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sábado, 3 de agosto de 2019

Una supuesta "teología atea" en la filosofía de Wittgenstein


El punto central del libro es ético.
Ludwig Wittgenstein, carta a Ludwig von Ficker

Constituye motivo de regocijo para el pensador filosófico el hecho de que hayan salido a la luz, después de largos años de haberse mantenido en la penumbra, los diarios secretos y las cartas de Wittgenstein que sobrevivieron al exterminio que él mismo aconsejaba. Sin embargo, uno de sus biógrafos advierte que lo importante sigue siendo el pensamiento de Wittgenstein, es decir, su Tractatus y sus Investigaciones filosóficas, y el resto muy secundario, y quien invierta esta escala correrá el riesgo de dar más importancia a los dulces que al alimento suculento:

A la hora de considerar escritos biográficos como pueden ser los diarios o las cartas, debemos reparar en que una cosa es que todo este ingente material haya contribuido a completar la imagen heredada de Wittgenstein, y otra que los escritos de índole más personal sirvan realmente para algo más. Conocer de primera mano, por ejemplo, los padecimientos y sinsabores del joven Wittgenstein durante la Primera Guerra Mundial, los libros que leía y de qué manera le influían completan sin duda la imagen que nos hacemos de la persona llamada Ludwig Wittgenstein, pero de ello no se sigue necesariamente que sirvan para completar también la imagen del filósofo llamado Ludwig Wittgenstein. Así, al querer compensar una carencia notable en la recepción del legado intelectual wittgensteiniano corremos el riesgo [...] de prestar excesiva atención, o mejor, una atención desenfocada, a una serie de escritos que no fueron concebidos explícitamente para ser publicados (David Pérez Chico, “Los Diarios secretos de Wittgenstein. Una lectura perfeccionista”, artículo disponible en internet).

Todos estos datos que nos aportan los diarios y las cartas de Wittgenstein nos lo pintan en tanto que hombre, desde luego, pero también en tanto que pensador filosófico. Tan es así que si no fuera por estos diarios y estas cartas, la imagen de Wittgenstein como pensador seguramente seguiría siendo aún la de un adepto a la filosofía analítica que veía con buenos ojos el desarrollo posterior del positivismo lógico y del Círculo de Viena. Esa imagen nos parece obsoleta gracias a lo que ahora sabemos a través de sus biógrafos y de otros escritos suyos que no son el Tractatus.
En general —dice Pérez Chico—

soy de la opinión de que el valor de una teoría filosófica debe ser juzgado con independencia de sus orígenes o motivaciones personales. Muy probablemente existirán ejemplos y circunstancias históricas que podrían contradecir esta opinión, pero serían las excepciones que confirmarían la regla.

Sí, el valor de una teoría filosófica es independiente de todo eso, pero aquí no estamos indagando sobre el valor de la teoría filosófica de Wittgenstein sino sobre algo más básico: su contenido. Mal podemos determinar si una teoría filosófica es valiosa o disvaliosa si no podemos precisar de qué tipo de teoría se trata, y es justamente eso lo que no podíamos precisar antes de que aparecieran los escritos intimistas de Wittgenstein. Se suponía que el Tractatus era filosofía analítica pura y así se lo valoraba; llegaron las cartas y los diarios y se transformó en un tratado sobre la ética[1]. Por eso es tan importante conocer la intimidad del pensador que concibió tal o cual doctrina que juzgamos interesante: para estar más seguros de que lo que nosotros entendemos por su doctrina era lo que él se propuso que entendiésemos. Y máxime tratándose de Wittgenstein, un pensador al que le gustaba más mostrar que decir. ¿Que Wittgenstein fue el fundador de una “teología atea”, una teología sin Dios y sin razón, sin teos y sin logos?[2] Confrontemos este aserto con la imagen de Wittgenstein rezando todos los días junto a sus alumnos de la escuela elemental, y la mentira queda desarticulada[3].


[1] En realidad, el Tractatus fue diseñado originalmente como un libro de cuño estrictamente lógico, bien a la medida del Bertrand Russell de aquel entonces, pero este objetivo cambió radicalmente luego de la tremenda “Ofensiva Brusilov”, en la que los rusos arremetieron sin piedad contra el batallón en el que Wittgenstein militaba. En junio de 1916, “el Undécimo Ejército austríaco, al que pertenecía el regimiento de Wittgenstein, se enfrentó al grueso del ataque y sufrió enormes pérdidas. Fue precisamente entonces cuando la naturaleza del trabajo de Wittgenstein sufrió una transformación. El 11 de junio sus reflexiones acerca de los fundamentos de la lógica se interrumpen con la pregunta: «¿Qué sé de Dios y del propósito de la vida?»” (RM, p. 142). «Sí, mi obra se ha extendido desde los fundamentos de la lógica a la esencia del mundo», comenta en agosto de ese año. Comenzó la guerra siendo un lógico y la terminó siendo un místico: la vecindad con la muerte le hizo saber que existen cosas más importantes que la lógica y el análisis lingüístico.
[2] Cf. Oscar del Barco, “Notas sobre una posible «teología atea» en la filosofía de Ludwig Wittgenstein”, artículo disponible en internet.
[3] Jacques Bouveresse concuerda conmigo: “Podemos sentirnos tentados a considerar, y esta es una tentación a la que cedemos cada vez más fácilmente, que lo más importante e incluso tal vez lo más filosófico se encuentra en otras partes, en los sitios en los que el hombre aparece tanto o más que el pensador, en los que se libera de la reserva y la disciplina severa que se impone el filósofo al trabajar, tanto en lo concerniente a la elección de los temas que aborda, como a la manera de tratarlos, y se expresa de una forma a la vez más libre y más personal sobre una multitud de temas que se hallan aparentemente ausentes de su filosofía” (Wittgenstein, prefacio).

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