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domingo, 31 de enero de 2016

Estandarización norteamericana

Pasión por la tipificación; así definiría julio Camba a la sociedad estadounidense. Dentro de poco --exagera—

empezarán a manifestarse las generaciones de serie, producto de la eugenesia; generaciones en las que nadie será alto ni bajo, guapo ni feo, tonto ni listo, moreno ni rubio, ni bueno ni malo. La eugenesia es algo así como el fordismo aplicado a la reproducción de la especie. Es, como si dijéramos, la reproducción en masa. Su objeto principal en América consiste en estandarizar a la Humanidad supeditando la naturaleza a los intereses del Estado, y es indudable que no tardará mucho tiempo en conseguirlo por completo (La ciudad automática, p. 148).

Supeditar todo a los intereses del Estado. Esto pareciera ser, como ya se dijo, comunismo, pero estamos aquí dentro del más sólido y encumbrado capitalismo. Los extremos se tocan.
No prosperaron, sin embargo, los ideales eugenésicos en Estados Unidos después de que Hitler y Mengele se apropiaran de la idea, pero sí perduraron otros ideales estandarizantes. Algunos preocupantes, como la estandarización de los delincuentes, y otros más risueños, como la estandarización de las narices. Respecto de lo primero, Camba se indigna:

Uno tiene una idea algo romántica del crimen y no se aviene fácilmente a admitir su industrialización. Es decir, a uno le parece bien, hasta cierto punto, que el criminal sea un monstruo y que experimente un placer al matar; pero uno rechaza con la mayor repugnancia la idea de que no lo sea y de que mate sin experimentar en ello satisfacción alguna. Los criminales, en nuestro concepto, tienen que proceder por inspiración, lo mismo que los poetas, y estos criminales americanos que trabajan anónimamente para tal o cual firma, como unos obreros o unos oficinistas cualesquiera, no podrían subsistir, con todos sus millones, en un país que tuviera algo más desarrollada la sensibilidad artística (ibíd., p. 139).

Y respecto de las cirugías nasales, se indigna también:

Mi nariz será buena o mala, pero es mi nariz, y no solo constituye la parte principal de mi fisonomía, sino que es, a la vez, un factor importantísimo de mi carácter. Tendrá pólipos o adenoides y no me permitirá respirar bien, lo que acaso me ponga frecuentemente de mal humor; pero, ¿qué derecho tengo yo a cambiar al cabo de los años de humor ni de aspecto? (ibíd., p. 140).


Hace rato que Javier me viene proponiendo que visite a un cirujano plástico para ver si puede retocarme un poco la nariz. Limar el hueso del medio, quitar la carnita sobrante de la punta, respingarla, en fin, el sueño de Cyrano hecho realidad. Pero yo me niego. Porque si ya al cortarme mi melena merovingia he perdido buena parte de la estimada personalidad bohemia que otrora poseía, no quiero ni pensar en qué clase de sujeto me convertiría portando una nariz a lo Sandra Bullock.

sábado, 30 de enero de 2016

Entomología norteamericana

Y no podía ser de otra manera: en un país en el que prima la serie, la estandarización y la masa y en donde la individualidad queda relegada, la literatura, que siempre fue un asunto entre individuos (un individuo que le escribe a otro individuo que lee), queda subsumida en esta panmasificación y termina ejecutándose no por un individuo, sino por un grupo (los creativos publicitarios), y leyéndose en conjunto (por el rebaño de consumidores). No existe otro tipo de literatura que pueda prosperar en estas condiciones. El individuo como tal queda siempre a la zaga, y eso que tanto le reprochaban los norteamericanos a los comunistas, que postergaran el interés del individuo a costa del interés de la comunidad, lo hacen ellos también, no en cuestiones de dinero ciertamente, pero sí en otros aspectos mucho más interesantes. Si siempre se dijo que la Unión Soviética era como una especie de gran colmena, en donde la abeja reina ordenaba y las abejas obreras obedecían sin pestañear y sin pensar, los Estados Unidos --y Nueva York en particular-- serían algo así como un conglomerado de termiteros, con las termitas apiñadas y hacinadas en esos rascacielos tan monumentales como desagradables.

Es una civilización de masas y no de individuos. Es una civilización de grandes estructuras arquitectónicas. Es una civilización de insectos (Julio Camba, La ciudad automática, p. 75).

Si un insecto pudiese leer, leería seguramente lo mismo que sus compañeros, porque carecería de gusto literario para leer otra cosa y porque se sentiría "como sapo de otro pozo" si adoptase otro criterio estético diferente del de sus camaradas a la hora de seleccionar sus lecturas; y si pudiese elegir en dónde vivir, elegiría vivir apiñado en lugar de vivir distanciado, porque su naturaleza ya es así, y a la naturaleza no hay con qué darle. Y si se creen ellos --los insectos, o los norteamericanos-- más inteligentes que nosotros por haber sabido organizarse, en cuestiones de espacio, con mayor practicidad, no les arruinemos su creencia, pero tampoco caigamos en el error de participar de ella:

Ya sé que los insectos gozan actualmente de gran reputación, pero a mí esto me parece tan solo un resultado de la influencia que América ejerce sobre el mundo. Yo creo que en este asunto hay dos normas a seguir: una, la de observar los insectos, y al ver que tienen, por ejemplo, una organización social más perfecta que la nuestra, atribuirles una inteligencia superior a la humana; otra, observar a los seres humanos, y, al verles proceder como insectos, deducir que proceden de una manera estúpida. Por mi parte yo no aceptaré nunca más que la última norma [...], y no es que los insectos me parezcan idiotas. Me basta, sencillamente, con que sean insectos.


Pensar como insecto y vivir como insecto estará, seguramente, muy bien para los insectos, pero a nosotros, en un sentido sicológico que no pragmático, no nos conviene.

viernes, 29 de enero de 2016

El mejor género literario norteamericano

Después del denostar bien denostada a la cultura belicista alemana de principios del siglo XX, se trasladó Camba a los Estados Unidos de América, en donde, como no podía ser de otra manera, continuaron los denuestos, solo que de un orden completamente distinto. Habría sido temerario, por ejemplo, apuntar los cañones contra la literatura alemana, pero a la literatura norteamericana cualquiera se le atreve. "Es abominable", dice (Un año en el otro mundo, p. 9), y entiende que lo mejor que produce este país en esta materia son los anuncios publicitarios:

La verdadera creación literaria de América es su [...] literatura comercial. Yo compro aquí todos los días alguna revista, so pretexto de leer tal o cual artículo, y, en cuanto mis ojos tropiezan con un anuncio, todos los artículos me resultan ñoños, estúpidos y pesados. ¡Qué gracia, qué interés, qué variedad, qué arte, qué continúa lección de cosas contienen las revistas americanas en sus páginas de publicidad! [...] es, ante todo, en el anuncio donde encontraremos la aportación inconfundible del pueblo americano a la literatura universal y, mientras la crítica ignore este hecho o lo considere desdeñable, el arte literario moderno, tanto en América como fuera de ella, carecerá de explicación. Hay que considerar, en efecto, que todos los anuncios que se publican en el mundo son siempre un poco americanos, y que toda la literatura moderna está influida por la literatura de anuncios (La ciudad automática, p. 88).

Parece como que Camba se estuviese mofando de nosotros, pero habla en serio (amén de que como bien dice él mismo, sus artículos no hay que tomárselos "ni completamente en serio ni completamente en broma"), habla en serio cuando equipara un anuncio de pompas fúnebres ("¿para qué vivir, cuando por treinta dólares podemos hacerle a usted un entierro magnífico?") con los escritos de San Juan de la Cruz:

La literatura comercial americana no es un hecho artificial, sino un hecho tan biológico como la literatura caballeresca de la Edad Media. Es la expresión de una época, de una moral y de un tipo de vida que no habría medio de expresar en las formas literarias tradicionales. Es, en fin, la única expresión literaria posible del genio americano. Yo diría que la literatura comercial americana equivale a nuestra literatura mística, y, para los que hayan oído hablar del sentido reverencial del dinero y sepan lo entremezclados que andan siempre en la conciencia puritana el espíritu comercial y el sentimiento eclesiástico, no diría despropósito ninguno. [...] No. No hay que considerar la literatura comercial americana como una literatura desprovista de contenido espiritual. Tiene, por lo menos, tanto contenido espiritual como contenido mercantil. Tiene, en fin, todo el contenido espiritual que puede y que debe tener: el de su pueblo y el de su época, que es una época en la que van entrando ya todos los otros pueblos.

Iban entrando a principios del siglo XX, y ahora, un siglo después, ya todos los pueblos, casi sin excepción, han entrado a esta época de mercantilismo sin freno y de literatura publicitaria. Por eso lo que pasaba en los Estados Unidos, que casi no criaba literatos de alto vuelo, ahora pasa en el mundo todo, pues

tan pronto como se revela en América un escritor de verdadera originalidad y positivo talento es acaparado por las casas anunciadoras.


Así que habrá que conformarse con los libros viejos o, en su defecto, prender el televisor y disfrutar de las propagandas.

jueves, 28 de enero de 2016

Crueldad musical

Una entrada más sobre julio Camba y los alemanes, que me quedó en el tintero.
¿La sensibilidad ante la música es un signo de bondad? Porque si lo es, los alemanes de principios del siglo XX, tan susceptibles a la emoción musical, no podían ser tan malos como se supuso. Pero el hecho es que no, que este tipo de sensibilidad no se cruza con los valores éticos; al menos así lo entiende Camba:

Una de las cosas que más le han servido a Alemania es la afición a la música. La gente no cree que los alemanes puedan ser crueles. [...] Son muy musicales, en efecto, los alemanes. Al más encarnizado perseguidor de armenios se le haría llorar tocándole una melopea. Desgraciadamente, es muy probable que siguiese machacando al armenio mientras sonaba la música. La sensibilidad ante la música no tiene para mí mucho más valor que la sensibilidad ante el zumo de cebolla. Si puede constituir una prueba de bondad, esta bondad no pasará nunca de ser una bondad baja y primitiva ("El pueblo de los gases lacrimantes", ensayo incluido en su libro La rana viajera).

Decía esto Camba para defenderse, porque su temperamento, en cuestión de música, era antitético al de los teutones:

Yo soy una persona inteligente que carece de sensibilidad musical. A mí me tocan ustedes Mozart o Beethoven, Bach o Wagner, y es inútil. Todos los gestos que yo haga, todas las actitudes extáticas que yo tome serán pura cortesía. En el fondo, me aburro como una ostra. Positivamente, yo carezco de sensibilidad musical. Es terrible, es inconfesable. Yo mismo estoy aterrado. Cuando voy a un concierto y veo la emoción de todas las gentes, mientras yo permanezco frío me considero un pequeño monstruo. [...] ¿Es posible que yo sea un ser tan bajo y tan innoble? ("La sensibilidad musical", ensayo incluido en su libro Alemania).

No era bajo e innoble Camba por no saber emocionarse ante la música clásica, como no lo era tampoco Darwin, quien afirmó que a fuerza de estudiar y estudiar a los animales y a las plantas, se le atrofiaron "aquellas partes del cerebro de la que dependen las aficiones más elevadas", "los más elevados gustos estéticos" (Autobiografía, p. 91), y yo también soy del club, porque si bien no podría vivir con alegría sin música, jamás me caló hondo la música clásica, y ninguna música, ni clásica ni no clásica, me incita a llorar (y eso que soy de llanto fácil...). Desconfiemos, pues, de aquel que se la da de bueno por el solo hecho de percibir un vivo goce estético ante una melodía[1].




[1]  Darwin entendía que "la pérdida de estas aficiones supone una merma de felicidad y puede ser perjudicial para el intelecto, y más probablemente para el carácter moral, pues debilita el lado emotivo de nuestra naturaleza" (ibíd., p. 91). Pero no necesariamente nuestra emotividad íntegra se debilita: podría estar debilitándose el lado emotivo musical contrapesándose con un incremento en el lado emotivo de las vivencias sociales, etc.