Los dos
elementos principales y estables de la moral religiosa —dice Guyau— son el
respeto y el amor. Y estos dos elementos también están presentes en las morales
seculares. Kant, por ejemplo, los incluye en su sistema, aunque para él lo
principal es el respeto. La ley moral, dice Kant, es una ley de respeto y no de
amor. “Si dicha ley fuera de amor, no se podría imponer a todos los seres
razonables. Yo puedo exigir que me respetéis, pero no que me améis” (La irreligión del porvenir, p. 158).
Pero es justamente por eso, porque no se puede exigir, porque no es
obligatorio, justamente por eso el amor es el fruto primero y mejor de toda
moral saludable, sea secular o religiosa. “Ama, y haz lo que quieras” (San
Agustín), porque amando, todo lo que hagas será bueno. Si dijésemos, en cambio,
“respeta, y haz lo que quieras”, no estamos tan convencidos de que quien se
guíe por este precepto actúe siempre buenamente.
El respeto no es más que el comienzo de la
moral ideal. En el respeto, el alma se siente restringida, comprimida, incómoda.
[...] Hay otro sentimiento [...] más puro todavía que el respeto, y es el amor
[...]. El amor es superior al respeto, no porque lo suprima, sino porque lo
completa. El amor verdadero no puede dejar de darse a sí mismo la forma de
respeto [...] El respeto es una especie de represión, el amor es un arrebato.
[...] No reprocharemos, pues, al cristianismo el haber visto en el amor el
principio mismo de toda relación entre los seres razonables (Guyau, ibíd., p.
158-9).
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