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sábado, 21 de septiembre de 2019

El ignaro doctor Wittgenstein


Supóngase que un futuro cirujano, estudiante de medicina de cierta universidad, en vez de capacitarse como lo hacen sus compañeros de estudio, inspeccionando cadáveres, estudiando la anatomía humana, la etiología de las enfermedades, la necrosis de los tejidos, etc., se dedicase a estudiar pura y exclusivamente las características del bisturí que utilizará en sus operaciones: su estructura, el material con que está construido, el ángulo exacto del filo, en fin, todos y cada uno de los pormenores relacionados con aquel instrumento. ¿Estaríamos dispuestos a que un cirujano poseedor de tan singulares conocimientos metiese su estudiado bisturí en nuestras entrañas? Pues esto mismo hace Wittgenstein: estudia y analiza el instrumento a través del cual opera la filosofía —el lenguaje—, y se desentiende de los conocimientos necesarios para que la filosofía prospere. Afila el bisturí, pero se jacta de no conocer ni siquiera la función que realiza el órgano en el que lo utilizará. Este ignaro doctor y sus acólitos vienen operando a la filosofía desde principios del siglo XX y el resto del doctorado no parece advertir el peligro. Así está la pobre filosofía, en terapia intensiva y con respiración asistida.

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