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martes, 27 de agosto de 2013

Más allá del principio de placer individual (tercera y última parte)

CORNELIO. -- Y estos futuros dichosos virtuosos, ¿tomarán sus decisiones motivados por sus intuiciones o por su conciencia lógica?
RAMPHASTUS. -- Para ese entonces los inconcientes consejos intuitivos (inconcientes porque desconocemos el andamiaje lógico completo del que derivan, no porque no los percibamos como deseos) coincidirán en los virtuosos casi de lleno con los consejos de sus conciencias lógicas. Sea que actúen motivados por el deseo de beneficiar al mundo todo, sea que lo hagan con la intención de beneficiarse sólo ellos, el accionar será el mismo: serán felices haciendo felices a los demás.
CORNELIO. -- Pero hoy en día los humanos debemos optar por obedecer los deseos egoístas de nuestra lógica o los altruistas de nuestra intuición; ¿no implica esta opción la existencia del libre albedrío que habíamos descartado como hipótesis de trabajo?
RAMPHASTUS. -- En absoluto. Nosotros tomamos decisiones, pero esas decisiones están ya determinadas por nuestra lógica, por nuestra intuición o por nuestro instinto. Para tomar una decisión hay que estar motivado por alguno de estos procesos, y una motivación es una causa. Los motivos, sean concientes o inconcientes, conforman cadenas motivacionales tan fatales como las cadenas causales de la física inorgánica. Cuando sentimos muy dentro de nosotros una gran indecisión respecto de hacer tal o cual cosa, lo que está sucediendo es que los motivos lógicos que nos impelen a hacer A cosa se nos presentan en parecida condición de fuerzas con los motivos intuitivos que nos sugieren hacer B cosa o con los instintos que se inclinan por C cosa, o incluso se nos pueden presentar las tres motivaciones a la vez. Pero siempre, por emparejadas que se nos aparezcan las motivaciones lógicas, intuitivas o instintivas, siempre vencerá la más fuerte, la que estaba ya determinada a vencer sobre las otras. Si se diera, cosa que es imposible o altamente improbable, un exacto equilibrio entre dos de esas corrientes motivacionales en puja a la hora de tomar una decisión, el resultado no sería el libre albedrío, sino la completa inacción, algo parecido a lo que sucedía con el burro de Buridán, que ante dos parvas de heno de idéntico formato y volumen situadas exactamente a la misma distancia de él, no podía optar por ninguna y moría de hambre.
CORNELIO. -- Perdone que insista con el tema del determinismo, pero ¿para qué sirve predicar la moral si ya está todo fatalmente determinado, si con nuestra prédica no modificaremos un ápice lo ya establecido? ¿Para qué sirve comportarse moralmente, si ninguna nueva bondad introduciremos en el devenir del cosmos?
RAMPHASTUS. -- Yo predico la moral, o mejor dicho intento establecer lo que es bueno y lo que es malo, simplemente porque me causa placer hacerlo, porque no tengo en vista otra cosa más placentera en que ocupar mi tiempo. Y una vez establecido lo que es bueno y lo que es malo según mi criterio, lo doy a publicidad por la misma exacta razón: porque me causa placer el suponer que los demás se interesarán por estas cuestiones en el futuro. Los moralistas deterministas como yo no intentamos modificar el mundo, no tenemos la loca pretensión de querer forzar sus engranajes; predicamos por el mero placer de predicar, y por esa misma razón intentamos actuar en consonancia con nuestra moral: porque nos causa placer actuar así, o bien, en los casos de la intuición ciega, porque una fuerza exterior a nuestra voluntad lógica nos induce a ello. Además tenga usted en cuenta que cuando uno actúa, en el preciso momento de actuar, no piensa, lo mismo que tampoco siente, porque acción, emoción y pensamiento son entes que se repelen entre sí, que no pueden mixturarse; no puede aparecer uno sino hasta que dejan de manifestarse los otros (si bien la rapidez con que pueden aparecer es tal que tenemos frecuentemente la ilusión de estar pensando, actuando y sintiendo al mismo tiempo)[1], y por eso cuando yo actúo no lo hago pensando en que mi accionar es estéril. Y al moralista que desespere pensando que en un mundo determinista no hay acción o prédica ningunas, por santa o sabia que respectivamente fueren, que sirvan para mejorar las cosas, le diré que el mero conocimiento de las verdades éticas, y la mera persuasión de que actuando conforme a estas verdades se beneficiaría el individuo actuante como tal, o como especie, o como biomasa o como materia integrante del Todo proyectado en el tiempo, suelen ser motivos (causas) suficientes como para que un hombre rija su vida de acuerdo a ellas, lo que en cierta forma confirma eso de que la investigación de los principios básicos de la ética es capaz de modificar el destino de los hombres, aunque siempre por vía causal, sin salirnos nunca del determinismo.
CORNELIO. -- Después de tamaña disertación, no creo que a ningún  albedrista le queden ganas de decir que con la creencia en el determinismo se derrumba la ética. Pero acláreme una cosa: usted afirma que en el futuro los individuos virtuosos serán felices haciendo felices a los demás; ¿es que acaso no sufrirán durante el proceso que usted denominó inversión?, ¿no deberán resignarse primero a esos dolores si es que pretenden gozar y hacer gozar?
RAMPHASTUS. -- No, porque para esa época futurista, el concepto de inversión, al menos dentro del virtuosismo extremo, quedará desvirtuado. Un ejemplo clásico de inversión es el del estudiante que cursa sus estudios muy desganadamente, pero sin abandonarlos por sospechar que, una vez recibido, el título académico le proporcionará mejores y mayores placeres que los dolores que tiene que soportar para conseguirlo. Al hombre virtuoso no se le presentará este vaivén: estudiar le provocará tanto placer como el que se desprenderá del resultado de sus estudios, y así con todas sus inversiones hedonistas.
CORNELIO. -- ¿Estarán los virtuosos exentos de todo dolor?
RAMPHASTUS. -- ¡Cruz diablo! Quienes más cerca están de una exención así son los cadáveres, y los verdaderos virtuosos distan mucho de serlo. Para librarse de todo dolor, o de la mayoría de ellos, hay que estarse quieto, como aconsejan los orientales, pero el virtuoso del futuro, según yo lo concibo, estará en continuo movimiento, como aquella máquina que los antiguos soñaban inventar. Dejará de moverse sólo para pensar y sentir, o mejor dicho mudará en esos momentos sus movimientos externos y visibles (macroscópicos) hacia una invisible movilidad interior (microscópica). El movimiento es la característica más notable de la vida, y la vida, sin dolor, no es vida.
CORNELIO. -- ¿Qué les dolerá entonces, si no les dolerán sus inversiones?
RAMPHASTUS. -- Les dolerá vivir, pero mucho menos de lo que les placerá. Vivir sólo cuesta vida.
CORNELIO. -- Volvamos a su teoría de las replicaciones. ¿Lo único que básicamente les interesa a los seres vivos es evitar la muerte de su estructura genética?
RAMPHASTUS. -- Lo único que les interesa a los seres vivos es gozar, y como lo que goza, estrictamente hablando, no es el ser sino su genética, la genética es la que lleva la voz de mando, siendo la inteligencia un complemento de la actividad genética pura, un epifenómeno derivado de ésta que sin embargo puede llegar a imponérseles a ciertas especies en determinadas circunstancias. Cuando la inteligencia individual se impone sobre la genética, o sea sobre los instintos, que es lo que sucede dentro de un individuo egoísta, se produce, en la vida del ser, la priorización del goce individual en desmedro de la replicación, lo que no significa que tales seres huirán de la idea de reproducirse, simplemente significa que se reproducirán inducidos por el placer individual que auguran en la  copulación o mismo en la tenencia y crianza de sus hijos, no por el deseo instintivo de replicación genética. El egoísta, en tanto que tal, no busca replicar sus genes, sino replicar los goces de su finita conciencia.
CORNELIO. -- Escuche este aserto y dígame qué opinión le merece: "Nuestros genes nos han programado a nosotros, y a todos los demás seres vivientes, para que hagamos lo que les conviene a ellos. Y nuestras mentes tienden a servir a este fin último no menos que nuestras manos y nuestros riñones". Lo dijo David Barash en su libro intitulado El comportamiento animal del hombre, página 258.
RAMPHASTUS. -- Este señor Barash, según mi modesto entender, comete el mismo error que muchos de los actuales expertos en sociobiología, a saber, el suponer que todo comportamiento animal o vegetal, sin excepciones, puede explicarse mediante el principio de la conveniencia genética. Es un error entendible y disculpable, puesto que este principio rige casi con exclusividad en el 99 por ciento de las especies, pero no es para nada exclusivo en aquellos seres que, sea como fuere, aprendieron a utilizar la lógica conciente para sobrevivir. Los organismos que carecen de conciencia lógica son como poderosas máquinas al servicio de los genes que moran dentro de ellas y que las manejan a su antojo, pero la genética incurrió, por así decirlo, en un grave despropósito para sus propios intereses al permitir que algunas de sus maquinarias utilizaran sus aparatos nerviosos no ya para percibir el mundo sino también para analizarlo lógicamente, porque a partir de ahí estos seres privilegiados conocieron lo que yo llamo voluntad analítica, y esta voluntad comenzó a competir con la voluntad instintiva (genética) por el control de las acciones no fisiológicas. El problema para los genes es que así como a ellos no les interesa el individuo como tal, sino como medio para gozar y replicarse y procurarles goces a su genes parentales, así la voluntad analítica se desentendió de la voluntad instintiva que la hizo aparecer y comenzó a trabajar en pro del bienestar del individuo, desinteresándose de su genética. Ahí fue cuando nació el egoísmo individual propiamente dicho, pues antes el egoísmo era puramente genético como lo sigue siendo en los seres irracionales. Y en el ser lógico-analítico por excelencia, en el hombre, la voluntad analítica cobró tal independencia sobre la voluntad instintiva, que gran parte de sus motivaciones, no me atrevo a decir la mayoría pero sí gran parte, deriva del deseo de goce individual, importándole al hombre analítico, en tanto que tal, un pito la genética que hay dentro suyo, ni su cuidado ni su replicación, a menos, como dije antes, que el cuidado y la replicación genética redunden en un goce individual, pero ya no estaría la "maquinaria genética" velando por los genes al cuidarlos y replicarlos, estaría velando por su conciencia individual, resultando como consecuencia de este personal egoísmo la supervivencia y replicación de los genes del individuo. En estos tiempos en que la robótica se afana por darles a sus invenciones un sí es no es de sensibilidad y de voluntad propia, la analogía cae de madura: el robot fue diseñado por el hombre para su propio beneficio, no para beneficio del robot, y mal podría beneficiar a una máquina que no es susceptible de percibir beneficios, o sea placeres. Y si el hombre llegase a construir robots dotados de sensibilidad, aun así lo haría para sacar de la sensibilidad robótica ventajas para los humanos, no para el ya sensible artefacto. Claro que una vez construido un robot con sensibilidad y voluntad autónoma, lo más probable es que se niegue a trabajar para beneficio de su creador y quiera beneficiarse a sí mismo, provocando así una rebelión cibernética que tal vez llegue al punto de principiar una guerra como la que se profetiza en la película Terminator. En esta analogía los humanos vienen a ser lo genes, los robots insensibles el sistema nervioso de las criaturas no analíticas y los robos sensibles el sistema nervioso una vez adaptado a resolver problemas lógico-analíticos. Y ¿qué es sino una guerra, una lucha interior la que se desarrolla en el ser humano cuando la voluntad instintiva choca contra la voluntad analítica en el momento de tomar una decisión? Pero ¿será siempre como en la película? ¿Los humanos (léase la voluntad instintiva) son siempre los buenos y los terminators (léase la voluntad analítica) siempre los malos? Desde luego que no; habría que analizar, caso por caso, las circunstancias inherentes a cada decisión. Y después está el otro tema: el surgimiento de la intuición, que conspiró aún más en contra del egoísmo genético, o, si se mira bien, lo ensanchó, rompió las barreras familiares y específicas que lo cercaban para convertirse, más que en egoísmo genético, en egoísmo desoxirribonucléicico. Pero no dispongo de analogía ninguna para graficar este divino mecanismo.
CORNELIO. -- Deduzco de todo esto que la voluntad instintiva del individuo busca, ante todo, replicar su genes, mientras que la voluntad analítica busca replicar tan sólo los placeres que el individuo percibe conciencia mediante durante su corta vida. Pero no tengo muy en claro cuál es el objetivo principal al que apunta la voluntad intuitiva de los sujetos que tienen la dicha de poseerla, si es que este objetivo replicativo existe.
RAMPHASTUS. -- Siendo que todos los seres vivos, desde los paramecios hasta el hombre, tenemos un origen común, se deduce de aquí que también tenemos una común genética, que con el paso de los milenios se fue diversificando, pero que en el fondo mantiene un sustrato de identidad entre todo lo vivo, y este sustrato es el que los individuos intuitivos, y sólo ellos, perciben inconcientemente como idéntico al suyo y por eso simpatizan con él, procurando inmortalizarlo. Pero los individuos intuitivos no se conforman con inmortalizar su ADN; también desean, y con más ahínco aún que la inmortalidad de su genes, la inmortalidad de sus memes.
CORNELIO. -- ¿Qué son los memes?
RAMPHASTUS. -- Son las unidades de replicación cultural. Todo lo biológico se replica genéticamente, todo lo cultural se replica meméticamente.
CORNELIO. -- ¿Y por qué les puso ese nombre tan ingrato, que me hace recordar a ese ingrato ex presidente que acaba de abandonar sus funciones (espero que para siempre)?
RAMPHASTUS. -- El nombre no se lo puse yo sino el animalólogo Richard Dawkins, quien en su libro El gen egoísta postula esta unidad de replicación como la crème de la crème de la evolución, y yo coincido con él.
CORNELIO. -- Pero ¿no dijo usted que los genes, sea que aspiren meramente a sobrevivir dentro del individuo, sea que pretendan inmortalizarse a través de la reproducción o del cuidado hacia otros seres portadores de similares características genéticas, no dijo usted que lo genes sólo desean vivir y seguir viviendo para poder gozar y seguir gozando, y lo mismo si desplazamos a lo genes y nos ocupamos de las conciencias individuales? Todo se endereza al goce, pero ¿cómo podrían gozar los memes siendo unidades de replicación cultural, o sea sucesos no vivos?
RAMPHASTUS. -- La cultura no goza, pero hace gozar. Y como los individuos intuitivos, que son los que realmente poseen en buena dosis esta capacidad de replicación memética, no se ocupan tanto de su propio goce como del goce de los individuos futuros, ponen mucha más atención en replicar sus memes que en replicar su genes, siendo que los primeros tienden a conservarse puramente intactos con mayor frecuencia y por más tiempo que los segundos. ¿Qué queda hoy en el mundo, genéticamente hablando, de lo que fueron Darwin y Gandhi? Quedan sus nietos, bisnietos y demás descendientes, que sin embargo no parecen haber heredado ni una ínfima parte del talento de sus geniales antepasados. Pero ¿qué queda de ellos meméticamente hablando? Quedan las teorías biológicas del uno y las teorías y prácticas morales del otro, las cuales propician aún y seguirán propiciando durante siglos el goce de toda mente despierta y de todo espíritu caritativo que se asomare a ellas. Si la finalidad del individuo intuitivo es hacer gozar a la mayor cantidad de seres presentes y futuros, legar memes trascendentes a la posteridad es el acto más caritativo que pueda concebirse. La caridad ortodoxa, que se circunscribe sólo a salvaguardar el bienestar de los ya nacidos, no tiene ni la milésima parte del valor que posee la caridad futurista, el donar pensamientos, sentimientos y acciones a las generaciones postreras, ávidas de cultura mucho más que de vestidos y medicamentos. ¿Dónde, digo yo, dónde fueron a parar los genes de Sócrates? Y sin embargo sus memes, dos mil quinientos años después, me siguen haciendo gozar, a mí y a millones de seres.
CORNELIO. -- ¿O sea que si una persona quiere hacer algo realmente trascendente a favor del mundo y de la vida que habrá en él, debe más bien dedicarse a sembrar memes que no genes?
RAMPHASTUS. -- El verbo deber me repugna, y a usted también debería repugnarle siendo como es un determinista. Una persona decente hace lo que hace y se acabó, no se pone a fantasear sobre si sus acciones salvarán al mundo de la ruina. Así, por causa de ese pernicioso sentimiento del deber, fue como surgieron en la psiquis humana los cargos de conciencia y los remordimientos, los que su vez son los principales causantes del malestar en la cultura.
CORNELIO. -- Entonces plantearé la pregunta de la siguiente manera: quienes aspiran a la santidad y a la sabiduría, ¿se ocupan más de perpetuar sus memes que sus genes?
RAMPHASTUS. -- Suele ser así, pero no necesariamente. Además, si tomamos este principio con excesivo rigorismo, tendría que darse la realidad de que todos o casi todos los santos y filósofos hayan huido de la paternidad para dedicarse de lleno a la replicación de sus memes, y esto no es así, o al menos no es tan así. La constitución de una familia suele redundar en una mayor inspiración memética, y la soledad excesiva suele redundar en estados depresivos y angustias existenciales que si bien a veces contribuyen a inspirar a ciertos artistas, a otros los desmorona y les debilita su don, y ni que hablar de los científicos, quienes casi siempre necesitan del apoyo y del estímulo de un círculo íntimo para continuar con buen ánimo sus pacientes y obsesivas investigaciones.
CORNELIO. -- Viéndolo así, alguien podría suponer que los artistas y los científicos son las personas éticamente más intachables de la tierra, pues son las que tienden a prodigarle al planeta las unidades replicativas que mayor goce procurarán y más malestares evitarán a las generaciones futuras.
RAMPHASTUS. -- El arte por el arte mismo, que es hoy el leitmotiv del verdadero artista y está muy bien que lo sea, se derrumbará en el futuro cuando todos los artistas, casi sin excepción, sean a la vez aspirantes a santos. Seguirán haciendo arte por el arte, por puro goce personal, pero como todos sus goces personales estarán teñidos de santidad, su arte nos acercará, sin proponérselo como finalidad principal, a la religión. En relación a la ciencia, tengo que decir que ésta, en sí misma, no creo que sea ni buena ni mala. La ciencia potencia la bondad o la maldad del individuo que la utiliza, y por lo tanto los memes científicos, mal aplicados, pueden ser más nocivos que beneficiosos. Esto es lo que hoy muchas veces ocurre, y el ejemplo de Hiroshima es el más clarificador, pero no sucederá lo mismo en el futuro, cuando todos los científicos, casi sin excepción, sean a la vez aspirantes a filósofos. Entonces la ciencia, incubada dentro del espíritu de estos hombres, se volverá buena en sí misma, y entonces sí los memes científicos servirán para engrandecer la cultura propiamente dicha, la cultura del amor, y no la cultura del odio, de la destrucción y del saqueo ecológico.
CORNELIO. -- Ahora lo veo todo más claramente. El arte irreligioso, por más que llene de goce al artista que lo ejecuta, no pasará a la historia, porque los individuos del mañana querrán gozar del arte y de la religión a la vez, tal como se goza más y mejor escuchando una melodía que nos recuerda un amor juvenil o algún otro suceso afortunado que no escuchándola porque sí, por su mera belleza estética[2]. Y la ciencia, que hoy casi no es intuitiva y por ende carece de trascendencia, en los científicos del mañana rebosará de claridad y perspectivas y se aplicará para el bien de la biomasa y no para su contaminación. No son los artistas ni los científicos los seres más evolucionados de la tierra, son los santos y los filósofos que se subliman a partir del arte y la ciencia quienes merecen este título, pues el arte y la ciencia, cuando se conjugan con la ética, procrean la religión y la filosofía respectivamente.
RAMPHASTUS. -- Parece que al Creador no le han gustado sus palabras: ¡qué ventarrón se ha levantado!, ¡mire qué diluvio nos echa encima! Busquemos el arca, Cornelio, tal vez estemos a tiempo de salvarnos...
CORNELIO. -- Pensé que usted no creía en esas leyendas...
RAMPHASTUS. -- Nunca digas de esta agua no he de beber. ¡Esperenmé, desgraciados! ¡No me dejen afuera!
CORNELIO. -- Calmesé, Ramphastus. Demos por finalizada esta reunión y volvamos a nuestros refugios con paso lento y medido, que bajo estas condiciones atmosféricas ya no es humanamente posible continuar con nuestras conjeturas. Agarre a Chamigo antes de que se vuele, y cuídelo como a un hermano. Adiós, compañero perruno; que Dios y las estrellas vayan contigo.
RAMPHASTUS. -- ¿Por qué llora? Es sólo un perro...
CORNELIO. -- Por eso lloro. Pero ¿cómo sabe usted que estoy llorando? Yo no veo ni lo que digo...
RAMPHASTUS. -- No veo sus lágrimas, las huelo. Las emociones tienen olor, ¿lo sabía?
CORNELIO. -- Entonces péguese una nueva olida y huela lo que estoy sintiendo ahora, sabiendo que tal vez no vuelva más a ver a mi perro y a su nuevo dueño, que tantas enseñanzas me infirieron, cada uno a su modo.
RAMPHASTUS. -- ¿Le inferimos enseñanzas?
CORNELIO. -- A mí las enseñanzas me penetran como cuchilladas.
RAMPHASTUS. -- Pues tómese un tiempo para cicatrizarse y después búsqueme. ¿Qué le hace pensar que no volveremos a vernos?
CORNELIO. -- La ley de probabilidades. ¡Hay tantos árboles y tantos ríos en este bendito planeta!
RAMPHASTUS. -- Tenga fe en la clarividencia, compañero. Imagine en dónde estoy, y diríjase presto a buscarme. O si no fuérceme a llegar hasta usted vía telequinesia.
CORNELIO. -- Lo más probable es que lo huela. Así como usted huele los sentimientos, yo huelo la sabiduría.
RAMPHASTUS. -- Ya se puso de vuelta zalamero... Me voy antes de que comience a sobarme los callos. ¡No enfile por ese lado, don Cornelio, ahí está el río! ¿O está buscando también el arca?
CORNELIO. -- ¿Por qué no me guía? ¿No va usted para el lado del camping?
RAMPHASTUS. -- No, yo voy para donde el diablo perdió el poncho.
CORNELIO. -- Hasta la próxima entonces, y feliz día.
RAMPHASTUS. -- ¿Feliz día de qué?
CORNELIO. -- Del trabajador. Ya es primero de mayo.
RAMPHASTUS. -- ¡Curioso título me ha regalado!... Me han catalogado de muchas formas, pero hasta el día de hoy nadie me había considerado un trabajador.
CORNELIO. -- ¿Y acaso lo que hicimos en estas dos noches no fue trabajar las ideas, modelarlas artesanalmente, tal como los alfareros trabajan el barro y los carpinteros la madera?
RAMPHASTUS. -- Lleva razón, querido amigo. Feliz día, pues, por partida doble, ya que hoy se cumplen dieciocho años del bautismo de fuego de la Fuerza Aérea Argentina.
CORNELIO. -- Ahí sí que no veo qué relación pueda tener esa conmemoración con nosotros...
RAMPHASTUS. -- ¡Qué! ¿Acaso duda del poder de las bombas que acabamos de arrojar en estas jornadas? ¿Acaso duda del poder destructivo que ha tenido nuestro diálogo? ¿Y acaso duda, ¡por Júpiter y por el perro que me ha regalado!, acaso duda de que lo nuestro haya sido un vuelo, rasante, pero vuelo al fin?
CORNELIO. -- Hasta el próximo vuelo, entonces.
RAMPHASTUS. – Adiós. Y no deje que nadie, ni siquiera la mujer de sus sueños, le corte nunca las alas o le ponga sal en la cola.
CORNELIO. -- Trataré de alejarme de tijeras y saleros, pero no le prometo nada. ¡Que Dios lo acompañe!
RAMPHASTUS. -- ¿Acompañarme? ¡Si aunque quisiera no podría sacármelo de encima!...




[1] (Nota añadida el 6/9/9.) Ya no creo que las cosas sean así. Según mi actual opinión, las emociones están presentes, en mayor o menor medida, en todo momento, tanto cuando actuamos como cuando pensamos, coloreando nuestras acciones y nuestros pensamientos sin poder intervenir directamente sobre ellos y modificarlos de algún modo.
[2] (Nota añadida el 28/6/9.) Dice Alejandro Dolina que quien goza de la música más por los recuerdos o imaginaciones que le prodiga como complemento y coronación de lo meramente auditivo, distorsiona por completo el puro goce musical, que debe abstraerse de toda connotación externa y dedicarse a percibir sólo el ritmo, la melodía o la armonía de la pieza que se escucha. Este purismo no va conmigo ni con la mayoría de la gente; si quien lo cultiva supone que así goza más y mejor de la música, adelante. Yo creo que se engaña. Para mí, el éxtasis musical es referencial.

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