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lunes, 8 de octubre de 2018

La soledad de Pessoa


No tengo ambiciones ni deseos. Ser poeta no es mi ambición. Es mi manera de estar solo.
Fernando Pessoa, Plural de nadie, § 14

“La dulzura de no tener familia ni compañía”, suspira Soares desde el § 328 del LDD. Y Pessoa, ya separado definitivamente de Ofelia, confiesa estar enamorado de otra madonna:

Mi mujer, que es la soledad,
consigue que yo no esté triste.
¡Qué bueno es para el corazón
tener este bien que no existe!
(Noventa poemas últimos, 28/8/1930)

Pero no conviene quedarse con esta imagen romántica del solitario endulzado. Tal vez lo era de a ratos, pero en general sucedía lo contrario. Así nos lo asegura su medio hermana Teca: “¡Fernando fue muy infeliz! La soledad le pesó toda la vida. [...] Fue una persona muy sola, incomprendida, aunque a todos gustase” (CT, p. 45), y Alexander Search lo corrobora: “Nunca ha existido un alma más afectuosa [...] que la mía, ningún alma tan llena de bondad, de compasión, de todas las cosas relacionadas con la ternura y el amor. Sin embargo, ningún alma se halla tan sola como la mía” (AP 3184). Las consecuencias de esta soledad, más bien que dulces, son desoladoras:

Sea como fuere, era mejor no haber nacido,
porque, de tan interesante que es en todos los momentos,
 la vida llega a doler, a hastiar, a cortar, a rozar, a crujir,
a dar ganas de dar gritos, de dar saltos, de quedar en el suelo.
(Álvaro de Campos, “Passagem das horas”, AP 827).

Y de tan solos terminamos envidiando, junto con Bernardo Soares, “a todas las personas que no son yo” (LDD, § 203).
Yo, por mi parte, tuve no sé si como esposa devota, pero al menos como novia a la soledad durante gran parte de mi vida, hasta que llegó Javier y sobrevino la separación. Hoy no me imagino sin Javier, que es lo mismo que decir que no me imagino enamorado nuevamente de la soledad. Pero donde hubo fuego…
       
11:36 P.M.

Era Pessoa hombre de pocos amigos, y los pocos que tenía eran exclusivamente literarios, “porque los otros no son individuos con quienes pueda tener intimidad espiritual” (carta a Armando Côrtes-Rodrigues, 19 de enero de 1915, en AP 3510). “No tengo realmente amigos íntimos, e incluso cuando lo son, según lo entiende la gente, no lo son en el sentido en que yo entiendo la intimidad. […] Me siento tan solo como un barco que hubiera naufragado en el mar”, se quejaba en su diario íntimo (entrada del 25/7/1907, AP 2595). Yo tuve alguna vez un amigo íntimo. Se llamaba Javier Zapata y aún se llama así, porque no se murió, y sigue siendo mi amigo, pero ya no es íntimo, es ahora solo un amigo que veo muy de vez en cuando. Y en relación a mis amigos literarios, desaparecieron junto con Ricardo Maliandi. En cuestión de amigos, estoy más en déficit que Pessoa.


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