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miércoles, 15 de junio de 2011

Nietzsche y el nazismo (parte I)


Cómo los alemanes no van a tenerles rabia, si los judíos son más inteligentes.
Jorge Luis Borges, citado por Adolfo Bioy Casares en Borges, p. 1087

Me muevo de la gloriosa izquierda --gloriosa, pero errada en su metodología, en sus medios-- y paso a la deshonrosa derecha --deshonrosa en todo sentido[1]. ¿Fue Nietzsche realmente un precursor, un preanunciador del nazismo? Yo entiendo que sí, y después de haber leído el capítulo 19 de La filosofía y el barro de la historia de José Feinmann, lo entiendo más todavía.
Después está esta cuestión segunda: ¿fue Nietzsche antisemita? A primera vista parece ser lógico, si uno ha contestado que sí a la primera cuestión, contestar también afirmativamente a esta otra, pero lo cierto es que tal relación de necesidad no es imprescindible que aparezca: podemos suscribir a las ideas filosóficas centrales del nacionalsocialismo alemán y no ser antisemitas, pues el antisemitismo no es idea filosófica sino política o social[2]. Y así como pudo suceder que Nietzsche haya sido el pensador bandera del hitlerismo sin haber sido el pensador favorito de Hitler (el cual fue Schopenhauer), así también afirmo que Nietzsche le abrió al nazismo las puertas de Alemania sin haber sido una persona que detestase a los judíos (como sí los detestaba Schopenhauer). Encontrar un judío  --decía el hombre del profuso bigote—

es un beneficio sobre todo cuando se vive entre alemanes. Los judíos son un antídoto contra el nacionalismo, esa última enfermedad de la razón europea[3][...]. Son, en una Europa insegura, la raza más fuerte: pues, por lo prolongado de su evolución, son superiores al resto. Su organización presupone un devenir más rico, una carrera más peligrosa […]. Y esto es prácticamente la fórmula de la superioridad. Una raza […] no puede sino crecer o perecer […].Una raza que no ha perecido, es una raza que ha crecido incesantemente. Crecer significa ir perfeccionándose. La duración de su existencia indica la altura de su evolución: la raza más antigua debe ser también la más alta (Fragmentos póstumos (1885-1889), julio-agosto de 1888, 18 (3), pp. 703).

Con esta cita pruébanse dos cosas: la que nos interesaba probar, que Nietzsche no consideraba que los judíos fuesen inferiores en algún sentido al resto de los mortales sino todo lo contrario, y por esto mismo se prueba, de rebote, que al menos en esta instancia no ha resultado ser Nietzsche un buen razonador, porque si tomamos al pie de la letra las afirmaciones que aparecen en las últimas tres oraciones tenemos que concluir, por ejemplo, que las cucarachas vienen creciendo incesantemente y que al ser su linaje mucho más antiguo que el del hombre, la raza cucarachil es "más alta" que la raza humana. (En rigor, aquí no se trata de razas sino de especies, pero la extrapolación es admisible.)
Pero ya me veo venir a los filosemitas acusándome de rebajar a los judíos a la categoría de cucarachas, lo cual no es verdadero ni mucho menos, pero tampoco quiero participar de la superstición contraria. Ha quedado claro --al menos para mí-- que Nietzsche no era antisemita[4]; si ahora se quiere investigar el posible antisemitismo de quien redacta estas notas, remito al lector a las entradas de este diario que van desde el 21/9 hasta el 12/10 del 2003. Allí se aprecia claramente... que la cuestión judía, pese a no pertenecer al ámbito de la filosofía en un sentido estricto, me apasiona como pocas, y es casi seguro que volveré a ella en algún momento para verter nuevas opiniones o criticar las ajenas.



[1]  Para discernir rápida y groseramente lo que yo entiendo por izquierda y por derecha, diré que la primera encomia la igualdad económica y jurídica de las personas y la segunda la desigualdad (admítalo públicamente o no lo admita).
[2] (Nota añadida el 22/10/12.) Podríamos también decir, para la mejor intelección de este controvertido asunto, que existen en toda doctrina filosófico-social ideas centro-estructurales, imprescindibles para el no desdibujamiento de la doctrina como tal, e ideas periféricas o accesorias, que sirven, a lo sumo, de apuntalamiento a las ideas centrales. Así las cosas, afirmo entonces que el antisemitismo de los nazis constituía en ellos una bandera, si bien cargada de violentas emociones, completamente periférica y accesoria en este sentido: si no hubiese habido judíos en la Alemania de Hitler, sino negros, o indoamericanos, o musulmanes o lo que fuere, la saña habría recaído sobre estos grupos casi de la misma forma en que cayó sobre los judíos. Lo que necesitaba el nazismo era un chivo expiatorio, que fueron los judíos pero que podría haber sido cualquier otro grupo de personas, sin que las ideas centrales del movimiento se desdibujaran. La idea centro-estructural que atraviesa de cabo a rabo la doctrina nacionalsocialista se puede asimilar perfectamente al discurso que Platón pone en boca de Calicles (personaje del que no tenemos certeza de su real existencia histórica): "Según yo creo, la naturaleza misma demuestra que es justo que el fuerte tenga más que el débil y el poderoso más que el que no lo es. Y lo demuestra que es así en todas partes, tanto en los animales como en todas las ciudades y razas huma­nas, el hecho de que de este modo se juzga lo justo: que él fuerte domine al débil y posea más. En efecto, ¿en qué clase de justicia se fundo Jerjes para hacer la guerra a Grecia, o su padre a los escitas, e igualmente, otros infi­nitos casos que se podrían citar? Sin embargo, a mi jui­cio, estos obran con arreglo a la naturaleza de lo justo, y también, por Zeus, con arreglo a la ley de la naturaleza. Sin duda, no con arreglo a esta ley que nosotros estable­cemos, por la que modelamos a los mejores y más fuertes de nosotros, tomándolos desde pequeños, como a leones, y por medio de encantos y hechizos los esclavizamos, di­ciéndoles que es preciso poseer lo mismo que los demás y que esto es lo bello y lo justo. Pero yo creo que si llegara a haber un hombre con ín­dole apropiada, sacudiría, quebraría y esquivaría todo esto, y pisoteando nuestros escritos, engaños, encanta­mientos y todas las leyes contrarias a la naturaleza, se su­blevaría y se mostraría dueño este nuestro esclavo, y en­tonces resplandecería la justicia de la naturaleza” (Gorgias, 483 y 484). Esto es el más puro, perfecto y aquilatado nazismo, y sin embargo no hay mención alguna de los judíos. El holocausto, el holocausto a secas y no el holocausto judío, es lo central en el movimiento nazi y en cualquier movimiento que levante la bandera de la supremacía del más fuerte.
[3] ¡Pero cómo! ¿El supuesto adalid de los nazis renegando del nacionalismo? Sí, y estamos en el mismo caso que el de antes, porque Nietzsche fue adalid filosófico, no político, y el término "nacionalismo" es político a más no poder.

[4]  Para quien todavía lo dude, aquí va este contundente martillazo: “Los antisemitas tienen un objetivo y esto salta a la vista hasta la indecencia: es el dinero judío. [...] Un antisemita es un judío envidioso --es decir, el más estúpido de todos" (Fragmentos póstumos (1885-1889), otoño de 1888, 21 (7), pp. 738-9). Digamos también que Nietzsche, sin ser antisemita en el sentido particularizado del concepto, es decir, sin profesar un odio sistemático al judío de carne y hueso, cargó muchas veces contra la moral del judaísmo, a la que acusó, fundamentalmente en La genealogía de la moral, de propagar la rebelión de los esclavos contra su natural superior, rebelión que sería luego continuada por el cristianismo. Este pasaje de otra de sus obras es revelador en este sentido: “El cristianismo, que es de raíz judía y sólo puede entenderse como planta de este suelo, representa el movimiento contrario a toda moral del cultivo, de la raza, del privilegio; es la religión antiaria por excelencia”(Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos, 6, 101).

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