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jueves, 6 de diciembre de 2012

Bertrand Russell, o el anticristo



Para mí, hay un defecto muy serio en el carácter moral de Cristo, y es que creía en el infierno. Yo no creo que ninguna persona profundamente humana pueda creer en un castigo eterno.
Bertrand Russell, Por qué no soy cristiano, p. 28

Yo tampoco, y precisamente por eso es que no creo que Jesús haya creído en el infierno. Lo que pasa, Bertrand, es que vos leés los escritos inciertos, como lo son los Evangelios, guiándote puramente por lo que perciben tus ojos, despreciando (tal vez por no poseerla) a la intuición, que es la que te indica, en el caso éste del Nuevo Testamento, en dónde la escritura coincide más o menos con los hechos reales y en dónde los judíos devenidos cristianos que lo redactaron incluyeron algunos de sus tontos dogmas. No te olvides nunca de que los primeros cristianos nacieron en el seno del judaísmo, y que les hubiera sido muy difícil cortar de raíz los dogmas hebreos y apegarse sin miramientos a lo que Jesús hacía y decía, que era generalmente lo contrario de lo expuesto en los libros sagrados judíos. Si Jesús había de ser popular entre los judíos --cosa que los incipientes cristianos querían--, era necesario hacerlo aparecer en las nuevas escrituras como alguien que odiaba la maldad y deseaba que los inmorales se pudriesen eternamente. Por eso se inventaron todas esas imprecaciones que se supone dijo, como la de "¡serpientes, raza de víboras! ¿Cómo será posible que evitéis el ser condenados al fuego del infierno? (Mateo 23. 33)". ¿Puede alguien que no sienta un odio implícito al cristianismo suponer que Jesús fuera capaz de expresarse en estos términos?

Cristo, tal como lo pintan los Evangelios, sí creía en el castigo eterno, y uno se topa repetidamente con una furia vengativa contra los que no escuchaban sus sermones, actitud común en los predicadores y que dista mucho de la excelencia superlativa. No se halla, por ejemplo, esa actitud en Sócrates. Es amable con la gente que no le escucha; y eso es, a mi entender, más digno de un sabio que la indignación. Probablemente todos recuerdan las cosas que dijo Sócrates al morir y lo que decía generalmente a la gente que no estaba de acuerdo con él.
Bertrand Russell, Por qué no soy cristiano, p. 28


Tomemos una posición coherente, Bertrand: o no creemos nada de lo que dicen los Evangelios, o creemos sólo lo que de sensato tienen. Porque creer en el Jesús que ofrecía su otra mejilla cuando le abofeteaban la primera y creer al mismo tiempo que este Jesús se indignaba con quienes no lo escuchaban es creer que el azúcar puede endulzar y salar a la vez. Si Jesús se indignaba con quienes no lo escuchaban, entonces ese mismo Jesús le rompía los dientes a quien lo abofeteaba. Si, en cambio, no se inmutaba ante las agresiones, entonces menos se inmutaba si alguien no quería escucharlo. En alguno de estos dos pasajes se nos está mintiendo, y es raro que vos, Bertrand, no percibas la mentira[1]. Por otra parte, ¡¿cómo podés contraponer a la figura de Jesús la de Sócrates, si cualquiera puede darse cuenta de que Sócrates fue uno de sus principales espejos?! ¿No te preguntaste nunca qué fue de su vida durante sus años de juventud de los que los Evangelios no hablan? Investigá un poco, e investigate un poco, y tal vez descubras que anduvo estudiando filosofía griega con grandes maestros, que a su vez lo llevaron a conocer el Oriente budista, taoísta, confuciano y mazdeísta, en donde pasó largos años. El filósofo Jesús no nació de un repollo, Bertrand. Tuvo padres, y Sócrates fue uno de ellos
 [2].

... Luego, Cristo dice: "enviará el Hijo del hombre a sus ángeles, y quitarán a su reino a todos los escandalosos y a cuantos obran la maldad; y los arrojarán en el horno del fuego: allí será el llanto y el crujir de dientes". Y continúa extendiéndose con los gemidos y el rechinar de dientes. Esto se repite en un versículo tras otro, y el lector se da cuenta de que hay un cierto placer en la contemplación de los gemidos y el rechinar de dientes, pues de lo contrario no se repetiría con tanta frecuencia.
Ibíd., p. 29

Pero ¿quién era el que se deleitaba repitiendo esa frase, Jesús, o el que escribió los Evangelios, que es el único del que ciertamente sabemos que la empleaba constantemente? Los judíos estaban acostumbrados a la hecatombe; sacrificaban bueyes y corderos en cuanta oportunidad les dieran. Creía esa raza bárbara que estos sacrificios agradaban a su Dios Jehová, y por lo tanto los gemidos que lanzaban los pobres animales eran como música para el alma de los sacrificadores, porque anunciaban la muerte que serviría, o bien de ofrenda, o bien como expiación de los propios pecados. No sería raro entonces que los judíos se sintieran bien al escuchar esos lamentos, y que les hicieran propaganda en cuanto lugar pudieran, incluidos los versículos del Nuevo Testamento.

Luego está la curiosa historia de la higuera, que siempre me ha intrigado. Recuerdan lo que ocurrió con la higuera. "Tuvo hambre. Y como viese a lo lejos una higuera con hojas, en camino se halla por ver si encontraba en ella alguna cosa: y llegando, nada encontró sino follaje; porque no era a un tiempo de higos; y hablando a la higuera le dijo: «nunca jamás, ya nadie tomará fruto de ti»... y Pedro... le dijo: «Maestro, mira cómo la higuera que maldijiste se ha secado». Esta es una historia muy curiosa, porque que ya no era la época de los higos, y en realidad no se puede culpar al árbol. Yo no puedo pensar que, ni en virtud ni en sabiduría, Cristo esté tan alto como otros personajes históricos. En estas cosas, pongo por encima de él a Buda y a Sócrates.
Ibíd., p. 30

En lo único en que Buda y Sócrates superaron a Jesús es en haberse sabido rodear de discípulos que supieran escribir y así poder retratar sus vidas más o menos verídicamente. Jesús no tuvo un Platón o un Ananda como aprendiz; su reputación histórica sería hoy mucho más admirable de haber tenido esa suerte. Y respecto a la historia de la higuera, quien crea que Jesús era capaz de putear a un árbol porque éste no tenía frutos en la época en que nunca los tiene...; quien crea que, además de putearlo, era capaz de secarlo mágicamente, sin tomarse la molestia de quitarles la humedad a sus raíces por algún medio que no entre en contradicción con las leyes de la naturaleza...; quien crea que esta historia es verdadera, cree también que los chinos viven cabeza abajo y agarrados a los árboles para no caer al vacío.

Uno halla, al considerar el mundo, que todo el progreso del sentimiento humano, que toda mejora de la ley penal, que todo paso hacia la disminución de la guerra, que todo paso hacia un mejor trato de las razas de color, que toda mitigación de la esclavitud, que todo progreso moral realizado en el mundo, ha sido obstaculizado constantemente por las iglesias organizadas del mundo. Digo deliberadamente que la religión cristiana, tal como está organizada en sus iglesias ha sido, y es aún, la principal enemiga del progreso moral del mundo.
Ibíd., p. 31

Hay una confusión en tu cráneo, Bertrand. La Iglesia como institución no sólo no es algo sinónimo a la verdadera religión, sino que además, como regla casi general, se le contrapone. Vos sos el típico ejemplo del que razona de la siguiente manera: "La Iglesia es corrupta e inmoral; luego, Dios no existe". Por supuesto que tu conciencia negará este infantilismo y lo cubrirá de racionalizaciones, pero ¿sabés una cosa?: no le creo a tu conciencia más que a tus impulsos de desprecio, que por otra parte son exagerados, porque de creer, como creo yo, que la iglesia fomenta ciertos vicios en el corazón de la gente, a creer que es "la principal enemiga del progreso moral del mundo", hay un abismo, un abismo de odio que no sé en dónde lo aprendiste, pero seguramente no te lo enseñó un cura.

A todos los muchachos les interesan los trenes. Supongamos que se les dice que el interés por los trenes es malo; supongamos que se les venden los ojos siempre que están en un tren o en una estación de ferrocarril; supongamos que nunca se permita que la palabra "tren" se mencione en presencia suya, y se mantenga un misterio impenetrable en cuanto a los medios por los cuales se les transporta de un lugar a otro. El resultado no sería hacer que cesase el interés por los trenes; por el contrario, los muchachos se interesarían más por ellos, pero tendrían una morbosa sensación de pecado, porque este interés se les ha presentado como indecente. Todo muchacho con inteligencia activa, puede, por este medio, convertirse en un neurasténico. Esto es precisamente lo que se hace en materia de sexo; pero, como el sexo es más interesante que los trenes, los resultados son aún peores. Casi todo adulto de la comunidad cristiana tiene una enfermedad nerviosa como resultado del tabú en el conocimiento del sexo cuando era muchacho. Y este sentimiento de pecado, implantado artificialmente, es una de las causas de la crueldad, timidez y estupidez en las etapas posteriores de la vida. No hay motivo racional de ninguna clase para impedir que el niño se entere de un asunto que le interesa, ya sea sexual o de otra clase. Y no tendremos jamás una población sana hasta que este hecho haya sido reconocido en la primera educación, cosa imposible mientras las iglesias dominen la política educacional.
Ibíd., p. 38

¡Bien, Bertrand! Ya ves que, de vez en cuando, coincidimos. Lo que sí, te faltó jugarte un poco más. Te faltó el grito final, el que todos nuestros jóvenes y no tan jóvenes esperan escuchar de parte de un pensador reconocido, y que dice más o menos así: ¡Adolescentes del mundo, masturbaos!

El énfasis cristiano acerca del alma individual ha tenido una profunda influencia sobre la ética de las comunidades cristianas. Es una doctrina fundamentalmente afín a la de los estoicos, nacida, como la de ellos, en comunidades que no podían tener ya esperanzas políticas.
Ibíd., p. 42

Y vos, Bertrand, ¿tenías esperanzas políticas? ¿Sí? ¡Iluso! Después de observar los acontecimientos políticos que signaron desde siempre a la humanidad, ¿quién es más ingenuo, el que cree en la inmortalidad del alma o el que hace votos por una sociedad ideal constitucionalmente regida?[3]

Cuando un hombre actúa de forma que nos molesta, queremos pensar que es malo, y nos negamos a hacer frente al hecho de que su conducta molesta es un resultado de causas antecedentes que, si se las sigue lo bastante, le llevan a uno más allá del nacimiento de dicho individuo, y por lo tanto a cosas de las cuales no es responsable en forma alguna.
Ibíd., p. 48

¡Hasta que dijiste algo trascendente!

No podemos suponer que el pensamiento del individuo sobreviva a la muerte corporal, ya que ésta destruye la organización del cerebro y disipa la energía que utilizaban los conductos cerebrales.
Ibíd., p. 56

Y ¿quién te dijo que la inmortalidad del alma de un individuo equivale a la inmortalidad de su pensamiento? No sé qué sea lo que me sobrevivirá cuando yo muera, ni tengo la certeza de que algo va a sobrevivirme; pero me parece que si hay algo que queda, ese algo no es mi conciencia ordinaria.

No puedo probar que mi concepto de la vida buena sea acertado; sólo puedo exponer mi punto de vista, esperando que lo acepte la mayor cantidad de gente posible.
Ibíd., p. 62

Lo mismo digo.

La educación ética consiste en fortalecer ciertos deseos y debilitar otros.
Ibíd., p. 67

Brillante definición. De paso, digamos que la educación ética es el asunto más noble de todos cuantos ha de encargarse la sociedad.

Pensamos mal de la gente que es derrochadora o temeraria, aun cuando sólo se hagan daño a sí mismos.
Ibíd., p. 68

Los derrochadores se hacen daño a sí mismos pero también a otros, ya que el dinero que emplean en la compra de artículos innecesarios podría muy fácilmente transformarse en comida o abrigo destinados a los niños que diariamente sufren hambre y frío y hasta mueren por eso.

Las guerras […] son el producto de la pasión, no de la razón.
Ibíd., pp. 68-9

No todas las guerras son el producto de las bajas pasiones; hay también guerras producidas por las bajas razones e incluso por los bajos instintos. Generalmente la guerra es el efecto causado por una ingesta colectiva de un cóctel que tiene todos estos ingredientes, aunque en proporciones diversas según el caso.

Un cierto porcentaje de niños tiene el hábito de pensar; uno de los fines de la educación es curarlos de dicho hábito.
Ibíd., p. 72

Lamentablemente es así en algunos casos. Y lo mismo para los jóvenes en las universidades.

Todos los que se han molestado en estudiar la psicología morbosa saben que la virginidad prolongada es, en general, extraordinariamente dañina para las mujeres.
Ibíd., p. 72

Y también, en general, para los hombres.

El fin del moralista es mejorar la conducta del hombre.
Ibíd., p. 80

El verdadero moralista no aspira a mejorar la conducta del hombre sino al hombre completo, que es mucho más que su mera conducta.

La ciencia tiene que aprender con el tiempo a moldear nuestros deseos de modo que no choquen con los de otra gente hasta el punto en que lo hacen ahora; entonces podremos satisfacer una mayor proporción de nuestros deseos. En ese sentido, pero sólo en ese sentido, nuestros deseos se habrán hecho "mejores".
Ibíd., p. 88

Esa es la misión de la ciencia moral.

El mundo en que vivimos puede ser entendido como resultado de la confusión y el accidente; pero, si es el resultado de un propósito deliberado, el propósito tiene que haber sido el de un demonio.
Ibíd., p. 94

Nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira. Quienes son más infelices que felices ven el mundo a través de un cristal opaco que les sugiere un gobierno azaroso o demoníaco; quiénes son más felices que infelices ven el mundo a través de un cristal de brillantes colores que les sugiere que detrás de la máquina está la fuerza del Amor. Pero para llegar a ver la Verdad, es necesario prescindir de todo cristal, de los opacos y de los brillosos, y ver el mundo tal cual es, sin intermediaciones. Mejor así, porque ¿para qué queremos ver a un tipo disfrazado de Rey Momo cuando el tipo disfrazado es el Rey Momo en persona?

Cuando un niño sube los estantes de la cocina y rompe toda la porcelana, los padres suelen enfadarse. Sin embargo, su actividad es esencial para su desarrollo físico. En un medio hecho para los niños, tales impulsos sanos y naturales no necesitan ser contenidos.
Ibíd., de. 142

Viene al caso una frase de Gordon Shumway, el célebre filósofo melmaciano: "Las tradiciones son como los platos: se hicieron para romperse".

El Estado de Nueva York sostiene oficialmente aún [1930] que la masturbación produce locura.
Ibíd., de. 144

Sí, produce locura... a quien la desea y la reprime.

La mayoría de los moralistas han tenido tal obsesión del sexo que han descuidado otras clases de proceder éticamente laudables y mucho más útiles socialmente.
Ibíd. , p. 157

La riqueza material, por ejemplo, es mil veces más nefasta social e individualmente que la promiscuidad sexual.


[1] (Nota añadida el 8/11/12.) "Dice Voltaire, ¿estamos seguros de que Jesús dijese realmente todo lo que los Evangelios ponen en boca suya? ¿Y sabemos, además, qué sentido atribuiría a sus palabras, las cuales, por lo demás, no han llegado a nosotros en su propia lengua y que, siendo como son metafóricas muchas de ellas, admiten las más diversas interpretaciones? [...]. A su juicio, las supuestas sentencias de Cristo cuyo sentido deja menos margen a la duda y a la discusión son aquellas en que se predica el amor de Dios y el amor del prójimo, es decir, la moral común" (David Friedrich Strauss, Voltaire, p. 200).
[2] (Nota añadida el 10/3/6.) Yo no soy el único, ni mucho menos, que compara y equipara la figura del genio judío con la del genio griego; ahí está, por ejemplo, David Friedrich Strauss afirmando que "este Sócrates, que no fue un filósofo encerrado y limitado a un auditorio de escuela, sino un maestro popular y familiar, cuya vida es la expresión acabada de la virtud y de la verdad por el enseñada, que murió mártir de sus convicciones, de sus esfuerzos y la ceguera de sus conciudadanos; este Sócrates ofrece relaciones con Jesucristo, que siempre han admirado los espíritus reflexivos. En efecto, a pesar de la profunda diferencia proveniente del contraste de los dos pueblos y las dos religiones, toda la antigüedad anterior al cristianismo, sin exceptuar la antigüedad hebraica, no presenta figura alguna que tenga más analogía que Sócrates con Jesucristo" (Nueva vida de Jesús, secc. XXIX).
[3] (Nota añadida el 9/11/12.) La palabra "ideal" tal vez esté aquí mal empleada. Russell, me parece, nunca fue partidario de los idealismos sociales ni de las utopías.

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