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jueves, 30 de abril de 2020

El mentiroso Heidegger


La Comisión de depuración que habría de destituir a Heidegger, en 1945, de sus funciones como profesor universitario, comenzó creyendo que el acusado no era, como lo habían catalogado las tropas francesas de ocupación, un “nazi típico”, sino una víctima poco menos que inocente de unos deplorables mecanismos burocráticos que lo obligaron a militar en aquella agrupación. El primer informe redactado por este Comité rezaba lo siguiente:

El filósofo y catedrático Martin Heidegger vivía antes de los profundos cambios de 1933 en un mundo espiritual completamente apolítico, aunque mantenía amistosos contactos (también a través de sus hijos) con el movimiento de juventud de la época y con ciertos portavoces literarios de la juventud alemana, como Ernst Jünger, que anunciaban el final de la era capitalista-burguesa y el advenimiento de un nuevo socialismo alemán. El filósofo esperaba de la revolución nacionalsocialista una renovación espiritual de la vida alemana sobre una base popular y al mismo tiempo, como muchos otros intelectuales alemanes, una conciliación de los antagonismos sociales y la redención de la cultura occidental frente al peligro del comunismo. No tenía una representación muy clara de los sucesos políticos del ámbito parlamentario que precedieron a la subida al poder del nacionalsocialismo, pero creía en la misión histórica de Hitler consistente en llevar a cabo ese giro histórico que el mismo intuía (citado por Hugo Ott en Martin Heidegger: en camino hacia su biografía, p. 149).

Esta imagen de una persona políticamente ingenua, un antidemócrata inofensivo que solo vive en la esfera intelectual y simpatiza, de un modo aséptico, con las cabezas pensantes de la revolución conservadora, que no sabía lo que hacía, que se dejó envolver sin querer en las peores maquinaciones, fue propiciada por él mismo, en la esperanza de que no lo importunaran y le permitieran continuar ejerciendo la docencia. Oehlkers, uno de los más influyentes titulares de la Comisión de depuración, entendía que Heidegger había sido una víctima del sistema… y de su esposa:

Oehlkers describe [...] a un Heidegger que se encuentra comprometido oscuramente por el activismo nazi de la señora Heidegger; según él, la señora Heidegger casi llegó a hacerse odiosa en su región (Friburgo-Zähringen) y en el otoño de 1944 “maltrató brutalmente a las mujeres de Zähringen cuando hubo que cavar las trincheras” y no dudo en “enviar a cavar a las enfermas y embarazadas” (Ott, op. cit., p. 150).

Parece que Heidegger se había casado con una especie de sargento inescrupuloso, lo que fue utilizado en su defensa: casi que se había vuelto nazi por imposición de su pareja[1]. Tuvo que venir su examigo Karl Jaspers a modificar este punto de vista y trazar un cuadro mucho más verídico, lo que torció el rumbo de la investigación y comprometió definitivamente la posición de Heidegger. La realidad, lo no contado a la Comisión, ni por por Heidegger ni por su esposa, era que el exrector de la Universidad de Friburgo

anudó voluntariamente contactos con círculos estudiantiles, para ser más exactos con los cuadros nazis de los grupos estudiantiles de Friburgo y Berlín; en otras palabras, Martín Heidegger estaba al corriente de lo que se le venía encima cuando la gran marea de negras aguas anegó Alemania. En realidad, esta convulsión era imprescindible en el marco de su pensamiento de la historicidad. Pues bien, esto fue precisamente lo que más enérgicamente negó Heidegger desde sus primeras declaraciones ante el comité de depuración en julio de 1945 (op. cit., p. 150).

 Heidegger mintió sobre su pasado nazi para salvar su pellejo, su casa y su biblioteca. ¿Se habrá sentido mal por ocultar sucesos que lo enorgullecían? No lo creo: para un “filósofo” que considera a la ética como una disciplina carente de interés, que está más allá del bien y del mal y que relativiza todos los valores, la mentira no tiene por qué ser considerada innoble.


[1] “Los apólogos de Heidegger (incluida Hanna Arendt) se esforzaron por presentarlo como víctima de la siniestra obsesión de Elfride, y acusaron a esta de ser la fuerza oscura que lo urgió a unirse a los nazis, la responsable de que arruinara su vida y la causa de todas sus desgracias («su estrechez de miras y su estupidez —dijo Arendt refiriéndose a Elfride— apestan a asqueroso resentimiento y permiten entender todo lo malo que le ocurre a él»). Fue una manera fácil de absolver a Heidegger de toda responsabilidad por sus decisiones, pero eso no se correspondía con la verdad. Fuera lo que fuese, Heidegger no fue nunca un instrumento en las manos de su esposa ni de nadie" (Elzbieta Ettinger, Hanna Arendt y Martin Heidegger, pp. 85, 86 y 117).

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