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domingo, 6 de marzo de 2011

La dureza de Nietzsche y la del Che

He aquí al máximo apologista de la dureza, de la dureza por la dureza misma, completamente incondicionada:

«¡Por qué tan duro! --dijo en otro tiempo el carbón de cocina al diamante--;
¿no somos parientes cercanos?» ¿Por qué tan blandos? Oh hermanos míos, así os
pregunto yo a vosotros: ¿no sois vosotros mis hermanos? ¿Por qué tan blandos,
tan poco resistentes y tan dispuestos a ceder? ¿Por qué hay tanta negación,
tanta renegación en vuestro corazón? ¿Y tan poco destino en vuestra mirada? Y si
no queréis ser destinos ni inexorables: ¿cómo podríais vencer conmigo? Y si
vuestra dureza no quiere levantar chispas y cortar y sajar: ¿cómo podríais algún
día crear conmigo? Los creadores son duros, en efecto. Y bienaventuranza tiene
que pareceros el imprimir vuestra mano sobre milenios como si fuesen cera.
Bienaventuranza, escribir sobre la voluntad de milenios como sobre bronce, más
duros que el bronce, más nobles que el bronce. Sólo lo totalmente duro es lo más
noble de todo. Esta nueva tabla, oh hermanos míos, coloco yo sobre vosotros:
¡endureceos! (Friedrich Nietzsche, Así hablaba Zaratustra).


Y he aquí, en contraposición, a don Ernesto “Che” Guevara, a una persona de acción, no de ideas, una persona dura en serio, no dura en teoría como Nietzsche y que sin embargo pensó en la dureza de un modo más clarividente (¡y aforístico!), porque la ubicó en su justo lugar, bien humilde y subordinada: “Hay que endurecerse, pero sin perder la ternura jamás”.

¡Endureceos!, nos implora Federico mientras enloquece de compasión abrazando a un quebrantado caballo. Que les sirva de lección a los pensadores del futuro: no hay que ser cabeza dura.

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