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jueves, 17 de diciembre de 2015

El periodismo que no perece

Siempre consideré al periodismo como un género menor dentro del mundo literario, primero por su carácter mercenario, por necesitar el periodista de una paga como incentivo para mover su pluma, y segundo porque tiende a ocuparse de lo actual, en desmedro de lo importante. En relación con lo primero Julio Camba no fue la excepción, pero sí lo fue muchísimas veces para lo segundo con su sana costumbre de olvidarse de la diosa Actualidad para detenerse en otros considerandos no perecederos. Sus mejores trabajos, los que hoy perduran y perdurarán por siempre gracias a las varias compilaciones que se han hecho y se siguen haciendo, son aquellos que no se detienen en el ahora sino que investigan lo universal y lo eterno, o sin llegar a tanto, se ocupan de cosas más universales y más eternas que la condecoración del mariscal Nosecuánto.

He adquirido la facultad de convertir todas las cosas en artículos de periódicos. Ya pueden ustedes darme las cosas más absurdas: un gabán viejo, un par de gemelos de teatro, una máquina de afeitar, un pollo asado, una mujer bonita… De cada una de esas cosas yo les haré a ustedes una columna de prosa periodística, o, si ustedes lo prefieren, les haré la columna de todas esas cosas juntas. El articulista es algo así como el avestruz. El avestruz lo convierte todo en cosa de comer y lo digiere todo: el articulista lo reduce todo a un artículo de periódico (“Cómo escribo los artículos”, incluido en el compendio titulado Maneras de ser periodista).

Sí, un pollo asado y un gabán viejo son conceptos más eternos y más universales que una circunstancial condecoración o un paquete de medidas económicas, y en los artículos de Camba, para nuestro deleite, hay más pollos y más gabanes que en el resto de los artículos periodísticos que yo haya sabido leer. Por eso este periodista y su manera de hacer periodismo perduran, mientras que los demás articulistas se hunden junto con sus artículos en el oscuro anonimato ni bien transcurren tres o cuatro meses de aparecida la publicación. Hay que consumirlos frescos, porque si no se pudren. Con Camba sucede muy otra cosa[1].




[1]  “Hubo un tiempo —decía— en que lo más semejante al periodismo era la industria piscícola. Usted podía ponerse indistintamente a pescar noticias o a pescar sardinas y, cualquiera de las dos cosas que pescase, tenía que negociarla, forzosamente, en un término de veinticuatro horas. Transcurrido ese plazo, en efecto, las sardinas empezaban a dar demasiado olor y las noticias se pasaban del todo. Había que buscar un procedimiento que permitiese conservar indefinidamente en buen estado ambas mercancías y, por doloroso que ello resulte para nuestro orgullo profesional, debemos reconocer que, mientras los piscícolas encontraron varios, nosotros, los periodistas, todavía no hemos encontrado ninguno. No sabemos salar, prensar ni siquiera ahumar nuestras noticias; no hemos dado con el modo de ponerlas en aceite o en salmuera y, como no podemos, tampoco, llevarlas a ninguna cámara frigorífica, de ahí el que nuestro negocio dé tan poco de sí. […] Yo, sin embargo, no renuncio a la idea de que alguien, en nuestra profesión, encuentre un día el modo de deshidratar las noticias, o de someterlas a cualquier otro tratamiento que, de efímero y transitorio, las transforme en permanentes y duraderas” (“El periodismo y la pesca”, artículo publicado en el diario ABC del 21/11/1942, citado en el compendio Maneras de ser periodista). Y él mismo lo encontró, encontró el modo de ahumar, de deshidratar, si no las noticias mismas, al menos los artículos periodísticos, para que lleguen hasta nosotros, sabrosos y nutritivos, después años y años de haber sido concebidos. ¡Felicitaciones!

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