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martes, 4 de febrero de 2020

Ética natural y ética metafísica


La investigación de Frans de Waal relacionada con los primates en general y con el bonobo en particular lo lleva a emitir la siguiente conclusión:

El código moral no viene impuesto desde arriba ni se deriva de principios bien razonados, sino que surge de valores implantados que han estado ahí desde la noche de los tiempos. El más fundamental tiene que ver con el valor de supervivencia de la vida en grupo. El deseo de pertenencia, de buena convivencia, de amar y ser amado, nos lleva a hacer todo lo que está en nuestra mano para llevarnos bien con aquellos de los que dependemos (El bonobo y los diez mandamientos, p. 238).

Todos los valores de que constan los determinados códigos morales han sido implantados en el espíritu de cada uno de los integrantes de una determinada comunidad, y esos implantes pueden ser instintivos, como es el caso del que menciona de Waal, pero también existen reglas morales implantadas culturalmente, y finalmente otras, las mejores, que se nos implantan intuitivamente, metafísicamente. Este investigador quiere desmitificar la idea de que Dios ha bajado a la tierra para entregarnos la tabla de los diez mandamientos, y que nuestra obediencia a ellos depende de ese Dios descendido. En esto lo apoyo, pero no apoyo la idea de que la ética es total y absolutamente instintiva, ni tampoco instintivo-cultural. Lo mejor del comportamiento humano, las más altas y santas aventuras de aquellos que han venido al mundo para favorecer al prójimo, no pueden explicarse echando mano simplemente de los resortes instintivos o culturales. El bonobo tiene su ética, la cual me cae muy en gracia, pero jamás uno de estos primates realizaría una labor altruista de aquellas que cada tanto se dan en la historia de la humanidad, y no lo haría ciertamente porque no tendría los instrumentos que solo la razón y la cultura humanas son capaces de suministrar, pero aunque de algún modo los adquiriese, igualmente le faltaría la intuición del bien, el impulso bondadoso que no surge del instinto ni de la cultura sino de Dios, o si De Waal se asusta con esta palabra, del Universo, del Cosmos, de algún agujero que no existe ni en el espacio ni en el tiempo; una fuerza no mensurable, porque no es física, que nos impele a favorecer a nuestros amigos y a nuestros enemigos, aun a costa de nuestro propio bienestar. El instinto animalesco también es capaz de realizar proezas de este tipo, pero siempre a una escala menor, rudimentaria. Si habremos de depender solo del instinto y de los valores que nuestro entorno, culturalmente, nos impone, llegaremos, a lo más, a esa ética familiar descrita en la otra entrada, que es el ideal al que apunta De Waal, pero nunca podremos aspirar, con esas únicas herramientas, a crear un mundo en el que el amor supere al conflicto por goleada. Por muy colaboradores y compasivos que resulten estos monos, si nuestra ética es un reflejo potenciado de su ética y nada más que eso, el amor seguirá, como hasta el presente, siendo derrotado por el conflicto, o como mucho arañando un empate.

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