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domingo, 6 de abril de 2014

¿Para qué (o para quién) se escriben los diarios íntimos?

Tolstoi contesta:

Llevo un diario no para mí, sino para la gente, sobre todo para quienes vivirán cuando yo, físicamente, ya no exista [...]. No sé si estos diarios le serán necesarios a los otros, pero para mí son necesarios, ellos son yo mismo. A mí me hacen feliz (Diario íntimo, 19/3/1906).

Primero dice que no escribe el diario para él sino para la gente, pero a lo último termina admitiendo que es él mismo quien lo necesita, independientemente del valor que pudiese tener para el resto de las personas. Lo correcto, me parece, es admitir las dos cosas, admitir que llevamos un diario por nosotros mismos, porque lo necesitamos por una cuestión psicológica interna, pero también porque tenemos la esperanza de que otros muchos lo leerán con fruición y con provecho. Muy pobre, muy falto de sustancia se alzaría el diario íntimo de un escritor que diese órdenes estrictas de quemarlo tras su muerte o de ser enterrado con él; la enjundia de nuestras frases va en proporción directa con el grado de masificación que, al escribirlas, suponemos que alcanzarán en tal o cual momento de la historia.
Lo que no comparto en absoluto es el último aserto: dice Tolstoi que sus diarios lo hacen feliz. A mí no me producen (ni la escritura de mis diarios ni la lectura de los suyos) tan magnífico efecto, ni creo, basándome en los propios diarios de Tolstoi, que se lo produjeran a él. La escritura de un diario podrá producir contento, serenidad de ánimo, exaltación quizá, pero difícilmente felicidad o beatitud. Solo a un santo la escritura de su diario íntimo le produciría felicidad, pero ha de saberse que a los santos, por definición, les está vedado hablar de sí mismos, de modo que no existen ni existirán los diarios íntimos escritos por santos, ni los escritores de diarios íntimos que hayan rozado la santidad y, consecuencia de la santidad, la beatitud y la felicidad. Tolstoi no ha sido feliz, ni yo lo seré --al menos en esta vida.

¡Cuánta razón tenía el otro gran León, León Bloy, cuando decía: "Hay una sola tristeza: la de no ser santos"!

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