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jueves, 24 de julio de 2014

Publicar solo posmorten

"La abundancia de escritos es una calamidad", dice Tolstoi. Coincido. Y prosigue: "Para escapar a ella, hay que establecer la costumbre de avergonzarse de publicar en vida: solo después de la muerte. ¡Cuánto sedimento se asentaría y qué agua tan pura correría!" (Diarios, 28/2/1889). Esta regla --que, para variar, Tolstoi nunca siguió-- me parece inteligente y ética en grado sumo: echa por tierra todos y cada uno de los móviles vanidosos y pecuniarios que incitan al 99% de los escritores a llevar sus trabajos a la imprenta. El inconveniente radica en que si no dejamos preparado el camino, y de repente nos morimos, lo más probable es que nuestros trabajos se pierdan en el éter y que nadie jamás los lea, y bien dice Tolstoi que "adquirir conocimientos y no transmitirlos es verdadero onanismo" (ibíd., 28/7/1884). Adquirir conocimientos y transmitirlos, transmitirlos de puño y letra justo después de que uno ya esté bien podrido en el cajón; he ahí el ideal. Pero para que tal ideal se concrete, es menester allanar el camino, lo cual puede hacerse de dos maneras: 1) procurándose un confiable y solvente albacea literario, o 2) cuando uno sienta que la muerte se aproxima, comenzar a conspirar para que sus trabajos no caigan en el anonimato, dándolos convenientemente a publicidad pese a no estar muerto todavía. De estas dos opciones, la más recomendable, sin dudas, es la primera, porque nos habilita para seguir escribiendo libre de vanidades hasta el final de nuestros días. Pero el hecho es que yo, por ahora, no he podido encontrar algo parecido a un albacea, y mientras este albacea no aparezca seguiré conspirando para publicar mis libros un poco antes de morir. El año establecido es el 2043; tendré para ese entonces 74 años. Podría suponer que viviré muchos años y publicarlos aun más tarde, a los 80 o a los 90, pero no. El año establecido es el 2043 y así se quedará. Si después resulta que vivo algunos años más, y si debido a la publicación de mis libros cobro fama, tal vez me vea reducido --como le sucedió a Schopenhauer y un poco también a Tolstoi-- a la categoría de viejo vanidoso y engreído, pero creo que podré soportarlo.

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