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sábado, 7 de julio de 2018

El temperamento femenino de Pessoa


“No encuentro dificultad en definirme” —dice Fernando Pessoa—:

Soy un temperamento femenino con una inteligencia masculina. Mi sensibilidad y los movimientos que de ella proceden, y es en eso que consisten el temperamento y su expresión, son de mujer. Mis facultades de relación —la inteligencia, y la voluntad, que es la inteligencia del impulso— son de hombre.

Cataloga esta condición como “una inversión sexual frustrada”. Frustrada porque se detiene en el espíritu. Pero

en los momentos de meditación sobre mí, me inquietó [...] que esa disposición del temperamento no pudiera un día descenderme al cuerpo (EEAA, pp. 98-9).

Este temperamento invertido lo tenían también, según Pessoa, Shakespeare y Rousseau, con la diferencia de que estos dos grandes literatos no supieron o no quisieron impedir el descenso del temperamento al cuerpo, y así Shakespeare incursionó en la homosexualidad y Rousseau cayó en un “vago masoquismo”[1].
Yo también, al igual que Pessoa, tengo sensibilidad femenina e inteligencia masculina, y al igual que Shakespeare y Rousseau, permití que mi temperamento descendiera y se instalara en mi cuerpo. ¿Será esto humillante, como lo sospechaba Pessoa, o será un simple sinceramiento que nos libera de una impedimenta que no es deseable para el escritor tener que llevar sobre su espalda? Lo humillante no es la homosexualidad sino la concupiscencia desmadrada, sin importar hacia qué objeto se dirige. “Bastaba el deseo [de tener sexo con un hombre] para humillarme”, confiesa Pessoa. A mí me humilla cualquier tipo de deseo libidinoso, yo no discrimino. Y como el deseo y el acto me humillan lo mismo, voy directo al acto, que tiene la ventaja de ser, respecto al deseo, bastante más placentero.


[1] Pessoa abonaba la teoría según la cual Shakespeare el poeta no era en realidad la misma persona que Shakespeare el actor, sino que detrás de este se escondía sir Francis Bacon —y era a Bacon a quien consideraba homosexual— (cf. F. Pessoa, Escritos sobre genio y locura, p. 264).

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