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lunes, 22 de julio de 2013

La revancha de Berkeley (cuarta parte)

RAMPHASTUS. -- ¿A qué se refiere?
CORNELIO. -- ¿No son el tiempo y el espacio meras construcciones mentales, lo mismo que la materia que allí existe?
RAMPHASTUS. -- Eso afirmo, parafraseando al gran Emmanuel, que Dios lo tenga en la gloria númerológica.
CORNELIO. -- Y su paráfrasis, ¿llega también a lo que pensaba este alemán respecto de la causalidad, a saber, que es el modo en que se relaciona la materia entre sí a través de las fuerzas que la mueven?
RAMPHASTUS. -- Me imagino adónde quiere llegar, pero dejaré que termine: sí.
CORNELIO. -- Pero usted dijo que la cosa en sí de cada suceso espaciotemporal es objetiva, o sea que no está en ninguna conciencia, y que a la vez está relacionada con el suceso mismo que si depende de una conciencia para existir.
RAMPHASTUS. -- Sí, dije algo así.
CORNELIO. -- Pero ¿qué tipo de relación es ésta? ¿La cosa en sí es la causa de la aparición del fenómeno en nuestra conciencia? ¿Cómo podría serlo, si la causalidad está impedida de salirse del espaciotiempo?
RAMPHASTUS. -- Sí, sabía que ahí se dirigía, y lo sabía porque yo también me hice las mismas preguntas unos años atrás, y di vueltas y vueltas tratando de solucionar esta contradicción, hasta que caí en la cuenta de que, o bien tenía que eliminar la existencia de la cosa en sí, o bien no eliminarla directamente a ella pero sí a la relación que se supone tiene con el fenómeno perceptible, o bien, y esto fue lo que hice para que mi sistema no estallara, darle a la causalidad un rango mayor que el que le da la ciencia, hacerla trascender el espaciotiempo para que llegue hasta las entrañas mismas de la cosa en sí y así poder decir, con la soltura que me caracteriza, que la cosa en sí, o sea la cantidad abstracta, es la causa de todo ser que percibe y de todo ser percibido, o sea de toda existencia[1].
CORNELIO. -- Y ¿es esta causalidad mecánica (eficiente) o teleológica (final)?
RAMPHASTUS. -- En el terreno espaciotemporal existe un solo tipo de causalidad: la mecánico-teleológica. La causalidad teleológica es la causalidad mecánica vista desde adelante; el mecanicismo estudia efectos a partir de causas, el teleologismo causas a partir de efectos; el uno apunta a desentrañar un suceso a partir de sucesos precedentes a él, el otro desentraña ese mismo suceso a partir de otros que lo atraen, por decirlo así, hacia el futuro. La marcha de los sucesos que se perciben, va desde el pasado hacia el futuro, pero es tan cierta la imagen esa que muestra al pasado empujando los sucesos hacia el futuro como aquella otra que muestra al futuro tirando de los sucesos hacia su seno. En los procesos inorgánicos la naturaleza teleológica de la causalidad tiende a esconderse debajo de la mecánica, y en los procesos orgánicos es al revés, pero lo cierto es que la causalidad es una sola: mecanicismo y teleología son las dos caras de una misma moneda[2].
CORNELIO. -- Excelente discurso... que no contesta a mi pregunta.
RAMPHASTUS. -- Evidentemente la causalidad trascendente no puede ser mecánico-teleológica, porque ésta necesita siempre del espaciotiempo.
CORNELIO. -- ¿De qué tipo es entonces?
RAMPHASTUS. -- No lo sé, ni podría saberlo. Todo lo que huye del espaciotiempo es imposible de conocer concientemente.
CORNELIO. -- Pero no inconcientemente...
RAMPHASTUS. -- No se puede conocer inconcientemente; hay contradicción. Conocer implica tomar conciencia de un proceso o suceso, o de un determinado estado de cosas.
CORNELIO. -- Pero usted dijo que Dios es el inconciente; ¿significa que nunca podremos conocer a Dios?
RAMPHASTUS. -- Dios es abstracto, no pertenece al espaciotiempo. Luego, no podemos conocerlo directamente. A lo más que se puede aspirar es a conocer las relaciones que se operan en su interior (a través de la aritmética) o las representaciones que nuestra conciencia espaciotemporal nos ofrece de Él.
CORNELIO. -- ¿La razón no puede ayudarnos a conocerlo?
RAMPHASTUS. -- Ya le dije que la razón conciente opera mediante representaciones espaciotemporales.
CORNELIO. -- ¿Y la razón pura?
RAMPHASTUS. -- La razón pura es la razón conciente que se abstrae de sí misma y se torna inconciente. La razón pura es la razón de Dios; cuando emerge, a través de representaciones, a la conciencia de un ser, se transforma en la razón conjetural del ser, y ya no hay garantías de que no nos mienta en relación al funcionamiento de las leyes naturales, lo que prueba una vez más, puesto que Dios nunca miente, que el Todopoderoso es inconocible.
CORNELIO. -- ¿Dios es el inconciente o es nuestro inconciente?
RAMPHASTUS. -- Hay un solo inconciente, que es el inconciente de Dios, pero también puede llamársele el inconciente colectivo, puesto que todos los inconcientes de todos los seres, animados o inanimados, participan de este colectivismo, se agrupan en un solo ser al que llamo Dios, pero la relación es de tal suerte que todo Dios constituye cada inconciente particular, y así cada sustancia participa de Dios sin dejar de ser ella misma un reflejo de la totalidad del ser divino.
CORNELIO. -- Entiendo: existe un solo inconciente, que es a su vez el inconciente de cada uno de nosotros. Pero Dios, ¿no tiene conciencia?
RAMPHASTUS. -- Dios es (tal vez me expresé mal), más que el inconciente universal, la Mente universal, y como toda mente tiene conciencia e inconciencia. Su inconciencia, ya lo dijimos, opera con cantidades, con números, mientras que su conciencia opera con calidades, o sea con cualidades. Estas cualidades forman el tejido a simple vista desordenado de lo que llamamos naturaleza fenomenológica, que por estar regida por leyes matemáticas subyacentes a ella resultaría totalmente predecible para una conciencia infinitamente sabia, siendo para nosotros sólo predecible hasta cierto punto (estadísticamente predecible) debido a las "trampas" que nos tienden los sentidos y los razonamientos defectuosos. Definiendo un poco los tantos, y agregando el campo del subconciente como una especie de separador entre el mundo en sí y su representación, digamos que Dios es la Mente universal que en su parte inconciente no es más que puras cantidades, cantidades que, al pasar al subconciente de los individuos, comienzan a relacionarse entre sí aritméticamente, formando la infinidad de ecuaciones que  dan base a todas y cada una de las leyes naturales que se ocupan de regir los movimientos de la materia, materia que no es otra cosa que Dios mismo concretizado en nuestra conciencia. Dios es al mismo tiempo lo abstracto y lo concreto, lo en sí y lo fenomenológico. O sea, Todo.
CORNELIO. -- ¿Dios es las chancletas suyas?
RAMPHASTUS. -- Y las suyas también.
CORNELIO. -- ¿Dios es los orines suyos?
RAMPHASTUS. -- Y los suyos también.
CORNELIO. -- ¿No es ésta una forma de rebajar a Dios?
RAMPHASTUS. -- El que así piensa piensa que Dios es susceptible de rebaja.
CORNELIO. -- Si yo dejo de percibir, ¿no estoy matando a Dios?
RAMPHASTUS. -- A lo sumo está ocultando su aspecto fenomenológico, su conciencia, pero nunca podrá usted matar a su inconciente, que es la verdadera sustancia inmortal de su espíritu, y que es la esencia de Dios.
CORNELIO. -- Y este su Dios, ¿cómo nos proporciona los conocimientos?
RAMPHASTUS. -- Por medio de las experiencias sensitivas.
CORNELIO. -- ¿Entonces el innatismo es falso?
RAMPHASTUS. -- Es verdadero, si mucho no me engaño.
CORNELIO. -- ¡Póngase de acuerdo consigo mismo antes de hablar!
RAMPHASTUS. -- Todos nuestros razonamientos derivan del inconciente colectivo, o sea que ya están en nuestra mente desde antes de nacer; pero están en lenguaje algorítmico, y no podemos aprovecharnos de ellos en su forma pura. Necesitamos de las imágenes espaciotemporales, o sea de nuestras percepciones, para poder traducir esos razonamientos a un idioma útil para nuestro bienestar.
CORNELIO. -- ¿Pero no concordó usted conmigo cuando afirmó que nuestras percepciones sensitivas suelen engañarnos si las utilizamos como base de nuestras deducciones?
RAMPHASTUS. -- No mezclemos las cosas. Los conocimientos no son deducciones, y las deducciones, si son realizadas concientemente, no son razonamientos.
CORNELIO. -- Creo saber qué son las deducciones, pero ¿en qué se diferencia el conocimiento del razonamiento?
RAMPHASTUS. -- En que el primero es algo concreto y el segundo algo abstracto. Ahora preste atención a la disertación siguiente, porque no quiero repetirla. Hablaré despacio para que no se pierda:
La única forma de conocer es a través de los sentidos, pero si usted quiere sacar alguna conclusión que generalice una serie de conocimientos tomados de la experiencia, tiene dos caminos para elegir: A) realizar inducciones físicas (conjeturales) que lo lleven hacia una proposición abarcativa, o B) preguntarle a su subconciente cuál es la proporción exacta (aritmética) que se esconde detrás de aquellos datos empíricos. Si opta por A (y estoy hablando figuradamente, pues por lo general uno no es conciente de esta opción), obtendrá una proposición conjetural que bien podrá ser verdadera, más o menos verdadera o falsa; en cualquier caso usted no podrá estar seguro de la veracidad de la proposición por más que la misma se vista con ropaje aritmético, y no estará seguro porque la metodología utilizada para llegar a ella, la inducción física, es intrínsecamente insegura, y por eso, amén de ser abstracta, me niego a considerarla un razonamiento. Si en cambio usted opta por B, su subconciente le entregará la ecuación exacta, pero salvo que sea muy elemental, como en el caso de V =d/t mencionado antes, usted deberá traducir esa ecuación a un idioma inteligible para su discernimiento, y en esta traducción suele perderse buena parte de la veracidad del principio. Así todo este último método es el que considero racional, pues la razón, según yo creo, está en nuestro subconciente, de suerte que quien no lo consulta y se guía sólo por lo que le dice la experiencia ciega no es un ser racional sino induccional como induccionales son los animales y los niños, que cuando no actúan por instinto lo hacen por inducción física, pues la parte subconciente de sus mentes se halla bloqueada y no les es posible extraer nada o casi nada de allí. Me dirá usted que una vez operada la inducción física es necesario realizar deducciones, pues de nada le sirve a un león saber que "todas las cebras son comestibles" si luego no completa esta inducción física con la premisa menor: "aquello que se ve ahí es una cebra" y con la conclusión de que "aquello que se ve ahí es comestible", con lo que colegirá usted que todo el mundo, no sólo los científicos induccionistas sino incluso los animales, tarde o temprano razonan; pero en lo que usted no repara es en que para mí una deducción no es un razonamiento, puesto que los razonamientos son abstractos, y no hay nada más concreto que un silogismo. La única ventaja que tiene la deducción por sobre la inducción física es que no cabe dudar de su seguridad absoluta, de modo que si las premisas son verdaderas la conclusión es necesariamente verdadera, pero éste no es motivo suficiente para igualar deducción con razonamiento. Toda operación lógica que se produzca en nuestra conciencia, sea deductiva o inductiva, no puede ser, por el hecho de ser conciente, racional, sino conjetural, pues se refiere a sucesos concretos (incluso en los casos en los que se llama "números" o "símbolos" a esos sucesos) y parte necesariamente de inducciones físicas, lo que la torna insegura por más que después opere con impecables deducciones. Ya ve usted que conocemos nada más que lo que nuestros sentidos nos presentan y deducimos e inducimos de acuerdo a sus datos, y esto es lo que la ciencia llama conocimiento científico. Pero allí sólo existe la lógica y la conjetura. Si usted busca el razonamiento y la certeza, búsquelos en el metaconocimiento que nos subyace, mas no sea tan iluso como para suponer que este metaconocimiento, al subir a su conciencia, no perderá nada de su aritmética pureza, a menos que sea usted tan puro como él.



[1] (Nota añadida el 28/5/2008.) Si Ramphastus pretendía originalidad con este aserto, errado estaba, pues el mismísimo Kant afirmaba la posibilidad de una causalidad extrafenóménica: "Nada impide que atribuyamos al objeto trascendental [la cosa en sí], además de la propiedad a través de la cual se manifiesta, una causalidad que no sea fenómeno, aunque su efecto aparezca en un fenómeno" (Crítica de la razón pura, B 567 de la nomenclatura erudita).

[2] (Nota añadida el 5/10/9.) Algo parecido había dicho Leibniz hace ya más de 300 años: "Todos los fenómenos de los cuerpos pueden explicarse mecánicamente o por medio de la filosofía corpuscular, según ciertos principios de mecánica, enunciados sin tomarse el trabajo de saber si hay almas o no; pero cuando se lleva al extremo el análisis de los principios de la física y también los de la mecánica se hace evidente que no podrían explicarse estos principios sólo por las modificaciones de la extensión, y que la naturaleza de la fuerza exige ya algunas cosas más" (carta del Leibniz a Arnauld fechada el 8/12/1686, citada en la p. 86 de Leibniz. Correspondencia con Arnauld). Esas "cosas más" eran para Leibniz las causas finales, pues "si las reglas mecánicas dependieran sólo de la geometría, sin intervención de la metafísica, los fenómenos serían muy diferentes" (ibíd., p. 10).

viernes, 19 de julio de 2013

La revancha de Berkeley (tercera parte)

RAMPHASTUS. --Pero usted me había dicho que les temía a ciertas consecuencias lógicas que se desprenden del subjetivismo. ¿A cuáles?
CORNELIO. -- Esteee... No me acuerdo.
RAMPHASTUS. -- ¿Qué clase de temores son esos que ora lo acicatean ora lo abandonan y le niegan hasta un miserable recuerdo?
CORNELIO. -- Infundados, qué duda cabe. Y ya que mencionó a los recuerdos, ¿recuerda que, cuando le pedí que se cerrara los ojos, usted afirmó que yo había dejado de existir porque ya no me percibía?
RAMPHASTUS. -- Lo recuerdo.
CORNELIO. -- Pero si durante esos cinco segundos se hubiese usted acordado de mí de alguna forma, ¿tampoco habría existido?
RAMPHASTUS. -- Si a pesar de no percibirlo sensorialmente, hubiese yo estado pensando en usted, usted no se habría esfumado.
CORNELIO. -- ¿Cómo que no? ¡No se contradiga! Usted dijo que lo que no es percibido por sus sentidos no existe.
RAMPHASTUS. -- "Lo que no es percibido por mis sentidos" no: lo que no es percibido por mi conciencia dije. Lo que yo pienso, imagino o recuerdo forma parte de lo que llamo percepciones, y no dependen de mis sentidos para presentarse ante mi conciencia. Si usted está presente en mi conciencia, sea formando parte de un pensamiento, un recuerdo, una imaginación o incluso un sueño, usted existe, aunque no lo perciba con ninguno de mis sentidos externos.
CORNELIO. -- Ahora sí recuerdo una de las consecuencias lógicas de este subjetivismo que me desagradaba, y era la de tener un objeto cualquiera percibido con mis ojos una existencia segmentaria, pues cada vez que parpadeo dejo de percibirlo y por ende desaparece; pero con lo que usted acaba de decir creo que se soluciona este vaivén, ¿nocierto?
RAMPHASTUS. -- Efectivamente. Yo miro aquel árbol, y gracias a que lo miro, existe; pero cuando parpadeo no deja de existir si es que lo estaba mirando y no simplemente viendo, porque mirar implica poner atención en lo que se ve, y si yo estoy atento al árbol, cuando parpadee la percepción visual desaparecerá pero quedará el recuerdo de dicha percepción, que es lo mismo una percepción (aunque mucho más débil que las sensoriales), y por lo tanto el árbol continuará existiendo.
CORNELIO. -- Escuche lo que le voy a plantear. Escuche, o sea, oiga con atención: en este momento estoy recordando al Mahatma Gandhi. ¿Significa esto que Gandhi existe, que no ha desaparecido para siempre?
RAMPHASTUS. -- Toda vez que usted vea una imagen de Gandhi, u oiga su voz, podrá decir que Gandhi existe en su conciencia sensorial, pero esto no lo habilita para decir que el Gandhi de carne y hueso ha resucitado. Y asimismo, toda vez que usted recuerde a Gandhi tendrá derecho a decir que Gandhi existe en su conciencia recordativa, pero nunca lo despertará de su sueño eterno por más que se esfuerce recordándolo. Recuerde que por más subordinada que la materia esté a nuestra conciencia, ésta es incapaz de violar las eternas leyes de la naturaleza material.
CORNELIO. -- ¿Y si tomo de más y comienzo a ver elefantes rosados que vuelan? Estos elefantes existen para mi conciencia, y violan las leyes de la aerodinámica...
RAMPHASTUS. -- Existen en su conciencia imaginativa, y en el mundo de la imaginación las leyes de la naturaleza material se flexibilizan un poco, lo mismo que en el mundo de los sueños.
CORNELIO. -- Entiendo. Puedo violar las leyes naturales en sueños o en imaginaciones, pero no en recuerdos o en percepciones sensoriales.
RAMPHASTUS. -- También puede violarlas con recuerdos o percepciones. Si usted sumerge la mitad de un palo en el agua verá el palo doblado, y las leyes naturales niegan la posibilidad de que se pueda producir una tal dobladura en esas circunstancias.
CORNELIO. -- Pero el palo, ¿está o no doblado?
RAMPHASTUS. -- Está doblado, puesto que usted lo percibe así.
CORNELIO. -- ¿Y si lo toco y compruebo que, según mi tacto, no se dobló?
RAMPHASTUS. -- Entonces se producirá un conflicto en su conciencia, y finalmente afirmará que está o no doblado según le dé más valor a tal o cual testimonio sensorial.
CORNELIO. -- Pero ¿dónde está la supuesta inviolabilidad de las leyes naturales si podemos violarlas con la imaginación, con los sueños, con los recuerdos y hasta con las percepciones sensoriales?
RAMPHASTUS. -- Está en nuestro intelecto, en nuestra razón.
CORNELIO. -- ¿Nuestra razón no puede violar nunca las leyes naturales?
RAMPHASTUS. -- Nunca.
CORNELIO. -- Pero si yo, al sumergirlo, razono que el palo se dobló por causa de la presión del agua o algún otro disparate similar, ¿no estoy violando estas leyes con mi razonamiento?
RAMPHASTUS. --Ahí usted no está razonando, esta conjeturando. El razonamiento puro está basado en premisas puras (absolutamente verdaderas) y deducciones e inducciones puras (matemáticas), y este razonamiento nunca podría contradecir el curso de la naturaleza, pues este curso es la representación sensible, espaciotemporal del razonamiento. Pero sucede que este razonamiento puro se desarrolla en nuestro subconciente, y cuando sube hacia nuestra conciencia necesariamente se transforma en razonamiento conjetural, con excepción de los razonamientos aritméticos, que no pierden nada de su pureza y certidumbre cuando se hacen concientes debido a que su concienciación no implica ninguna intromisión del mundo fenomenológico en el razonamiento. El razonamiento puro reniega de la inducción física; una vez aparecida ésta, todo se hace conjetura.
CORNELIO. -- ¿Quiere usted decir que nadie, con excepción de los matemáticos, es capaz de razonar puramente?
RAMPHASTUS. -- Podemos razonar puramente, pero subconcientemente. En cuanto un razonamiento no aritmético sube a nuestra conciencia, automáticamente se torna conjetural.
CORNELIO. -- ¿Y qué significa que un razonamiento sea conjetural?
RAMPHASTUS. -- Que no podemos ni podremos nunca estar absolutamente seguros de que las proposiciones que nos sugiere tal razonamiento sean verdaderas o cien por ciento verdaderas en cualquier tiempo y lugar.
CORNELIO. -- ¿Pero entonces no podemos estar ciertos ni de las más elementales ecuaciones utilizadas en la física?
RAMPHASTUS. -- Si la ecuación científica surge como resultado de deducciones e inducciones aritméticas puras, estamos ante una ecuación pura, y no es lógico dudar de su absoluta certeza por más que se la utilice para relacionar entidades no aritméticas, pero debemos cuidarnos de que las premisas en las que se basa la deducción no hayan sido producto de inducciones físicas, pues entonces se perdería el derecho de no dudar nunca de la total veracidad de la ecuación en todos los casos aplicables. Pero no confunda la certeza absoluta de una ecuación con la certeza absoluta de la previsión de un suceso basado en esa ecuación. En astronomía existen ecuaciones puras que predicen, por ejemplo, el momento exacto en que se producirá un eclipse, pero nadie podría estar absolutamente seguro de que tal eclipse se producirá en el instante predicho. Lo mismo que las ecuaciones más sencillas de la dinámica, por ejemplo la que afirma que la velocidad promedio de un vehículo es equivalente a la distancia recorrida dividida por el tiempo que tardó en recorrerla (V =d/t). Esta ecuación deriva de un razonamiento puro, y por lo tanto es absolutamente verdadera en todos los casos, pero esto no amerita predecir que inexorablemente un auto que se moviliza con una velocidad promedio de 50 km/h llegará, dentro de una hora, a un punto distante en 50 km de donde partiera, porque tal auto podría chocar, descomponerse, etc., lo que haría falsa la previsión por más que la misma esté basada en una ecuación pura. Las ecuaciones que predicen sucesos pueden en ciertos casos superponerse unas con otras y mandar así al demonio toda predicción, pero esto no es demostración ninguna de que dichas ecuaciones sean erróneas. No cabe, en definitiva, dudar de los razonamientos puros y de las ecuaciones científicas que de ellos surgen, pero sí cabe y es necesario dudar de toda predicción concreta que estas ecuaciones nos entreguen.
CORNELIO. -- Cuando yo razoné que el palo había sido doblado por causa de la presión del agua, ¿razoné mal porque lo hice inductivamente o porque hice deducciones partiendo de premisas extraídas inductivamente?
RAMPHASTUS. -- Usted razonó mal que no supo extraer su razonamiento aritmético de su subconciente y traducirlo en proposiciones no aritméticas que explicaran el comportamiento del palo. Al no estar usted capacitado para traducir este lenguaje aritmético intrínseco, se vio obligado a razonar deductivamente partiendo de premisas adquiridas inductivamente o directamente a razonar por inducción. Yo no sé cuál de los dos métodos antedichos aplicó usted, sólo sé que en algún momento se valió de la inducción física en su razonamiento y por eso falló, lo que no significa que todos los razonamientos inductivos sean falsos como el suyo. Usted, además de inducir físicamente, indujo desconociendo completamente las leyes de la refracción de la luz. No todas las inducciones llevan a incoherencias como ésta; es más: las que se realizan con lógica y luego de observaciones detalladas y numerosas, son en alto grado verdaderas. Yo no digo, entiéndase bien, que el método inductivo en la ciencia lleve siempre a proposiciones falsas, sólo digo que inexorablemente lleva a proposiciones que no podemos asegurar que sean verdaderas o cien por ciento verdaderas en todos los casos, lo que sí podemos asegurar de las proposiciones derivadas de razonamientos aritméticos puros.
CORNELIO. -- El caso de Aristóteles, que afirmaba que el Sol se mueve alrededor de la tierra, ¿es comparable al del palo sumergido?
RAMPHASTUS. -- Puede ser. Los antiguos percibieron sensitivamente que el Sol se movía y la tierra no, y a partir de esas percepciones conjeturaron que inductivamente.
CORNELIO. -- Pero usted dijo que, creamos lo que creamos, si vemos el palo doblado el palo está doblado.
RAMPHASTUS. -- Así es, lo que no amerita decir que seguirá doblado fuera del agua.
CORNELIO. -- ¿Debo deducir entonces, puesto que yo no percibo sensitivamente ningún movimiento de mi planeta, que la tierra no se mueve?
RAMPHASTUS. -- ¡Dedúzcalo sin miedo, amigo! Pero no deduzca de esta gran verdad lo que dedujeron los antiguos, a saber, que si usted se aleja del globo terráqueo y se mantiene quieto respecto al Sol en determinado sector del sistema solar, no verá moverse a la tierra en derredor del Sol sino al Sol en derredor de la tierra.
CORNELIO. -- Parece paradójico, pero ¡por las barbas de Neptuno que no lo es! Corríjame si me engaño al sacar de todo esto la siguiente moraleja: las percepciones sensitivas nunca nos engañan, excepto si las utilizamos como base de nuestras deducciones.
RAMPHASTUS. -- Muy hermosa y verdadera frase, y a ella hay que atenerse para explicar, entre otras cosas, por qué cuanto más científico es un animal, más tienden a conjeturizarse sus deducciones.
CORNELIO. -- Pero hay algo que no me cierra. Si yo razono falazmente, como en el caso del palo sumergido, significa que no soy conciente del razonamiento verdadero, y si no soy conciente de él, ¿cómo es que existe, si nada existe fuera de mi conciencia?
RAMPHASTUS. -- Usted no es conciente de su subconciente.
CORNELIO. -- Si no soy conciente de él, no existe.
RAMPHASTUS. -- ¡No me venga con eso! Vaya, vaya a despertar a su amiga.
CORNELIO. -- Le dije que no tengo novia...
RAMPHASTUS. -- No me ha comprendido. ¿No me obligó usted hace rato a consentir la existencia de una rara...
Cornejín. -- ¡Objetividad!
RAMPHASTUS. -- También llamada nóumeno, o, más gratamente, la cosa en sí. Y a propósito, ¿es usted creyente o ateo? Es raro que no le haya hecho antes esta pregunta, porque es mi pregunta favorita.
CORNELIO. -- Creyente soy, y a mucha honra.
RAMPHASTUS. -- Eso facilitará las cosas, pues no tendré que convencerlo de que Dios existe, sino tan sólo de que Él es la objetividad.
CORNELIO. -- O sea, la razón pura.
RAMPHASTUS. -- O sea, el inconciente.
CORNELIO. -- ¿Dios es un inconciente?
RAMPHASTUS. -- Dios es el inconciente. Todo ser vivo tiene conciencia, ¿verdad?
CORNELIO. -- Verdad, si llamamos conciencia a la capacidad de percibir el mundo de los fenómenos, por mínima y esfuminada que ésta sea.
RAMPHASTUS. -- Así la llamo. Pero si todo ser vivo tiene conciencia, ¿no tendrá también un subconciente y, finalmente, un inconciente?
CORNELIO. -- Los psicoanalistas afirman esto respecto de los hombres, mas no sé qué opinan del resto de las criaturas.
RAMPHASTUS. -- Pues deberán opinar igual para todos si quieren seguirme adonde pienso llevarlos con esta idea. Aunque sospecho que la mayoría huirá despavorida cuando les diga que no sólo los animales y las plantas tienen inconciente, sino también la materia inorgánica.
CORNELIO. -- Yo sospechaba ya que lo que llamamos materia inanimada tiene una cierta conciencia interna de las fuerzas que la mueven, que siente la atracción y repulsión que se operan en su seno y que éstas le provocan placer y dolor respectivamente, algo parecido al amor y el conflicto de los elementos que sostenía Empédocles. Pero que también tenga un inconciente, eso es nuevo para mí.
RAMPHASTUS. -- Fíjese lo que dice, porque afirmar que la materia toda puede percibir es más delirante que afirmar que posee un inconciente que nada percibe.
CORNELIO. -- ¿Niega usted el hilozoísmo?
RAMPHASTUS. -- No lo niego, pero lo invito a usted a que participe de mi paninconcientismo haciéndole ver que tiene más apoyo lógico que el hilozoísmo mismo.
CORNELIO. -- Acepto el convite: soy paninconcientista. ¿Y ahora qué?
RAMPHASTUS. -- ¿No habíamos deducido que si existe la objetividad, ciertamente no se manifiesta ni en el espacio ni en el tiempo?
CORNELIO. -- Sí.
RAMPHASTUS. -- Y ¿todos los sucesos del espaciotiempo tienen algo de esta objetividad?
CORNELIO. -- Pues sí, y es lo que se llama la cosa en sí de los sucesos.
RAMPHASTUS. -- ¿A dónde habría que apuntar entonces para encontrar estas cosas en sí de los sucesos?
CORNELIO. -- Apuntaremos hacia una dimensión sin espacios y sin tiempos.
RAMPHASTUS. -- O sea que nos alejaremos de lo concreto para penetrar en lo abstracto.
CORNELIO. -- ¿Otra vez la aritmética?
RAMPHASTUS. -- Ciertamente. Aunque en rigor de verdad, la cosa en sí no es la aritmética sino el número.
CORNELIO. -- ¿La aritmética no es la ciencia que se ocupa de los números?
RAMPHASTUS. -- Y precisamente por ser ciencia puede ser pensada concientemente, o sea que no es abstracta.
CORNELIO. -- ¿La aritmética no es abstracta?
RAMPHASTUS. -- No. Lo único abstracto es el número; una vez que se lo agrupa con otros en una ecuación, una vez que se lo somete a una relación, cualquiera que ésta sea, pierde su abstractitud.
CORNELIO. -- ¿Lo esencial de toda ciencia no es llegar a lo abstracto a partir de lo concreto?
RAMPHASTUS. -- No. La misión de la ciencia es llegar a lo general a partir de lo particular, y entre lo general y lo abstracto hay en abismo infinito. La aritmética es la más general de las ciencias, no la más abstracta.
CORNELIO. -- Pero cuando realizamos operaciones aritméticas, ¿no estamos razonando sobre abstracciones?
RAMPHASTUS. -- Estamos razonando sobre abstracciones (sobre números), pero no estamos razonando abstractamente. Razonar abstractamente no es posible para ninguna conciencia, ni siquiera la humana.
CORNELIO. -- Eso contradice la opinión de la gran mayoría de los pensadores de todos los tiempos.
RAMPHASTUS. -- ¡Uyyy! ¡Mire cómo tiemblo!... Mientras mis hipótesis no contradigan a la verdad, pueden contradecir a quien se les cante.
CORNELIO. -- ¿Me quiere decir que yo nunca, ni en mis momentos de mayor concentración, he razonado abstractamente?
RAMPHASTUS. -- Nunca, si es que usted se identifica con su conciencia y sólo con su conciencia, y es que sencillamente las conciencias no pueden operar en el vacío, necesitan de una imagen espaciotemporal mínima para poder asentar allí sus procesos cognitivos. Y cuando su conciencia razona matemáticamente no lo hace relacionando abstracciones puras, sino objetos; usted dice: "dos cantidades + tres cantidades dan cinco cantidades", y es lo mismo que decir: "dos caramelos + tres caramelos dan cinco caramelos". Nunca puede salirse, concientemente, de las imágenes espaciotemporales.
CORNELIO. -- ¿O sea que mi conciencia no puede, por ejemplo, pensar en un triángulo sin imaginarse un triángulo cualquiera en el espacio?
RAMPHASTUS. -- No puede, y el que afirmare lo contrario estará mintiendo o se estará mintiendo. Pensar en algo sin imaginarlo es pensarlo subconcientemente, pero ya nos salimos de la conciencia[1].
CORNELIO. -- Y es por eso que la cosa en sí nunca podrá concienciarse...
RAMPHASTUS. -- Nunca, pero sí podrán concienciarse sus relaciones con otras cosas en sí, y de eso es de lo que se ocupa la aritmética.
CORNELIO. -- Y ¿todas y cada una de las partículas materiales tienen su correlativa cosa en sí?
RAMPHASTUS. -- Todas. Las más pequeñas, las mónadas indivisibles, tienen su correlación en el número uno; de ahí para arriba puede usted imaginar el número que desee, puesto que hay infinitos como infinita es la cantidad de materia.
CORNELIO. -- Pero si la mónada es la representación espaciotemporal del número uno, y ésta no puede dividirse, ¡qué!, ¿no existen las fracciones?
RAMPHASTUS. -- En el mundo metafísico, no. Digamos que los números enteros son cosas en sí, objetivas, que existen independientemente de quien los piensa, mientras que los números fraccionarios son una invención del hombre, una convención que surge cuando lo que se cree unitario se divide. Si un queso no pudiese dividirse, mal podríamos comprar la cuarta parte del mismo, ni un cuarto kilo si el kilogramo no tuviese subdivisiones. Metafísicamente hablando, es más correcto pedirle al fiambrero quinientos gramos de salchichón que no medio kilo.
CORNELIO. -- Pero el gramo también es subdivisible...
RAMPHASTUS. -- Entonces pidámosle quinientos mil miligramos, o bajemos aún más la unidad. Estas unidades son convencionales, se usan por conveniencia para no tener que hablar de cantidades tan enormes. Y estas cantidades convencionales, relacionadas con pesos, distancias o cualquier otra medición, son las madres de los números fraccionarios.
CORNELIO. -- ¿Y los números negativos?
RAMPHASTUS. -- Olvídelos.
CORNELIO. -- ¿Cómo que los olvide?
RAMPHASTUS. -- Es que no tengo respuesta para ellos.
CORNELIO. -- Y usted, cuando encuentra un bache dentro de su razonamiento, ¿lo cubre con una manta para que nadie lo vea en vez de preocuparse por rellenarlo?
RAMPHASTUS. -- No me sermonee, jovencito. Ya se me ocurrirá la solución. O si no que quede el bache. Usted cada vez que encuentra uno en sus razonamientos, ¿deja de avanzar hasta rellenarlo? Y si por más que busca no encuentra con qué taparlo, ¿se detiene para siempre a contemplar ese vacío, o lo salta y sigue su camino, no sin antes colocar un cartel que advierta a los que vienen detrás sobre la falla en el pavimento?
CORNELIO. -- Si pierdo la esperanza de poder o saber rellenarlo yo mismo, admito que lo dejo abandonado y sigo mi camino, pero...
RAMPHASTUS. -- Discúlpeme la interrupción. ¿Sigue usted el camino previamente trazado o lo desvía debido al pozo?
CORNELIO. -- Por lo general sigo el camino planificado de antemano, aunque si el pozo es tan grande que no puedo saltarlo y tan profundo que si cayera en él no podría salir, entonces no dudo en desviar mi camino, tratando de retomar la senda planificada lo antes posible si es que los accidentes geográficos no me lo impiden.
RAMPHASTUS. -- Eso es lo mismo que suelo hacer yo. ¿Qué me iba a decir cuando lo interrumpí?
CORNELIO. -- Le decía que este pozo con el que se topó puede rellenarse muy fácilmente, no hay necesidad de dejarlo al descubierto.
RAMPHASTUS. -- ¿Y con qué relleno?
CORNELIO. -- Con la antimateria.
RAMPHASTUS. -- ¿Se refiere a esas partículas que los físicos producen en sus laboratorios?
CORNELIO. -- Hace mucho tiempo no eran los físicos sino la misma naturaleza la que las producía, y es posible que hoy existan en forma natural en el interior de las estrellas.
RAMPHASTUS. -- ¿Y será lógico relacionar estos corpúsculos con los números negativos?
CORNELIO. -- No veo por qué no. Los positrones y los antiprotones son exactamente iguales a los electrones y protones, sólo que con opuesta carga eléctrica. Póngales un signo + a sus mónadas y un signo - a sus antimónadas y obtendrá el juego completo de números enteros.
RAMPHASTUS. -- El problema es que yo no les había asignado ningún tipo de carga eléctrica a mis mónadas...
CORNELIO. -- Pues cárguelas y se acabó el conflicto.
RAMPHASTUS. -- ¡Como si fuese tan fácil!... La electricidad se transmite por cuantos, y un solo cuanto, o sea la unidad mínima de energía eléctrica, es una colección inmensa de mónadas. ¿Cómo suponer que una mónada no integrante de ningún cuanto pueda poseer carga eléctrica?
CORNELIO. -- Y un cuanto eléctrico, ¿no está constituido por miríadas de electrones?
RAMPHASTUS. -- Eso creo.
CORNELIO. -- Entonces, de la misma forma que la unidad mínima eléctrica se compone de pequeñas unidades cargadas eléctricamente, se puede suponer que un electrón está compuesto de una inmensa cantidad de partículas eléctricamente cargadas. Además, ahora recuerdo que también se descubrió la existencia de antineutrones, y éstos se diferencian de los neutrones no por su carga eléctrica, pues los neutrones son eléctricamente neutros, sino por la inversión del sentido de su movimiento de rotación alrededor de su propio eje, que es lo que los físicos llaman el espín de los corpúsculos, y esta inversión se verifica también en las restantes partículas de antimateria conocidas; podemos suponer entonces que no es el cambio de carga eléctrica sino el cambio del sentido de rotación de las partículas lo que las diferencia en todos los casos de las antipartículas. En definitiva, cualquiera que sea la opción que se adopte no debería interesarnos demasiado por el momento, pues este es un asunto científico, y nosotros nos estábamos ocupando de cuestiones filosóficas.
RAMPHASTUS. -- Tiene razón: voy a tapar mi bache con la antimateria y listo. Que vengan después los científicos a justificar esta taponadura.
CORNELIO. -- Lástima que los científicos no le taparán el gran bache lógico que le veo a su doctrina.



[1] (Nota añadida el 20/5/2004.) El genial Alberto Einstein también entendía, igual que Ramphastus y Berkeley, que las ideas aparecen en nuestra mente siempre auspiciadas por nuestra imaginación: "¿Qué es, en realidad, «pensar»? Cuando, al recibir impresiones sensoriales, emergen imágenes en la memoria, no se trata aún de «pensamiento». Cuando estas imágenes forman secuencias, cada uno de cuyos eslabones evoca otro, sigue sin poderse hablar de «pensamiento». Pero cuando una determinada imagen reaparece en muchas de estas secuencias, se torna, precisamente en virtud de su recurrencia, en elemento ordenador de tales sus sesiones, conectando secuencias que de suyo eran inconexas. Un elemento semejante se convierte en herramienta, en concepto" (citado por Gerald Holton en Einstein, historia y otras pasiones, cap. 9).

jueves, 18 de julio de 2013

La revancha de Berkeley (segunda parte)


CORNELIO CORNEJÍN. -- ¿Es usted Ramphastus Dicolorus?
RAMPHASTUS DICOLORUS. -- Eso dije.
CORNELIO. -- ¿El escritor?
RAMPHASTUS. -- Entre otras cosas.
CORNELIO. -- He leído su libro, Trabajo moral, y me ha fascinado. Soy un gran admirador suyo.
RAMPHASTUS. -- Pues no me hace usted ningún favor diciéndomelo. Tienta mis vanidades y mis soberbias. ¡Lo único que falta es que me pida un autógrafo! La notoriedad, estimado amigo, es como una gran campana fastidiosa que unos bromistas de mal género me hubieran colgado en la espalda, y que, en cuanto me muevo, se pusiera a sonar para hacer aullar a los imbéciles y a los perros.
CORNELIO. -- Bueno... No se ofusque. ¿Para qué publicó su libro en vida si tanto le teme a la fama?
RAMPHASTUS. -- No lo publiqué yo, la idea fue de mi esposa, maldita sea, que me quiso alegrar en una época en la que me hallaba deprimido y se le ocurrió que lo lograría con la sorpresa de que mis pensamientos estuvieran al alcance de cualquiera. La maldigo a ella, al editor, al jefe de Control (ese tal Abel Baker) que lo prologó y a todos los periodistas que me reconocen mientras paseo tranquilamente por la calle y que interrumpen mis meditaciones. Malditos sean de día y malditos sean de noche, malditos sean cuando se acuestan y malditos sean cuando se levantan, malditos sean cuando salen y malditos sean cuando regresan. Que el Señor no los perdone. Que la cólera y el enojo del Señor se desaten contra ellos y les arrojen todas las maldiciones escritas en el Libro de la Ley. Que el Señor borre sus nombres bajo los cielos y los abandone al Maligno con todas las maldiciones habidas y por haber, y una más también.
CORNELIO. -- Parece ser usted una persona mucho más odiosa y odiante que lo que muestra su libro...
RAMPHASTUS. -- No... No haga caso de mis imprecaciones. Las utilizo para descargarme y porque me agrada como suenan, pero no pienso ni siento realmente así, sobre todo respecto a mi esposa, que en paz descanse. Pero ¿qué es eso de odioso y odiante?, ¿cuál es la diferencia?
CORNELIO. -- La misma que hay entre amoroso y amante. No sabía que su mujer había muerto.
RAMPHASTUS. -- Ya lo sé, pero dígame una cosa: ¿por qué me tuteó, o mejor dicho me voseó cuando me preguntó si estaba lastimado y ahora me trata de usted?
CORNELIO. -- Bueno... Primero porque no lo había visto bien y pensé que sólo era un joven. Nunca me imaginé a un...
RAMPHASTUS. -- ¿Viejo?
CORNELIO. --... a un adulto trepando tan altamente a un árbol. Y segundo porque usted es Ramphastus Dicolorus, el prestigioso licenciado en ciencias escatológicas, y yo no estoy acostumbrado a tutear ni a vocear a personas tan elevadas intelectualmente.
RAMPHASTUS. -- Y siguen los piropos... ¿Qué soy yo, una dama de ocasión a la que quiere usted levantarse?
CORNELIO. -- Disculpe. De ahora en más procuraré no halagarlo tan zalameramente. ¿Y usted por qué me trata de ídem?
RAMPHASTUS. -- Yo no tuteo ni a mis hijos. ¡Ayyy, mi rodilla! Tengo herida la rodilla.
CORNELIO. -- ¿No le dije?
RAMPHASTUS. -- Ahora la tengo herida. Cuando usted me preguntó estaba sana.
CORNELIO. -- ¿Me va a decir que se hirió por ese movimiento que hizo recién y no por la caída?
RAMPHASTUS. -- En absoluto. La causa principal de la herida fue la caída, pero la herida no existió sino hasta recién que me dolió.
CORNELIO. -- ¿Qué, se fue madurando?
RAMPHASTUS. -- A ver si nos entendemos. Mientras yo no la perciba de una u otra manera, la herida no existe.
CORNELIO. -- Para usted.
RAMPHASTUS. -- Para mi conciencia.
CORNELIO. -- Perfecto. Pero existe objetivamente; yo podría haberla percibido antes que usted.
RAMPHASTUS. -- Si usted la hubiese percibido antes que yo, habría existido para usted, subjetivamente. No veo la objetividad en ninguna parte.
CORNELIO. -- ¿Está diciéndome que un suceso puede no existir y existir a la vez?
RAMPHASTUS. -- En absoluto. Eso es imposible.
CORNELIO. -- Pero si yo percibo su herida y usted no, según su razonamiento la herida no existe para usted y sí para mí y en el mismo instante.
RAMPHASTUS. -- Vea, jovencito. Yo no sé lo que opina usted, pero para mí usted no existe más que en mi conciencia, no existe objetivamente. Por lo tanto si usted percibe mi herida sin que yo tome conciencia ni de la herida misma ni de la percepción suya de ella, la herida sigue sin existir.
CORNELIO. -- ¿Y si yo la veo y le digo: "Oiga, don Ramphastus, tiene usted una herida en la rodilla"?
RAMPHASTUS. -- Pues en ese momento comenzaré a sospechar que la herida existe, o mejor dicho que existirá en cuanto dirija mi visión o mis dedos hacia mis rodillas.
CORNELIO. -- O sea que, según usted, yo no existo.
RAMPHASTUS. -- ¡Claro que existe, mi amigo! ¿Qué clase de tonterías son esas? Si no existiera no estaría dialogando conmigo.
CORNELIO. -- Pero ¿no dijo que existo sólo en su conciencia?
RAMPHASTUS. -- Sí.
CORNELIO. -- ¡Entonces no existo en el espacio!
RAMPHASTUS. -- Yo no dije tal cosa.
CORNELIO. -- ¡Qué! ¿Existo a la vez en su conciencia y en el espacio?
RAMPHASTUS. -- Lo que usted llama espacio no es más que una construcción mental que mi conciencia realiza para poder percibir las cosas.
CORNELIO. -- ¿Y el tiempo?
RAMPHASTUS. -- Despejado, aunque un poco fresco para mi gusto.
CORNELIO. -- Me refiero a los minutos, a las horas...
RAMPHASTUS. -- Ahh... También es una construcción mental.
CORNELIO. -- Un momento, Ramphastus. Cierre los ojos por unos cinco segundos. Muy bien; ahora dígame: ¿he dejado de existir en esos cinco segundos?
RAMPHASTUS. -- Para mi conciencia, sí.
CORNELIO. -- ¡Ya lo sé! Pero ¿he dejado de existir en sí?
RAMPHASTUS. -- ¿Qué es eso que llama "en sí"?
CORNELIO. -- No lo sé... Mi objetividad, supongo.
RAMPHASTUS. -- ¿Tiene su objetividad dimensiones en el espacio?
Cornejín. Digamos que sí.
RAMPHASTUS. -- Entonces ha cesado su existencia durante los antedichos segundos. Lo siento.
CORNELIO. -- Bueno; digamos que no tiene dimensiones espaciales.
RAMPHASTUS. -- ¿Y temporales?
CORNELIO. -- ¿Si existe o no en el tiempo? Voy a decir que no, porque me imagino lo que pasará si digo que sí.
RAMPHASTUS. -- La última: ¿su objetividad se mueve?
CORNELIO. -- ¿Cómo podría moverse si no existe ni en el espacio ni en el tiempo?
RAMPHASTUS. -- Buena deducción.
CORNELIO. -- Respóndame por favor si he dejado de existir o no.
RAMPHASTUS. --Si lo que llama usted su objetividad no existe ni en el espacio ni en el tiempo, es decir, si no es material (porque todo lo que existe en el espaciotiempo es material, incluidas las diferentes energías), entonces admito que su objetividad existe.
CORNELIO. -- Quiere decir que seguiría existiendo por más que usted se muriese...
RAMPHASTUS. -- No necesitaba del razonamiento anterior para afirmar eso.
CORNELIO. -- ¡Cómo que no! ¡Si usted insistía en que yo sólo existo en su conciencia!
RAMPHASTUS. -- ¡Para mí! Para mí usted existe sólo en mi conciencia, pero para usted usted existe sólo en su conciencia, de suerte que si todos nos muriésemos menos usted, para su conciencia usted seguiría existiendo.
CORNELIO. -- Pero si para usted yo sólo existo en su conciencia, supongo que para mí usted existe sólo en mi conciencia, ¿no?
RAMPHASTUS. -- Correcto, siempre y cuando nos olvidemos de esa objetividad que me obligó a consentir.
CORNEJÍN. -- Olvidémonos, pues, de esa rara objetividad por el momento, y respóndame, si puede: subjetivamente hablando, ¿es mi conciencia o es la suya la que existe?
RAMPHASTUS. -- ¿No se da cuenta de que su pregunta no tiene sentido?
CORNELIO. -- ¿Cómo así?
RAMPHASTUS. -- Usted mismo lo dijo: estamos en el territorio de la subjetividad, y por lo tanto cada cual responderá su pregunta de la misma siguiente manera: "Es mi conciencia la única existente; las demás conciencias están dentro de la mía junto con todos los sucesos del mundo fenomenológico".
CORNELIO. -- Creo que comienzo a entender esta universal subjetividad que usted postula, pero me asustan algunas de las consecuencias lógicas que se desprenden de ella.
RAMPHASTUS. -- Vea, don Este Hombre...
CORNELIO. -- Me llamo Cornelio Cornejín.
RAMPHASTUS. -- ¿Cornelio Cornequé?
CORNELIO. -- Jín. En realidad es un seudónimo.
RAMPHASTUS. -- Pues qué seudónimo tan feo, tan afeminado...
CORNELIO. -- Lamento no poder decir lo mismo del suyo.
RAMPHASTUS. -- Gracias. Pero no es un seudónimo, es mi nombre real.
 CORNELIO. -- ¿Acaso es usted europeo?
RAMPHASTUS. -- ¿Por qué lo dice? ¿En qué país europeo se habla latín últimamente?
CORNELIO. -- Llega, llega. Volvamos al punto.
RAMPHASTUS. -- Soy ecuatoriano. Mis padres eran pajarólogos...
CORNELIO. -- ¿Se dice así?
RAMPHASTUS. -- No lo creo.
CORNELIO. -- Los que estudian a los insectos se llaman entomólogos.
RAMPHASTUS. -- Si el lenguaje fuese una cosa lógica, los entomólogos serían los zoólogos encargados de estudiar a los entomos.
CORNELIO. -- ¿Qué son los entomos?
RAMPHASTUS. -- No sabría decirle.
CORNELIO. -- ¿Y los zoólogos?
RAMPHASTUS. -- Los que estudian a los animales en general.
CORNELIO. -- Deberían llamarse animalólogos...
RAMPHASTUS. -- Lo mismo que plantólogos o vegetalólogos los botánicos, pues estudian vegetales, no botas. Si yo asumiera el poder político en una nación implantaría la prohibición de utilizar vocablos que no se correspondiesen lógicamente con la palabra raíz de la que se desprende su significado. Pero sería utópico suponer que la gente respetaría mi prohibición en lugar de mandarme al manicomio...
CORNELIO. -- A la gente no le agrada que la saquen de lo ya estructurado. Pero me decía usted que a sus padres les gustaba observar a las aves...
RAMPHASTUS. -- No, yo dije que eran pajarólogos, no que les gustase observar pájaros. Pero adivinó, les gustaba mucho contemplarlos, y había uno en especial que los subyugaba...
CORNELIO. -- ¡El tucán!
RAMPHASTUS. -- ¿Cómo lo supo?
CORNELIO. -- Hace cuatro años viví una semana en el jardín botánico (o vegetálico) de la ciudad de Asunción, en Paraguay, y en ese lugar había un museo con un tucán embalsamado bajo el cual se leía: "Ramphastus dicolorus", haches más, haches menos.
RAMPHASTUS. -- ¿Y usted se acuerda de todas las nomenclaturas científicas de todas las especies que ve nomencladas en los museos?
CORNELIO. -- Ciertamente no, pero sí me acuerdo de esta. Y ¿cuál fue la principal causa eficiente que coadyuvó a que lo bautizaran así?
RAMPHASTUS. -- A mí nadie me bautizó, si entendemos por bautismo una mojadura de marote por parte de algún clérigo con la supuesta intención de hacerme integrante de su cofradía. Pero si usted se refiere a por qué me inscribieron en el registro nacional de las personas con este mi nombre, le comento que nací con un apéndice nasal desproporcionadamente grande, y como entonces en Guayaquil podía uno ponerle cualquier tipo de nombre a sus hijos, sin importar el mal gusto ni nada...
CORNELIO. -- ¡Nació usted en Guayaquil!
RAMPHASTUS. -- En efecto.
CORNELIO. -- ¡Yo sueño con conocer esa ciudad!
RAMPHASTUS. -- ¿Sus sueños son pesadillescos?
CORNELIO. -- ¿Por qué lo dice?
RAMPHASTUS. -- Por nada. Pero si no está dispuesto a soportar una humedad y un calor del infierno, mejor no vaya.
CORNELIO. -- El calor húmedo es mi elemento.
RAMPHASTUS. -- Entonces vaya.
CORNELIO. -- Tal vez usted me acompañe algún día.
RAMPHASTUS. -- Lo dudo.
CORNELIO. -- ¿No vuelve allí regularmente para visitar a sus antiguos amigos, a sus familiares, etc.?
RAMPHASTUS. -- Si el etcétera ése incluye a una ex novia medio atorranta que tuve, y si aparecer cada cinco años es volver regularmente, entonces sí.
CORNELIO. -- ¿Y por qué duda de ir conmigo?
RAMPHASTUS. -- Porque cuando voy a Guayaquil no lo hago en plan de diálogo.
CORNELIO. -- Entiendo, quiere desconectarse un poco del mundo de las ideas. ¿Cuantos años tiene su chica, si es que puede saberse?
RAMPHASTUS. -- En primer lugar, no la considero mía. Y en segundo lugar, sí, sí puede saberse su edad, pero no preguntándomelo a mí. A ella no le gusta que sus parejas delaten su edad ante cualquiera. Sin embargo haré una excepción con usted y le diré que no supera los treinta.
CORNELIO. -- Muy joven para un hombre de...
RAMPHASTUS. -- Cincuenta y seis. La conocí cuando tenía cuarenta.
CORNELIO. -- Y ella tenía...
RAMPHASTUS. -- Muy poca edad.
CORNELIO. -- ¿Le gustan las jovencitas?
RAMPHASTUS. -- La carne me gusta fresca y jugosa.
CORNELIO. -- Tenía entendido que usted era vegetariano.
RAMPHASTUS. -- Lo soy, digestivamente. ¿Su novia cuántos años tiene?
CORNELIO. -- No. Yo... carezco de novia.
RAMPHASTUS. -- ¿Y con quién vino aquí?
CORNELIO. -- Con tres amigos, además del perro.
RAMPHASTUS. -- ¿No será medio raro usted no? Acampa con tres amigos..., se hace llamar Cornejín...
CORNELIO. -- ¡Ni lo sueñe! Aunque mi refrán preferido es: "Nunca digas de esta agua no he de beber".
RAMPHASTUS. -- Y ese sabio refrán, ¿lo aplica también en terrenos epistemológicos?
CORNELIO. -- ¿Que si lo aplico? Yo era lo que se dice un materialista duro, del tipo de Büchner, ¡y acabo de admitir que casi estoy convencido de la subjetividad del mundo! Nunca pensé que bebería del arroyo del ideísmo...
RAMPHASTUS. -- ¿Qué es el ideísmo?
CORNELIO. -- Lo que los pensadores filosóficos llaman idealismo.
RAMPHASTUS. -- Muy acertada su corrección etimológica. Pero ¿cree usted por ventura que no son conciliables el materialismo duro y el duro ideísmo?
CORNELIO. -- Pueden conciliarse hasta cierto punto, pero si alguien se pregunta: "La realidad última, ¿es material o espiritual?", creo que sí o sí debe optar por uno de los dos.
RAMPHASTUS. -- Pregúntele a ese alguien a qué realidad última se refiere.
CORNELIO. -- Seguramente me dirá que a la realidad más evolucionada que pudiera existir.
RAMPHASTUS. -- Esa es material, no lo dude. La evolución se da en el espaciotiempo.
CORNELIO. -- ¿Entonces el materialismo es más verdadero que el ideísmo?
RAMPHASTUS. -- Más verdadero no, más científico. El científico, si quiere hacer bien su labor y carece de inquietudes metafísicas, bien hará en desdeñar todo lo que hablamos respecto del subjetivismo del mundo y tomar a éste como una simple colección de objetos y fuerzas materiales que puede desentrañar casi hasta el fondo mismo de sus mecanismos valiéndose sólo de inducciones y deducciones. Cuando un científico que no tiene pasta de pensador filosófico se pone a filosofar, suele mezclar los tantos y hacer del mundo una ensalada ideica-material completamente incoherente. Mentir nunca es bueno, pero si usted les mienten a los científicos afirmando que la materia existe fuera de sus mentes y que es la única realidad, la ciencia no perderá gran cosa, siempre y cuando no se crean esta patraña los epistemólogos, los filósofos de la ciencia.
CORNELIO. -- Entonces el ideísmo es más verdadero que el materialismo...
RAMPHASTUS. -- Más verdadero no, más metafísico. Todo el que anda estudiando la materia debe cargar consigo el espaciotiempo, y eso le impide ingresar en la metafísica. Si usted me pregunta si la metafísica es superior a la ciencia con la intención de deducir de mi respuesta que el ideísmo es superior al materialismo, debo confesar de que sí, que creo que la metafísica es infinitamente superior, pero eso no debería llevarlo a usted a menospreciar los postulados básicos de la ciencia materialista, a saber, la inexistencia del libre albedrío, la inexistencia de la inmortalidad de las conciencias individuales, la explicabilidad del mundo mediante leyes causales o estadístico-causales, etcétera. Si alguien con poco criterio se persuadiese de que la materia no existe fuera de nuestra conciencia, podría suponer que la materia no se comporta legalmente, que sigue los dictados de nuestra razón o de nuestra voluntad, ya que nosotros la creamos. La metafísica no es para cualquiera.