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lunes, 4 de junio de 2018

Pampsiquismo y cáncer


Lo que afirmo es que la autoorganización de un conglomerado material, que es lo que posibilita que ese conglomerado posea una conciencia integrada y no sea un mero agregado de conciencias, implica que cada una de las partes tiene que coincidir desiderativamente con la normativa biológica general que las dirige, no puede jamás oponérsele. Si el imperativo biológico (que no necesariamente coincide con el deseo consciente) de una persona decide rumbear hacia un determinado destino, todos sus órganos, independientemente de la función que cumplan individualmente, conspirarán para que el imperativo biológico se concrete. Por eso no había —vuelvo a la sociología— una conciencia colectiva de la Alemania nazi, porque es sabido que muchos alemanes de aquella época no estaban de acuerdo con el nazismo y lo minaban desde adentro. Con uno que no lo estuviera, o con uno que dudara, ya la conciencia colectiva desaparece.
Esta hipótesis, la de la coordinación armoniosa de fines entre las partes de los sistemas materiales autoorganizados, puede llevarnos, si es aceptada, a dudar de uno de los dogmas oncológicos más, si se me perdona la metáfora, enquistados, y es el que afirma que el tumor maligno es un conglomerado celular perteneciente al propio cuerpo que se ha independizado del comando central, a saber, el cerebro, desoyendo sus indicaciones y cobrando propia voluntad, la voluntad de expandirse y replicarse a costa de la salud del cuerpo que parasita. Se supone entonces que, aparecido el tumor por causa de un error genético, se plantea una lucha a muerte entre los distritos del cuerpo humano “leales” al sistema nervioso central y las células “rebeldes”. Esta hipótesis me ha venido pareciendo, desde hace unos cuantos años a esta parte, bastante inverosímil, pero no acertaba a fundamentar de manera filosófica esta inverosimilitud. Ahora puedo hacerlo gracias al concepto de sistema autoorganizado.
Todo lo que es —decía el pampsiquista Spinoza— busca perseverar en su ser. Se puede ampliar este aserto para clarificarlo: Todo lo que es conciencia busca perseverar en su ser consciente. El hombre es conciencia; luego busca perseverar en esa conciencia. Busca no morirse, porque conjetura que si se muere, hay posibilidades de que desaparezca la conciencia. Por eso el hombre no quiere morirse, el hombre como un todo, pero también sus partes integrantes coinciden con este, su más grande primordial anhelo, y ninguna de estas partes de su ser, sin excepciones, puede ir en contra de esta perseveración. Mal podría entonces una célula o grupo de células desoír el deseo central o ir en su contra, atacando tejidos sanos y ganándolos para su causa. Sencillamente, así no funcionan las cosas en los seres autoorganizados.
Las que me abrieron los ojos fueron las venas. Es un hecho comprobado que cuando el tumor alcanza cierto tamaño comienzan a formarse a su alrededor nuevos vasos sanguíneos, nuevos capilares a través de los cuales se alimenta. Sin esta nueva vascularización que lo nutre, el tumor no crecería ni se replicaría. ¿Qué está ocurriendo entonces con el cuerpo? ¿Quién ha dado la orden para que esas nuevas autopistas se construyan? Que la orden la haya dado el propio tumor resulta de todo punto increíble, pues el tumor no está en el cerebro sino, digamos, en la próstata, y en la próstata no hay nada parecido a una producción de sinapsis. Todo nos hace suponer que la orden la dio el cerebro mismo, asiento de la conciencia general del cuerpo. Pero ¿por qué querría el cerebro, que busca perseverar y no morirse, facilitarle la expansión a un tumor que se opone frontalmente a este deseo? ¿Podría tratarse de un cerebro suicida, que busca su propia aniquilación, por más que la conciencia del individuo no se haya enterado y planee seguir viviendo hasta los cien años? No descarto esta hipótesis del suicidio inconsciente, pero me quedo con otra explicación de tan singular fenómeno, la de la señora Coral Mateo: el tumor es una especie de incinerador biológico que atrae las toxinas que ingresan al cuerpo y las metaboliza o encapsula para evitar mayores perjuicios a la salud en su conjunto. Si el tumor se agranda no lo hace para perjudicarnos: son tantas las toxinas que la sangre le acerca que necesita aumentar su tamaño para mejor incinerarlas. De ahí que el cuerpo contribuya a este propósito rodeándolo de venas. Las conciencias de las células tumorales quieren, como el resto de las células, perseverar. La lucha no es de células malas contra células buenas, sino que por un lado están las células, todas las células, y por el otro las toxinas, que no forman parte de la autoorganización por más que se hayan adentrado en ella. La higiene médica debería tener por meta la eliminación de las toxinas, no la eliminación de los tumores. Los tumores se irán solos, o dejarán de crecer, cuando los agentes tóxicos dejen de ingresar al organismo en forma descontrolada.
¿Es posible que una de las teorías metafísicas más simpática y controvertida como lo es el pampsiquismo termine ofreciéndonos, medio de rebote, herramientas para combatir el cáncer? Es posible, pero me temo que Coral Mateo y yo seguiremos por largo tiempo predicando en el desierto.



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