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domingo, 4 de mayo de 2014

El llamamiento hacia la vida mendicante


Hace un momento salí a dar un paseo a caballo, y sentí inmensas ganas de irme como mendigo; cuánto podría disfrutar agradeciendo y amando a todo el mundo.
León Tolstoi, Diarios (1895-1910), 3/6/1908

Un discípulo le pide a Tolstoi que sea consecuente con sus ideas y que huya de la vida que viene llevando. La carta, proveniente de San Petersburgo, tiene fecha del 2 de febrero de 1910:


A Lev Nikolaievich Tolstoi:
Querido maestro, qué lejos queda mi admiración por esta ciudad. Sus amplias avenidas y gigantescas plazas no son nada cuando regreso a la pensión después de haber bebido en los peores burdeles y haber fornicado con las peores mujeres. Doy rodeos y me alejo de los altos edificios para poder ver el brillo de las estrellas que la luz de gas me oculta. Entonces echo de menos los paseos junto al estanque de Yasnaia Poliana, cuando yo era sólo un chiquillo huérfano acogido en su escuela, la paz infantil que usted me proporcionó y que de ningún modo puedo encontrar en las tabernas de la gran capital rusa. Yo quisiera vivir en la pobreza y caminar de aldea en aldea: maestro, renuncie a su título de conde y reparta los bienes que posee entre sus familiares y los pobres, que los necesitan más que usted. Piénselo. Yo un día me iré de aquí. ¿Por qué no puede hacer usted lo mismo?
Suyo,
Boris S. Mandzhos

La respuesta de Tolstoi no se hizo esperar:


 [Yasnaia Poliana] A Boris S. Mandzhos
Su carta me ha conmovido profundamente. Lo que usted me recomienda que haga constituye el más acariciado de mis sueños, pero hasta el momento no he podido llevarlo a cabo. Son muchas las razones para ello (pero de ninguna manera que me compadezca yo de mí mismo). La principal es que no es algo que haya que hacer para causar efecto en los demás. Eso no está en nuestro poder y no es eso lo que ha de regir nuestras acciones. Es algo que se puede y se debe hacer únicamente cuando sea indispensable, no con fines externos, sino para la satisfacción de una exigencia interior del espíritu, cuando permanecer en la situación en la que uno está se vuelve tan moralmente imposible como físicamente es imposible no toser cuando se ha quedado uno sin aliento. Y yo cada día me aproximo más a esa situación.
Lo que usted me recomienda hacer, renunciar a mi posición social, a mis bienes, y distribuirlos entre quienes se consideren con derecho a poseerlos después de mi muerte, es algo que ya hice hace veinticinco años. Pero el hecho de que viva yo en familia, con mi hija y mi mujer, en unas condiciones de lujo terribles, vergonzosas en medio de la miseria que hay alrededor, me atormenta continuamente y cada vez de manera más punzante, y no pasa un día sin que no considere aquello que usted me recomienda.
Le agradezco reiteradamente su carta. Sólo se la mostraré a una persona. Le pido que no muestre usted mi carta a nadie.
Sinceramente suyo,
Lev Tolstoi


Es así; la decisión suprema no debería tomarse de acuerdo a considerandos externos, sino cuando nos queme tanto la indecencia de nuestra vida que sintamos una necesidad imperiosa de modificarla. Y eso le sucedió a Tolstoi unos pocos meses después de haber recibido esa carta, a los 82 años de edad. ¿A mí me llegará esa quemazón algún día? Por ahora no la siento en absoluto.

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