Páginas

lunes, 12 de noviembre de 2012

El modus vivendi de Voltaire


... Y perdido en la dilucidación íntima de su derrotero iba comprendiendo la verdad siniestra de que los poetas no viven de los versos, sino éstos de los primeros.
Juan López Núñez,  Bécquer

¿Puede un poeta vivir con cierto desahogo valiéndose pura y exclusivamente de los frutos de su inspiración? Hoy en día pareciera que no, que no es esto posible en la gran mayoría de los casos, y lo mismo sucedía en el siglo de Voltaire. La Alemania de aquel entonces, por ejemplo,

distaba más que cualquier otro país de los tiempos en que el poeta, viviendo del producto de sus obras, pudiera aspirar a una existencia holgada y segura: así, Klopstock no podía prescindir del gracioso sueldo que le pagaban [...] el rey de Dinamarca y del margrave de Baden; Goethe necesita, para vivir, de sus estipendios como ministro de Wéimar, y Schiller no habría podido desenvolverse [...] sin la pensión del duque Carlos augusto. Y, aun así, estos tres altísimos poetas tenían que atenerse a una vida muy sencilla y modesta, para poder sostenerse con cierto decoro, sumando a aquellos ingresos los que sus obras les producían (David Strauss, Voltaire, p. 41).

Esta perspectiva se cernía también sobre la economía de Voltaire, pero muy lejos estaba de aceptarla con tanta placidez como lo hicieron los alemanes: "He visto a tantos hombres dedicados a la literatura vivir pobres y despreciados, que decidí, desde hace mucho tiempo, no aumentar sus filas" (pasaje autobiográfico de Voltaire, citado por Strauss en ibíd, p. 51). Strauss reflexiona:

Voltaire no era hombre para llevar una vida tan morigerada y frugal. Consideraba que el genio tenía tanto derecho a ser respetado y a vivir bien como la nobleza de nacimiento y también en cuanto a los placeres de la vida pretendía equipararse a la grandeza y a la aristocracia. Pero su genio, por grande que fuese, no bastaba para proporcionarle los medios materiales que esta clase de vida requería; con los productos de sus solas obras, jamás habría llegado a adquirir la riqueza que ambicionaba. Para lograrla, necesitaba, además de las pensiones y pequeños sueldos de favor de que disfrutaba, recurrir a especulaciones financieras, en las que jamás habría podido entrar sin la protección de personajes poderosos. Esto daba a sus relaciones con tales personajes un carácter completamente distinto al que estamos acostumbrados a encontrar en las relaciones entre los grandes poetas y los poderosos de nuestro país [Alemania]. La mayor intimidad con estos personajes, no siempre dignos, ni mucho menos, contribuía también a rebajar la dignidad del poeta francés, en vez de realzarla. [...] Por no querer rebajarse en su dignidad, decidió Rousseau contentarse con el respeto y limitarse a un mínimo de goces y placeres de orden material, oponiendo a una sociedad preocupada tan sólo del brillo y la voluptuosidad el orgullo del hombre arisco y que sabe bastarse a sí mismo. De un lado Aristipo, del otro Diógenes.

Rousseau eligió la pobreza y el desprecio; Voltaire, el dinero y los placeres. Y para elegir tales fines y tal medio, debió transigir con los poderosos, debió adaptar su pensamiento al pensamiento aristocrático. Sus anhelados lujos le costaron, nada más ni nada menos, que su independencia de criterio. Para un poeta y para un autor de obras teatrales, esto no es tan problemático, pero para un pensador... Por eso es que siempre digo que Voltaire ha sido un gran poeta y un gran autor de obras teatrales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario