocara.
3 Fines inconcientes desde luego, pero no más que los de la gran mayoría de los seres vivos y los de los órganos de estos seres tomados individualmente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario