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lunes, 5 de agosto de 2019

Un ejercicio de humildad

En 1898, hablando de la importancia de la educación del trabajador industrial y rural, el viejo Wittgenstein había escrito: “El campesino sin educar, que nada ha aprendido y nada ha enseñado a sus hijos [...] es el punto de partida y el mayor apoyo a todos los esfuerzos que, en parte conscientemente y en parte inconscientemente, impiden todo progreso”. Difícilmente podía haber sospechado Karl Wittgenstein que su hijo Ludwig, que entonces solo tenía nueve años, habría de ir al campo con la intención de educar al campesinado, armado no con la mala opinión de su padre sobre ellos, sino con la romántica visión de Tolstoi en su mente sobre el noble siervo.
William Bartley, Wittgenstein

Muy pocos comprendían los motivos por los cuales Wittgenstein había decidido su nueva profesión.

Su familia se quedó consternada por los cambios que vio en él. No podían comprender por qué quería [...] convertirse en maestro de escuela elemental. ¿Acaso el propio Bertrand Russell no había reconocido su propio genio filosófico [...]? ¿Por qué deseaba ahora desperdiciar su genio con personas pobres e ignorantes? Su hermana Hermine comentó que era como si alguien deseara utilizar un instrumento de precisión para abrir un cajón (RM, p 170).

Lo mismo le endilgaban a Tolstoi: ¡cómo un genio de las letras podía desperdiciar su tiempo remendando zapatos! Pero el ejercicio de la humildad nunca es pérdida de tiempo, de modo que si los motivos que llevaron a Wittgenstein a convertirse en maestro están fundados en esta virtud soberana, la decisión no pudo ser más afortunada.

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