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lunes, 9 de marzo de 2015

La mujer varonil

Cultivar en las mujeres las cualidades del hombre y descuidar las que les son esencialmente propias, me parece claramente laborar en su detrimento. [...] No es agradable ver a una mujer dividida en dos como una avispa; choca a la mirada y hace sufrir a la imaginación.
Jean-Jacques Rousseau, Emilio o la educación

Ha pasado el día internacional de la mujer. Pero ¿qué es lo que quieren reivindicar las mujeres? Si quieren obtener los mismos derechos políticos, sociales y económicos que los hombres, las apoyo incondicionalmente; si quieren parecerse cada vez más a los hombres en su formación cultural, en su modo de trabajo y en sus ansias expansivas, ¡vuelvan por donde vinieron, señoras y señoritas!
Leo a Otto Weininger: "La necesidad de liberación y equiparación con los hombres sólo se manifiesta en las mujeres varoniles, [...] la mujer como tal no siente la menor necesidad de emanciparse" (Sexo y carácter, primera parte, cap. VI). Según Weininger, todos los hombres tenemos algo de feminidad y todas las mujeres algo de masculinidad, y es de las mujeres más masculinas de donde surgen esos ideales "feministas", porque no es la mujer sino el macho que llevan dentro quien pugna por liberarse. Así, "las mujeres que piden la emancipación por cierta necesidad interna inducen a las restantes la tendencia a adquirir una cultura", y entonces, queriendo imitar a estos híbridos y emprendedores referentes, "surge la moda del estudio entre las mujeres y se fomenta una agitación risible que las lleva creer en una actitud que de ordinario no es otra cosa que un medio de defensa". No hay que poner "ningún obstáculo en el camino de aquellas mujeres cuyas verdaderas necesidades psíquicas [...] las impulsara hacia las ocupaciones masculinas, es decir, de las mujeres con rasgos masculinos", pero debería evitarse, para salvaguardar la salud mental de aquellas mujeres bien femeninas, debería evitarse la epidemia por contagio imitativo que Weininger, hace cien años, ya vislumbraba y que hoy se ha convertido en pandemia, por no decir en endemia. En definitiva, "no es la mujer genuina la que aspira a la emancipación, sino que este movimiento se debe a las mujeres masculinas que interpretan mal su propia naturaleza, y no reconocen los motivos de su acción cuando creen hablar en nombre de la mujer".
Sin embargo, Weininger no cree que tal perturbación social se vuelva endémica. Ha habido, dice, otros movimientos similares en el pasado, uno en el siglo X y otro en los siglos XV y XVI, y ambos perecieron sin dejar secuelas. Sospecha que nos ha tocado vivir dentro de un período evolutivo similar a esos, caracterizado por "un mínimo de gonocorismo" entre los humanos más civilizados. Hoy abundan más que nunca los hombres afeminados, y en compensación también abundan los marimachos, responsables éstos de la expansión del fenómeno tratado. Sorprende leer que a principios del siglo pasado ya se insinuaba el ideal de la mujer alta, esquelética y sin tetas ni culo que ahora es moneda corriente en los desfiles fayon. Según Weininger, el hecho de que un ideal así se imponga es un claro indicio de que los hombres están afeminándose. Sólo a un homosexual bien marica, asumido o no, puede gustarle la mujer tabla. Pero esto pasará. "Entre los animales se ha observado frecuentemente la periodicidad de fenómenos semejantes", es decir, de períodos en los que las formas intersexuales aumentan desmedidamente; luego todo vuelve a estabilizarse. Extrapolar este fenómeno al género humano es intelectualmente arriesgado y Weininger no lo hace, sólo insinúa que tal vez, con alguna probabilidad, esté ocurriendo algo tangencialmente parecido en los países más desarrollados. Esto me huele a embrionaria sociobiología, y a mí el aroma de la sociobiología me fascina. Además, ya he conversado lo suficiente en estos últimos años con innumerables hombres afeminados como para dudar del innegable componente genético que la homosexualidad posee (al menos la homosexualidad pasiva).

La mujer de hoy se queja de que ya no hay hombres. Los hombres están, pero están esperando que la mujer deje de jugar a ser hombre. Entre una mujer que se comporta como hombre y un hombre que se comporta como mujer, algunos prefieren a este último. Un travesti suele ser más femenino, y por ende más sensual, que una taxista.

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