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viernes, 20 de diciembre de 2019

Edgar Poe y su receta magistral

Edgar Poe, otro genial escritor, contemporáneo de De Quincey y que De Quincey admiró, y que, lo mismo que De Quincey, fue durante muchos años esclavo de una toxicomanía (en este caso, alcoholismo) que lo tuvo a maltraer y de la que intentó por todos los medios escapar, reveló en su Marginalia la receta mágica para que el escritor que quisiese trascender su tiempo y su lugar pudiese lograr su cometido, aunque consideraba que la puesta en práctica de dicha receta resultaría imposible:

Si a algún hombre ambicioso se le ocurriera revolucionar, con un solo esfuerzo, el mundo del pensamiento humano, de la opinión humana y del humano sentimiento, la oportunidad está al alcance de su mano; el camino del renombre inmortal es directo y se abre sin obstáculos a sus pies. Todo lo que ha de hacer es escribir y publicar un librito. Su título será sencillo, unas pocas y llanas palabras: "Mi corazón al desnudo". Pero este librito deberá ser fiel a su título. Ahora bien, ¿no es muy singular que con la rabiosa sed de notoriedad que distingue a tantos humanos, a tantos a quienes se les importa un ardite lo que se piense de ellos después de muertos, no sea posible encontrar uno solo lo bastante temerario como para escribir este librito? Digo: escribir. Hay diez mil hombres que una vez escrito el libro, se reirían a la sola idea de que su publicación pudiera molestarlos en vida, y que ni siquiera concebirían por qué su publicación póstuma habría de ser vedada. Pero escribirlo... ahí está la cosa. Nadie se atreve a escribirlo. Nadie se atreverá. Nadie podría escribirlo, aunque se atreviera. El papel se arrugaría y ardería a cada toque de la ígnea pluma.

Yo estoy a punto —ya comenzó el proceso de edición— de publicar un librito que di en titular Pessoa y yo, y en el que con la excusa de hablar de la vida y obra de Pessoa, expongo mi corazón al desnudo de una manera tan cruda que ni siquiera Rousseau podría comparárseme. Y el papel no se me arrugó ni la pluma se me incendió (tal vez por el hecho de que ya no escribo utilizando estos elementos, sino dictándole a una computadora). Apliqué a rajatabla la receta de Poe, y ni siquiera me sonrojé. Temerario soy al exponer mi corazón de esta manera ante la mirada de cualquier desprevenido, pero los peligros no me arredran: todo sea por guiñarle un ojo a la Verdad y por revolucionar el mundo del pensamiento, de la opinión y del sentimiento.

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