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lunes, 21 de mayo de 2018

El pampsiquismo y su relación con el paralelismo psicofísico


Un fisicalista dirá que en el fenómeno de la evaporación no intervienen los deseos de las moléculas evaporadas ni ningún otro concepto que implique una vivencia, que todo puede perfectamente explicarse con el cabal conocimiento de las leyes físicas que intervienen en el proceso. Y yo le diría que sí, que está en lo correcto, porque lo que a él le interesa es el costado material del suceso. Pero si este fisicalista me dijese que tal suceso material es lo único que existe, negando el costado (y con él la sustancia) espiritual que la evaporación pudiera presentar, ahí yo no estaría de acuerdo. La explicación del fisicalista de este y cualquier otro suceso o proceso tiene por fuerza que excluir lo vivencial, lo psicológico, porque la materia y la energía no se llevan bien, no se combinan, con los atributos de la mente. Pero si de ahí deduce que lo mental es ilusorio, se ha salido de su rol y se ha puesto en metafísico, y su metafísica no me convence.
“No hay razón —dice Thomas Nagel— para darle un contenido mental a la explicación de los sucesos físicos”, y a continuación se despacha con un ejemplo muy ilustrativo:

Alguien que al considerar una sequía infiere que el dios de la lluvia está enojado, no basa su hipótesis solo en la evidencia física, sino en una interpretación psicológica de la sequía, basada en su conocimiento de los motivos humanos. Cualquier inferencia de este tipo, ya sea racional o irracional, no pertenece la física (La muerte en cuestión, cap. XIII, p. 283).

No pertenece la física esta explicación: el enojo de los dioses no puede causar una sequía. Pero si afirmamos que las lágrimas de una persona se asoman a sus ojos por causa de un dolor, o del avistamiento de un ser querido, lo mismo estamos errando el tiro y alejándonos de lo científico, por más que la explicación sea menos mitológica y retrógrada. La ira de los dioses no puede generar fenómenos meteorológicos, pero no porque los dioses no existan, sino porque los fenómenos meteorológicos son materiales y la ira, por ser una vivencia, no lo es. Y en lo que respecta a las lágrimas, la ciencia debe buscar sus causas dentro de los fenómenos orgánicos que las preceden y nunca en los estados mentales del llorón, porque el científico no puede percibir esos estados en sí mismos (no son sus estados mentales), y no se debe hacer ciencia sobre lo que no se puede ni podrá nunca percibirse. Como dice David Chalmers, “parece relativamente evidente que puede darse una explicación física de la conducta que no recurre a, ni implica, la existencia de la conciencia” (La mente consciente, p. 197)[1].
Vuelvo ahora al fenómeno de la evaporación, que se explica de manera muy sencilla en su aspecto material y que no necesita del pampsiquismo para ello. El pampsiquismo no puede formar parte de ninguna explicación científica precisamente por involucrar aspectos mentales. Es metafísica pura, y una metafísica que afirma, más por pura intuición que por apuntalamiento argumentativo[2], que las moléculas de agua que se evaporan son, a la vez que materia, espíritus que desean o no desean ascender en busca de otros espíritus y que presentan microgoces y microsufrimientos de acuerdo a si sus deseos son satisfechos o contrariados. Estos ínfimos espíritus acuáticos, por disponer de un nivel de conciencia demasiado rudimentario, se ven zangoloteados por los deseos de otros espíritus mejor formados, como los nuestros por ejemplo, y poco pueden hacer para contrarrestarlos. Pero si se los deja librados a su suerte, si por alguna razón los macrodeseos que los circundan dejan de afectarlos, los espíritus acuáticos manifiestan una brutal microalegría y ascienden hacia las nubes —hacia el espíritu de las nubes— por propia decisión, por voluntad propia, sin ser coaccionados por nada que no provenga de sus húmedas psicologías.
¿Queríais vosotros, señores de la curia pontificia, y también vosotros, jueces especialistas en derecho penal, una teoría que acredite la existencia del albedrío no condicionado? Pues aquí la tenéis.


[1] John Searle se burla de esta afirmación de Chalmers: “Si, por ejemplo, ustedes creen que comen porque sienten conscientemente hambre, o si van a casarse porque están conscientemente enamorados de su futura esposa, o si apartan la mano del fuego porque sienten conscientemente dolor, o si en una reunión toman la palabra porque están conscientemente en desacuerdo con el que estaba hablando, pues en todos esos casos están ustedes en un error. En todos ellos, el efecto fue un acontecimiento físico, y por lo tanto, tiene que haber una explicación puramente física del mismo. Aunque la conciencia existe, no desempeña papel alguno ni en la explicación de su conducta, ni en ninguna otra cosa. [...] Sabemos que los cerebros de los humanos y de algunos animales son conscientes. Esos sistemas vivos provistos de ciertas clases de sistemas nerviosos son los únicos sistemas en el mundo de los que sabemos, como una cuestión de hecho, que tienen conciencia” (El misterio de la conciencia, pp. 142 y 156). Razona Searle de la siguiente manera: sabe que cada vez que su espíritu siente hambre su cuerpo se dirige hacia la comida y se la incorpora, y de aquí deduce que su apetito es la causa de su ingesta. Pero razonando así podemos concluir también que como siempre que canta el gallo a los pocos minutos amanece, el canto del gallo es la causa de que el sol aparezca en el horizonte. La ciencia dice que no, que el gallo canta porque el amanecer está próximo y, paralelamente, sin nexo causal, amanece. Algo parecido sucede con el primer ejemplo: el hambre es a la acción de comer lo que el canto del gallo es al amanecer. El hambre preanuncia la ingesta como el canto del gallo preanuncia el amanecer, pero en ningún caso existe una relación de causa-efecto. Y ahora, lo inexplicable en un epistemólogo tan reconocido. Según Searle, que mi vecino, o mi perro, tienen conciencia de ciertas cosas es una “cuestión de hecho”. ¿Cuestión de hecho? Cuestiones de hecho son aquellas que podemos corroborar con nuestros sentidos, y ¿con cuál de nuestros sentidos podemos percibir las vivencias de mi perro o de mi vecino? Podemos percibir en ambos movimientos airados, gesticulaciones, gritos…, pero sus dolores y sus placeres, sus pensamientos, sus emociones, es decir, sus estados psicológicos, no podemos percibirlos de ninguna manera --a menos que incorporemos a la discusión la telepatía, pero Searle nunca la menciona--. Luego, el mantra favorito de Searle, “el cerebro produce la conciencia” es un aserto metafísico de acá a la China y de ningún modo una cuestión de hecho. Puede ser verdadero, pero la ciencia no puede decirnos nada al respecto.
Tiene a su favor Searle el sentido común. Él nos informa que comemos porque tenemos hambre, que nos casamos porque estamos enamorados y que quitamos la mano del fuego porque sentimos dolor. Pero el sentido común también les decía a los humanos de la Edad Media que el sol giraba alrededor de la tierra. Después vino la ciencia y rectificó el sentido común. Lamentablemente, para rectificar el sentido común de que hace gala Searle hace falta algo más que ciencia, hace falta filosofía. Aquel que no la posea seguirá guiando sus pasos gnoseológicos con el único auxilio del sentido común, y así le irá.
[2] Los argumentos, si nos atenemos a las hipótesis metafísicas madres, no digo que salen sobrando, pero quedan bastante rezagados en comparación con las intuiciones. Ya lo dijo el mismo Thomas Nagel: "Cuando aparece un argumento decisivo para sostener una conclusión intuitivamente inaceptable, debe suponerse como probable que hay en el argumento algo falso que no podemos detectar” (op. cit., prefacio).

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