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lunes, 16 de julio de 2018

Pessoa y la carencia de principios


¡Qué sé yo! ¡Qué sé yo! ¡Hay tanta gente en mí!
Tanto ímpetu perdido y contradicho.
Soy a mi propio ser tan poco afín
que quizá la mayor tortura fuese
aceptarme y verme atado afligido,
incapaz del último acto.
Fernando Pessoa, sin título, 1919

Fernando Pessoa el sofista: “No tengo principios. Hoy defiendo una cosa, mañana otra. Pero no creo en lo que defiendo hoy, ni mañana tendré fe en lo que defenderé” (EEAA, p. 77). Se le perdona el exabrupto por ser poeta[1]. Una cosa es dudar de todo y otra muy distinta carecer de principios. Un pensador que carece de principios y que defiende ideas al mejor postor, más que pensador, es abogado.
Pero claro, ¡ahora caigo! Esto lo dijo un día. Al otro día, seguramente dijo que sus principios eran inquebrantables. “Jugar con las ideas y con los sentimientos me parece siempre el destino supremamente bello”. Yo también juego con las ideas, pero hay formas y formas de jugar. Las ideas son como las olas del mar para el veraneante: podemos refrescarnos con ellas, y hasta entretenernos, pero siempre hay que respetarlas y nunca desafiarlas. Jugando así, Pessoa bien pudo terminar ahogado[2].


[1] “Soy un poeta animado por la filosofía, no un filósofo con facultades poéticas” (AP 2207).
[2] En otra parte agrega un nuevo dato que explica un poco mejor esta inconstancia en sus opiniones: “Excepto en los temas intelectuales, en los cuales he llegado a conclusiones que considero seguras, cambio de parecer diez veces al día; solo tengo el espíritu asentado para las cosas que no producen emoción” (Escritos sobre genio y locura, p. 371).

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