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sábado, 20 de julio de 2019

El primer encontronazo entre Ludwig Wittgenstein y Bertrand Russell


Tuvo problemas Wittgenstein cuando se decidió a publicar su Tractatus. Como por aquel entonces era un desconocido, ningún editor se arriesgaba a perder dinero con aquel libro ininteligible. Tenía un único as en la manga: Bertrand Russell, que ya era considerado uno de los más importantes pensadores filosóficos de Inglaterra. La prestigiosa editorial Reclam de Leipzig, al enterarse de que el libro venía recomendado por Russell, aceptó publicarlo con la condición de que el propio Russell le anexara una extensa introducción. Así se lo pidió Wittgenstein a su amigo, pero cuando en abril de 1920 recibió su encargo, Wittgenstein se enfureció y se negó a incluir esa introducción. Los motivos de la cólera eran muy concretos:

Russell había escrito que, aunque Wittgenstein había delimitado con nitidez lo decible, había conseguido, no obstante, decir una gran cantidad de cosas sobre lo que no podía ser dicho. También le reprochaba el que hubiera dejado traslucir sus opiniones sobre la ética, aunque había relegado a esta a la región mística e inexpresable (Wilhelm Baum, Ludwig Wittgenstein, pp. 116-7).

Vio Russell en el Tractatus lo mismo que yo veo en la filosofía toda de este vienés: una total y descarada contradicción performativa. Dice que es mejor callar ante tal o cual tema, pero él mismo no calla; enseña que de la ética no se puede hablar, pero habla hasta por los codos[1]. Russell no podía ser condescendiente con su alumno y escribir su introducción sin mencionar estos errores; su honestidad intelectual se lo impedía. Desairó a un amigo, pero ganó credibilidad filosófica[2].


[1] "Dice absurdos, numerosas afirmaciones hace, / siempre su voto de silencio rompe: / de ética y estética habla noche y día, / y de las cosas dice si son buenas o malas, erróneas o acertadas. / [...] ¿Quién, en cualquier materia, ha visto alguna vez / a Ludwig abstenerse de sentar cátedra? / En todas las reuniones nos acalla a gritos, / y detiene nuestra frase tartamudeando la suya; / discute sin cesar, áspero, airado y con voz sonora, / seguro de que tiene razón, y de su rectitud orgulloso" (poema de Julian Bell, destacado alumno del  King's College en 1929, dedicado a Wittgenstein, que había regresado a Cambridge, y citado en RM, p. 245).
[2] (Nota añadida el 26/4/19.) Buscando en internet encontré la extensa introducción de Russell al Tractatus (correspondiente a la edición inglesa de 1922). He aquí el párrafo que enfureció a Wittgenstein, que aparece sobre el final del texto: "El verdadero método de enseñar filosofía, dice, sería limitarse a las proposiciones de las ciencias, establecidas con toda la claridad y exactitud posibles, dejando las afirmaciones filosóficas al discípulo, y haciéndole patente que cualquier cosa que se haga con ellas carece de significado. Es cierto que la misma suerte que le cupo a Sócrates podría caberle a cualquier hombre que intentase este método de enseñanza; pero no debemos atemorizarnos, pues este es el único método justo. No es precisamente esto lo que hace dudar respecto de aceptar o no la posición de Wittgenstein, a pesar de los argumentos tan poderosos que ofrece para apoyarlo. Lo que ocasiona tal duda es el hecho de que después de todo, Wittgenstein encuentra el modo de decir una buena cantidad de cosas sobre aquello de lo que nada se puede decir, sugiriendo así al lector escéptico la posible existencia de una salida, bien a través de la jerarquía de lenguajes o bien de cualquier otro modo. Toda la ética, por ejemplo, la coloca Wittgenstein en la región mística inexpresable. A pesar de eso es capaz de comunicar sus opiniones éticas. Su defensa consistiría en decir que lo que él llama «místico» puede mostrarse, pero no decirse. Puede que esta defensa sea satisfactoria, pero por mi parte confieso que me produce una cierta sensación de disconformidad intelectual" (citado por Antoni Defez en “Religión y misticismo en Russell”, Thémata, revista de filosofía, número 44, año 2011; artículo disponible en internet).

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