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domingo, 19 de abril de 2015

San Francisco de Asís, por encima de Jesús

La visión judaica considera que el animal es un producto fabricado para uso del hombre. Pero, por desgracia, las consecuencias de ello se hacen sentir hasta el día de hoy, ya que se han trasladado al cristianismo, al que por esa razón deberíamos dejar de elogiar diciendo que su moral es la más perfecta de todas. Esa moral tiene verdaderamente una grande y esencial imperfección: que limita sus preceptos a los hombres y deja el mundo animal sin derechos.
Arthur Schopenhauer, Parerga y Paralipómena, II, 394

¡Fíjese en la compasión de Gautama! No se limitaba al género humano, sino a todos los seres vivientes. ¿No se inunda de amor nuestro corazón al pensar en el cordero alegremente instalado sobre sus hombros? En la vida de Jesús no se advierte ese mismo amor por todos los seres vivos.
Mohandas Gandhi, Autobiografía, 2, XXII [p. 165]

No, no hubo nadie anterior a Jesús que predicara una ética tan pura y trascendente como la que irradia el sermón de la montaña; pero ¿y después? Jesús predicó una ética casi perfecta, y en ese casi pueden integrarse una serie de innumerables consideraciones menores... y una consideración mayor: el amor hacia todos los seres de la creación, humanos y no humanos. El amor hacia todo lo creado, incluso hacia esas cosas que, en nuestra ignorancia, sospechamos que carecen de vida. Más de mil años tuvieron que pasar para que llegase aquel que ampliaría el concepto del amor cristiano hacia esos límites que a Jesús no le interesaron. Me refiero, claro está, a San Francisco de Asís. Y aquí le cedo la posta a un especialista en el tema, al axiólogo por antonomasia, al maestro de maestros en el arte de discurrir sobre la ética: mi admirado Max Scheler. Él sabrá sugerirnos mejor que yo --pese a su estilo un tanto ingrato-- si lo que Francisco propuso es una herejía dentro del cristianismo, o una profundización y evolución del mismo, o un retroceso.

Lo que, aún tratándose sólo de un superficial ocuparse con Francisco de Asís [...], nos sorprende enseguida, es que llama "hermanos" y "hermanas" suyos también al Sol y a la Luna, al agua y al fuego, y también a los animales y plantas de toda especie --es que lleva a cabo una expansión de la emoción específicamente cristiana del amor a Dios como Padre y al hermano y prójimo "en" Dios, a la entera naturaleza infrahumana; y al mismo tiempo lleva a cabo o parece llevar a cabo una elevación de la naturaleza hasta la luz y el brillo de lo sobrenatural. ¿No era esto una grave herejía, visto desde la doctrina cristiana tradicional y practicada en la historia entera del cristianismo, doctrina que había puesto a una tan enorme distancia de la naturaleza al hombre, ya como "ser racional", pero todavía más como vaso de la gracia sobrenatural y como una familia elevada muy por encima de toda razón y naturaleza por obra del acto redentor de Cristo, El Hijo del Hombre y de Dios? ¿Y si no una herejía del intelecto --en este santo poco inclinado al mero "intelecto", ciencia y escolástica-- al menos una grave herejía del corazón? Tiene que haber muy profundas razones para que no fuese sentida así la actitud espiritual del santo, fundamentalmente nueva frente a todos los tiempos anteriores. Aunque seguramente no faltó en el contorno del santo la conciencia de la gran rareza, de la novedad y lo insólito de su actitud. Tomás de Celano llega a denunciar la frase, digna de atención palabra por palabra: "llamaba sus hermanos a todas las criaturas, y de un modo y manera desusados, para los demás totalmente herméticos, penetraba con la aguda mirada del corazón hasta lo más hondo de cualquier criatura, como si ya hubiese entrado en la libertad y la gloria de los hijos de Dios". De hecho me parece San Francisco no tener en esto ningún precursor dentro de la historia entera del cristianismo en occidente. [...] en el Evangelio se encuentran cosas y procesos naturales infrahumanos --hasta donde yo sé-- también en aquellos pasajes que denuncian el novísimo y profundísimo amor a la naturaleza y purísima comprensión de ella que tenía el Salvador, pero sólo citados como parábolas --como parábolas de relaciones y lazos que existen propiamente entre el hombre y Dios u hombre y hombre. Ni con mi propia busca, ni consultando insistentemente a conocedores científicos de la Biblia he logrado encontrar un solo pasaje que se remonte por encima de esta naturaleza parabólica y que se refiera a una unificación afectiva cósmica con una cosa natural, ni siquiera a una emoción de amor, ni menos a un deber de amor, a la naturaleza como tal, sustantivo, autóctono, independiente de la acción sobre el hombre o de la consideración del hombre [...]. Pero lo decisivo es que en San Francisco no se puede seguir hablando de mera parábola o símbolo en este sentido. [...] Esto más bien es lo nuevo, lo "desusado", en la relación emocional de San Francisco con la naturaleza: que las cosas y los procesos naturales cobran un sentido expresivo propio sin relación parabólica al hombre ni en general a las cosas humanas; que también el Sol, la Luna, el viento, etc., que en rigor no necesitan para nada de un amor solícito o misericordioso, son vividos y saludados por el alma como hermanos y hermanas; que las criaturas están referidas en metafísica solidaridad [...] de un modo inmediato a su Creador y "Padre", como seres existentes por sí y de un valor enteramente propio (en relación al hombre): esto es lo nuevo, lo sorprendente, lo raro, lo antijudío de su actitud (Max Scheler, Esencia y formas de la simpatía, secc. A, cap. V).

Para los judíos, los animales sólo eran "cosas", instrumentos de los cuales la gente podía servirse. Era ridículo que alguien pudiese o quisiese brindarles su amor a esos "objetos". Y Jesús, cuya mentalidad tornóse antijudía en muchos aspectos, no pudo librarse aquí de sus raíces. Francisco se hizo uno con los animales, uno con la naturaleza, uno con el universo entero; pero sería incorrecto suponer que todas estas unificaciones avalan la sospecha de que el santo abrazara el panteísmo.

En él estamos tan lejos de la unificación afectiva índica, o unificación en el dolor, y de la unificación afectiva griega, o unificación en la alegría, como de la unificación afectiva del panteísmo naturalista y dinámico del subsiguiente Renacimiento.

No, no es Francisco panteísta. Y sin embargo

se ha llevado a cabo en San Francisco una interpretación afectiva e intuitiva de la relación entre la naturaleza, el hombre y Dios, no sólo gradual, sino esencial y cualitativamente distinta --no comparable con nada de lo que encontramos en occidente desde los tiempos más antiguos del cristianismo, y que está en la más rigurosa oposición a todo el anterior sentimiento de la naturaleza en el cristianismo primitivo, en la patrística e incluso en la Edad Media posterior. Esto "nuevo" es difícil de traducir en conceptos --y sin embargo fácil de ver y de sentir hasta para un niño. [...] La naturaleza no es concebida al modo de la escolástica, como un reino de cosas y fuerzas formales rigurosamente separadas unas de otras [...], sino como una totalidad viviente que se halla en los fenómenos visibles de la naturaleza en una relación análoga aproximadamente a la del todo de la faz humana con sus distintos movimientos expresivos: es una vida divina la que toma cuerpo en sus cosas, la que se "expresa" en sus fenómenos y procesos. [...] Dios no es sólo vivido y pensado como señor y creador de la naturaleza infrahumana y "padre" sólo para el hombre (a través de Cristo), sino también como padre bondadoso y directo de las cosas naturales, [...] de este modo fue plenamente quebrantada en su núcleo mismo por San Francisco la exclusivista idea de la dominación del hombre sobre la naturaleza, propia de judíos y romanos, que en el Evangelio no está superada, sino sólo mitigada. Más aún: cuando en cierta medida justifica, fundamenta y vivifica su interpretación y amor de la naturaleza frecuentemente con palabras de la Sagrada Escritura, me parece que lo que hace es mucho más infundir en estas palabras del evangelista un sentido más que parabólico y atribuir con frecuencia falsamente su genuina unificación afectiva a los escritores evangélicos.

Infunde nuevos sentidos a la vieja doctrina; ¿no es lo mismo que hizo Jesús con la ley hebrea, mientras afirmaba a diestra y siniestra que no la estaba derogando sino complementando? Pero la derogó, por cierto que la derogó. Los judíos, rechazando a este nuevo profeta, dieron cuenta de que los cambios implementados no eran sentidos como complementos sino como redondas refutaciones. Francisco de Asís, teológicamente hablando, estuvo también a un paso de salirse de la ortodoxia que lo cobijaba. Pero no se salió; al menos así lo piensa Scheler:

Este es el gran misterio de San Francisco: que a pesar de esta resurrección, preñada de consecuencias, de una genuina unificación afectiva con una vida divina intuida en su unidad y que se limita a tomar cuerpo en las cosas naturales, ni la idea cristiana de Dios, ni el amor de Jesús y la "imitación de Cristo", exaltada literalmente en San Francisco --como se ha dicho con razón-- hasta la "embriaguez de Jesús" (y hasta las llagas visibles), han resultado menoscabados en lo más mínimo en su ser-personal espiritual y acosmístico, sino que justamente sobre la base de esta nueva unificación afectiva con la vida de la naturaleza, para su tiempo de todo punto original y "desusada", se alzan en todo su rigor, aspereza y sequedad ascética, con perfecta continuidad orgánica.

Aquí coincido con Scheler: San Francisco no se salió del cristianismo. Su doctrina es netamente, fundamentalmente cristiana. Francisco complementó el mensaje de Jesús, pero lo complementó de tal manera que ya no nos queda la opción de volver atrás. Siempre hablando sobre la ética, no sobre la metafísica, si me dan a elegir entre Jesús y Francisco, me quedo con Francisco. Y es que Jesús --y ahora sí entrometo a la metafísica-- era demasiado teísta, y ese teísmo rígido perjudicaba la correcta lubricación que ha de haber entre los diferentes engranajes de la creación. San Francisco, sin caer en el panteísmo, alargó su teísmo en la medida justa y necesaria para lograr esa fluida comunicación con el entorno, al que no hay que dominar (¡la tierra grita cuando la dominan!), sino amar:

Si San Francisco hubiera sido teólogo y filósofo, lo que no ha sido --felizmente para él y todavía más felizmente para nosotros--, si hubiera intentado reducir a conceptos rigurosos su visión de Dios y del mundo, que se limitó a ver, vivir y poner por obra, es seguro que jamás hubiera resultado "panteísta"; pero sí que habría tenido que aceptar en sus conceptos un tanto de "panenteísmo".

Sólo el panenteísmo nos aleja de los fundamentalismos religiosos y a la vez nos acerca a la ecología. Siendo el teísmo duro un casi sinónimo de la palabra dominio, y no dominio interior sino externo, de personas y de objetos, ya me parece ver a estos dos demonios modernos, hijos de la ideología de la dominación: el terrorismo y el consumismo, me parece verlos, digo, alejarse de la mano --porque son hermanos, pese a su distanciamiento geográfico-- conforme la idea panenteística franciscana comience a calar las almas de aquellos hombres que hoy se dedican a "trabajar", a modificar entornos, y que una vez iluminados se ocuparán solamente de trabajarse por dentro, de dominarse a sí mismos. Y el medio ambiente, y los edificios en torre, agradecerán por fin el poder bajar la guardia.
Esto sucederá cuando la venida de nuestro glorioso salvador San Francisco. Un revolucionario mayor que aquel gran subversor que fue Jesucristo, con una mente tan poderosa y enigmática que resulta inclasificable. ¿Inclasificable? Scheler hará por nosotros el intento:


¿Como concebirlo psicológicamente? Se trata de un singular encuentro de "eros" y "agape" [...] en un alma prístinamente santa y genial; finalmente, de una forma de compenetración tan total de ambos, que representa el mayor y más sublime ejemplo de simultáneas "espiritualización de la vida" y "vivificación del espíritu" que ha llegado a mi conocimiento. Nunca más ha vuelto a alcanzarse en la historia de occidente una forma de las potencias simpáticas del alma como la que existió en San Francisco. Nunca más tampoco la unidad y rotundidad de su simultánea repercusión en la religión, la erótica, la acción social, el arte y el conocimiento.

2 comentarios:

  1. Claro que jesus habla de los animales, el dijo que Dios se ocupa de darle alimentos y cobijo a todos los animales. Jesus se enfoco en los humanos porque los animales no necesitaban salvacion, el que se encontraba perdido era el ser humano.

    Y San Francisco, si bien intuyo la ecologia, recuerda que su mision principal era con los humanos mas desvalidos, los enfermos, los desnudos, los pobres.

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  2. Hubiera sido interesante que Francisco se opusiera a la religión institucionalisada y que en su lugar hubiera creado una nueva visión espiritual o escuela pero probablemente hubiera perecido y olvidado en la hoguera.

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