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sábado, 30 de enero de 2016

Entomología norteamericana

Y no podía ser de otra manera: en un país en el que prima la serie, la estandarización y la masa y en donde la individualidad queda relegada, la literatura, que siempre fue un asunto entre individuos (un individuo que le escribe a otro individuo que lee), queda subsumida en esta panmasificación y termina ejecutándose no por un individuo, sino por un grupo (los creativos publicitarios), y leyéndose en conjunto (por el rebaño de consumidores). No existe otro tipo de literatura que pueda prosperar en estas condiciones. El individuo como tal queda siempre a la zaga, y eso que tanto le reprochaban los norteamericanos a los comunistas, que postergaran el interés del individuo a costa del interés de la comunidad, lo hacen ellos también, no en cuestiones de dinero ciertamente, pero sí en otros aspectos mucho más interesantes. Si siempre se dijo que la Unión Soviética era como una especie de gran colmena, en donde la abeja reina ordenaba y las abejas obreras obedecían sin pestañear y sin pensar, los Estados Unidos --y Nueva York en particular-- serían algo así como un conglomerado de termiteros, con las termitas apiñadas y hacinadas en esos rascacielos tan monumentales como desagradables.

Es una civilización de masas y no de individuos. Es una civilización de grandes estructuras arquitectónicas. Es una civilización de insectos (Julio Camba, La ciudad automática, p. 75).

Si un insecto pudiese leer, leería seguramente lo mismo que sus compañeros, porque carecería de gusto literario para leer otra cosa y porque se sentiría "como sapo de otro pozo" si adoptase otro criterio estético diferente del de sus camaradas a la hora de seleccionar sus lecturas; y si pudiese elegir en dónde vivir, elegiría vivir apiñado en lugar de vivir distanciado, porque su naturaleza ya es así, y a la naturaleza no hay con qué darle. Y si se creen ellos --los insectos, o los norteamericanos-- más inteligentes que nosotros por haber sabido organizarse, en cuestiones de espacio, con mayor practicidad, no les arruinemos su creencia, pero tampoco caigamos en el error de participar de ella:

Ya sé que los insectos gozan actualmente de gran reputación, pero a mí esto me parece tan solo un resultado de la influencia que América ejerce sobre el mundo. Yo creo que en este asunto hay dos normas a seguir: una, la de observar los insectos, y al ver que tienen, por ejemplo, una organización social más perfecta que la nuestra, atribuirles una inteligencia superior a la humana; otra, observar a los seres humanos, y, al verles proceder como insectos, deducir que proceden de una manera estúpida. Por mi parte yo no aceptaré nunca más que la última norma [...], y no es que los insectos me parezcan idiotas. Me basta, sencillamente, con que sean insectos.


Pensar como insecto y vivir como insecto estará, seguramente, muy bien para los insectos, pero a nosotros, en un sentido sicológico que no pragmático, no nos conviene.

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