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martes, 3 de julio de 2018

La inmortalidad a los ojos de Pessoa


Pessoa mantuvo afincada la idea de que siendo un hombre de talento su obra habría de perdurar. La modeló con la vanidad íntima de reconocerse genial.
Carlos Enrique Ruiz, Meditación acerca del desasosiego de Pessoa

Me pareció siempre que la virtud estaba en obtener lo que no era posible alcanzar, en vivir donde no se está, en estar más vivo después de muerto que mientras se vive, en conseguir, en fin, algo difícil, absurdo, en vencer, como obstáculo, la propia realidad del mundo.
Bernardo Soares, Libro del desasosiego

Existen varios tipos de inmortalidad. La más anhelada es la de la conciencia individual. A esta inmortalidad se refería Unamuno cuando gritaba “¡queremos bulto y no sombra de inmortalidad!”. La inmortalidad sombría sería la de los monistas o panteístas, cuya doctrina predica la fusión de la conciencia individual con Dios o con el Todo, perdiéndose en Él y disgregándose luego de que el cuerpo muere. Pero también existe otra sombra de inmortalidad para Unamuno, y es la de los que sobreviven en sus obras. Platón es inmortal, pero no su conciencia sino su palabra. Este tipo de inmortalidad, que Unamuno desdeñaba en comparación con la inmortalidad de la conciencia[1], es la que más atraía a Pessoa.
La inmortalidad de mis obras —decía Unamuno— no me interesa, porque mi yo, mi conciencia, no se va a enterar de tal inmortalidad, no la disfrutará. A esto responde Pessoa lo siguiente:

Si me dijeran que es nulo el placer de durar después de haber dejado de existir, responderé, primero, que no sé si lo es o no, porque no conozco la verdad sobre la supervivencia humana; responderé, después, que el placer de la fama futura es un placer presente —lo futuro es solamente la fama. Y es un placer de tanto orgullo que no tiene igual, cuando comparado con cualquiera de los que pueda dar una posesión material. Puede ser, de hecho, ilusorio, pero sea lo que fuere, es más amplio que el placer de gozar solo de lo que está aquí (Libro del desasosiego[2], § 145, escrito el 2/2/1931).

Podría suceder —no lo sabemos— que el fallecido, desde el más allá, pueda percibir de algún modo lo que continúa sucediendo en el más acá, y pueda así solazarse con las obras que ha dejado a la posteridad, solazarse con el goce que sus creaciones provocan en quienes ahora las disfrutan. Este goce metafísico estaría vedado a quienes ninguna obra perdurable han legado a las futuras generaciones. Y si este punto es demasiado conjetural, el segundo no lo es tanto: saberse o sospecharse arquitecto de una obra imperecedera es placer presente y no futuro. Se disfruta aquí y ahora, sin importar lo que suceda después de la muerte. Pessoa disfrutaba no poco con esta sospecha; yo también, y es la que me mueve a seguir leyendo y escribiendo.

El lustrabotas de la plaza no puede suponer que el futuro se deleite con sus cuadros, ya que no pintó ninguno. Yo, sin embargo, que en la vida transitoria no soy nada, puedo gozar la visión del futuro leyendo esta página, pues efectivamente la escribo; puedo enorgullecerme, como de un hijo, por la fama que tendré, porque al menos, cuento con qué tenerla (ibíd., § 145).

Que los demás disfruten de sus posesiones materiales, de sus familias y de sus amistades: nosotros disfrutamos anticipando el goce intelectual y estético que experimentarán las postreras generaciones al leernos. En el caso de Pessoa, este placer anticipado estaba plenamente justificado. Confío que en mi caso también lo esté.


[1] “Al nombre se sacrifica no ya la vida, la dicha [...].  Hay quien anhela hasta el patíbulo para cobrar fama, aunque sea infame. [...] Y este erostratismo, ¿qué es en el fondo, sino ansia de inmortalidad, ya que no de sustancia y bulto, al menos de nombre y sombra? [...] El que desprecia el aplauso de la muchedumbre de hoy, es que busca sobrevivir en renovadas minorías durante generaciones. «La posteridad es una superposición de minorías», decía Gounod. Quiere prolongarse en tiempo más que en espacio. [...] Queremos salvar nuestra memoria, siquiera nuestra memoria. ¿Cuánto durará? A lo sumo lo que durase el linaje humano. ¿Y si salváramos nuestra memoria en Dios?” (Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, cap. III).
[2] De aquí en adelante, este texto aparecerá citado como LDD.

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