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viernes, 11 de octubre de 2019

Los deseos mortuorios del último Wittgenstein


La actitud que adoptó Wittgenstein al enterarse de que sus días estaban contados fue bastante curiosa. En diciembre de 1949 le escribió a Norman Malcolm:

Tengo un cáncer en la próstata. Pero, en cierto modo, esto suena mucho peor de lo que es, ya que existe una droga (de hecho, algunas hormonas) que pueden, según me han dicho, aliviar los síntomas de la enfermedad, de modo que puedo vivir aún varios años. [...] No me alteré ni poco ni mucho al saber que tenía cáncer, pero sí cuando me enteré que se podía hacer algo para remediarlo, pues no tenía ningún deseo de seguir viviendo” (carta citada en Recuerdo de Ludwig Wittgenstein, ensayo de Malcolm incluido en una compilación a cargo de Ricardo Jordana titulada Las filosofías de Ludwig Wittgenstein, p. 92).

¿Es lógico que un lógico se comporte así frente a una enfermedad terminal? No lo creo. Si no tiene deseos de seguir viviendo, lo racional es el suicidio, solución adoptada por tres de sus hermanos y por su admirado Weininger; y si quiere vivir, como creo que era el caso, hay que luchar con denuedo para salir adelante y vencer la enfermedad, o por lo menos ganar un poco de tiempo extra.

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