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viernes, 17 de junio de 2011

Nietzsche y el nazismo (parte II)


Hitler apeló a lo inconsciente que había en su público, al insinuar que era capaz de forjar un poder en cuyo nombre cesaría la opresión que pesaba sobre la naturaleza oprimida. La persuasión racional jamás puede ser tan eficaz, puesto que no se adecua a los impulsos primitivos reprimidos de un pueblo superficialmente civilizado.
Max Horkheimer, Crítica de la razón instrumental, p. 129

Sigamos con Nietzsche y con el nazismo.
Ya he dicho que para mí, este pensador no profesaba un odio sistemático hacia los judíos, y que entonces, en ese sentido, la ideología nazi es, por donde se la mire, incompatible con el pensamiento nietzscheano. Empero, dije también que los conceptos filosóficos centrales de Nietzsche se avienen de maravillas con el ideal conductual del nazi consecuente, y en este sentido, la propaganda de este movimiento no fue tan tergiversadora como ciertos discípulos nietzscheanos, amantes de su maestro y horrorizados del Holocausto, suponen. Pero digo bien que la filosofía de Nietzsche avala lícitamente al nazismo sólo en sus actos y de ningún modo en sus sentimientos, porque si el movimiento nazi tuvo un común denominador entre sus feligreses, esa comunión consistía en el odio y el resentimiento hacia el judío, y Nietzsche dejó siempre muy en claro que todo accionar y que toda ideología basados en el odio, el resentimiento y el fanatismo[1] son patológicos y decadentes.
Si a mí me apasiona toda indagación profunda respecto del nazismo pese a mi aversión por la política, es porque el nazismo fue un movimiento político con base filosófica. Si esta base no existiera, el estudio del nazismo me aburriría tanto como, por ejemplo, el estudio de la ideología peronista. El nazismo tenía su filosofía, y era la de Nietzsche --o al menos se parecía mucho a ella.
Y así como Marx ideó su sistema comunista pensando en las naciones industrializadas como Inglaterra, Francia o Alemania y no en las naciones agrícolas como Rusia, China o Cuba, así Nietzsche alabó el expansionismo y la belicosidad[2] tomando como referentes a determinadas civilizaciones pretéritas y desdeñando a los alemanes de su época. "Entre los antiguos germanos y nosotros los alemanes --decía-- apenas subsiste ya afinidad conceptual alguna y menos aún un parentesco de sangre" (La genealogía de la moral, 1, 11). Este aserto habría indignado a Hitler si lo hubiera leído antes de la guerra; después, parapetado en su búnker y esperando la muerte, negándose a la rendición pese a que sus compatriotas caían como moscas, porque "si no tuvieron la fuerza y el valor suficientes para vencer, es mejor que mueran"[3], en esas horas postreras de su vida las palabras de Nietzsche le habrían sonado a profecía. Marx no pensaba en los rusos cuando redactó su explosivo Manifiesto; ¿significa esto que debemos negar la influencia que Marx tuvo en la revolución rusa? Necio sería, y necio sería también negar que los ideólogos del nazismo alemán (hablo de los ideólogos y no del pueblo alemán en su conjunto, que seguramente no leía a Nietzsche, lo mismo que el pueblo ruso nunca leyó a Marx[4]) fueron influidos en su misticismo imperialista por el pensamiento nietzscheano, pese a que Nietzsche afirmaba expresamente que su código de valores no podría ser puesto en práctica por los alemanes modernos.
Leamos este pasaje y saquemos algunas conclusiones:

En el fondo de todas estas razas aristocráticas, no hay que equivocarse, está la fiera, la soberbia bestia rubia ávida de presa y de victoria; de tiempo en tiempo ese fondo oculto tiene necesidad de liberarse, es preciso que la bestia salga, que vuelva a su país salvaje: --las aristocracias romana, árabe, germánica, japonesa, los héroes homéricos, los vikingos escandinavos-- todos ellos coinciden en tal imperiosa necesidad. Son las razas nobles las que han dejado tras sí el concepto «bárbaro» por todos los lugares por donde han pasado [...]. Está «audacia» de las razas nobles, que se manifiesta de manera loca, absurda, repentina, este elemento imprevisible e incluso inverosímil de sus empresas [...], su indiferencia y su desprecio de la seguridad, del cuerpo, de la vida, del bienestar, su horrible jovialidad y el profundo placer que sienten en destruir, en todas las voluptuosidades del triunfo y de la crueldad --todo esto se concentró en la imagen del «bárbaro» [...]. La profunda, glacial desconfianza que el alemán continúa inspirando también ahora tan pronto como llega al poder, representa aún un rebrote de aquel terror inextinguible con que durante siglos contempló Europa el furor de la rubia bestia germánica (La genealogía de la moral, 1, 11).

El chileno Eduardo Carrasco, especializado en la disección del pensamiento de Nietzsche, opina que no es lógico utilizar estas palabras en provecho del movimiento nazi, ya que "la caracterización [de la bestia rubia] puede corresponder perfectamente también a los guerreros judíos que conquistaron el Canaán y no tiene nada que ver con ningún criterio antisemita, ni menos racista" (Nietzsche y los judíos, p. 32). ¡Ya lo sé, ya sé que Nietzsche no era antisemita ni tampoco --con algunas reservas-- racista![5] Lo que trasluce este párrafo no es racismo ni antisemitismo, sino imperialismo salvaje, rapiñandor y desestimador de los dolores anexos a la devastación y a los devastados; insensibilidad, crueldad y apoteosis de la tortura por la tortura misma; pisoteamiento de cabezas inocentes, de cabezas ancianas e infantiles, y alegría en ese pisoteamiento. Todo eso es el nudo central del nazismo, su corazón vital y filosófico; lo del antisemitismo es idea secundaria, sociocultural y no filosófica, y que deriva directamente –aunque no por necesidad lógica-- de esta concepción primaria de la vida que Nietzsche reivindica.
Para Carrasco, "la expresión bestia rubia vale como una imagen genérica de las castas aristocráticas de los pueblos guerreros de la antigüedad y en ningún caso puede ser atribuible a ninguna nación moderna, y por indicación expresa del autor, por ningún motivo a los alemanes. El uso que han hecho los nazis de esta expresión es un buen ejemplo de la manipulación descarada de la que han sido objeto los escritos de Nietzsche y que ha sido una lamentable fuente de prejuicios que hasta hoy día ensombrecen la obra del filósofo" (ibíd., p. 32).
El subtítulo de la obra de Carrasco es el siguiente: "Reflexiones sobre la tergiversación de un pensamiento". Pero a mí no me parece que los ideólogos nazis hayan tergiversado nada: lo que hicieron fue tomar del pensamiento de Nietzsche lo que les convenía y desechar lo que iba en contra de sus intereses e inclinaciones. Nietzsche admiraba a los judíos; los nazis, antisemitas como pocos, olvidaron este detalle. Nietzsche consideraba un signo de decadencia vital el espíritu vengativo y el resentimiento; los nazis, vengativos y resentidos como pocos, prefirieron creer que lo suyo no era una rebelión de esclavos contra el amo que los tiranizaba. Pero se creyeron grandes, soberbios, y con pleno derecho de apoderarse del mundo sin importar las consecuencias y sin cargos de conciencia, y éste, su ideal mayor, sí fue incentivado hasta el paroxismo por los escritos de Nietzsche, porque Nietzsche quería que alguna civilización futura, basándose en sus profecías, rompiera las cabezas de los débiles propagadores de la moral de los esclavos y surgiese así un nuevo mundo cargado de superhombres que desconociesen el significado de la palabra compasión. Los alemanes modernos no estaban capacitados para esa tarea y Nietzsche lo sabía[6]. Fracasaron por ser estúpidos (y por renegar explícitamente de la inteligencia[7]), resentidos y cobardes. Pero si surgiese un nuevo imperialismo, un imperialismo cultural de tipo griego más que romano, que no persiguiese a los judíos ni a ningún grupo étnico, racial o religioso en particular, sino que se dedicase a conquistar al mundo todo, sin discriminaciones de ningún tipo y sin odiar a la gente que va matando, torturando y esclavizando alegremente, dionisíacamente, mientras avanza en la conquista, si surgiese un tal imperio, la ideología de ese movimiento, no lo dude usted, señor Carrasco, concordará perfectamente con los augurios y quizá también con los deseos de Nietzsche[8], y entonces usted admitirá que por muy simpático y ameno que le caiga, el espíritu de Nietzsche, siendo poderosísimo como va de suyo, presentaba innúmeros problemas de torcimiento, y este torcimiento traspasará sus incoherencias a todo intento exegético de su obra que pretenda deslindarla de las violencias que promueve, prohíja y anuncia[9].



[1] “Es en vano buscar en mí el menor rastro de fanatismo” (Friedrich Nietzsche, Ecce homo, “Por qué soy tan inteligente”, 10).
[2]  Su famosa "transmutación de los valores" tiene aquí un ejemplo perfecto: "Los judíos se ennoblecieron, en la medida en que se transformaron en belicosos" (Fragmentos póstumos (1885-1889), primavera de 1888, 14 (190), p. 606).
[3]  Esa era la opinión del último Hitler según La caída (Der Untergang, 2004), película basada en las memorias de Traudl Junge, la secretaria personal de Hitler durante los últimos tres años de su vida.
[4] [No figura en el extracto] No estudiaba a Nietzsche el pueblo alemán, pero le introducían subliminalmente sus ideas en la cabeza, sobre todo a los infantes: “Yo, personalmente, no puedo leer a Nietzsche sin recordar el nazismo. Tenía 14 años cuando cayó este régimen. Era suficiente para recordar las frases con las cuales nos trataron como niños. Me suben del inconsciente cuando leo estos textos. Me revientan desde adentro. Por todos lados andaban las citas de Nietzsche sin que haya aparecido explícitamente la fuente. Solamente con la lectura de Nietzsche me di cuenta.” Franz Hinkelammert, Solidaridad o suicidio colectivo, p. 111.

[5]  [no figura en el extracto] “Es sabido –comenta Gianni Vatimo-- hasta qué punto Nietzsche insiste en el concepto de raza, y también esto ha hecho que se le incluya entre los profetas del nazismo. Pero quien intente interpretar este concepto siendo fiel al significado total del pensamiento de Nietzsche reconocerá que, con esta insistencia en la raza más que en la educación […], sólo quiere acentuar el carácter remoto […] de la preparación necesaria al hombre que hace algo decisivo en la historia” (Diálogo con Nietzsche, p. 78).

[6] "Forma parte de mi ambición el ser considerado como despreciador par excellence de los alemanes. [...] para mí los alemanes son imposibles. Cuando me imagino una especie de hombre que contradice a todos mis instintos, siempre me sale un alemán. [...] los alemanes son canaille [...]. Si excluyo mi trato con algunos artistas, sobre todo con Richard Wagner, no he pasado ni una sola hora buena con alemanes [...]. No soporto a esta raza, con quien siempre se está en mala compañía [...]. Los alemanes no se dan cuenta de cuán vulgares son, pero esto constituye el superlativo de la vulgaridad, ni siquiera se avergüenzan de ser meramente alemanes" (Ecce Homo, "El caso Wagner", 4). No era ésta, sin embargo, la postura del Nietzsche veinteañero, por momentos nacionalista a ultranza y amante de su patria y de su ejército. En época de la guerra austro-prusiana, les escribe estas líneas a su madre y hermana: “Desde el momento que comenzó la guerra, todas las otras consideraciones pasan a segundo plano. Soy tan fanático prusiano como nuestro primo es fanático sajón” (segunda quincena de junio de 1866, en Correspondencia, Buenos Aires, Aguilar, 1951; tomo XV de sus Obras completas, carta 15, p. 76). Y veamos también lo que le comentaba a su amigo el barón de Gersdorf en ocasión del triunfo de los alemanes por sobre la Comuna de París: “¡De nuevo podemos abrigar esperanzas! ¡Nuestra misión alemana no ha terminado! Me siento más animado que nunca, pues no todo se ha venido abajo bajo la superficialidad y «elegancia» francojudaica y bajo el voraz ajetreo de «nuestro tiempo». Todavía hay valentía, y valentía alemana, la cual es algo íntimamente distinto del élam de nuestros lamentables vecinos” (carta al barón de Gersdorf del 21/6/1871, en ibíd.; carta 53, p. 125).

[7] En esto también fueron fieles a su profeta: "No basta que veas en qué ignorancia viven el hombre y el animal; debes también tener la voluntad de la ignorancia y aprenderla. Te es necesario comprender que, sin esta suerte de ignorancia, la vida misma sería imposible, que es una condición merced a la cual únicamente prospera y se conserva lo que vive; debes rodearte de una grande, sólida campana de ignorancia" (La voluntad de poder, 601). ¿Que no es lo mismo ignorancia que estupidez? Desde luego que no, pero la estupidez procede, es hija de la ignorancia, lo mismo que la inteligencia respecto del conocimiento. Sembrar ignorancia es cosechar estupidez. Digamos también que algún crítico de Nietzsche, que por cierto no ha sido nada condescendiente con su ideología, consideraba que su rechazo al conocimiento iba dirigido más hacia la ciencia y al positivismo científico que hacia la facultad intelectiva misma, la cual "rara vez llegó a condenar. Lo que objetaba era el abuso del pensamiento por los savants, los cristianos y los hombres «prácticos», el que se hiciera del intelecto y del esfuerzo intelectual un fin más bien que un medio. [...] por lo general emplea palabras como «intelecto», «inteligencia» y «razón» en un sentido claramente elogioso" (Clarence Crane Brinton, Nietzsche, cap. IV, sec. IV).
[8] Yo no sé con palmaria certeza, y hasta cierto punto es muy difícil de determinar, si Nietzsche quería verdaderamente todas estas cosas, que es precisamente lo que niegan sus defensores más o menos sicologistas o hermenéuticos. “Cuando Nietzsche habla de dominación --dicen ellos-- se refiere a un tipo de dominación espiritual, no hay que tomarlo literalmente”. Concedamos esto, si queremos concederlo. Mas no estoy investigando aquí la psicología de Nietzsche sino la del movimiento nazi,  y poco importa, a este respecto, lo que Nietzsche pensaba y sentía por dentro, sino lo que entendieron que pensaba y sentía los ideólogos nazis que lo leyeron o, sin entenderlo así, el material de Nietzsche que utilizaron para que los demás lo entendieran. ¿Que así las cosas habría salido Nietzsche exonerado de un supuesto juicio como copartícipe de la barbarie? Posiblemente, pero no por ello la barbarie se habría ejecutado menos y apoyada en sus palabras.
[9] Violencias que, por otra parte, promovía Nietzsche desde muy temprana edad, y siempre relacionadas con esas ansias de expansión tan características, primero, del pueblo prusiano, y luego del pueblo alemán en su conjunto: “Mientras el centro [de la cultura europea] sea París, la situación no cambiará en Europa. Es decir, que a nuestros afanes nacionales no les quedará otro remedio que revolucionar la situación europea o, al menos, intentarlo” (carta al barón de Gersdorf, julio de 1866, en Correspondencia; carta 16, pp. 77-8). El subrayado es mío, para que se comprenda bien que estas palabras, expresadas bajo el éxtasis del triunfo de la batalla de Sadowa, reflejan de manera inequívoca el pensamiento expansionista que Hitler reivindicará luego en Mi lucha. ¿Que este no es el pensamiento del Nietzsche maduro? Posiblemente, pero no lo sabemos. Sí sabemos que es el pensamiento de algún Nietzsche, y con eso basta para criticar a su autor y asociarlo con el nazismo. Y es que Nietzsche fue un pensador mucho más histórico y “contemporáneo” que lo que él se suponía. Da toda la sensación de que Nietzsche fue el pensador justo y necesario de la Prusia unificadora y de la Alemania expansionista. Fue, en este sentido (y en otros también), la antítesis del pensador intempestivo y cosmopolita que se jactaba de ser. 

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